Este Policy Paper analiza el retorno de Rusia a África en el contexto de la guerra en Ucrania y el incremento de la rivalidad entre EEUU y China. La presencia rusa en África tiene forma de combinación de acciones sincrónicas: la reactivación de las redes establecidas durante la Guerra Fría, la diplomacia política y empresarial en el sector de los recursos naturales, la creciente implicación del grupo paramilitar Wagner y las campañas de influencia informativa. La desestabilizadora presencia rusa en África, particularmente en el Sahel, supone un riesgo y amenaza para la seguridad nacional de España y de la UE.
Resumen ejecutivo
El retorno diplomático de Rusia a África, ampliamente analizado, forma parte de una combinación de acciones sincrónicas: (a) la reactivación de las redes establecidas durante la Guerra Fría; (b) la diplomacia empresarial en el sector de los recursos naturales; la creciente implicación del grupo paramilitar Wagner; y (c) las campañas de influencia informativa.
Los objetivos estratégicos principales de Rusia en África son: (a) ganar influencia; (b) expandir su presencia geoestratégica para competir con Occidente; (c) controlar una fuente de recursos naturales; y (d) avanzar en un orden internacional post liberal.
Rusia ambiciona un orden mundial internacional post liberal en África, una estrategia velada por la retórica anticolonial.
El principal motor de las relaciones de Rusia con África es su ambición de crear un sistema internacional “post Occidental” y multipolar, pero también lo es el deseo de diversificar sus relaciones exteriores, coincidiendo con las aspiraciones de los países africanos. Entre los motivos rusos de regreso a África, los más importantes son: (a) demostrar que Rusia no está aislada internacionalmente tras la imposición de las sanciones económicas por la UE y EEUU; (b) establecer y proteger mercados para sus mercancías (armas en primer lugar, pero también cereales); y (c) mantener una presencia en instituciones clave para sus transacciones económicas globales.
La promoción de los intereses estratégicos compartidos por Rusia y África se ha visto favorecida por tres factores: (a) el hecho de que Rusia no fue una potencia colonial en África; (b) los lazos históricos creados durante la Guerra Fría; y (c) un enfoque pragmático por ambas partes en su relación bilateral.
Rusia parece haber interpretado las votaciones de los países africanos en la Asamblea general de las Naciones Unidas (AGONU) respecto a la guerra en Ucrania (con la abstención del 52% de los países en las cinco votaciones) como un posicionamiento de los gobiernos africanos a su favor. Sin embargo, hay sólidos indicios de que, si bien los líderes de África no quieren tomar partido explícitamente, no se hallan más cerca de Rusia que de la posición de la UE y sus aliados. No obstante, la reacción africana a la invasión rusa ha sacado a la luz una nueva realidad en el continente africano, que no sólo no va a cambiar, sino que tiene todos los visos de verse reforzada en los próximos años a medida que los países del “Sur Global” unan esfuerzos por cambiar el orden internacional.
Rusia ambiciona un orden mundial internacional post liberal en África, una estrategia velada por la retórica anticolonial. Esto incluye socavar el sistema internacional, basado en reglas y los principios de la reforma democrática, a favor de un liderazgo irresponsable y el uso de las armas por el control de los recursos. Las reglas de compromiso de Rusia con el liderazgo africano están diseñadas para desafiar las virtudes de la democracia: eficacia, equidad, transparencia e inclusión. Rusia ha ganado una audiencia receptiva entre los líderes de África porque explota los temores genuinos a la inseguridad.
La implicación rusa en África sugiere que es poco probable que la invasión de Ucrania y los acontecimientos relacionados conduzcan a una reducción de la implicación de Moscú en el continente; pero, al contrario, podrían darle un nuevo impulso.
La actividad de Rusia en los países africanos depende en gran medida de los diferentes contextos nacionales y de los intereses de los gobiernos. Por ejemplo, en un Estado sólido como Etiopía, el compromiso de Rusia tiene lugar exclusivamente a nivel gubernamental. En cambio, en Sudán y Malí (contextos con estructuras estatales más débiles), participan otros actores rusos como las empresas privadas y las militares. Sin embargo, en los tres casos, la presencia de Moscú tiende a aumentar cuando se deterioran las relaciones entre los gobiernos africanos y sus socios internacionales (sobre todo en Occidente), a menudo a raíz de tomas de poder autoritarias. Esto demuestra la naturaleza oportunista del compromiso de Rusia, así como las complejas compensaciones a las que se enfrentan los gobiernos de la UE y sus Estados miembros a la hora de relacionarse con los gobiernos africanos.
A pesar de la falta de una estrategia pública formal, un examen detallado del compromiso de los actores rusos en todo el continente permite definir los contornos de una “estrategia emergente” para África. Esta estrategia forma parte de una más amplia –ser una gran potencia en un mundo multipolar– y depende de los intereses y las actividades de un amplio abanico de actores, entre los que se incluye –pero no sólo– el Estado ruso.
Rusia (como China) explota con habilidad el resentimiento post-colonial y se presenta a menudo como representante del “Sur Global” y defensor de un nuevo orden internacional más justo que tiene en cuenta la voz del continente africano; uniendo esfuerzos en defensa de este discurso, no sólo con China, sino con los otros países BRICS,[1] entre ellos la India y Brasil –y, por supuesto, Sudáfrica–, que son la clave de la proyección del poder ruso en África.
La cooperación en defensa –venta de armamento, diplomacia militar y paramilitares (Grupo Wagner)– es la columna vertebral de las acciones actuales de Rusia en África. Rusia ha recurrido a unidades militares enmarcadas en el Grupo Wagner para incrementar su influencia en África, especialmente en Libia, la República Centroafricana, Sudán, Madagascar, Mozambique y Malí. La milicia presta servicios de protección personal a ciertos líderes africanos y combate directamente contra determinados grupos insurgentes. Por lo general sólo participa en las acciones un número limitado de efectivos, las operaciones no son demasiado caras y los gastos se ven compensados con los ingresos obtenidos de las explotaciones mineras a las que Rusia consigue acceso.
En términos de herramientas económicas, los instrumentos de Rusia son significativamente más limitados que los de sus competidores. Rusia no participa de manera significativa en la cooperación al desarrollo, y su capacidad para proporcionar financiación y apoyo a grandes programas de infraestructuras es mucho más limitada que la de otros actores importantes como China. Sin embargo, el gobierno ruso se ha mostrado capaz de aprovechar su control sobre grandes compañías estatales para promover la cooperación económica en sectores específicos –sobre todo la energía (incluida la nuclear) y las industrias extractivas– en los que las empresas rusas pueden ofrecer capital y experiencia a los países africanos. En el contexto de la ofensiva militar rusa en Ucrania, esta estrategia empresarial está resultando útil para contrarrestar los efectos de las sanciones económicas y financieras impuestas a Moscú. La explotación de los recursos minerales africanos es un medio de eludir el régimen de sanciones, en particular el aislamiento de Rusia del sistema bancario internacional. Las materias primas preciosas como el oro y los diamantes son útiles para eludir las sanciones bancarias porque pueden venderse y comerciarse sin supervisión ni restricciones.
La presencia económica de Rusia en África no puede perjudicar los intereses comerciales de España o la UE. Para ambos el mayor impacto desestabilizador desde África es la presencia de Rusia en el Sahel, dado que la inestabilidad en esta región representa una doble amenaza para la seguridad nacional: el terrorismo y la inmigración descontrolada.
La penetración de Rusia en el Sahel es muy perjudicial para España. Moscú está aprovechando el déficit de legitimidad, la debilidad institucional y el aislamiento internacional de algunos gobiernos de la región para extender su influencia, con tres efectos perniciosos: además de mejorar su posición geoestratégica, contribuye a perpetuar los regímenes autoritarios y a impedir la consolidación de instituciones legítimas.
Las votaciones en la Asamblea General de la ONU indican que Occidente debería recordar que los países africanos no aceptarán que se les diga con quién pueden o no pueden comprometerse.
Entre las recomendaciones de este Policy Paper cabe destacar especialmente las siguientes:
- Reforzar las relaciones entre Occidente y África, impidiendo la influencia rusa. Para lograrlo, Occidente debe mejorar y apoyar una arquitectura de seguridad africana fuerte. Para cumplir con estos objetivos deben diferenciarse claramente dos estrategias: una para el Sahel y otra para el resto de África.
- En el Sahel la influencia de Rusia supone una verdadera amenaza para la estabilidad y la consolidación democrática e institucional de los regímenes de la región y un desafío geoestratégico fundamental para España y la UE en su vecindad sur. La UE no debe abandonar el Sahel y, en particular Malí, en manos de Rusia. Si se entrega el Sahel a Rusia, será muy difícil regresar a la región. En este ámbito decisivo, España, un país que no ha sido acusado de “neocolonialismo” y que tiene una imagen en general positiva, puede hacer valer su experiencia y su reputación, ganadas sobre el terreno, así como sus buenas relaciones y nivel de interlocución con las autoridades malienses, para contribuir a definir una estrategia occidental y europea que combine firmeza y capacidad de diálogo.
- La UE y España deberán ofrecer mayor cooperación en seguridad y defensa para reducir la dependencia de Rusia y Wagner, siendo esta una línea a explorar en referencia al Sahel.
- Para España es clave mantener un dialogo con los países del Sahel pero insistiendo en el marco multilateral que deben proporcionar la UE y EEUU.
- En el resto de África hay que contrarrestar las campañas de desinformación de Rusia y sus narrativas antioccidentales sobre el colonialismo, así como asegurar una transparencia jurídica e institucional en el ámbito empresarial.
- Occidente deberá incentivar el fortalecimiento de las instituciones regionales, como la Unión Africana (UA), apoyando las capacidades de seguridad colectiva. En lugar de confiar en el mantenimiento de la paz internacional, el liderazgo de África debería ser capaz de debatir y enviar fuerzas estabilizadoras para asegurar los Estados frágiles y hacer que sus líderes rindan cuentas.
[1] BRICS es el acrónimo propuesto en 2001 por el economista Jim O’Neill para agrupar a los principales mercados emergentes: Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica.
Imagen: Banderas de países africanos durante la Cumbre Rusia-África de 2019 en Sochi, Rusia. Foto: GovernmentZA (CC BY-ND 2.0).