En un contexto salpicado de conflictos geopolíticos, aumenta la percepción, quizá de manera acertada, de que caminamos hacia un mundo “más duro”. En el caso de Asia, no han faltado motivos: el conflicto perpetuo, aunque recientemente aliviado, de la península de Corea; el conflicto geopolítico en el mar del Sur de China; y la guerra comercial agudizada por la vehemencia generalizada de la actual administración estadounidense en su rivalidad con China, con implicaciones en el conjunto de la región.
En el universo de las relaciones internacionales, existe también una dimensión denominada blanda que, en contraposición a las formas coercitivas de proyección exterior, remite a la habilidad de seducir a otros e influenciar de manera indirecta en su comportamiento. Un ejemplo típico es lo relativo a la dimensión cultural, valores o costumbres, que ocupan un lugar central en los estudios de poder y de hegemonías. Y en el caso de la región asiática, donde predominan culturas milenarias abiertas rápidamente al proceso de globalización, la dimensión blanda adquiere relevancia en varias direcciones. Tanto “hacia fuera” –como proyección de la región hacia el resto del mundo– como “hacia dentro” –de penetración cultural exterior de otras regiones–, y también en la pugna regional entre Japón y China, a los que se suma Corea del Sur.
Ciertamente, es un concepto ampliamente extendido, aunque también poco preciso al referirse a cuestiones intangibles. Por ello, el Índice Elcano de Presencia Global ofrece una propuesta de cuantificación de dicha dimensión blanda, que constituye uno de los principales valores añadidos del Índice, incluyendo indicadores referidos a cultura, migraciones, turismo, deportes, información, tecnología, ciencia, educación y cooperación al desarrollo.
Por regiones, Asia y Pacífico ocuparía el tercer lugar de la clasificación de presencia blanda por detrás de Europa y Norteamérica, pero con un mayor incremento que ésta última desde 1990. Los pilares de la proyección blanda asiática serían tecnología, ciencia e información, pero en los últimos años la región registra crecimientos notables en otros indicadores, como turismo, educación o cultura.
Por países, China ocupa la segunda posición del ranking mundial de presencia blanda, por detrás de EEUU, aunque muy cerca en varios indicadores, como tecnología – patentes orientadas al exterior –. Precisamente el dominio tecnológico era la tradicional baza de proyección exterior de Japón, pero desciende a la 6ª posición desde la 3ª que ocupaba en los años 90. Y en el caso de Corea del Sur, ocupa la 11º posición, ascendiendo 10 posiciones desde entonces. Un puesto muy elevado si se tiene en cuenta que es el 26º país en términos de población, en donde al fuerte peso de ciencia y tecnología, se añade el crecimiento en los últimos años del indicador de cultura.
Un reportaje relacionaba el fenómeno cultural surcoreano con su proyección exterior y las implicaciones en la pugna regional. La denominada Ola coreana, o Hallyu, hace referencia a la expansión cultural desde los años 90 a través fundamentalmente de las exportaciones de productos audiovisuales y musicales como los K-Dramas o dramas de televisión y el denominado K-pop (Korean-pop).
Los dramas coreanos buscan al mismo tiempo diferenciarse de los “doramas” japoneses y conquistar los mismos mercados, de los propios países, de países vecinos y crecientemente de otras regiones. Algo similar ha ocurrido con el fenómeno musical, donde el K-pop ha adquirido una dimensión mundial que no ha conseguido el J-pop. Como señalaba Isabelle Marc en esta publicación, “la música desempeña un papel fundamental tanto desde el punto de vista patrimonial-simbólico como desde el punto de vista de la creación y las industrias culturales”. Quizá en este caso se trate de fenómenos con algo de ajeno y algo propio, combinándose tanto la transmisión de valores culturales como su forma particular de entender el capitalismo actual, pero centrada en la expansión comercial.
Y es que esta ola cultural ha generado un fuerte crecimiento exportador de servicios audiovisuales. Con una música basada en ritmos pegadizos y una estética anime, es un fenómeno ideado para ganar mercados, dominado por pocas empresas productoras, y con fuertes conexiones con otras industrias culturales (literatura, series de animación, videojuegos, moda, cine, teatro, artes plásticas, etc.). Esa interconexión retroalimenta el fenómeno cultural en su conjunto, y también fue clave en la internacionalización de la ola japonesa de los años 90 y principios de los 200: el vínculo entre el manga, el anime, los videojuegos, o la más reciente fiebre de Pokémon Go.
El éxito coreano reside además en el aprovechamiento de internet en la distribución y marketing, consiguiendo una rápida penetración en el mercado chino, japonés e indio, pero también en América Latina o incluso en países árabes. Y esa expansión ha contado con un notable apoyo gubernamental, donde la cuestión cultural se entiende como herramienta de diplomacia pública con un marcado objetivo de transformación de la imagen exterior del país.
Paradójicamente, el origen del K-pop se sitúa en la expansión cultural estadounidense durante la Guerra Fría. Tras 40 años de invasión japonesa, seguidos de tres años de guerra y varios más de dictadura militar, la música fue utilizada como un elemento más de diferenciación a ambos lados del paralelo 38, y en el caso de los surcoreanos como elemento de occidentalización. Con el tiempo, esos influjos externos fueron transformados con rasgos propios, y especialmente a partir de los años 90, donde se expande la rivalidad regional por el dominio de la industria cultural.
Resulta sorprendente que un país de poco más de 51 millones de habitantes y 100 mil km2 haya adquirido una dimensión cultural mundial. Probablemente a ello contribuya que las distintas olas culturales asiáticas se retroalimenten entre sí. Pero la dimensión blanda transciende la cuestión de las exportaciones culturales, y en estas cuestiones el tamaño es relevante, planteándose difícil la pugna con China, que ha protagonizado el relevo de liderazgo regional en todas las dimensiones relativas a la proyección exterior en los últimos años.