Oriente Medio (2005-2006): transformación y continuismo en una región convulsa

Oriente Medio (2005-2006): transformación y continuismo en una región convulsa
Documento de trabajo

Índice

Introducción
Israel y Palestina: relevo generacional y seísmos políticos
– Tras Arafat y Sharon, ¿qué nuevos interlocutores?
– Retirada de Gaza vs. ampliación de los asentamientos y del muro de contención
– Seísmos políticos: Kadima y Hamás
– Incertidumbre política
Siria: dilemas de un régimen acosado
– ¿Cambio de régimen o nuevo statu quo?
– Las reformas que no llegan
– El asesinato de Hariri: detonante para el cambio
– Presiones internacionales
Líbano: revolución interna y recomposición regional
– En el fervor de la Revolución de los Cedros
– Elecciones del 2005, ¿el fin de la primavera libanesa?
– Líbano: tablero de enfrentamientos nacionales, regionales e internacionales
Egipto: ¿reformas o democracia neutralizada?
– Presiones y agitación social
– Medidas de reforma y leyes que las neutralizan
– La alternativa política
Arabia Saudí en 2006: retos y amenazas a la estabilidad
– Nuevo monarca y continuidad del sistema
– Problemas socioeconómicos
– Amenaza yihadí
– Papel regional
Irán: el ala dura tensa la cuerda
– Nuevo liderazgo en Teherán
– Irán echa un pulso
– Escenarios futuros
Política europea en el Mediterráneo tras diez años de Asociación Euromediterránea
– Nueva coyuntura y nuevos retos
– Política Europea de Vecindad
¿Hacia una primavera árabe?

Introducción[1]

El año 2005 estuvo marcado por numerosos sobresaltos políticos en Oriente Medio. El estado de ánimo en la región desde el comienzo de 2006 se caracteriza por una creciente incertidumbre y preocupación. Las tensiones regionales, en lugar de disiparse, han aumentado debido al cúmulo de presiones que llegan desde dentro y fuera de sus fronteras. Se han abierto nuevos focos de tensión, y los ya existentes continúan o se han agravado. Los elementos para una mayor inestabilidad regional en el futuro inmediato están presentes, y lo seguirán estando mientras no se desactiven. A la intervención extranjera y la ocupación militar de los Territorios Palestinos y de Iraq hay que sumar el creciente descontento social con unos sistemas políticos autoritarios y marcados por la corrupción, unas condiciones socioeconómicas que no satisfacen las expectativas de las poblaciones árabes y la amenaza del radicalismo yihadí. Frente a eso, algunos países han realizado intentos de reforma, aunque en su mayor parte han sido reformas embrionarias y fragmentadas que tienen un carácter más formal que renovador del sistema. El terrorismo ha continuado golpeando la región, al tiempo que los Estados poco o nada han hecho para mejorar el respeto de los derechos y libertades de sus poblaciones. Según el diagnóstico del tercer Informe sobre Desarrollo Humano Árabe, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2005, “el déficit agudo de libertad y buen gobierno en el mundo árabe es el principal obstáculo al renacimiento árabe”.[2] A juzgar por lo anterior, los motivos para el optimismo no abundan en el corto plazo.

Iraq sigue siendo el gran polvorín de Oriente Medio, cuyo riesgo de explosión parecería haberse reducido tras la aprobación de la Constitución y la celebración de elecciones legislativas en 2005. Sin embargo, Estados Unidos aún está lejos de apagar la mecha que provocó su invasión del país árabe en 2003. Algunos partidarios de la guerra pensaron que Iraq se convertiría en un ejemplo de la democracia que acabaría por extenderse por todo el mundo árabe-islámico. El tiempo juzgará, aunque por el momento eso parece más el fruto de un deseo que de una realidad. A día de hoy, Iraq es un ejemplo del peligro que entraña diseñar un sistema político alentado desde el exterior sobre la base de líneas divisorias étnico-sectarias. Habrá que esperar a que se produzca la retirada progresiva de las tropas estadounidenses para poder medir la profundidad de los cambios internos y regionales que ha causado esta aventura de cambio de régimen.[3]

Oriente Medio fue testigo en 2005 de un acontecimiento trascendental en su historia moderna: el asesinato en Beirut del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri. Sus consecuencias han supuesto un terremoto político cuyas ondas de choque se han extendido por toda la región. Siria se vio forzada a retirar sus tropas de Líbano de forma precipitada y humillante, y lo que antes eran unas relaciones privilegiadas entre ambos países se han convertido en una fuente de crisis profunda y desconfianza mutua. La investigación internacional de dicho asesinato llevó al Consejo de Seguridad a aprobar distintas resoluciones, empezando por la 1595, seguida por la 1636 y por fin la 1644, cuyo efecto ha sido aumentar la presión internacional sobre el régimen de Damasco. La investigación del asesinato de Hariri implica a altos cargos de la seguridad siria en coordinación con ex responsables del servicio de seguridad libanés, a pesar de lo cual la ola de asesinatos políticos dentro de Líbano no se detuvo. Las declaraciones del ex vicepresidente sirio en las que acusaba a Bashar al-Asad de dar la orden para cometer dicho crimen han complicado aún más la posición de Siria. Mientras tanto, el equilibrio interno en Líbano se ha hecho más frágil. De producirse nuevos atentados contra figuras emblemáticas de la vida libanesa, se podrían reavivar los conflictos entre los diversos grupos político-confesionales, así como la ingerencia exterior en los asuntos libaneses. Si el régimen sirio se ve terminalmente acosado, no se puede descartar que trate de ensañarse con el vecino Líbano, azuzando el enfrentamiento fratricida.

En 2005 el aislamiento de Siria se hizo más visible que nunca. Diferentes decisiones políticas del régimen de Damasco han terminado poniéndolo en una situación difícil dentro y fuera del país, e incluso han merecido la desaprobación de algunos antiguos aliados. La situación comprometida en que se ha metido el presidente sirio está hoy más cerca de apearlo del poder, a él y al desacreditado régimen del Baaz, según aumentan las presiones internas (alianza de distintas fuerzas opositoras) y laterales (la pérdida de la baza libanesa y las acusaciones de apoyar a la insurgencia en Iraq). Los enfrentamientos, inusuales en el pasado, entre grupos armados y las fuerzas de seguridad en ciudades como Damasco, Alepo, Idleb y otras zonas del país han dejado decenas de muertos en 2005 y podrían ir en aumento en el futuro. La principal alianza internacional que conserva Siria es la República Islámica de Irán, país éste que está sometido a presiones internacionales por sus aspiraciones nucleares.

En Irán, la llegada al poder del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad en junio de 2005 se produjo en un momento en que el régimen de los ayatolás se sentía fortalecido en todos los frentes y aspiraba a jugar un papel de potencia regional. La ocupación estadounidense de Iraq ha aumentado el poder de los chiíes y la capacidad de influencia de Irán en los asuntos internos de Iraq, su archirival cuando gobernaba Sadam Husein. La reanudación del programa nuclear iraní –cuyos fines son pacíficos, según el discurso oficial– es motivo de preocupación para la comunidad internacional. Los dirigentes iraníes ya han amenazado con aumentar la inestabilidad en toda la región en caso de ser atacadas sus instalaciones nucleares, lo que dispararía el precio del petróleo, ya de por sí bastante elevado a lo largo de 2005 y lo que va de 2006. Los dilemas a los que se enfrenta la comunidad internacional ante el caso iraní son serios y requieren actuar con firmeza, coordinación y grandes dosis de mesura.

En Arabia Saudí, la entronización del rey Abdalá tras la muerte del rey Fahd en agosto de 2005 se produjo sin sobresaltos. El hecho de que el nuevo monarca tenga 82 años no garantiza la continuidad del sistema tal como está estructurado en la actualidad a largo plazo. Las amenazas a la estabilidad del reino, primer productor mundial de petróleo, son numerosas y están causadas principalmente por la estricta ideología salafí radical. Las elecciones municipales celebradas en el reino en 2005 fueron un hecho novedoso, aunque lejos queda de suponer un cambio importante en la estructura de poder dominada por los Al Saud. Por otra parte, Egipto fue testigo de dos procesos electorales a lo largo de ese mismo año. El primero, en septiembre, las primeras elecciones presidenciales con más de un candidato de la historia moderna de Egipto. Como no podía ser de otra forma, el vencedor fue el presidente Hosni Mubarak. El segundo, las elecciones legislativas de noviembre, permitió a los Hermanos Musulmanes quintuplicar su presencia en el Parlamente egipcio (ahora tienen el 20% de los escaños), a pesar de no ser un partido legal y de la fuerte campaña de represión llevada a cabo por las autoridades del país contra sus candidatos y seguidores. En ambos casos, la participación fue muy baja. De la capacidad de normalización de los islamistas moderados en Egipto depende en buena medida lo que ocurra con este tipo de formaciones en el resto del mundo árabe.

En Israel y Palestina, dos acontecimientos transcendentales marcarán el futuro del conflicto y, en gran medida, del conjunto de la región: por un lado, la creación en Israel del partido Kadima y la posterior desaparición política de Ariel Sharon por motivos de salud. Por otro lado, la arrolladora victoria del Movimiento de la Resistencia Islámica (Hamás) en las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006. La inesperada desaparición de Sharon ha sumido a la sociedad israelí en un estado de desconcierto. Tras haber llevado a cabo su plan de desconexión de Gaza, y a las puertas de unas elecciones legislativas en las que su recién creado partido, el Kadima, se presentaba como vencedor, Sharon dejó huérfano a un proyecto hecho a su imagen y semejanza. Diversos países han mostrado su negativa a tratar con Hamás mientras no renuncie al uso de la violencia y no reconozca al Estado de Israel. La paralización de las negociaciones con el nuevo Gobierno israelí surgido a raíz de las elecciones de marzo pasado podría conllevar un coste elevado para los sectores pragmáticos palestinos, que verían su autoridad minada frente a los discursos radicales que se aprovechan de la euforia generada por el triunfo de Hamás.

Israel y Palestina: relevo generacional y seísmos políticos

El conflicto palestino-israelí es un elemento central de toda iniciativa de paz en Oriente Medio. La desaparición de la escena política de los dos líderes más carismáticos, Yasir Arafat y Ariel Sharon, ha trasladado las prioridades del tablero internacional hacia la recomposición del panorama político interno, aparcando el proceso de paz. Dos seísmos políticos marcaron el conflicto palestino-israelí durante 2005 y principios de 2006, abriendo numerosas incertidumbres: por un lado, la escisión del Likud y la creación del nuevo partido, el Kadima (Adelante), y por otro, la aplastante victoria del Movimiento de la Resistencia Islámica (Hamás) en las elecciones legislativas palestinas. A pesar de la retirada unilateral de las tropas israelíes de Gaza y del intento de recuperar la Hoja de Ruta, la construcción del muro de contención y de asentamientos en Cisjordania continúa al tiempo que no cesan los enfrentamientos armados. Las divisiones internas, la difícil solución de los temas más espinosos y las incertidumbres abiertas tras la repentina desaparición política de Sharon y el inesperado triunfo arrollador de Hamás, no permiten augurar una solución a corto plazo, sino más bien el retorno al lenguaje de las armas como forma de comunicación en Tierra Santa.

Tras Arafat y Sharon, ¿qué nuevos interlocutores?

La desaparición de ambos personajes, pertenecientes a la generación de la creación del Estado de Israel y de la nakba (catástrofe) del pueblo palestino, ha abierto un difícil período de relevo político. La sucesión política y la división interna han desestabilizado tanto el campo político palestino tras la muerte de Arafat en noviembre de 2004, como el israelí antes de la desaparición política de Sharon. La era post-Sharon está marcada por la desaparición de la figura que ha encarnado la retirada israelí de la franja de Gaza y la escisión del Likud. Igualmente, ha dejado como herencia para la política israelí un proyecto sin guía y a un partido político, el Kadima, debilitado. Las consecuencias de la muerte de Yasir Arafat fueron antagónicas, al crear cierta esperanza en la reanudación de las negociaciones y desencadenar divisiones entre los diferentes sectores políticos palestinos. Una vez resuelto el obstáculo que Israel planteaba sobre la falta de interlocutor tras el recambio político que llevó a Mahmud Abbas (Abu Mazen) a la presidencia, el Cuarteto (Estados Unidos, la UE, Rusia y la ONU) intentó reavivar la primera fase de la Hoja de Ruta.

Tras la victoria de Hamás en las legislativas palestinas celebradas el 25 de enero de 2006 en presencia de observadores internacionales, el argumento de la falta de interlocutor palestino válido vuelve a cobrar protagonismo. Los resultados de las elecciones palestinas han dado lugar a dos situaciones paradójicas. Por un lado, la victoria de Hamás le sitúa en una posición contradictoria al estar simultáneamente presente en el Gobierno palestino y en las listas de organizaciones terroristas del Departamento de Estado estadounidense (desde 2001) y de la UE (desde 2003). Por otro lado, la comunidad internacional, que impulsa las iniciativas de democratización en la región, se plantea renunciar al diálogo con un partido elegido democráticamente.

Tanto la UE y Estados Unidos como el nuevo primer ministro israelí, Ehud Olmert, se oponen al diálogo con Hamás si antes no abandona las armas y reconoce al Estado de Israel. La retirada de ciertas ayudas económicas a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) está privando a los funcionarios palestinos de los recursos necesarios para su supervivencia (500 millones de euros que aportó la UE en 2005 y 150 millones de dólares que la Administración estadounidense tenía previstos entregar en 2006) y ha desencadenado enfrentamientos internos entre los funcionarios y miembros de la ANP.

Retirada de Gaza vs. ampliación de los asentamientos y del muro de contención

En abril de 2004 Sharon presentó el plan de retirada unilateral que fue aprobado por el Parlamento israelí, la Knesset, culminando con la evacuación de Gaza y de cuatro enclaves del norte de Cisjordania, tras 38 años de ocupación, y la creación de la primera frontera internacional de la ANP. Sharon demostró su determinación de proseguir con el plan de retirada, que contaba con el apoyo de entre el 60-70% de los israelíes, a pesar de que ello supusiera su salida del Likud. Desde la segunda Intifada, Israel habría destinado más de 1.000 millones de euros anualmente para mantener a 10.000 soldados en los Territorios Palestinos. La evacuación ha afectado al 3,5% del total de los colonos en dichos Territorios, que ocupaban el 1% de la franja de Gaza. Tanto la unilateralidad del plan, como la creación de una zona de seguridad en el norte de Gaza permiten a Israel establecer las reglas del juego. Igualmente, la ausencia de coordinación ante la retirada fortaleció la posición de Hamás e impidió un eficaz relevo de las fuerzas de seguridad palestinas.

Según numerosos analistas, Sharon habría cedido en Gaza para asegurarse posteriormente la anexión de las colonias más importantes de Cisjordania. Según el diario británico The Guardian, la UE estaría retrasando la publicación de un informe elaborado por diplomáticos europeos y remitido por el Consulado británico en Jerusalén. En este informe se señala la voluntad por parte de Israel de anexionar la totalidad de Jerusalén mediante la expansión de las colonias, contraviniendo los acuerdos internacionales. De esta forma, la demografía se convierte en un arma en la que los colonos servirían para contrarrestar la alta tasa de natalidad palestina. Por otro lado, continúa la construcción del muro de contención, parte de cuyo trazado transgrede las fronteras de 1967, absorbiendo junto con las colonias 9,5% del territorio palestino.

Seísmos políticos: Kadima y Hamás

Ariel Sharon protagonizó un seísmo político al anunciar en noviembre de 2005 su retirada del Likud y la creación del partido Kadima, desencadenando una sangría política al atraer a este partido tanto a laboristas como a miembros del Likud y del partido laico Shinui. Tras el súbito infarto cerebral que apartó a Sharon de la vida política, Ehud Olmert ocupó el cargo de primer ministro interino para, más tarde, convertirse en el nuevo primer ministro tras las elecciones israelíes del 28 de marzo. Olmert dejó tras de sí varios perdedores: Saúl Mofaz y Simón Peres, antiguos contrincantes de Benjamín Netanyahu (Likud) y Amir Peretz (partido laborista), respectivamente, no han sabido imponerse en el nuevo partido, pero han recuperado en el Kadima cierta posición de poder que perdieron en sus propios partidos.

En el campo palestino, la muerte de Arafat, figura de consenso entre los diferentes grupos palestinos, ha llevado a la escisión interna de Fatah entre sus antiguos fieles (los tunecinos) y la nueva guardia liderada por Marwan Barguti. Las prioridades de Hamás se han visto modificadas, trasponiendo su lucha contra Israel hacia una batalla política contra Fatah. Con la obtención de 76 de los 132 escaños del Consejo Legislativo palestino frente a los 43 obtenidos por Fatah, Hamás tiene vía libre para impulsar un nuevo Gobierno. Consciente de la reprobación israelí e internacional, sus líderes se posicionaron en un primer momento a favor de un Gobierno de unidad nacional, aunque finalmente eso no fue posible debido a los fuertes enfrentamientos entre Hamás y Fatah.

Este aplastante triunfo supone un nuevo escollo de naturaleza radicalmente diferente en el contencioso palestino-israelí. Los palestinos han expresado un voto de castigo hacia los diez años de gobierno de Fatah, y en particular frente a la vieja guardia, así como a los años de corrupción e ineficacia de sus políticas sociales. Hamás ha visto crecer su popularidad gracias a su omnipresencia en la esfera social, a su discurso firme que le posiciona como única alternativa política sólida y al protagonismo que se le otorga como artífice de la retirada de las tropas israelíes de Gaza. Asimismo, estos resultados no se pueden disociar del legado que ha dejado Ariel Sharon (políticas de mano dura, retiradas unilaterales, construcción del muro y cierre de posibilidades de diálogo).

Con mayoría absoluta en el Parlamento, Hamás es consciente de que deberá delegar los puestos clave en la negociación con Israel a aquellos interlocutores que sean aceptados por la comunidad internacional. Ante la decepción expresada por los seguidores de Fatah y las grietas abiertas en su seno, el partido se enfrenta a un difícil momento de reconversión política. Por otro lado, el sector pragmático de Hamás deberá lidiar con los líderes más radicales del movimiento y frenar la inercia de la resistencia armada. La contradicción en las directrices que emanan de los líderes de Hamás puede suponer un importante freno para una mayor coherencia política y el cese de la violencia.

Incertidumbre política

La incertidumbre y los sobresaltos han marcado las relaciones israelo-palestinas en los últimos meses. La validez del nuevo Gobierno palestino como interlocutor a nivel internacional dependerá de los pasos que dé Hamás en dos temas cruciales: el abandono sin paliativos de la violencia, con el consiguiente desarme de sus milicias o su integración en un ejército palestino, así como el reconocimiento del Estado de Israel. Asuntos como el derecho al retorno de los refugiados, la liberación de los presos políticos, el fin de la ocupación y Jerusalén Este como capital siguen presentes en el programa electoral de Hamás. Por parte Israelí, el programa del Kadima también contempla Jerusalén como capital del Estado judío. El triunfo de Hamás no ha supuesto la radicalización del electorado israelí, aunque la ausencia de una opción política dominante ha hecho que la nueva Knesset haya quedado fragmentada. El secuestro, a finales de junio, por parte de grupos armados palestinos de un militar israelí con la intención de canjearlo por presos palestinos en manos de Israel, así como los duros ataques israelíes de represalia contra las infraestructuras de Gaza, en la llamada Operación Lluvia de Verano, hacen prácticamente imposible el éxito de cualquier iniciativa mediadora en el futuro inmediato. Mientras tanto, la comunidad internacional observa cómo se esfuma por enésima vez una oportunidad de paz.

Siria: dilemas de un régimen acosado

Siria es uno de los países de Oriente Medio que ha sufrido los cambios más drásticos durante el último año y medio. Su poder se ha visto afectado tanto en el frente interno como a nivel regional e internacional. Tras el asesinato de Rafiq Hariri, la humillante retirada de las tropas sirias de Líbano tras 30 años de permanencia corre el riesgo de privar al Gobierno de Bashar al-Asad de su mejor arma de presión regional y ha logrado que actores tanto regionales (Arabia Saudí, Egipto) como internacionales (Francia, Estados Unidos y la ONU) se sumen a las presiones. La pérdida de poder en Líbano priva a Siria igualmente de un pulmón económico que proporciona un mercado laboral para unos 500 000 trabajadores sirios, una fachada marítima mas amplia y un amplio mercado financiero. Finalmente, los cambios acaecidos en Siria aparecen más bien como una medida reactiva de repliegue del Estado con el objetivo de consolidar un poder fuerte que permita maniobrar al Gobierno de forma más sólida y coherente.

¿Cambio de régimen o nuevo statu quo?

Bashar heredó un régimen forjado durante 30 años del que intenta dejar de ser el heredero cautivo. Su padre, Hafez al-Asad, instauró las reglas del juego político de suma cero entre los diferentes centros de poder que configuran el modelo de autoritarismo plural sirio: el partido Baaz, el Ejército, los servicios de seguridad y la elite político-económica. Ambas opciones: mantener el sistema establecido por Hafez o realizar cambios abruptos, implican arriesgar la supervivencia del régimen. Bashar debe encontrar la justa medida entre reforma y control. El riesgo de un posible resurgir del radicalismo islámico como consecuencia de una apertura política es uno de los argumentos que el régimen, como otros Gobiernos árabes, utiliza para retrasar los cambios.

El presidente sirio ha logrado renovar a la mitad de los altos cargos del Mando Regional apartando a las personalidades más representativas de la vieja guardia y posicionando en su lugar a personas de confianza, de la nueva elite y de su familia. Su hermano, Maher al-Asad, dirige la Guardia Republicana.La familia está igualmente presente en la esfera económica. Tras el asesinato de Hariri, el jefe de los servicios de información militar, Hassan Khalil, fue jubilado y sustituido por el cuñado de Bashar, el general Asef Chawkat. Estos cambios ponen de manifiesto el temor de Bashar ante una posible tentativa de golpe de palacio. Al consolidar su poder y librarse de la oposición interna, tan sólo dependerá de la voluntad de Bashar el acelerar u obstruir las reformas.

Las reformas que no llegan

Ninguna medida drástica fue tomada durante el décimo Congreso del Baaz, celebrado entre el 6 y el 9 de junio de 2005, cuyo objetivo declarado era promover la reforma interna. Las expectativas se tornaron una vez más en escepticismo. El debate más importante lo protagonizó la posible modificación del artículo 8 de la Constitución según el cual “el Baaz es el partido dirigente de la sociedad y del Estado”, y que podría dar lugar a una nueva ley de partidos. Igualmente, se discutió la limitación de la aplicación del estado de excepción, en vigor desde 1963, a aquellas cuestiones relacionadas con la “seguridad estatal”. Sin embargo, no se ha discutido la anulación de la ley 49 que estipula la pena de muerte para todo miembro de los Hermanos Musulmanes. Ante la cerrazón de la esfera política, las reformas se hacen más urgentes en el ámbito económico. Las industrias estratégicas siguen bajo el monopolio estatal. La combinación de la arraigada corrupción junto con la miríada de leyes, regulaciones y enredosa burocracia constituyen un eficaz freno para cualquier potencial inversor privado. La economía siria debería obtener una tasa de crecimiento anual del 7% (fue del 2,4% en 2004) para paliar la alta tasa de paro (cercana al 20%) y absorber la media de 300.000 trabajadores que se incorporan cada año al mercado laboral. El Gobierno se ve en un callejón sin salida entre la necesidad de crear puestos de trabajo y atraer la inversión privada necesaria para que el país sea aceptado en las instancias internacionales y dar respuesta al descontento social.

El asesinato de Hariri: detonante para el cambio

El asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri junto a otras 22 personas el 14 de febrero de 2005 fue el detonante que aceleró una serie de cambios, y en concreto la vertiginosa retirada de las tropas sirias de Líbano. Ya sea obra consensuada del Gobierno o a sus espaldas, este acontecimiento ha marcado un revés para el régimen sirio. Las presiones no se hicieron esperar embarcando en un mismo grupo tanto a aliados regionales como internacionales. La retirada de cerca de los 15.000 soldados sirios se realizó en un clima hostil y marcado por las continuas manifestaciones tanto en Líbano como en Siria en contra y a favor de la misma. No obstante, es difícil creer que se hayan retirado efectivamente los miles de miembros de los servicios secretos (mujabarat) sirios establecidos durante tres décadas en Líbano. Las primeras conclusiones de la investigación internacional llevada a cabo por el fiscal alemán Detlev Mehlis inculparon a “altos cargos de la seguridad siria en coordinación con ex responsables del servicio de seguridad libanés” y señalaron concretamente al hermano y al cuñado de Bashar. El suicidio del antiguo jefe de los servicios militares de información sirios en Líbano, Ghazi Kanaan, y la serie de asesinatos de periodistas y políticos críticos con el Gobierno sirio han agravado aún más la situación.

Las declaraciones del antiguo vicepresidente sirio, Abdel Halim Jaddam, han ido subiendo de tono hasta llegar a acusar a Bashar de dar la orden de asesinar a Hariri. Jaddam hizo declaraciones en este sentido ante la comisión de investigación de la ONU en París, donde reside desde que dimitió de sus funciones en junio de 2005. A pesar de negar que sus declaraciones estén motivadas por ambiciones políticas en un futuro Gobierno sirio, Jaddam ha declarado que “este régimen no puede ser reformado. La única opción es derribarlo”. En el revuelo, el ex vicepresidente ha propiciado la entrada en escena en el debate del futuro de Siria del hermano de Hafez, Rifaat, que fue expulsado del país tras intentar hacerse con el poder. Estas declaraciones podrían llevar a otros altos cargos a abandonar el barco antes de que llegue la tormenta, poniendo en un serio compromiso al régimen sirio frente a la comunidad internacional en general, y frente a las represalias de Washington en particular.

Presiones internacionales

Mientras que la segunda guerra del Golfo consagró a Siria en su papel de actor regional y le acercó en los primeros meses a la Administración estadounidense, las consecuencias de la invasión de Iraq han tenido el efecto contrario. Entre Washington y Damasco las relaciones se convirtieron progresivamente, y con la presión israelí como telón de fondo, en un diálogo de sordos. Las exigencias de Washington fueron formuladas en mayo de 2003 por el secretario de Estado, Colin Powell. Bajo presiones norteamericanas, se introdujo en 2004 una cláusula sobre armas de destrucción masiva en el acuerdo de asociación con la Unión Europea. Las concesiones hechas por el régimen sirio (la relativa contención de los grupos armados y su expulsión de Damasco) y la cooperación de sus servicios de información no fueron suficientes pruebas para Estados Unidos, ni Siria se sintió recompensada.

El influyente núcleo neoconservador en el seno de la Administración Bush optó por aumentar las presiones económicas votando en diciembre de 2003 la Syria Accountability and Lebanon Sovereignty Act (SALSA). A la presión económica se suma la presión política ante la inevitable comparación entre el destino del régimen baazista iraquí y el futuro del régimen baazista de Bashar. Sin embargo, el recambio político se ve obstaculizado en Siria por la ausencia de una alternativa sólida y creíble, a pesar de que, por primera vez, la oposición ha aprovechado la coyuntura y se ha mostrado unida en la “Declaración de Damasco”. Bajo la presión internacional, algunos actores internos podrían aprovechar la situación, confirmando los temores de Bashar, y empujar al régimen sirio bien a la reforma o bien a su recambio. No obstante, parece que la clave para reducir las presiones externas y propiciar un acercamiento con Washington está en Tel Aviv.

Líbano: revolución interna y recomposición regional

El asesinato del antiguo primer ministro libanés, Rafiq Hariri, en febrero de 2005 detonó el polvorín libanés en lo que se dio en llamar la Revolución de los Cedros. No obstante, si en un primer momento la primavera libanesa parecía manifestarse de forma multiconfesional y apuntaba a una reforma política, los resultados de las posteriores elecciones legislativas truncaron numerosas esperanzas y contribuyeron a reconfigurar el panorama político libanés y las expectativas regionales. Aferrada al cumplimiento de la resolución 1559 de la ONU, la comunidad internacional mantiene las presiones en pro del desarme de la milicia chií Hezbolá. Los nuevos actores políticos internos se reposicionan en alianzas heterogéneas y muestran cierto recelo ante las injerencias externas. La experiencia de la guerra civil (1975-1990) y la consiguiente ocupación siria han permitido a Líbano aprender la lección y por el momento existe un consenso sobre la necesidad de resolver los temas espinosos internamente. Sin embargo, también existe un temor creciente de que, una vez más, y en el marco de la actual tensión en Oriente Medio, Líbano se convierta en el escenario de luchas ajenas.

En el fervor de la “Revolución de los Cedros”

El 5 de marzo de 2005 Bashar al-Asad anunció la retirada de las tropas sirias de Líbano, terminando así con la pax siriana y 30 años de ocupación. El anuncio de la retirada fue seguido por manifestaciones de masas en Beirut por parte de los partidarios y de los opositores cuyo paroxismo se alcanzó el 8 y 14 de marzo. La primera reunió al frente partidista en la plaza Riad al-Sulh, y la segunda a la oposición en la plaza de los Mártires. Si la primera manifestación, liderada por Hezbolá, fue un claro agradecimiento hacia Damasco, no tan claro es que fuera un llamamiento a su permanencia en Líbano. Por su lado, el Movimiento del Futuro, con el hijo de Rafiq Hariri, Saad, a la cabeza, marchó junto con cristianos, maronitas y suníes felicitándose de la retirada siria y llamando al esclarecimiento del asesinato de Hariri.

Varios actores se han visto propulsados al primer plano político a raíz de esos acontecimientos. Saad Hariri se ha aliado con el líder druso del Partido Socialista Progresista, Walid Yumblat. El general maronita Michel Aoun ha sido otro de los protagonistas al regresar de su exilio en París y liderar el Movimiento Patriótico Libre. Aoun simbolizó la resistencia frente a la ocupación siria, por la que pagó con su expulsión del país y el abandono de la jefatura del Ejército en 1990, que pasó a manos del actual presidente, Emile Lahoud. Por último, el secretario general de Hezbolá, Hasan Nasrallah, anunció su entrada en el juego político rompiendo con la tradicional postura de no participación. Ante estos cambios, la euforia inicial despertó grandes expectativas, tanto entre la población libanesa que vio el germen de una reforma política y electoral que llevaría a un Gobierno desconfesionalizado más representativo y participativo, como entre la comunidad internacional.

Elecciones de 2005, ¿el fin de la primavera libanesa?

La extensión del mandato de Emile Lahoud en 2004, bajo presión siria, culminó con el asesinato de Rafiq Hariri y desencadenó la revolución del panorama político para las elecciones legislativas de mayo-junio de 2005. Ante la urgencia de las elecciones, no se logró zanjar uno de los principales obstáculos para un Gobierno representativo: la ley electoral. Elaborada en 2000 bajo tutela siria, la actual ley electoral está basada en el reparto demográfico de la década de 1930, por lo que resulta poco representativa del electorado. Las diferentes confesiones de los 3,7 millones de libaneses –en total existen 17 grupos religiosos diferentes– dificultan el equilibrio político, y las importantes poblaciones venidas de fuera, como la palestina (estimada en 250.000 personas) y la siria (cerca de 500.000), aumentan su fragilidad.

Frente a las manifestaciones multiconfesionales de marzo, las elecciones estuvieron precedidas por alianzas oportunistas y heterogéneas, y concluyeron con el voto sectario. El resultado de las elecciones ha sorprendido por la poca fuerza de la coalición de la oposición que obtuvo 72 de los 128 escaños del Parlamento, y la importante presencia del partido de Aoun con 15 escaños. La coalición pro-siria obtuvo 35 escaños. Fuad Siniora pasó a ocupar el cargo de primer ministro, mientras que el debilitado Lahoud continúo como presidente ante la ausencia tanto de un sustituto fuerte como del consenso de las dos terceras partes del Parlamento. La parálisis política interna está marcada tanto por la incompatibilidad del tándem Lahoud-Siniora, como por las incertidumbres abiertas por la comisión de investigación de la ONU y el posterior enjuiciamiento, cuya fórmula está aún por determinar.

Líbano: tablero de enfrentamientos nacionales, regionales e internacionales

Los cambios internos ocurridos en Líbano han modificado su papel tanto en el tablero regional como en el internacional y han aumentado la desconfianza entre los actores políticos. El total cumplimiento de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad, que estipula la retirada de las tropas sirias pero también el desarme de las milicias, y en concreto de Hezbolá, ha abierto brechas internas. Igualmente, la posible implicación de Bashar al-Asad en el asesinato de Hariri, sumado a la inestabilidad regional tras la invasión de Iraq, ha reavivado el interés regional por influir en el Gobierno libanés. Por último, y con la coyuntura de Oriente Medio de fondo, las potencias internacionales intentan posicionarse.

A nivel interno, parece prevalecer el consenso sobre dos puntos delicados. Por un lado, a pesar de aceptar el trabajo de la comisión de investigación, no se pretende conceder mayores poderes a la comunidad internacional que sirvan para presionar a Siria, y por otro, se considera el posible desarme de Hezbolá como un asunto interno. Los ataques perpetrados por Hezbolá contra el Ejército israelí en los últimos meses han hecho que las presiones para su desarme aumenten. Sin embargo, a nivel interno Hezbolá ha sido considerado como defensor de la unidad nacional y su prestigio ha aumentado tras la retirada israelí del sur de Líbano en mayo de 2000. Sus reivindicaciones siguen centrándose en el territorio de las granjas de Chebaa, cuya soberanía reclama Líbano. Las retiradas israelí y siria afectan de forma distinta a Hezbolá, que, en los últimos meses, se ha posicionado más como defensor de la población chií que del conjunto de la población libanesa. No obstante, ante el temor de un posible enfrentamiento de una coalición liderada por Estados Unidos contra Siria, el desarme de Hezbolá aparece para algunos libaneses como una concesión frente a Israel. Tras una larga trayectoria de resistencia contra Israel, Hezbolá ha logrado formar parte del Gobierno libanés. Su posible desarme y normalización política puede sentar un precedente para aquellos grupos que, mediante la resistencia armada, opten a una victoria política. En el caso de Hezbolá se da la circunstancia de que es un grupo clave en la lucha contra Israel, y que cuenta con el apoyo de Siria e Irán, países catalogados por Estados Unidos dentro del eje del mal.

A nivel regional, se establecen dos campos. Por un lado, tanto Egipto como Arabia Saudí estrechan sus relaciones con Líbano con el objetivo de contrarrestar la presencia chií representada por Irán, Siria y el nuevo Gobierno iraquí. Por su parte, tanto Siria como Irán podrían utilizar a Hezbolá como instrumento para sembrar el caos en Líbano y distraer la atención internacional hacia los Territorios Palestinos en un momento de creciente presión contra sus regímenes.

En el frente internacional, la presión se desvía hacia el desmantelamiento de las milicias de Hezbolá. En virtud de la resolución 1636 (punto I-4) se incrementan las presiones sobre la vinculación y apoyo a grupos terroristas por parte de Siria. No obstante, no se explicitan las posibles sanciones. Si la invasión de Iraq sembró la discordia entre Francia y Estados Unidos, el caso de Líbano ha tenido el efecto inverso. Mientras París tendría interés en proteger su influencia en Líbano así como sus intereses económicos, Washington persiste en la lucha contra el terrorismo y su particular batalla contra Siria con la intención declarada de convertir Líbano en un modelo democrático para la región.

Egipto: ¿reformas o democracia neutralizada?

El panorama político egipcio se vio alterado en 2005 por varios acontecimientos de diversa índole. La serie de atentados que ha sufrido Egipto han aumentado el temor por un posible auge del radicalismo islámico. Las presiones internacionales encabezadas por Estados Unidos se suman a la proliferación de las protestas internas. Tras 24 años en el poder, Hosni Mubarak anunció la revisión del artículo 76 de la Constitución. La modificación de este artículo permite que candidatos independientes se presenten a las elecciones. Sin embargo, para poder hacerlo, los candidatos deben obtener el apoyo de 250 miembros de los cuerpos representativos: 65 de los 454 miembros del Parlamento, 25 de los 264 escaños del Consejo Consultivo, así como de 14 de las 26 provincias. A pesar de que esta medida va más allá de las establecidas en 1976 por Sadat, quien abrió el campo político a un multipartidismo de conveniencia, el paquete de reformas que la han acompañado neutraliza sus efectos al dificultar las condiciones para la elección de candidatos. No obstante, una vez abierta la caja de Pandora y ante el éxito relativo de los Hermanos Musulmanes en las elecciones legislativas de noviembre de 2005, puede que la nueva candidatura de Mubarak se convierta en un período de transición hacia un multipartidismo real. Todo dependerá de la inteligencia y solidez con que actúe la oposición política, más allá de los movimientos de protesta social, y si logran consolidar los partidos mediante programas políticos concretos y el afianzamiento de su base social.

Presiones y agitación social

Los atentados de octubre de 2004 conmocionaron al país, afectando al sector turístico y aumentando paradójicamente la cooperación entre Israel y Egipto. Estados Unidos ha demostrado su capacidad de presión sobre el régimen, pero no parece estar dispuesto a forzar la maquinaria egipcia más allá de sus límites. Egipto ha logrado imponerse como negociador indispensable en los diversos conflictos regionales y anfitrión de numerosos acuerdos y cumbres árabes, por lo que sigue siendo un importante aliado en la zona.

Los pocos movimientos de protesta que se hacían públicos se centraban tradicionalmente en cuestiones de carácter internacional. La evolución que se ha producido dentro del propio movimiento contestatario ha sido la metamorfosis de los eslóganes que han perdido paulatinamente su carácter internacional para mutar en reclamos de orden interno. Aunque liderado inicialmente por la alianza de naseristas y comunistas, el Movimiento Egipcio para el Cambio, más conocido como Kifaya (Basta), logró reunir a los partidosal-Wafd y al-Ghad y a miembros de los Hermanos Musulmanes –a pesar del cauto distanciamiento que mantiene su guía Mohamed Mehdi Akef– en las manifestaciones de protesta a favor de unas reivindicaciones comunes. A pesar de que las reivindicaciones son de corte político (anulación del estado de excepción en vigor desde 1981, libertad de prensa, separación de poderes, liberación de los presos políticos, etc.), el descontento social se alimenta sustancialmente de los problemas socioeconómicos. El movimiento se opone igualmente a un quinto mandato de Mubarak así como a que su hijo, Gamal, sea su sucesor. La represión de las manifestaciones y los arrestos de miembros de la oposición contradicen las medidas de apertura anunciada por el régimen. Sin embargo, este movimiento de protesta ha permitido que se cree un clima de discusión y crítica política dentro de la sociedad.

Medidas de reforma y leyes que las neutralizan

Las nuevas medidas anunciadas podrían implicar una serie de reformas reales en las próximas elecciones presidenciales de 2011. La euforia inicial no ha logrado por el momento que se consolide un frente unido capaz de establecer un programa político sólido y de competir con el Partido Nacional Democrático (PND) en el poder. Las leyes que han venido a concretar la revisión del artículo 76 de la Constitución dificultan los requisitos de elegibilidad de los candidatos, quienes deben obtener el apoyo del 5% del Parlamento (controlado por miembros del PND). Asimismo, el período de la campaña electoral ha sido reducido a 21 días y la realización de las elecciones presidenciales a un día, impidiendo así un eficaz control judicial. Las elecciones presidenciales de septiembre de 2005 se libraron frente a otros nueve candidatos y se caracterizaron por un índice de participación de tan sólo el 23%. La victoria de Mubarak con el 88,5% de los votos se vio empañada por las denuncias de fraude electoral por parte de ONG y jueces independientes, así como por la ausencia de observadores internacionales. Sin embargo, por primera vez desde 1981, Mubarak ha tenido que salir a ganarse el voto del electorado.

La alternativa política

Debido a la exclusión de los partidos independientes del campo político, el ámbito de las organizaciones sociales ha sido el catalizador de las protestas. A la falta de libertad política se suma la continua devaluación de la libra egipcia, junto con la escasez de viviendas, la ineficacia del sistema educativo, la elevada tasa de paro y el auge de la pobreza en el país árabe más poblado, con cerca de 77 millones de habitantes (la cuarta parte de la población árabe). Por el momento, los Hermanos Musulmanes han demostrado ser la alternativa más sólida. Tolerados pero ilegales, la base social de este movimiento variaría entre los 30.000 y los dos millones. La islamización de la sociedad, que en cierto modo asocia al movimiento islamista con la necesaria transparencia capaz de frenar la corrupción actual, se hace cada vez más palpable. En ello ha jugado un importante papel la amplia red de mezquitas y centros asociados capaces de llegar a todo el país y llenar, en parte, el vacío social que deja el Estado. Los amplios recursos económicos de que disponen dejan entrever que el apoyo no se restringe a la base popular, sino que se extiende a las clases pudientes. Los Hermanos Musulmanes han sabido capitalizar su apoyo social en el campo político obteniendo en las elecciones legislativas de noviembre de 2005 una presencia histórica en el Parlamento con 88 escaños frente a los 17 que obtuvieron en el año 2000.

Debido a su edad (77 años) y a su estado de salud, puede que Mubarak aproveche este mandato, tal vez el último, para mejorar las condiciones económicas y ganar cierta legitimidad que le permita afianzar a su hijo en la lucha por la sucesión. Un escenario positivo lo constituiría la consolidación de una coalición política laica que ofrezca una alternativa política frente a los Hermanos Musulmanes y rompa así el nuevo bipolarismo político. Ante las perspectivas de reforma, el peor escenario sería la fragmentación de los partidos políticos, lo que favorecería a los intereses del PND en el poder. El avance hacia un sistema democrático dependerá de la actitud del Gobierno hacia los Hermanos Musulmanes, que deberá optar entre su legalización o su exclusión mediante una mayor represión. Asimismo, una vez asentados en el Parlamento, los Hermanos Musulmanes pueden optar por seguir su estrategia de moderación y apertura política, pero podrían tender hacia una islamización de la esfera social, ya que el componente religioso es lo que diferencia a este grupo de los partidos laicos.

Arabia Saudí en 2006: retos y amenazas a la estabilidad

Hasta hace pocos años, Arabia Saudí estaba considerado como uno de los países más estables del mundo. La combinación del control policial, un régimen ultraconservador, la bonanza económica y la alianza estratégica con Estados Unidos garantizaban la estabilidad del reino y su continuidad como primer productor mundial de petróleo. Sin embargo, a día de hoy existen cuatro dinámicas simultáneas que amenazan con romper esa estabilidad: (1) a nivel interno, existen serios problemas socioeconómicos ligados a la presión demográfica y al desempleo entre la población nativa; (2) la amenaza yihadí se cierne sobre el reino saudí, como demuestran los atentados y los frecuentes enfrentamientos armados por todo el país; (3) a nivel regional, la nueva configuración de fuerzas tras la invasión de Iraq ha fortalecido el papel de Irán –archirival de Arabia Saudí– en el Golfo Pérsico, así como el de la comunidad chií de Iraq; y (4) a nivel internacional, las relaciones entre Arabia Saudí y Estados Unidos están deterioradas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, en los que 15 de los 19 autores eran saudíes.

Nuevo monarca y continuidad del sistema

El hecho más relevante de 2005 a nivel interno fue la muerte en agosto por enfermedad del rey Fahd a los 84 años. La llegada al trono de su hermanastro Abdalá –quien gobernó el país de facto durante la última década– se produjo sin sobresaltos. Sin embargo, la continuidad del sistema en su forma actual no está garantizada a largo plazo debido, entre otros factores, a la avanzada edad del nuevo monarca (82 años). A pesar de ser una figura carismática y de haber promovido medidas liberalizadoras a escala limitada, el rey Abdalá es visto como un monarca de transición. No parece que otros príncipes le vayan a disputar el trono –los tres más influyentes tienen más de 70 años–, aunque sí existe entre ellos una pugna más o menos encubierta para posicionarse de cara a la próxima sucesión. Llegado ese momento, existe el riesgo de que se rompan los equilibrios entre las distintas facciones de la familia real que ahora le permiten ejercer su dominio absoluto a partir de un consenso interno. La generación de los nietos del fundador de la dinastía, Abdelaziz Al Saud, jugará un papel decisivo en esa transición, y la diversidad de posiciones dentro del régimen será más visible.

El rey Abdalá se enfrenta a la necesidad de introducir reformas de gran calado, sobre todo en el sistema de reparto de poder, aunque antes tendrá que enfrentarse al ala dura de la familia real que no dudará en utilizar la amenaza yihadí para frenar las medidas que le puedan restar cuotas de poder. Hasta ahora las reformas se han limitado a temas de seguridad, con la creación de un renovado Consejo de Seguridad Nacional, en el que están presentes las principales figuras de la familia real. Las presiones internas y externas obligaron a celebrar elecciones municipales a nivel nacional entre febrero y abril de 2005. Éstas podrían considerarse un hito histórico y una muestra del gradualismo en la reforma política que seguirá el país. Sin embargo, las mujeres fueron excluidas como candidatas y votantes, el índice de participación fue bajo y las competencias transferidas a los consejos locales muy limitadas. Los principales vencedores fueron los islamistas conservadores. Queda por ver cómo se articulan estos cambios con la necesidad de predicar una visión menos radical y rigorista del islam en el reino saudí.

Problemas socioeconómicos

Arabia Saudí cuenta con unas reservas comprobadas de más de 264.000 millones de barriles de petróleo (la cuarta parte de las reservas mundiales), y una producción diaria de más de 9 millones de barriles de crudo. Con el precio del barril de petróleo rondando los 65 dólares, Arabia Saudí ha generado unas enormes rentas de los hidrocarburos (150 mil millones de dólares en 2005, un 30% más que el año anterior), y ha terminado el ejercicio de 2005 con un superávit de 57 mil millones de dólares. Sin embargo, según algunos cálculos, el 30% de la población activa saudí menor de 30 años está desempleada. A eso hay que sumar que cerca del 50% de la población tiene menos de 18 años.

Se espera que la reciente incorporación de Arabia Saudí a la Organización Mundial de Comercio (OMC), tras 12 años de negociaciones, contribuya a liberalizar los mercados del reino y fomentar las inversiones extranjeras. Los problemas más acuciantes a los que se enfrenta la economía saudí siguen siendo la creación de empleo, sobre todo entre los jóvenes, y la diversificación de sus sectores productivos. Asimismo, existe una excesiva dependencia de la mano de obra extranjera, que es menos costosa y más cualificada y flexible que la local, y representa cerca del 90% del sector privado. Todo esto está generando un creciente grado de malestar social, que es aprovechado por los predicadores salafíes, quienes denuncian la corrupción de la familia real y luchan por imponer su verdad al mundo por la fuerza.

Amenaza yihadí

Arabia Saudí es, sin duda, uno de los terrenos más fértiles para la propagación de la ideología salafí radical. La fuerza política de esta ideología no ha dejado de crecer en los últimos años. Sus seguidores acusan al régimen de Al Saud de traicionar a la umma (nación islámica) y al islam por su apoyo a Estados Unidos en la llamada “guerra contra el terrorismo”. La eliminación por parte de la policía saudí de media docena de líderes militares de al-Qaeda en la Península Arábiga durante los últimos dos años ha hecho que sus integrantes se encuentren a la defensiva. Por ello, éstos se sienten presionados para demostrar que siguen siendo una fuerza militar a la que hay que tener en cuenta. Es posible que se produzca un período de calma relativa durante el cual la rama saudí de al-Qaeda trate de recuperarse de los últimos golpes recibidos mediante la introducción de cambios en su estructura, liderazgo y métodos. No obstante, es de prever que el fenómeno yihadí sigua presente en la cuna del islam durante largo tiempo, e incluso alcance niveles más elevados de notoriedad.

El movimiento yihadí saudí puede verse fortalecido con el retorno desde Iraq de combatientes experimentados y curtidos en el campo de batalla, como ya ocurriera en el caso de los “afganos árabes” durante la década de 1990 tras luchar contra el Ejército soviético. El uso de Internet está facilitando la comunicación entre elementos radicalizados, y se cree que entre los funcionarios del Estado y cuerpos de seguridad saudíes existen numerosos simpatizantes de al-Qaeda y su estrategia global. A esto contribuye que los sentimientos antiestadounidenses son ampliamente compartidos por la población. El precio que tendría que pagar el Gobierno saudí si decide llevar a cabo una ofensiva en todos los frentes contra el salafismo yihadí sería muy elevado. Incluso podría minar seriamente los apoyos que recibe el régimen desde las estructuras tribales, religiosas y empresariales del país. La amenaza que ahora representan los salafíes radicales a la estabilidad del régimen es el resultado de las políticas educativas y sociales ultraconservadoras del propio régimen. Será cuestión de tiempo saber si éste es capaz de reformarse y sobrevivir a sus propias contradicciones.

Papel regional

Las autoridades saudíes desconfían de los proyectos regionales de Irán y les preocupa que Teherán adquiera una influencia desproporcionada en el Iraq post-Sadam. Esto llevó al ministro de Exteriores saudí, Saud al-Faisal, a declarar en septiembre de 2005 que la política de Estados Unidos en Iraq estaba exacerbando las divisiones sectarias hasta el punto de estar “entregando todo el país a Irán”. Cualquier posible desestabilización regional podría extenderse a la población chií que habita las regiones orientales de Arabia Saudí y algunos países árabes del Golfo, aumentando de ese modo la capacidad de injerencia de Irán en sus asuntos internos. Las aspiraciones nucleares iraníes y el hecho de que su principal planta nuclear esté más cerca de varias capitales árabes que de Teherán no tranquiliza a los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), tal como expresaron en la cumbre del mes de diciembre de 2005. Esto enlaza con las declaraciones del rey Abdalá II de Jordania a comienzos de ese año en las que alertaba sobre la formación de un “creciente chií” en Oriente Medio, que se extendería desde Teherán hasta Beirut.

Los saudíes ven inevitable que en el nuevo sistema político que surja en Iraq haya elementos afines al régimen de Teherán, pero quieren evitar a toda costa que se convierta en un instrumento a disposición de los cálculos geopolíticos de Irán en la zona. Para conseguirlo, los saudíes necesitarán la ayuda directa de Estados Unidos. En la actualidad, Arabia Saudí suministra el 15% de las importaciones de crudo estadounidenses, aunque Washington trata de rebajar esa dependencia. La ausencia del presidente George W. Bush de los funerales por el rey Fahd, así como la amenaza de Washington de imponer sanciones al reino saudí con la excusa de que sus autoridades no garantizan la libertad religiosa, son dos pruebas más de que la alianza americano-saudí está seriamente dañada desde la llegada de los neoconservadores al poder en Washington y los posteriores atentados del 11-S.

Irán: el ala dura tensa la cuerda

Las elecciones presidenciales de junio de 2005 alzaron al poder al candidato ultraconservador Mahmud Ahmadineyad. Por primera vez desde la muerte del ayatolá Jomeini, los principales poderes dentro de la República Islámica están dominados por el ala más dura del régimen, heredera de los fundamentos de la Revolución de 1979. Dicha tendencia domina el Consejo de Vigilancia, el poder judicial y el Parlamento, y a ella se adscriben tanto el Guía Supremo como el nuevo presidente del Gobierno. Puesto que la campaña de Ahmadineyad se centró en la pobreza, la justicia social, la distribución de la riqueza y el mantenimiento de los subsidios, los motivos de su victoria son en buena medida el mejor diagnóstico del estado en que se encuentran la sociedad y la economía iraníes. En el frente internacional, Irán sigue manteniendo una relación difícil con el exterior, y concretamente con Estados Unidos. Su papel regional ha salido reforzado tras la invasión estadounidense de Iraq, y sus declaradas ambiciones nucleares son un motivo de preocupación para la comunidad internacional. La inacción podría llevar a que Irán adquiriera capacidad nuclear disuasoria, aunque también ofensiva, mientras que un ataque contra sus instalaciones nucleares produciría gran inestabilidad regional. El dilema es serio y es de esperar que 2006 sea testigo de importantes acontecimientos en un sentido u otro.

Nuevo liderazgo en Teherán

Mahmud Ahmadineyad es un político de 49 años con una limitada experiencia en la gestión pública (fue alcalde de Teherán durante poco tiempo), y representa a los sectores ultraconservadores más jóvenes y militaristas que quedaron marcados por la guerra entre Irán e Iraq en la década de 1980. Desde su llegada al poder, Ahmadineyad se ha dedicado a ensalzar el espíritu nacionalista iraní, presentándose como un líder austero y “amigo del pueblo”, que no forma parte de la elite política y clerical. Al mismo tiempo, ha aplicado políticas restrictivas en el plano social y de las libertades públicas. Sus declaraciones incendiarias, entre ellas el llamamiento a borrar Israel del mapa, colocan a Irán en rumbo de colisión con la superpotencia estadounidense, al mismo tiempo que le restan posibles simpatizantes y defensores. Con estos posicionamientos extremistas, Ahmadineyad pretende ganarse el apoyo popular en la batalla interna que libra contra reformistas, tecnócratas y algunos sectores del establishment clerical. La desilusión de la sociedad ante el fracaso de los “reformistas”, liderados por el anterior presidente, Muhammad Jatamí, a la hora de mejorar las condiciones de vida de la población juega a favor del actual presidente, al igual que las amenazas que recibe Irán desde el exterior como resultado de su decisión de reanudar su programa nuclear.

Irán echa un pulso

La cúpula dirigente iraní se siente en una posición de fuerza, tanto en el frente interno como en el regional. De ahí su decisión de reanudar las investigaciones de su programa para adquirir tecnología nuclear “con fines pacíficos”, según el discurso oficial. Por una parte, los líderes iraníes se sienten amenazados, tanto por Estados Unidos –Washington no oculta su deseo de cambiar el régimen de los ayatolás– así como por Israel, al que consideran una potencia nuclear enemiga demasiado cercana geográficamente. Por otra parte, la comunidad internacional tiene motivos para desconfiar de las intenciones reales de Teherán, y las declaraciones de Ahmadineyad no son precisamente motivo de tranquilidad. Los dirigentes iraníes basan sus cálculos estratégicos sobre la percepción de que el aumento de la influencia iraní en Iraq y en el conjunto de la región los convierte en un elemento imprescindible en cualquier ecuación regional, tal como demuestran las peticiones de colaboración que han recibido desde Washington a fin de pacificar Iraq y favorecer el proceso político. Para ello es necesario, entre otras cosas, neutralizar las milicias chiíes que mantienen buenas relaciones con Teherán. A pesar de que la ocupación estadounidense de Iraq les ha favorecido indirectamente, los ayatolás sólo contribuirán a la retirada de Estados Unidos una vez que ellos hayan afianzado su influencia en la escena iraquí. No obstante, antes querrán asegurarse de que las fuerzas de ocupación paguen un alto precio, de forma que Estados Unidos no se lance a una nueva aventura de cambio de régimen en la región, por si el siguiente objetivo fueran ellos.

Escenarios futuros

Aún se desconoce la respuesta que dará Irán a la propuesta de negociación hecha por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania, y transmitida por Javier Solana en junio de 2006 a las autoridades iraníes. Es de prever que, de no lograrse un acuerdo global antes de final de año, el dossier nuclear iraní sea presentado ante el Consejo de Seguridad bajo la amenaza de imponer sanciones. La división entre los miembros permanentes con derecho de veto podría hacerse visible de nuevo. La falta de entusiasmo por aumentar la presión sobre Teherán podría proceder de Rusia, que suministra tecnología nuclear a Irán y busca una mayor presencia en Oriente Medio, y, en cierta medida, de China, que tiene grandes intereses económicos en el país persa y quiere garantizar el suministro de crudo para cubrir sus necesidades crecientes (Irán es el cuarto productor de petróleo del mundo, con más de 4,2 millones de barriles diarios). Asimismo, la imposición de sanciones internacionales tendrá efectos no deseados sobre los países que mantienen relaciones comerciales y económicas con Irán, incluidos algunos europeos. Las autoridades de Teherán saben que sólo les harían daño sanciones sobre el sector energético, pero también que la economía mundial no se lo puede permitir. De hecho, mantener en estos momentos cierto grado de tensión controlada en la región del Golfo Pérsico interesa a algunos países productores de crudo, que ven aumentar sus ingresos debido a los altos precios.

Otro escenario sería un ataque liderado –o consentido– por Estados Unidos contra las instalaciones nucleares iraníes, que están diseminadas por todo el país. Ésta sería una decisión enormemente arriesgada, cuya respuesta ya han previsto las autoridades iraníes. La República Islámica sabe que podría aumentar la inestabilidad en todo Oriente Medio, ya de por sí elevada. Se podrían abrir nuevos focos de tensión o agravar los ya existentes en Iraq, Líbano, Siria y Arabia Saudí, entre otros, además de ver perturbada la salida de petróleo a través del estrecho de Ormuz, por el que pasa el 25% del consumo mundial diario. Cualquier ataque estadounidense o israelí contra las instalaciones nucleares iraníes reforzaría a los sectores más beligerantes y radicales del régimen. No hay que olvidar que existe una práctica unanimidad a nivel social en Irán sobre su derecho a poseer armas nucleares, al igual que otros países vecinos como Israel, Pakistán o India. A eso se podría sumar la simpatía que mostrarían sectores de las sociedades árabes, que verían un eventual ataque como un capítulo más del enfrentamiento entre el islam y Occidente. Las diferencias entre suníes y chiíes se verían difuminadas, y la sensación de humillación colectiva sería aún mayor si Israel interviene en semejante operación militar.

La lección que parecen extraer en Teherán de la aventura estadounidense en Iraq es que la invasión tuvo lugar porque Saddam Husein no logró hacerse con armas de destrucción masiva como elemento de disuasión. Por otra parte, plegarse a las presiones internacionales en materia nuclear sin una compensación sustanciosa enviaría una señal a Washington de que dichas presiones dan resultado, lo que llevaría a mayores exigencias en otros temas, y sería visto dentro de Irán como una humillación de los sectores ultraconservadores en el poder. Sin embargo, el régimen iraní podría errar en sus cálculos si sigue tensando la cuerda con más declaraciones extremistas y maniobras de provocación. Esto podría hacerle perder aliados y defensores, alejándolo de la posición de fuerza en la que se siente.

Política europea en el Mediterráneo tras diez años de Asociación Euromediterránea

La región mediterránea tiene una importancia estratégica para Europa debido principalmente a cuatro factores: las relaciones comerciales, la dependencia energética, las cuestiones políticas y de seguridad y la inmigración. En noviembre de 1995, la UE y doce países del sur del Mediterráneo pusieron en marcha la Asociación Euromediterránea (AEM o Proceso de Barcelona), que incluía un amplio abanico de cuestiones de índole económica, social, cultural, política y de seguridad. El texto fundacional de la Asociación, la Declaración de Barcelona, establecía que el objetivo final era crear una “zona de paz, estabilidad y seguridad” euromediterránea. Diez años después de su lanzamiento, existe una sensación generalizada de decepción ante la incapacidad de la AEM de ayudar a los Gobiernos del sur a promover su desarrollo y su transición hacia la democracia, así como de dotar a las sociedades civiles de los apoyos y medios necesarios para impulsar las reformas desde dentro. Algunas de las críticas más extendidas son que el Proceso de Barcelona está excesivamente centrado en los aspectos de seguridad, que la participación de los socios del sur es escasa y que padece un importante déficit social y una excesiva burocratización. El principal logro que se otorga a la AEM es el de haber generado un proceso de socialización mediante la creación de una red de contactos institucionales y personales. Asimismo, ha logrado reunir en un mismo foro de discusión a Israel y a sus vecinos árabes inmediatos.[4]

Las esperanzas de que la Cumbre del décimo aniversario, celebrada en Barcelona bajo la Presidencia británica de la UE a finales de noviembre de 2005, lograra relanzar el proceso no se vieron del todo satisfechas. El clima poco propicio creado por el omnipresente conflicto palestino-israelí se unió al hecho de que los debates se centraron en asuntos espinosos como la inmigración, el terrorismo internacional y la liberalización del comercio, incluido el sector agrícola. Estos condicionantes, sumados a la ausencia de casi todos los jefes de Estado y de Gobierno árabes, limitaron la fuerza del impulso que se le quería dar al Proceso de Barcelona. En el lado positivo, los 35 Estados socios resaltaron los beneficios mutuos de la inmigración legal y aprobaron un Código de Conducta Antiterrorista. La presencia de numerosos líderes europeos escenificó la importancia creciente que la UE otorga a este instrumento de política exterior.

Nueva coyuntura y nuevos retos

La AEM se puso en marcha en un momento de optimismo sobre el futuro del sur del Mediterráneo. Sin embargo, el estancamiento del proceso de paz en Oriente Medio y el aumento de las tensiones regionales, sumados a la inercia interna de una UE en plena expansión, acabaron sumergiendo a la AEM en un período de serias dificultades. El desarrollo humano de los países del sur del Mediterráneo sigue enfrentándose a importantes desafíos, y las desigualdades económicas entre ambas orillas no han hecho más que aumentar durante la última década. La coyuntura interna de la propia UE también ha afectado la evolución de la AEM. Por un lado, la ampliación de la UE hacia el Este en 2004 ha traído cambios tanto demográficos como geopolíticos. Por otro lado, el rechazo francés y holandés al Tratado Constitucional ha sumido a la construcción europea en una crisis, al tiempo que se han producido recortes en el presupuesto de la UE para 2007-2013, período de vital importancia para el futuro del Proceso de Barcelona. Los atentados yihadíes ocurridos en territorio europeo han acentuado la necesidad de combatir la inmigración ilegal y el terrorismo internacional.

Ante el nuevo escenario internacional, Estados Unidos y Europa se han posicionado a favor de unos objetivos comunes en Oriente Medio: reducir la inestabilidad en esta región que tiene el potencial de desestabilizar el conjunto del sistema internacional, así como acelerar las reformas políticas en pro de una mayor democratización de sus regímenes. La apuesta de la UE por el cambio a largo plazo la ha llevado a ser extremadamente cauta en sus iniciativas y a priorizar la estabilidad frente al cambio rápido. La reticencia a emplear la condicionalidad negativa como instrumento de presión política, junto con el bajo nivel de incentivos, ha impedido que la UE logre mayores avances y se contente con acuerdos de mínimos. A pesar de reconocer la insuficiencia de los fondos MEDA (de los cuales se han desembolsado el 45% en el período 1995-2003), el lento camino hacia la democracia y la dificultad de crear un área de libre comercio para el año 2010, los miembros de la UE coinciden en señalar la validez y vigencia de la AEM. Frente a esto, Estados Unidos ha declarado que su apoyo a las reformas en el mundo árabe implica el abandono de la máxima de garantizar la estabilidad a cualquier precio, incluido el apoyo a regímenes autoritarios, por la búsqueda de una alternativa política democrática, aunque ésta implique tratar con partidos islamistas moderados. Está por ver que Estados Unidos esté dispuesto a ser consecuente y llevar a la práctica esta visión.

Más de la mitad de la población de los países del sur del Mediterráneo tiene menos de 25 años, y se estima que para el período de 2000-2010 el número de personas en edad de trabajar aumentará anualmente en 4,2 millones. Si este dato es alarmante por la incapacidad de estos países de crear suficientes puestos de trabajo, tanto o más preocupante parece el hecho de que no exista un recambio político capaz de hacer frente a los importantes retos y ser representativo de las nuevas realidades sociales y del necesario recambio generacional. Las reformas realizadas en Oriente Medio y el Norte de África aparecen como cesiones en los ámbitos que entrañan menos riesgos para los regímenes árabes y que despiertan especial interés en los países occidentales (cuestiones de género, educación, desarrollo sostenible, inclusión de las minorías, etc.), pero que de ningún modo permiten la creación de nuevos centros de poder que tengan la capacidad y la voluntad de competir con dichos regímenes.

Política Europea de Vecindad

Algunos países europeos, y en concreto Francia, España e Italia han mostrado un interés especial en implicar más a la UE con los países del sur e incorporarlos a la Política Europea de Vecindad (PEV). Esta política fue concebida inicialmente como una iniciativa orientada hacia los Estados de la nueva periferia oriental de la UE, y se basa en la idea de promover una cooperación más estrecha y reforzada con aquellos Estados que estén dispuestos a adoptar una serie de reformas clave. Sin embargo, el hecho de que la UE haya extendido la PEV, que difiere en fondo y forma de la AEM, a sus vecinos del sur y este del Mediterráneo implica un reconocimiento de que los mecanismos establecidos para obtener el fin último de crear una zona de paz y estabilidad no eran los más apropiados o suficientes. La PEV cambia la naturaleza de las relaciones regionales al abandonar la esfera multilateral en pro de unas negociaciones bilaterales de planes de acción a la carta, con el fin de generar una “dinámica competitiva” entre los países que deseen atraer un volumen superior de recursos europeos. Según ha propuesto la Comisión Europea, a partir del año 2007, el abanico de presupuestos asignados a los nuevos vecinos será fusionado en un único Instrumento Europeo de Vecindad y Asociación. Como resultado de todo esto, existe un alto grado de incertidumbre en torno a la relevancia de la PEV y la forma en que se complementará –o suplantará– al Proceso de Barcelona.

¿Hacia una primavera árabe?

Oriente Medio se encuentra ante una encrucijada. Las necesidades urgentes de reforma se topan constantemente con las trabas que ponen los sectores inmovilistas que temen perder sus privilegios y sus formas de vida. El mundo árabe en su conjunto vive bajo los efectos de una prolongada sequía de libertad y buen gobierno. Los regímenes autoritarios, desacreditados en gran medida ante sus ciudadanos, recurren a discursos religiosos, nacionalistas o puramente tribales para buscar la legitimidad. También utilizan los aparatos de seguridad y los sistemas judiciales de dudosa independencia para acallar a los opositores. La corrupción consentida se emplea para cooptar a algunos, y castigar o premiar a otros. Mientras tanto, los niveles de desarrollo de las sociedades árabes están por debajo de sus potenciales humanos y económicos.

Algunos regímenes de Oriente Medio utilizan como excusa para no democratizarse la posible llegada de los islamistas al poder. De este modo se presentan como un mal menor. Sin duda, algunos discursos hechos en nombre del islam son incompatibles con la práctica democrática. No obstante, el movimiento islamista es amplio y muy variado, y entre sus seguidores los hay que actúan con pragmatismo. Turquía es un buen ejemplo de ello, pero también hay otros en el mundo árabe y el mundo musulmán no árabe. Con esos grupos moderados, que cuentan con amplias bases sociales, deberían dialogar los Gobiernos democráticos –algunos ya lo hacen– sobre bases claramente definidas que garanticen el respeto a la dignidad de las personas.

Dialogar no implica necesariamente pensar lo mismo, pero sirve para ampliar la lista de interlocutores y generar dinámicas de confianza. También puede contribuir a que los islamistas moderados y los reformistas liberales árabes acuerden principios comunes sobre el funcionamiento político de sus países. Esto es imprescindible si se quiere que la democracia llegue al mundo árabe. Hace no muchas décadas, algunos intelectuales anglosajones opinaban que las sociedades católicas eran incapaces de democratizarse, alegando una supuesta incompatibilidad de valores, así como la resistencia de la Iglesia Católica a los cambios. La experiencia española, junto con otras, son la mejor demostración del fallo de este tipo de explicaciones esencialistas y deterministas. ¿No estará ocurriendo algo parecido en algunas sociedades islámicas? Basta con comprobar las preferencias de esas sociedades por los sistemas democráticos y el buen gobierno que refleja la Encuesta Mundial de Valores. En los últimos tiempos se están produciendo llamamientos generalizados a favor de las reformas en el mundo árabe. Aún es prematuro hablar de una primavera árabe, pero puede que algunos acontecimientos recientes indiquen que el largo invierno esté llegando a su fin.

Haizam Amirah Fernández,
Investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe, Real Instituto Elcano

Natalia Sancha,
Responsable del área de Magreb y Oriente Medio de Cives Mundi


[1] El presente texto es una versión actualizada del capítulo publicado en el Panorama Estratégico 2005/2006, realizado conjuntamente por el Instituto Español de Estudios Estratégicos y el Real Instituto Elcano. Está disponible en: www.realinstitutoelcano.org/publicaciones/libros/Panorama_2005-2006.pdf

[2] Informe sobre Desarrollo Humano Árabe 2004. Hacia la libertad en el mundo árabe. PNUD, Nueva York, 2005, p. 4. La traducción en castellano del resumen ejecutivo está disponible en: www.realinstitutoelcano.org/especiales/ArabHuman2004/DesarrolloHumanoArabe2004_PNUD.pdf

[3] Véase el capítulo dedicado a Iraq en el Panorama Estratégico 2005/2006.

[4] Para más información véase Haizam Amirah Fernández y Richard Youngs, La Asociación Euromediterránea una década después, Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos y Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), Madrid, noviembre de 2005, 187 páginas. Disponible en: www.realinstitutoelcano.org/publicaciones/libros/Barcelona10_esp.pdf

Haizam Amirah, profesor asociado del Instituto Empresa (IE). Fue investigador principal del Real Instituto Elcano

Escrito por Haizam Amirah Fernández

Haizam Amirah Fernández  es profesor asociado del Instituto Empresa (IE). Fue investigador principal del Real Instituto Elcano hasta mayo de 2024. Ha enseñado en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y en las universidades de Georgetown, Saint Louis, San Pablo-CEU y Barcelona. Ha trabajado en la Organización de las Naciones Unidas (Nueva York) y en Human […]

Natalia Sancha

Escrito por Natalia Sancha