Mujer terrorista suicida, manipulación extrema

Mujer terrorista suicida, manipulación extrema
Documento de trabajo

“Nuestras mujeres son un tremendo ejemplo de generosidad en la causa de Alá. Ellas motivan y animan a sus hijos, hermanos y esposos a luchar por la causa de Alá en Afganistán, Bosnia-Herzegovina, Chechenia y en otros países… Nuestras mujeres instigan a sus hermanos para que luchen por la causa de Alá… Nuestras mujeres animan a la Yihad diciendo: prepárate como un combatiente, el asunto es más grande que las palabras”.
Osama bin Laden
Declaración de guerra contra la ocupación norteamericana

INTRODUCCIÓN

El imparable incremento de los atentados suicidas cometidos por mujeres, muy especialmente en Irak, lleva a plantearse cuáles pueden ser las motivaciones que las impulsan a semejante barbarie y en qué procesos de manipulación pueden verse involucradas para llegar a tales extremos. De partida, las razones hay que buscarlas en dos vertientes distintas. Por un lado, el marcado interés de los grupos terroristas en su empleo; por otro, las cuestiones puramente personales.

Para las organizaciones que emplean el terror como uno de los procedimientos para satisfacer los fines que persiguen, la mujer suicida tiene importantes beneficios tácticos. De entrada, consiguen unos efectos mediáticos, a nivel internacional, muy superiores a si el hecho estuviera ejecutado por un hombre. Con esto logran uno de sus principales objetivos estratégicos, cual es que los ojos del mundo se vuelvan hacia su causa. Asimismo, el grupo logra que las mujeres accedan a lugares normalmente limitados o vedados a los hombres, tanto por sufrir –en general– controles de seguridad menos exhaustivos que los hombres, como por su mayor facilidad para camuflarse en el medio, bien sea en un mercado, en un hospital o simplemente en la calle.

No debería olvidarse que las tareas que son habituales a las mujeres en las sociedades menos evolucionadas –como sirvientas, personal de limpieza, camareras, etc.– hace que tengan acceso a ciertos lugares totalmente prohibidos para sus compañeros masculinos. Además, en muchos casos sus ropajes tradicionales, amplios y que cubren todo el cuerpo, facilitan ocultar gran cantidad de explosivos, al tiempo que les posibilitan fingir estar embarazadas, para aún hacer los controles más superficiales. Otra gran ventaja que ofrece la mujer es que puede reemplazar a los hombres cuando su presencia escasea, bien sea por la eficacia de las fuerzas de seguridad, por estar más perseguidos y controlados o simplemente por haber muerto en enfrentamientos con el adversario.

En cuanto a las motivaciones personales, muchas veces desencadenantes de la caída en las redes de las organizaciones terroristas, éstas acostumbran a estar relacionadas con la sed de venganza, fruto de la muerte o arresto de un miembro masculino de la familia más cercana (padre, esposo, hermano o hijo) ante las fuerzas adversarias. De lo que no cabe duda es que esta participación activa de las mujeres en atentados suicidas ha sido un salto evolutivo muy importante en el tradicional papel de la mujer en la mayoría de las organizaciones terroristas.[1] Si bien su papel siempre fue clave para la supervivencia de todos los grupos extremistas, ahora ha pasado de ser una eficaz colaboradora en labores de apoyo y logísticas, y la verdadera responsable de transmitir los valores a los hijos, a convertirse en la protagonista directa de la lucha.

Lamentablemente, la previsión es que este tipo de acciones sigan siendo portada de periódicos y noticiarios con mayor frecuencia de la deseable. A las netas ventajas que el grupo terrorista obtiene con su empleo, hay que añadir que lo que sobran en las zonas más conflictivas del mundo son mujeres que han perdido a seres queridos en confrontaciones fratricidas y contra fuerzas internacionales, por lo que estímulos no parece que vayan a faltar. Como dato se puede apuntar que, en la actualidad, se estima que dentro de los grupos terroristas que emplean a mujeres, un 15% de ellas son o están en capacidad de ser suicidas (O’Rourke, 2008).

Por todo ello, y con la finalidad de poner coto a semejante dislate, se hace imprescindible conocer en detalle todo lo que acontece a estas desgraciadas mujeres. Desde sus motivaciones de todo orden hasta el proceso de manipulación sufrido para transformarse en suicidas, pasando por las medidas preventivas y defensivas ante esta avalancha de salvajismo, en el que la mujer también es una víctima más del ambiente de violencia en que se ve envuelta.

DEFINICIONES

Suicidarse

Según el Diccionario de la lengua de la Real Academia Española, suicidarse es quitarse voluntariamente la vida. Pero quizá esta definición sea insuficiente para el fin de este trabajo. Hay que tener muy presente que la finalidad de una ataque terrorista suicida no es perder la vida, sino causar el mayor daño posible, tanto material como en vidas humanas. Para ello se recurre a un procedimiento extremo, al cual se considera como el más rentable o eficaz, incluso quizá el único viable, para alcanzar dicho fin. Así, la muerte del autor en el atentado es tan sólo una consecuencia intencionada, prevista y no evitada del acto en sí mismo. Pero lo normal es que quitarse la vida no sea la primera prioridad del terrorista, aún cuando, de modo más o menos consciente, haya decidido por diversos motivos poner fin a su existencia.

Suicida

Por lo que respecta a la palabra suicida, el mismo diccionario ya citado aporta que es aquella persona que se suicida. Acepción que tampoco es especialmente útil, por los motivos ya aducidos. Sin embargo, existe una segunda definición de suicida que resulta de mayor validez para este estudio. Así, se cita que suicida es aquel acto o conducta que puede dañar al propio agente.

Acto suicida

Siguiendo con el Diccionario de la Lengua Española, acto suicida se puede definir como aquella acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza. Lo que se ajusta a la perfección al interés del estudio, pues, como ya se ha citado anteriormente, no se debe ver el suicidio como un fin, sino tan sólo como un medio para alcanzar beneficios muy superiores a los que podrían generar otras acciones más “convencionales”.

Sin duda, en cada momento histórico el acto suicida ha tenido significaciones diferentes. Por ejemplo, apunta Nitobe (2006, p. 113) que para los guerreros japoneses de la Edad Media el suicido era un proceso mediante el cual podía expiar sus crímenes, pedir perdón por sus errores, escapar de la deshonra, redimir a sus amigos o demostrar su sinceridad.

También es interesante señalar que, según las teorías de Rojas-Marcos (1995, p. 152), el cristianismo, quizá sin proponérselo, al enseñar que la vida en la Tierra es un amargo preludio a otra vida de eterna felicidad, ofreció un inconfundible incentivo para el suicidio indirecto, camuflado de martirio o de estoicismo. Ante este suicidio, que también se podría adjetivar como pasivo, los actuales actos de suicidio a los que se ven empujadas las mujeres musulmanas, se definirían como directos o activos, pues son buscados con una finalidad concreta y no como consecuencia de una situación inesperada y no deseada, como puede ser el martirio de una cristiana antes de perder su virginidad o de apostatar. En este sentido, el mismo Rojas-Marcos (1995, p. 152) apunta que “el Antiguo Testamento describe seis suicidios, casi todos para evadir la captura a manos del enemigo, redimir el deshonor o buscar el autosacrificio altruista”.

El precitado psicólogo (1995, p. 160) nos aporta también que “tradicionalmente se ha asociado el suicidio con el homicidio. Desde el autosacrificio bíblico de Sansón para terminar con los filisteos a los terroristas modernos que se autoinmolan en sus atentados, pasando por los más de dos mil pilotos suicidas japoneses que en la segunda guerra mundial se estrellaron contra el enemigo… nos recuerdan la conexión entre estos dos actos fatídicos de destrucción”.

Asimismo, cualquier estudio sobre el acto suicida quedaría incompleto si no se hiciera referencia a uno de los más afamados estudiosos del tema, cual fue Durkheim. En 1897 escribió Suicide, referencia de todos los análisis psicológicos posteriores. Entre sus muchas conclusiones, deducía que entre los católicos había menos suicidios que entre los protestantes debido al mayor control social existente entre los primeros. También estableció la conocida división de los suicidios en cuatro tipos distintos: los egoístas, los altruistas, los asociales (anomic, en inglés) y los fatalistas. Brevemente, los suicidas egoístas serían los que se quitan la vida por su propio interés individual. En cambio, los suicidas altruistas son propios de sociedades en las que las necesidades individuales son menos importantes que las colectivas. Según Rojas-Marcos (1995, p. 154), este tipo de suicidio “se da entre individuos excesivamente identificados con el grupo, que se autosacrifican por el bien de los demás”.Curiosamente, Durkheim llegaba a la conclusión de que era precisamente en este tipo de sociedades altruistas donde menos suicidios se producían, con una sola excepción: cuando le surgía la necesidad a esa sociedad de que sus integrantes se suicidaran por el beneficio del grupo. En cuanto a los suicidas asociales (anomic), estos actúan en virtud de su egoísmo natural, poniendo sus intereses y necesidades en primer lugar, especialmente cuando las sociedades en las que viven carecen de un marco de comportamiento social aceptable. Finalmente, los suicidios fatalistas tienen lugar cuando las sociedades son muy opresoras, lo que provoca que haya quien prefiera morir a tener que vivir en esas condiciones extremas.

Obviamente, en el caso de las mujeres terroristas suicidas se puede decir, con poco margen para el error, que en la inmensa mayoría de los casos se trata de un claro ejemplo de suicidio altruista, mediante el que se persigue un evidente beneficio para la sociedad a la que pertenece la suicida. Sin embargo, y a pesar de lo dicho, siempre cabe la posibilidad de una combinación con el suicidio fatalista, en el que algunas mujeres prefieran seguir una vía, aún cuando extrema y definitiva, para acabar con la relación con una sociedad o situación en la que pueden ser objeto de permanentes abusos o marginación.

Según Rojas-Marcos (1995, p. 163), “en el fondo, al suicida se le repudia porque él nos rechaza tanto. Muchas de las explicaciones no son más que una forma de vengarnos de él, de negarle su victoria pírrica, de robarle el significado de su mensaje y, en definitiva, de desvalorizar la acción fatal que no puede ser ni negada ni revertida”.

Terrorismo suicida

Según Boaz Ganor, director del Instituto de Política Internacional sobre Contra Terrorismo (ICT),[2] el terrorismo suicida se puede definir como “el método operativo en el cual el acto mismo del ataque depende de la muerte del perpetrador”. El mismo Ganor indica que la finalidad de este terrorismo suicida es “golpear la moral pública”.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Atendiendo a actos suicidas con la finalidad de conseguir objetivos político-militares, el primer caso de estudio lo representarían los judíos zelotes, en el primer siglo de nuestra era, en su lucha contra el dominio del Imperio Romano. Sus elementos más violentamente activos, denominados sicarii (literalmente, el hombre violento), no dudaban en suicidarse para lograr sus fines o evitar caer en manos enemigas. Con poca diferencia a lo que sucede en la actualidad, obligan a otros judíos a enfrentarse con los invasores, llegando a matar a los considerados como colaboradores.

Otro ejemplo vendría de la mano de los asesinos ismaelíes.[3] Esta secta chií se dedicaba a eliminar a los dominantes suníes, a los que denominaban como “usurpadores impíos”. En sus ataques buscaban la máxima repercusión posible, procurando realizar sus acciones a la luz del día y en lugares muy concurridos, aún a costa de ser apresados y dados muerte, lo que ocurría con frecuencia.

El siguiente hito histórico es el popular caso de los kamikazes japoneses, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial (comenzaron en octubre de 1944). Estos pilotos eran especialmente adiestrados para destruir barcos enemigos en acciones suicidas, bien con aviones o con misiles pilotados. Entre miembros de la Marina y de la Aviación, 3.912 pilotos perdieron la vida en este tipo de acciones desesperadas, en un intento de recuperar el retroceso militar que sufrían en el Pacífico.

A partir de ahí, ya hay que irse a las acciones ocurridas en el Líbano en los años 80[4] contra norteamericanos y nacionales de otros países occidentales; a un Sri Lanka acosado por los Tigres Tamiles en los años 90; a Israel en 1994; al Golfo Pérsico en 1995; a Turquía en 1996; y a Chechenia y Cachemira en 2000; antes de llegar a la situación actual, donde predomina la situación en Irak (Pape, 2005, p. 8-20).

A pesar de este dilatado recorrido histórico de los atentados suicidas, los primeros casos documentados de mujeres suicidas sólo van a llegar con la lucha de los Tigres Tamiles, en la década de los 90. Hasta entonces, el perfil clásico del suicida era un hombre joven y soltero.

Por otro lado, de centrarse en los atentados suicidas cometidos con explosivos,[5] está ampliamente consensuado que la primera acción de este tipo fue protagonizada por una chica libanesa de 17 años, al inmolarse frente a un convoy israelí en 1985.

De los escasos –y no pocas veces tergiversados– estudios realizados, se puede llegar a la valoración de que, entre 1985 y 2006, unas 220 mujeres efectuaron ataques suicidas con explosivos, lo que significa aproximadamente un 15% del total de atentados suicidas realizados por los nueve grupos que emplearon mujeres para cometerlos. Sólo en 2006, se registraron mujeres que fueron reclutadas para realizar atentados suicidas en Bélgica, India, Turquía y Cisjordania (Schewitzer, 2006).

MOTIVACIONES

Motivaciones personales

En las motivaciones personales, innecesario es decir que nunca existe una sola de ellas. Lo normal es que se combinen varias, tanto personales (psicológicas, experiencias propias, etc.) como sociales (psicosociales, políticas, religiosas, etc.).

Aunque no todos los estudiosos coinciden en este aspecto, para Bloom (2005) se hace evidente que las mujeres suicidas obedecen sobre todo a razones muy personales, de modo diferente a los hombres, que suelen reaccionar, en su opinión, principalmente por motivaciones religiosas o nacionalistas.

Venganza
Uno de las razones que más abundan es, sin ninguna duda, la venganza, como consecuencia normalmente de la muerte de un miembro masculino cercano de su familia (padre, esposo, hermano o hijo) en el enfrentamiento con el adversario, bien sea directamente en acción (combate o incluso en otro ataque suicida), al ser capturado o posteriormente durante su cautiverio. En este orden de cosas, Rojas-Marcos (1995, p. 159-160) apunta que “los sentimientos de hostilidad del suicida son abrumadores y se reflejan en deseos de matar, de ser asesinado y de morir”. Siguiendo esta línea, se puede considerar que este tipo de actos terroristas extremos conforman un tipo de suicidio revanchista, en el que lo habitual es que subyazga la venganza, consciente o inconsciente.

En el caso de Chechenia, hay que tener en cuenta que la venganza es un concepto tradicional muy arraigado como sistema de reparar injusticias sociales. Por otro lado, se ha podido constatar la relación entre los deseos de venganza y el aumento de los niveles de religiosidad, agresividad, suspicacia y negativismo. Así las cosas, los estudios han demostrado que en todos los atentados cometidos por mujeres chechenas, la venganza era uno de los motivos, aún cuando no fuera el único (Speckhard y Akhmedova; Schweitzer, 2006, p. 67).

Presión social
Como aporta Rubin (2008), en opinión de Sajar Qaduri, miembro del Consejo Provincial de Diyala, en Irak, la mujer es especialmente vulnerable a la presión social en las rurales y conservadoras familias suníes, en las que tradicionalmente han tenido un papel subordinado al hombre. Esta situación las hace en realidad ser víctimas del ambiente generalizado de violencia y terrorismo.

Dentro de esta nada descartable opción, está la esperanza de reparar una falta moral, normalmente de tipo sexual, la cual puede ser real o que se le haya llegado a hacer creer a la futura suicida. Otra posibilidad es la incapacidad para tener hijos, algo casi imperdonable, y en cualquier caso estigmatizador, en este tipo de sociedades.

Igualmente puede suceder cuando la mujer, por alguno de los motivos anteriores o por otro cualquiera, se le marca con una escasa o remota posibilidad de casarse y formar una familia. Al haber sido formadas e instruidas para esta función, la cual llegan a considerar en numerosísimos casos como la verdadera esencia de su misión como mujer, la imposibilidad de su materialización les puede llevar a situaciones extremas, en las que prefiera una muerte digna y socialmente reconocida antes que vivir toda la vida bajo esa tremenda carga. Dentro de esta incapacidad para contraer matrimonio hay casos contrastados de significativos defectos físicos de nacimiento, y también provocados por accidentes.[6]

Esta presión social también tiene otro aspecto, del que ofrecen buen ejemplo las mujeres Tigres Tamiles. En esta sociedad y cultura, fuertemente patriarcal, se espera que la madre sea la gran sacrificada por sus hijos, todos y cada uno de los días de su vida. Una mujer tamil jamás probaría un bocado antes de que sus hijos se quedaran colmados. Por ello, nadie se sorprende especialmente que dichas mujeres lleguen a dar su vida por el conjunto de la sociedad, muy especialmente cuando se vislumbran como sin posibilidades de tener descendencia (Gunawardena, en Schweitzer, 2006, p. 84).

Desesperación
En el mundo oriental, incluso más allá de la mera adscripción a la religión musulmana, no es infrecuente que una mujer que pierde a su esposo, tanto por fallecimiento como por permanecer éste largo tiempo en prisión, llegue a extremos de desesperación difícilmente comprensibles para un occidental. Su papel directamente ligado al destino de su marido, unido a la habitual incapacidad material para poder sobrevivir y sacar la familia adelante por sus propios medios, hacen que se sumerjan en un estado de verdadera muerte en vida. De no acudir algún familiar en su ayuda, o recibir apoyo económico de sectores religiosos (normalmente ligados con la ideología de su esposo), lo más probable es que sus días estén contados, o al menos que se conviertan en ciertamente insoportables. Así, algunas mujeres ven en el acto suicida una manera de poner fin a semejante situación, al tiempo que garantizan la supervivencia de su prole, ya que lo normal es que sea acogida por el grupo ideológico en cuyo beneficio haya realizado la acción terrorista.

En ciertos casos en Irak, cuando el esposo falta del hogar, la esposa, que lo normal es que haya contraído nupcias con 14 ó 15 años –normalmente por razones económicas–, se ve obligada, en el mejor de los casos, a volverse a casar con el considerado como sucesor de su esposo, independientemente de su condición o edad. Al ser un matrimonio forzoso, las condiciones de vida acostumbran a ser deplorables. Para ciertas mujeres, y a pesar del peso de las tradiciones, la situación se convierte en insostenible, por lo que prefieren enfrentarse a una muerte honrosa que a una vida miserable.

Ideológicas
Bien es cierto que, como apunta O’Connor (2007, p. 95), se considera que las mujeres se han dedicado a actividades terroristas más por razones personales que ideológicas, no se deben descartar las implicaciones ideológicas, entre las que destacan las religiosas.

Si ya de por sí las motivaciones personales les pueden llevar a buscar la muerte con mayores ansias que a sus colegas masculinos, la unión con fuertes ideales les hace unas combatientes insuperables y casi imposibles de contrarrestar. En el caso de los extremistas musulmanes, las mujeres son convencidas, al igual que los hombres, de que irán directamente al paraíso si fallecen combatiendo por el islam. Una vez así adoctrinadas, están deseosas de mostrar que su dedicación a la causa al menos es tan fuerte como la de los hombres.

En este sentido, hay que recordar que Rojas-Marcos (1995, p. 162) apunta que “los patriotas que dan su vida por la libertad o los santos que mueren por su fe no suelen considerarse suicidas. Esto es debido a la utilidad social, a la valentía o a la entrega y generosidad que caracterizan el camino de los elegidos para su inmolación”. Por esto, la ideología se puede fácilmente convertir en un fuerte motivador e inductor al suicidio.

Nacionalismo
Aunque a veces ignorado o no abordado con la suficiente profundidad, en la gran mayoría de los casos de mujeres suicidas existe un fuerte componente nacionalista. Este nacionalismo se conjura en la forma pura de separatismo en el caso de las chechenas y las tamiles, y parcialmente en el caso de las kurdas, ya que parejo a su deseo de independizarse de Turquía estaría su afán irredentista, una vez superada esa primera fase, de recuperar los considerados como sus territorios ancestrales. Caso similar es el planteado por las palestinas.

Esta motivación reviste una especialísima importancia, pues en realidad es la base y esencia de toda la cuestión. Lo demás tan sólo son formas y medios para conseguir sus fines últimos. No comprender esta circunstancia, y limitarse a centrarse en sus medios de actuación –de los que los actos terroristas (incluidos el suicidio) son sólo una manera más de materializar su lucha–, es estar indefectiblemente abocada al fracaso cualquier medida que se adopte en la búsqueda de la erradicación de esta peste moderna. En este sentido, hay que tener la apertura mental suficiente para abarcar completamente toda la compleja magnitud del problema. Para un nacionalista extremista convencido, el odio a todo lo extranjero, y máxime cuando considera que está ocupando su país –la tierra ancestral–, es tremendamente feroz. Así, el nacionalismo se convierte en un sentimiento generador de una fuerza contra la que es casi imposible combatir eficazmente. Sólo los procedimientos indirectos, la inteligencia, la formación en los valores democráticos alejados de la violencia que busquen vías pacíficas de solución, las operaciones psicológicas y de información y, sobre todo, no intentar buscar soluciones a corto plazo que tan sólo provoquen un aletargamiento y enquistamiento del conflicto, pueden tener visos de éxito.

No debe desdeñarse el hecho de que la finalidad última de un atentado suicida es la derrota de un enemigo cuya superioridad se estima que es imposible de batir por otros medios. En todos los casos (Irak, Chechenia, Palestina, etc.), este adversario tan superior es percibido como un invasor, un usurpador o un enemigo de su religión, cultura y valores ancestrales. En este sentido, las acciones de las mujeres no difieren en finalidad de las de los hombres. La única diferencia viene motivada por las ventajas puntuales que su acción reporta al grupo o por la necesidad forzada por circunstancias transitorias (como una escasez de hombres, sea por el motivo que sea).

En este sentido, requieren una especial atención las palabras de Pape (2005, p. 4), cuando dice que los datos muestran que existe muy poca conexión entre el terrorismo suicida y el fundamentalismo islámico, o con cualquiera de las otras religiones del mundo… En realidad, lo que la práctica totalidad de los ataques terroristas suicidas tienen en común es un objetivo secular y estratégico: obligar a las democracias modernas a retirar sus fuerzas militares de un territorio que los terroristas consideran como su patria.[7] En resumen, el terrorismo suicida sería principalmente una respuesta a la ocupación extranjera (Pape, 2005, p. 23).

Asimismo, según O’Rourke (2008), el 95% de los ataques suicidas cometidos por mujeres han tenido lugar en el contexto de una campaña militar contra fuerzas ocupantes extranjeras, con el objetivo de mantener o recuperar la soberanía territorial para su grupo étnico. En definitiva, para estos autores, la principal motivación de una suicida (al igual que la de un hombre suicida) es la lealtad a sus comunidades, aunque también es cierto que lo normal es que esté combinado con otras causas personales.

Por lo que a las Tigres(as) Tamiles respecta, las principales motivaciones de estas mujeres para llegar al suicidio se pueden encontrar sobre todo en las nacionalistas, aún cuando existan otras razones puramente personales, e incluso, si bien en menor grado, ciertas dosis de feminismo (Gunawardena, en Schweitzer, 2006, p. 83).

Reivindicación de igualdad
A poco que se observe la situación social en estos grupos, es totalmente evidente que la mujer está claramente discriminada, siendo especialmente ostensible en la esfera pública. Un buen ejemplo de esto lo muestra el hecho de que incluso a la hora de morir por la causa, la recompensa es distinta para hombres que para mujeres. Así, una familia palestina recibe una recompensa económica muy superior si el que se ha suicidado por el grupo es un hombre que si es una mujer (Schweitzer, 2006).

Sin embargo, otros investigadores apuntan que esta reivindicación de igualdad con respecto al hombre, verdadero feminismo, ha sido más utilizado como propaganda de lo que la realidad apunta. Este es el caso de la mujeres tamiles, a las que se las señala como intentando liberarse de las tradicionales restricciones culturales hindú/tamiles (Gunawardena, en Schweitzer, 2006, p. 84).

En cualquier caso, esta lucha por la igualdad está llevando a que las mujeres sean utilizadas por ciertos grupos y personas, con intereses muy concretos, lo que las está transformando de dadoras a segadoras de vida. En definitiva, las está impulsando a, literalmente, dejarse la piel por esa pretendida igualdad, la cual probablemente nunca alcanzarán en esas sociedades tan poco evolucionadas, por mucho que se les hagan falsas promesas o se les trate de convencer con actos de sospechosa temporalidad. Lamentablemente, las ansias de estas mujeres de escapar de una vida tan predestinada de subordinación al hombre y de ejercicio de labores sociales accesorias e irrelevantes, tienen poco viso de materializarse.

Otro ejemplo clarificador lo presenta el PKK. Esta organización enseguida entendió el valor de tener mujeres en sus filas, por lo que las ofreció la oportunidad de vivir una experiencia diferente al papel que se le hubiera destinado de esposa y madre. En realidad, lo que se ha conseguido es transformarlas de reproductivas en destructivas, con avances ciertos de igualdad más que discutibles (Beyler, 2003).

Emulación de otras suicidas
Ante los honores de todo tipo recibidos por sus familias y por las terroristas suicidas a título póstumo, muchas chicas jóvenes se lanzan a emularlas, en la búsqueda del mismo reconocimiento social. Un buen ejemplo de esto fue Wafa Idris en Palestina. Tras acabar con su vida y la de israelíes en enero de 2002, Gaza y Cisjordania se llenaron de carteles con su foto y fue convertida en verdadera heroína para los palestinos, los cuales le dedicaron poemas y canciones. Sin duda, esta propaganda atrajo a otras muchas chicas palestinas a seguir sus mismos pasos.

Por otro lado, tampoco se debe desechar la idea de que ciertas suicidas tan sólo pretendan alcanzar cierta fama, aunque sea a costa de su propia vida.

Recuperar el honor perdido
Como cita Nitobe (2006, p. 112), haciéndose eco de un sentimiento expresado por Garth, “cuando el honor se ha perdido, es un alivio morir; la muerte no es sino un refugio seguro contra la infamia”. De este mismo modo, en algunos casos, se ha detectado que la principal causa que ha llevado a una mujer a convertirse en suicida ha sido el haber sido rechazada por el hombre por ella amado, bien porque se hubiera casado con otra, bien porque la hubiera abandonado por otra mujer, tanto legalmente (divorcio) como a través de relaciones extramatrimoniales. En cualquier caso, para algunas mujeres es una dolorosísima pérdida de su honor, cuya única reparación es una muerte considerada honrosa por su grupo social.

Un ejemplo de esta situación lo ofrece el estudio Palestinian Women: Abuse and Terror (2000-2002). Según esta aproximación, grupos como Fatah acostumbran a reclutar a las futuras posibles mujeres suicidas, normalmente jóvenes, mediante el ejercicio de extrema presión social y psicológica, una vez que las han involucrado en relaciones premaritales. El procedimiento seguido es seducir a las posibles candidatas para que acepten mantener relaciones sexuales, llegando, si es preciso, a violarlas. En ciertos casos, algunas infelices llegan a quedarse embarazadas. Una vez conseguido este objetivo, las presionan para que se suiciden como modo de salvar el honor familiar.

Subordinación al hombre
Aún cuando pueda ser de modo inconsciente, en este tipo de sociedades poco evolucionadas, o donde la evolución socio-económica ha sido tan rápida que todavía permanecen formas y actitudes de tiempos pasados, es habitual que la mujer siga teniendo una fuerte dependencia del hombre, en especial de aquellos que le son más próximos, tanto por lazos familiares como afectivos. Incluso en aquellos supuestos en que la mujer aparece como ostentadora de sus propias ideas y convicciones, no es infrecuente encontrar, a nada que se profundice en el análisis, que suelen ser tan sólo un reflejo de la ideología y la forma de actuar de algún hombre muy próximo a ella. Un claro ejemplo lo configuran los líderes religiosos islámicos, por supuesto, todos hombres. Los cuales acostumbran a tener una enorme influencia en la vida, y la muerte, de sus comunidades.

Aunque, como citan Speckhard y Akhmedova (Schweitzer, 2006, p. 72), las mujeres chechenas están mucho más emancipadas que sus hermanas árabes, como lo muestra el hecho de que sea habitual que estas mujeres cursen estudios universitarios o tengan trabajos a tiempo completo fuera de sus hogares, su estructura familiar es todavía muy tradicional. De este modo, las estructuras de poder de las organizaciones terroristas chechenas están controladas por hombres, dejando para la mujer, en general, tan sólo los cometidos más básicos y sus papeles tradicionales, como puede ser cocinar o cuidar de los heridos y enfermos. En definitiva, no es aventurado indicar que existe también una gran subordinación al hombre, lo que las hace muy sensibles a las manipulaciones en bien del grupo.

Además, lo habitual es que durante todo el proceso, y como buen ejemplo de la manipulación a la que se ven sometidas, las mujeres suicidas sean directamente controladas por un miembro masculino de la organización. Desde su captación, pasando por las fases de adoctrinamiento e instrucción, y hasta el propio desarrollo del atentado. Siendo incluso normal que dicho controlador disponga de un modo de activación por control remoto de los explosivos que porta la suicida, para el supuesto de que ésta se arrepienta en los últimos instantes. De hecho, varios casos se han confirmado de este tipo de activación a distancia en Irak.

Mejora de la situación familiar
Otra de las razones a tener en cuenta, aunque lo normal es que se solape con otras diferentes, es el intento de mejorar la situación familiar. Hay que tener en cuenta que es habitual que la familia de la suicida reciba importantes cantidades de dinero tras su inmolación. Y no sólo en metálico, sino también en diferentes formas de ayuda para vivienda, estudios u otras necesidades.

Además, la familia de la suicida recibe diversos honores y beneplácitos sociales, lo que hace que se eleve su estatus y su reputación. Por ello, las candidatas a suicidas valoran debidamente esta mejora de la calidad de vida que van a dejar a sus familiares más cercanos (Zedalis, 2004).

Motivaciones grupales

En general, las acciones suicidas son elegidas por los grupos dados sus altos resultados, en comparación con otro tipo de acciones. Por ejemplo, está demostrado que entre 1980 y 2005 la media de muertos mediante un ataque efectuado con disparos fue de 3,32; mediante el procedimiento de explosionar bombas accionadas por control remoto, el número de muertos ascendió a 6,92; mientras que cuando la acción fue cometida por un suicida portando un cinturón de explosivos, la media de fallecidos se elevó hasta los 81,48 (Pedahzur, 2005). Es obvio que, desde el punto de vista de la mera eficacia táctica, este procedimiento proporciona un elevado rendimiento. De hecho, ha sido un gran descubrimiento para ciertos grupos, favorecido, obligado es decirlo, por la potencia de los explosivos modernos. Se puede apuntar el dato de que entre 1981 y finales de 2003, se produjeron en el mundo nada más y nada menos que 535 ataques suicidas con éxito. Asimismo, desde enero de 2004 hasta diciembre de 2005, tuvieron éxito al menos 555 atentados suicidas, de los cuales el 84% tuvo lugar en Irak (Miller). Por ello, su empleo es muy difícil de erradicar, especialmente en aquellas sociedades en las que, principalmente por motivos religiosos, es relativamente fácil encontrar a gente dispuesta a cometerlos. De este modo, cuando las necesidades lo exigen, los grupos no dudan en recurrir a sus mujeres para continuar con tan rentables acciones.

Escasez de miembros masculinos
Una de las motivaciones que ha llevado a un grupo terrorista a emplear a mujeres para cometer atentados, y los islamistas no son una excepción, ha sido la escasez de personal masculino para ese fin, bien fuera por la persecución a la que estaban sometidos, bien por estar éstos empleados en otros frentes simultáneos, debido a la emigración, la falta de voluntarios, las detenciones, los asesinatos, la muerte en enfrentamientos o la estrecha vigilancia policial.

En el caso concreto de la provincia iraquí de Diyala, el notable incremento, y desproporción en comparación con otras partes del país, se debe a los éxitos logrados en la detención y eliminación de los integrantes masculinos del grupo insurgente suní en Mesopotamia, relacionado con al-Qaeda, según aporta Rubin (2008). Y los mismos parámetros se repiten en Bagdad y Anbar.

Ventajas tácticas
Igualmente, otra motivación tradicional que ha llevado a un grupo a emplear mujeres suicidas ha sido el hecho de considerar que podrían ofrecer mayores ventajas tácticas. En este sentido, en 2003, durante una entrevista concedida a un periódico saudí, la miembro de al-Qaeda que se hacía llamar Um Osama comentó que “la idea de emplear mujeres kamikazes viene del éxito obtenido por la operaciones de martirio llevadas a cabo por jóvenes mujeres palestinas en los territorios ocupados” (O’Rourke, 2008).

En esta misma línea, Gunawardena (Schweitzer, 2006, p. 82) indica que la expansión del reclutamiento de mujeres para su incorporación a las unidades combatientes de los Tigres Tamiles fue claramente motivada por necesidades operativas, y no por potenciar el papel de la mujer tamil, como en muchos casos se apunta influido por la propaganda de esta organización terrorista.

Entre estas ventajas, cabe destacar que las mujeres son sometidas a controles menos exigentes, que levantan menos sospechas, no precisan de un especial entrenamiento para cometer un atentado suicida, tienen una superior libertad de movimientos, sus acciones generan sorpresa y vergüenza colectiva, los efectos mediáticos son muy superiores, tienen una mayor capacidad de movilización y su capacidad de sacrificio es muy superior a la de los hombres.

Controles menos exigentes
Los grupos terroristas no ignoran que las mujeres son tratadas de forma más deferente en los controles de los miembros de seguridad, lo que hace que las inspecciones sean menos exhaustivas que en el caso de los hombres. Como buen ejemplo, a principios de 2003, según lo aportado por Fighel (2003), el grupo Yihad Islámica Palestina (YIP) adoptó la decisión de incrementar sus capacidades operativas mediante la participación de mujeres en atentados suicidas, ya que ello le permitiría eludir los esfuerzos israelíes para detectar a este tipo de terroristas. Esto también se constata en que, para muchos estudiosos, los palestinos no empezaron a emplear mujeres para cometer atentados suicidas hasta que los israelíes reforzaron sus controles en los puntos de paso.

Levantan menos sospechas
Una mujer cuyos hábitos normales son holgados y hasta los pies, tiene una gran facilidad para ocultar, alrededor de su cuerpo, explosivos sin despertar especiales sospechas. Es, por ejemplo, el caso de las mujeres iraquíes, ya que una buena parte de ellas viste de modo habitual con el abaya, de color negro, tupido y que llevan casi arrastrando.[8]

Como dice O’Connor (2007, p. 99), al igual que los estudios de los asesinos en serie se centraban únicamente en hombres, hasta fechas muy recientes los correspondientes a los atentados suicidas tan sólo analizaban el papel de hombres en ellos. El subconsciente parece que impedía incluir a las mujeres en semejantes escenarios de salvajismo, tendiendo a considerarlas antes como a victimas de ellos que como posibles actores.

Escasa necesidad de formación
Al consistir básicamente las acciones en hacer detonar explosivos portados por la suicida, no se precisa de una especial, larga o compleja formación. Ni tampoco de particulares exigencias de fuerza física ni habilidades concretas, como podrían ser artes marciales, tiro, lucha cuerpo a cuerpo o cualquier otra. De este modo, se pueden reservar combatientes más fuertes, avezados, entrenados y experimentados para acciones más complejas y exigentes.

Mayor libertad de movimientos
La noción universalmente extendida de que, como norma general, la mujer presenta un perfil mucho más pacífico y amante de la paz que el hombre, hace que las mujeres sean vistas con menor tensión y percepción de amenaza por las fuerzas de seguridad de cualquier país del mundo. Esto implica que tienen una muy superior libertad para moverse a su antojo, incluso en escenarios de alta tensión.

Además, las fuerzas de seguridad suelen ser mucho más reacias a aplicar medidas físicas o a ejercer cualquier tipo de violencia contra mujeres. Y ello por muchos motivos. Por un lado, por el recuerdo inconsciente que despiertan de la propia madre o abuela. Por otro, para evitar algunas de la reacciones clásicas a las que suelen recurrir las mujeres, fruto de sus años de sometimiento al hombre y adquiridos como defensa ante la superioridad en fuerza física de él. Estas reacciones suelen venir en forma de gritos, sollozos o llantos, e incluso en algunos países en forma de generarse daños a ellas mismas (arañarse la cara y los brazos, por ejemplo). Este tipo de situaciones, curiosamente, son difícilmente soportables para una buena parte de los hombres, con lo que, ante estos hechos, suelen ceder y dejar el acceso libre, incluso a zonas de gran seguridad. Curiosamente, estas circunstancias se suelen dar más en sociedades muy tradicionales, donde la mujer aún está obligada a representar papeles muy condicionados al hombre, que en culturas más desarrolladas y progresistas, donde –al haber conseguido la mujer cotas mucho más altas de igualdad, cuando no la equiparación completa– su capacidad para influir con estas artimañas antiquísimas es perceptiblemente menor.

A ello se une que generalmente las mujeres tienen mayor facilidad para acceder a lugares vedados o limitados a los hombres, muchas veces merced a sus tradicionales papeles asignados por estas sociedad (trabajo en hospitales, personal de limpieza, empleadas del hogar, intérpretes, camareras, etc.). Sin desdeñar su flexibilidad en el vestir, cuyas prendas pueden ir desde las mismas empleadas por los hombres a sus holgadas vestimentas tradicionales, que facilitan ocultar los explosivos. Asimismo, su condición de madres potenciales les posibilita fingir estar embarazadas, lo que reduce las posibilidades de ser inspeccionadas, incluso con rayos X.

Sorpresa
Al menos inicialmente, los terroristas consiguen una importante sorpresa táctica, al emplear métodos inesperados por el adversario. Curiosamente, a veces es la propia presión del adversario la que lleva a buscar estas fórmulas imaginativas.

Generar vergüenza colectiva
Una de las ventajas que han tratado de obtener los grupos terroristas al emplear mujeres para cometer atentados suicidas es provocar la vergüenza en los hombres, dando la imagen de que sus mujeres deben morir por ellos ante su cobardía para hacer frente al enemigo de un modo eficaz. Como apunta O’Connor (2007, p. 97), en el video que había dejado Ayat Akhras antes del atentado suicida, el 3 de marzo de 2002, lanzaba el duro mensaje de que “voy a luchar en lugar de los dormidos ejércitos árabes, que se limitan a mirar como las chicas palestinas luchan solas”.

Efectos mediáticos
Como bien dice Ramachandran (2003), los grupos terroristas han sabido rentabilizar el “martirio” de las mujeres suicidas mediante un amplio empleo de la propaganda, consiguiendo una mayor atracción de la atención y de la publicidad sobre su causa. Sin duda, la imagen de chicas jóvenes luchando desesperadamente contra el todopoderoso (sea Israel, Rusia o EEUU) mediante el extremo procedimiento de hacerse volar por los aires, tiene un efecto mediático inmenso, y no sólo en el mundo occidental, donde semejante violencia impacta a la mayoría de la audiencia. Si bien el concepto de los ataques suicidas provoca amplio rechazo, la visión de una mujer que, desafiando las tradiciones, sacrifica su vida por la causa palestina, provoca que la atención se centre en la desesperación de todo un pueblo o grupo humano.

La realidad es que los atentados cometidos por mujeres suicidas levantan enorme expectación en todo el mundo, y no exclusivamente en los países democráticos. Con este tipo de salvajes acciones, las organizaciones que emplean estos métodos tan extremos pretenden incrementar la legitimidad de sus reivindicaciones y captar nuevos apoyos. Si a esto se añade que los actuales medios de información (televisión vía satélite e Internet, principalmente) permiten la difusión de las noticias con una rapidez casi inmediata y hasta los lugares más remotos, se hace obvio que siempre se pueden sensibilizar a gentes, incluso de lugares muy remotos, para su causa.

Capacidad de movilización
La experiencia demuestra que las mujeres tienen una mayor capacidad para movilizar las masas, los corazones, los sentimientos y las mentes. Por eso, estas acciones tan radicales revuelven muchos más espíritus que si los cometieran hombres.

Superior capacidad de sacrificio
En ninguna civilización, nadie duda de la mayor capacidad de sacrificio y de entrega a una causa de la mujer, una vez convencida de su validez. En esta línea, Yusuf al-Ayrir dice “la razón por la cual nos dirigimos a las mujeres… es nuestra observación de que cuando una mujer está convencida de algo, nadie estimularía a un hombre a lograrlo como ella lo haría… El dicho de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer ha sido verdad para las musulmanas de todos los tiempos, ya que detrás de cada gran muyahidín hay una gran mujer…”.

Está demostrado que, una vez conveniente adoctrinadas, las mujeres futuras suicidas se convierten en verdaderas fanáticas, con un tesón, capacidad de sacrificio y entrega a la causa difícilmente superable por el hombre más fundamentalista. De este modo, tras un hábil proceso de manipulación, y ya convencidas e imbuidas de conceptos religiosos y nacionalistas extremos, la mujer llega a convertirse en una verdadera fanática, con una capacidad muy superior a la de cualquier hombre en cuanto a generosidad y sufrimiento.

En el caso de las enredadas en ambientes islamistas, son convencidas, al igual que los hombres, de que irán directamente al paraíso si mueren combatiendo por el islam, por lo que su persecución enconada del ideal en que han sido instruidas las hace estar completamente motivadas, convirtiéndose en un combatiente excepcional, muy difícil de contrarrestar.

EXTREMISMO ISLÁMICO

Para Pape (2005, p. 104), al-Qaeda es más una alianza transnacional de movimientos de liberación trabajando juntos contra lo que ellos perciben como una amenaza imperial. Este nuevo imperialismo que pretende controlar el mundo está conformado ideológicamente por el mundo judeo-cristiano y por los principios y valores democráticos. Por ello, los grupos relacionados con al-Qaeda hacen especial énfasis en la lucha contra los cruzados, aquellos que pretenden acabar con su modo tradicional de vida. De hecho, el 85% de los atentados terroristas suicidas cometidos por mujeres desde 1981 fueron realizados en beneficio de organizaciones no religiosas. Y la mayoría de ellas habían crecido en familias cristianas o hindúes (O’Rourke, 2008).

Sin embargo, y como quiera que la realidad es que en la actualidad donde se están produciendo los atentados suicidas cometidos por mujeres son lugares impregnados del islamismo más extremo, se va a abordar el estudio detallado del entorno que rodea a esta religión, en lo que afecta a este trabajo.

La mujer en el mundo musulmán

Se debe comenzar por considerar que las mujeres en las sociedades islámicas son vistas desde muchos puntos de vista, y no sólo desde uno en concreto, como pudiera parecer en una primera impresión. Depende de las tradiciones y de la cultura de cada lugar. Incluso dentro de un mismo Estado, las diferentes regiones, etnias o tribus reciben un tratamiento distinto. En algunos casos, son las verdaderas columnas vertebrales de las sociedades –matronas–, con un poder importante en su seno. Y, en realidad, este supuesto está más extendido de lo que se cree.

Algora (2007, p. 159) dice sin tapujos que “sería injusto quedarnos con el concepto de que la mujer musulmana es desgraciada o está degradada por el hombre”, si bien “este tópico está muy extendido”, pudiéndose considerar que dichas mujeres mantiene importantes “parcelas de acción y poder familiar”. Asimismo, apunta que (2007, p. 142), si bien es obvio que “los códigos de conducta que rigen a las sociedades islámicas no son los mismos que los de los Estados occidentales”, para ser totalmente objetivos, no se puede hablar de un estereotipo concreto de mujer en el mundo islámico, pues la diversidad es enorme, apareciendo bajo un mismo denominador diferentes culturas y niveles de desarrollo.

Para empezar, habría que distinguir entre los derechos de las mujeres en dos ámbitos distintos: el privado y el público. Al decir de Algora (2007, p. 143), el primero relacionado con su condición de mujer y el segundo con el de ciudadana. Esto implica que los progresos hechos en el espacio social no necesariamente se reflejan en el familiar o individual. Siguiendo con la misma autora (2007, p. 144), “la doctrina islámica en sí no discrimina a las mujeres, al contrario…, significó la protección de la mujer respecto a los ámbitos de la sociedad preislámica”. En sus inicios, “la mujer era el núcleo esencial de reproducción y supervivencia familiar”. De hecho, en la Declaración Islámica de Derechos Humanos, es notoria la posición de la mujer en la familia, “concebida como la garante del honor y perpetuidad de la estirpe paterna”.

La realidad lleva a conjeturar que las condiciones de inferioridad con respecto al hombre en que se encuentran las mujeres de gran parte de los países musulmanes son más debidas a las tradiciones imperantes que a religión por sí misma. E incluso dentro de un mismo país no es igual la mujer analfabeta del medio rural que la normalmente más cultivada de la cuidad. Si como ejemplo se puede tomar la práctica de la ablación Algora (2007, p. 154), no deja lugar a dudas cuando señala que no es una cuestión religiosa sino que responde a costumbres tribales africanas.

Sí es importante señalar que la maternidad, como indica Algora (2007, p. 147), otorga un gran valor social a la mujer, lo que también puede leerse al contrario y concluir que la estéril es habitualmente rechazada y, por tanto, más proclive a participar en otro tipo de actividades que le den prestigio a ella y a su familia. Asimismo, a las mujeres musulmanas, como norma general y especialmente en los sectores más fundamentalistas, como bien indica Algora (2007, p. 147), son las “protectoras del honor familiar”, en las cuales radica “la responsabilidad de transmitir la tradición y la cultura”. En el caso concreto de las mujeres palestinas, no hay duda de que son consideradas parte activa y esencial de la lucha nacional y de la consolidación del futuro Estado, debiéndose destacar el papel jugado por las mujeres impulsando a sus hijos a la Intifada de 1987 (Algora, 2007, p. 155)

En este sentido, según Knop (2008), la importancia de la mujer en la lucha contra el infiel viene reflejada perfectamente en las palabras de Umm Badr, en su escrito “Obstáculos en el camino de la Mujer Guerra de la Yihad”, cuando dice “una mujer musulmana es siempre y en todo lugar una guerrera de la Yihad. Es una combatiente de la Yihad que la lleva a cabo mediante el apoyo económico a la Yihad. Efectúa la Yihad esperando su marido guerrero de la Yihad, y cuando educa a sus hijos en lo que Alá quiere. Ejecuta la Yihad cuando apoya la Yihad y cuando llama a la Yihad mediante palabras, hechos, creencias y rezos”.

Igualmente, el valor de la mujer para los fines del extremismo islamista queda de manifiesto en las siguientes palabras de Al-kahansaa, publicadas por la Oficina de Información de al-Qaeda en la Península Arábiga, “mis nobles hermanas… La mujer dentro de la familia es madre, esposa, hermana e hija. En la sociedad es una educadora, propagadora y predicadora del Islam, y una guerrera de la Yihad”.

Asimismo, dentro de los grupos islámicos extremistas, las mujeres suelen ser responsables de múltiples labores de apoyo en beneficio de la colectividad, que puede ir desde reclutar otras mujeres para la causa, a facilitar las operaciones y llevar los temas financieros, pasando por las más tradicionales de apoyar a sus esposos en la lucha y educar a sus hijos en los mismo ideales y principios. También hay que destacar que, en estas circunstancias, es innegable que las mujeres del mundo islámico han de mostrar una gran determinación para granjearse una plaza en el seno de un grupo terrorista, y más aún si van a participar en un atentado suicida.

Justificación ideológica

El asunto de la justificación ideológica para que una mujer cometa un atentado suicida en la religión musulmana es de lo más complejo. Al carecer de un cuerpo doctrinal único, más allá del Corán, las contradicciones abundan. Dependiendo de la necesidad del momento, del país donde se aplique e incluso de la rama religiosa, las opiniones y los pronunciamientos legales pueden ser, y de hecho son, de lo más opuestos.

En el caso del grupo Yihad Islámica Palestina (YIP), la novedosa y sorprendente decisión tomada en 2003 de hacer participar a mujeres en atentados suicidas debió superar fuertes reticencias sociales. Para ello, se realizó una reinterpretación de las leyes coránicas a la sazón. En este sentido, O’Connor (2007, p. 97) dice que su líder, Ramadan Abdallah Shallah, se vio obligado a explicar los ajustes ideológicos y organizacionales que la YIP tuvo que realizar: “la Sharia o fundamento religioso también estima que si hay suficiente número de hombres para llevar a cabo la yihad, es preferible que las mujeres no participen en la yihad. La razón es mantener a las mujeres alejadas de cualquier clase de riesgo… Pero si el mujahidin estima que la operación se ajusta mejor o no puede ser llevada a cabo más que por mujeres porque las circunstancias del objetivo así lo exigen, entonces no pondremos ninguna objeción”.

En un plano más amplio, ante la multitud de pronunciamientos legales en forma de fatwas (también llamadas en español fatuas o fetuas) que niegan esta posibilidad desde el punto de vista estrictamente religioso, existen seis principales que encuentran la justificación de la participación de la mujer en acciones de “martirio”. Los expertos legales musulmanes emisores de esas fatuas son: Yussuf al Qaradawi; la facultad de la Universidad Al-Azhar, de Egipto (tres fatuas al respecto); Faysal al-Mawlawi, del Consejo Europeo para la Investigación y la Opinión Jurídica, de Dublín; y Niszar Abd al-Qadir Riyyam, de la Universidad Islámica de Gaza.

Por su parte, en abril de 2001, Al Sheik declaraba que “cualquier acto de autoasesinato o suicidio está estrictamente prohibido en el islam” y, consecuentemente, “el que se haga volar por los aires en medio de los enemigos está también llevando a cabo un acto contrario a las enseñanzas islámicas”. Sin embargo, posteriormente Sheikh Ahmed Yassin, quien fuera líder espiritual del grupo palestino Hamas, dijo a sus seguidores exactamente lo contrario: “hay un mundo de diferencia entre suicidio y martirio”, “es la misma acción, pero con una intención diferente” (Davis, 2004). Yassin, quien falleció en una incursión israelí en 2004, al exponer que sus acciones se encuentran respaldadas por el islam, proporcionaba así cobertura religiosa a los suicidas palestinos. Inicialmente, Yassin no apoyaba la participación de las mujeres en este tipo de acciones, llegando a decir en noviembre de 2001 que se precisaba del apoyo de las mujeres para poder efectuar estos actos. Según Davis (2004), a Yassin, que siempre se había caracterizado por restringir drásticamente el papel de la mujer en la vida pública, no le hacía ninguna gracia el surgimiento de las terroristas suicidas. Sin embargo, su posición comenzó a variar al observar que la gente aclamaba a las suicidas, como era el caso de Wafa Idris, a la cual se dedicaban poesías alabando su belleza y honor, llegándola incluso a comparar con la madre de Jesús. Una vez más, la necesidad modificaba incluso los sentimientos más arraigados. Y la mujer entraba así en un novedoso proceso de manipulación.

Perfil de la terrorista suicida

Perfil psicológico
Quizá uno de los motivos por el que más llama poderosamente la atención el fenómeno del auge de la mujer terrorista suicida es porque, según Rojas-Marcos (1995, p. 157), las estadísticas globales indican que la incidencia del suicidio entre las mujeres es tres veces menor que entre los hombres. Abundando todavía más en el hecho, cabe destacar que, según aporta Mía Bloom en sus diversos estudios, la probabilidad de que exista un desorden psicológico y de la personalidad entre estas mujeres no es mayor que entre el resto de las féminas de su comunidad.

Por si fuera poco, las estadísticas muestran que las mujeres terroristas suicidas tienen, en general, una educación superior a la de los hombres de su organización. De hecho, algunos estudiosos apuntan que entre el 30% y el 40% de ellas han realizado algún tipo de estudios universitarios (Miller). Y por lo que respecta a las Tigres Tamiles, Gunawardena (Schweitzer, 2006, p. 82) señala que los estudios apuntan que existe poca evidencia de desordenes psicológicos o de desequilibrios mentales. Por todo ello, encontrar un perfil psicológico común a todas las terroristas suicidas se antoja una labor ímproba, por no decir imposible.

Probablemente, el estudio más detallado a este respecto se haya hecho sobre el caso de Chechenia. En este lugar, de 2000 a 2005, de entre las mujeres suicidas, el 46% estaba traumatizada a causa del asesinato de más de uno de los miembros de su familia, el 15% por el asesinato de su padre o madre, el 23% por el asesinato de su hermano, el 0,04% por la muerte de su esposo, el 11% por la detención o la desaparición de miembros de su familia y el 0,07% por otros traumas sociales más generales. Sin duda, el trauma psicológico ha sido uno de los factores más importantes en el desencadenante para convertir a una chechena en suicida. En muchos casos, a causa de haber sido testigos presenciales de la muerte, apaleamiento u otras clases de malos tratos a miembros de su familia, por parte de las fuerzas rusas. Estas circunstancias les causaron depresión en el 73% de los casos, aislamiento social en el 92%, agresividad en el 23% y hablar de modo repetitivo sobre un enorme deseo de venganza en el 31% de los casos (Speckhard y Akhmedova, en Schweitzer, 2006, p. 67).

Quizá la conclusión pudiera ser que, de modo general, el grupo aprovecha un momento de debilidad psicológica de la mujer para convertirla en suicida, poniendo en cada caso el proceso más pertinente.

Nacionalidad
En el caso concreto de Irak, y con una única excepción, todas las 43 suicidas desde el inicio del conflicto en 2003 han sido de nacionalidad iraquí. El mismo patrón se repite en los demás países o territorios, donde en la práctica totalidad de los casos las terroristas pertenecen a la etnia o grupo social en conflicto.

Edad
En términos generales, todos los estudios apuntan a que las mujeres que cometen atentados suicidas rondan los 20 años. Este es el caso, por ejemplo, en Irak, donde la horquilla de edad más habitual está entre los 15 y los 35 años. Por su parte, en el supuesto de las militantes del PKK, la edad es de unos 21 años. Y las “viudas negras” chechenas tienen una edad media de 28 años.

Por lo que a las suicidas palestinas respecta, de las 17 mujeres que cometieron o intentaron un atentado suicida entre 2002 y finales de mayo de 2006, la mayoría tenían alrededor de 20 años. Concretamente, el 39% tenían entre 18 y 25 años, el 16% entre 26 y 35, y el 11% menos de 18 (Schweitzer, 2006).

En cualquier caso, según Pape (2005, p. 209 y 210), las terroristas suicidas femeninas suelen tener más edad que los hombres.

Estado civil
En gran parte de los casos, en todos los países, son chicas solteras, excepto en el obvio supuesto de las “viudas negras” de Chechenia. En cuanto a las suicidas palestinas, de las 17 mujeres que cometieron o intentaron un atentado suicida entre 2002 y finales de mayo de 2006, el 58% estaba soltera (Schweitzer, 2006).

En Chechenia, entre 2000 y 2005, de entre las mujeres suicidas, la mitad estaban solteras, el 11% estaban casadas, el 15% eran divorciadas, el 19% eran viudas y el resto se habían vuelto a casar (Speckhard y Akhmedova, en Schweitzer, 2006).

Educación
En rasgos generales, el nivel educativo de las suicidas es bajo o muy bajo, alcanzando tan sólo la educación básica. La excepción son las palestinas y las chechenas, que acostumbran a tener más altos estudios, incluso de nivel universitario.

Concretamente, de las 17 mujeres palestinas que cometieron o intentaron un atentado suicida entre 2002 y finales de mayo de 2006, casi la mitad tenían cierta educación: el 22% había estudiado más allá del bachillerato superior, el 26% había estudiado el bachillerato superior y calificación técnica, y el resto eran chicas jóvenes sin profesión ni estudios de bachillerato. En Chechenia, entre 2000 y 2005, de entre las mujeres suicidas, el 65% habían cursado el bachillerato superior, el 20% habían asistido a la universidad y el resto habían ido al colegio (Speckhard y Akhmedova, en Schweitzer, 2006).

De todos modos, estos datos deben observarse en el contexto de las sociedades en que se desenvuelven, en general con un nivel educativo inferior a los parámetros de los países más desarrollados. Lo que implica que, como ya se ha indicado anteriormente, no es extraño que las mujeres suicidas tengan una formación superior a la media de su entorno, aunque sea baja comparada con los países occidentales.

Nivel socio-económico
En Irak, buena parte de las terroristas suicidas procedían de pueblos, lo que hace que algunos expertos iraquíes consideren que esta situación las hace mucho más vulnerables a la manipulación por los grupos insurgentes, dada su incultura y que muchas nunca habían abandonado los límites de su pequeño mundo (Rubin, 2008).

Igualmente sucede con el resto de las suicidas de los demás países y grupos, con la excepción, una vez más, de las palestinas y las chechenas, que suelen pertenecer a la clase media. En Chechenia, entre 2000 y 2005, de entre las mujeres suicidas, el 0,07% eran pobres, el 53% tenían una posición económica media, el 34% disfrutaban de una buena posición social y el resto eran de la elite (Speckhard y Akhmedova, en Schweitzer, 2006).

Al igual que en caso de la educación, está posición socio-económica también debe ser relativizada y puesta en el contexto ambiental en que se desarrolla.

Situación religiosa
Curiosamente, en buena parte de los casos, las mujeres suicidas no eran, en principio, especialmente pías ni devotas de ninguna religión, aún cuando oficialmente se las pudiera adscribir a alguna (en muchos casos, a la islámica). Lo normal es que su posición se radicalizara tras sufrir hechos traumáticos, o como consecuencia de un hábil y sutil proceso de manipulación por parte de grupos extremistas.

Así, en Chechenia, entre 2000 y 2005, de entre las mujeres suicidas, antes de decidirse a convertirse en suicidas, el 84% eran musulmanas no practicantes y el resto eran musulmanas muy tradicionales. De ellas, el 73% se empezaron a relacionar con el wahabismo tras vivir situaciones traumáticas, y el resto lo había hecho a través de un familiar (Speckhard y Akhmedova, en Schweitzer, 2006, p. 67).

Hay que tener en cuenta que en muchas sociedades la religión lleva alivio a los sufrimientos que se padecen. Por ejemplo, en Chechenia la ideología yihadista proporciona a las traumatizadas víctimas de la violencia generaliza una ayuda psicológica para superar su estado de shock (Speckhard y Akhmedova, en Schweitzer, 2006, p. 68). Este es un respaldo ciertamente envenenado, pues al final tan sólo les servirá para caer en las redes de una espiral de violencia todavía peor, de la que no podrán salir. En estos casos, las organizaciones que emplean el terror como medio para conseguir sus fines políticos, manipulan a estas mujeres traumatizadas mediante una interpretación muy particular, y en no pocos casos totalmente interesada, de la religión islámica.[9]

En Irak, la práctica totalidad de los atentados han sido atribuidos a la red al-Qaeda en Mesopotamia (o en Irak), por lo que se estima que las suicidas estaban muy integradas en los sectores islamistas más radicalizados.

Proceso de reclutamiento

En el caso de la Yihad islámica en Palestina, según Yoni Fighel,[10] “los esfuerzos para reclutar mujeres para que efectúen ataques suicidas comienza con la identificación de posibles candidatas en las universidades de Cisjordania, así como en ciudades y pueblos. Una vez que se localiza a una, la organización hace considerables esfuerzos para convencer a las mujeres de que esta clase de acciones no contradicen los principios islámicos ni las responsabilidades habituales de una mujer musulmana” (Ramachandran, 2003). Lo que, sin duda, representa un claro ejemplo de manipulación, una vez más.

En el caso particular de Chechenia, las opiniones están muy divididas sobre el procedimiento empleado por los grupos que hacen uso del terrorismo en captar, adoctrinar, entrenar y emplear a las mujeres suicidas. De atenerse a buena parte de los informes rusos, tanto oficiales como de periodistas o teóricos investigadores privados, parece no existir ninguna duda de que las mujeres chechenas son sometidas a las peores aberraciones para conseguir su aceptación de las normas de la organización, hasta conseguir que lleguen a ofrecer su propia vida por ella. Estas barbaridades irían desde raptarlas y violarlas, hasta drogarlas. Sin embargo, Speckhard y Akhmedova (Schweitzer, 2006, p. 70) afirman con total rotundidad que, tras profundos estudios, no han encontrado ninguna evidencia de estos hechos. Al contrario, sus conclusiones apuntan a que de lo único que hay perfecta evidencia es de un proceso de auto-reclutamiento y de firme voluntad de llegar al martirio, en nombre de su país y de su independencia de Rusia, de la búsqueda de la justicia social y de vengar la pérdida de familiares queridos.

La conclusión que parece más realista es que no se puede generalizar, en ningún caso. Probablemente, haya casos en que se emplea violencia física y psicológica para convencer a la candidata de los fines del grupo y las bondades de sus acciones, incluso de las más extremas. Lo que no quita que en la gran mayoría también se dé una más que cierta inclinación o tendencia de esa mujer a la búsqueda de formas e ideologías que le permitan vengarse de sus enemigos acérrimos, después de años de lucha abierta contra ellos. Lo que sí harán en cualquier caso las organizaciones extremistas es sacar ventaja de esas ansias de venganza para aprovecharlas en beneficio del logro de sus propios fines políticos. Y ahí es precisamente donde empieza el proceso de manipulación, de un modo y otro, de esas pobres mujeres desesperadas, por los motivos que sean.

CONCLUSIONES

No cabe la menor duda que para poder combatir eficazmente el terrorismo, sea del tipo que sea, el primer aspecto que se debe clarificar es la motivación que impulsa a una persona a convertirse en terrorista y a cometer atentados, muy especialmente atentados suicidas. Cualquier otra aproximación que obvie este tema, o que simplemente lo aborde lateralmente, sin entrar en análisis profundos –quedándose tan sólo en lo superficial, en las consecuencias–, sin valorar las causas estructurales y sin entrar en consideraciones socio-psicológicas, a buen seguro que únicamente encontrará la insuperable pared del fracaso.

Asimismo, dentro de este estudio, no hay que limitarse a las motivaciones personales, sino que imprescindiblemente se deben añadir las del grupo u organización que las capta, las entrena y las utiliza. Y hay que superar uno de los errores habitualmente cometidos por las culturas occidentales, cual es pensar, a veces con un profundo convencimiento, que las mujeres de otras civilizaciones viven en un estado tal de represión, marginación y desigualdad que es inconcebible que se las permita participar activamente en la lucha que persiguen.

En cuanto a las razones grupales, se podría decir que hay dos motivos básicos que hacen que una mujer sea empleada por una organización terrorista para cometer un ataque suicida: cuando se estima que puede suponer una ventaja táctica y cuando hay escasez de hombres para realizar tal acción. Como puede apreciarse, al margen de consideraciones religiosas, se trata de apreciaciones de carácter eminentemente práctico. Si bien los hombres son preferidos, en caso de imperiosa necesidad las mujeres pueden emplearse.

Por otro lado, los efectos mediáticos de un atentado suicida cometido por una mujer son muchas veces superiores a los esperados por la propia organización. El despliegue informativo suele ser de tal magnitud que desborda cualquier previsión. Sin duda, es algo señalado del que todas las partes implicadas tratan de sacar su propio beneficio, en el que no se debe descartar el de los medios de comunicación, que encuentran una “anormalidad” que hay que explotar debidamente.

Todo ello lleva a pensar que, quitando casos aislados, en la gran mayoría de los supuestos se puede considerar que la mujer tan sólo es una víctima más del ambiente terrorista que el destino ha puesto en su vida.

La conclusión final puede ser que la mujer es claramente manipulada y utilizada para que cometa atentados suicidas, y todo ello por las especificas necesidades puntuales o por las obvias ventajas tácticas que se espera obtener con su actuación. Para ello, son engañadas y convencidas para que su entrega a la causa sea total, mediante manipulación psicológica e incluso física, hasta lograr doblegar su voluntad y buscar voluntariamente el sacrificio máximo en nombre de la causa. No cabe ninguna duda de que una vez que finalice la causa que exigió su participación, en este tipo de sociedades tan centradas en las tradiciones y donde la mujer está habitualmente marginada y siempre un paso por detrás del hombre, al menos en la vida pública, se volverá a relegar a las féminas a los cometidos tradicionales. En cualquier caso, es difícil que el hecho de haber participado de modo tan activo en la lucha particular que persigue su grupo, se convierta en elemento suficiente para elevar el papel de la mujer en la vida pública de estas sociedades. En esta línea, para Ali (2005, p. 11), la puerta liberal que ahora permite a la mujer participar en las operaciones se cerrará una vez que los yihadistas masculinos consigan nuevos reclutas o logre pocos resultados en guerra terrorista. Lo cierto es que al mismo tiempo que la mujer musulmana es indispensable para estos grupos terroristas dominados por hombres, también es prescindible, como, tristemente, lo muestran los cada vez más frecuentes atentados suicidas en los que se ven involucradas. Una vez más en la historia, la mujer vuelve a ser víctima, aún cuando se la utilice como verdugo.

Una de las duras conclusiones que se pueden extraer de este trabajo es que la utilización de suicidas para cometer atentados es una de las formas más extremas de manipulación y explotación de las mujeres. Como apunta Beyler (2003), al aceptar su misión u ofrecerse voluntarias para realizar atentados suicidas adquieren el estatus de mero objeto, se convierten en armas en manos de los hombres que lideran las organizaciones terroristas.

Pedro Baños Bajo
Teniente coronel, profesor de Estrategia y Relaciones Internacionales, Escuela Superior de las Fuerzas Armadas, CESEDEN

BIBLIOGRAFÍA

Libros

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Páginas web consultadas

www.elpais.com
www.reuters.com
www.jpost.com
www.wikipedia.org
www.chinadaily.com


[1] En realidad, que las mujeres colaboren intensamente en grupos terroristas no es nuevo en absoluto, ni siquiera en los de corte islamista. La novedad reside básicamente en verse directamente involucradas en los atentados, y muy especialmente en los suicidas.

[2] Situado en Herziliya, Israel.

[3] El nombre original era Hashshashin. Esta secta se originó sobre el siglo XI, en el actual Irán.

[4] En 1983, el atentado suicida mediante un camión cargado de explosivos contra cuarteles en Beirut, y que provocó 300 muertos, tuvo como resultado la retirada de las fuerzas norteamericanas y francesas del Líbano. Esto animó a otros grupos terroristas a emplear los mismos métodos.

[5] Esta forma de actuación se ha ido convirtiendo en el cliché clásico difundido por los medios de comunicación, que representa a una mujer con un cinturón o chaleco de explosivos rodeando su cuerpo, preparados para ser detonados.

[6] Miller señala que la fallida terrorista suicida palestina llamada Wafa al-Biss, un año antes de su intento de atentado (6 de junio de 2005) se había quemado aparatosamente el cuerpo y los dedos de las manos mientras cocinaba, debido a una explosión de gas.

[7] En esta línea de pensamiento, el razonamiento de Pape para acabar con el terrorismo suicida es bien sencillo: basta con retirarse del territorio ocupado. Pone como ejemplo que los ataque suicidas terminaron en el Líbano cuando Israel se retiró en 2000, y que este tipo de actividades disminuyeron notablemente tras la reciente retirada unilateral de Israel de Gaza. Asimismo, para validar su tesis expone que antes de la invasión de 2003 en Irak no se produjeron ataques suicidas.

[8] Aunque sin llegar al suicidio, el IRA ya utilizaba a mujeres para transportar explosivos, por su mayor facilidad para saltarse los controles. Lo habitual era hacerse pasar por embarazadas o llevarlos en sillitas de niños.

[9] Lo habitual es que las haga creer que cometiendo el acto supremo del martirio, en nombre del islam, se van a reunir con sus seres queridos en el paraíso y que otros miembros de su familia disfrutarán de grandes beneficios en este mundo.

[10] Investigador del Instituto de Política Internacional sobre Contra Terrorismo (ICT), en Herzliya (Israel).