La cultura en el “poder suave”: una revisión metodológica del Índice Elcano de Presencia Global

Cultura. Foto: Lidyanne Aquino (CC BY 2.0)
Documento de trabajo

Resumen

Hasta ahora, la medición de la variable Cultura dentro del Índice Elcano de Presencia Global se ha realizado exclusivamente a partir del comercio audiovisual, computando las exportaciones de servicios audiovisuales y relacionados (producciones cinematográficas, programas de radio y televisión, y grabaciones musicales) ofrecidas por la estadística comercial de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Este documento discute el interés de recoger algunos otros indicadores para la construcción de la variable del índice, en especial el comercio internacional de bienes culturales.

La circulación mundial de la cultura

Estudiar la proyección mundial de la cultura supone, sobre todo, utilizar las fronteras y las aduanas como el punto de control de la entrada y la salida de los bienes y los servicios culturales que circulan en el mundo. Esto supone contemplar los mercados culturales como los lugares en los que la cultura producida en un país es accesible, consumida, por los ciudadanos de otro. Tenemos que asumir que, en términos de mercados y circulación aduanera, todo el contenido cultural producido en un país es “cultura nacional”. Pero interpretar toda la cultura producida en un país como cultura nacional presenta al menos dos cuestiones que debemos discutir.

El primero es el que podemos encontrar cuando los contenidos producidos hibridan sus códigos culturales para facilitar su acceso a mercados externos. En el audiovisual o en la música este caso es muy evidente: ¿podríamos considerar, por ejemplo, que no es cultura nacional la música pop creada en inglés desde un país no anglófono por creadores nacionales? Si una serie o una película incorpora tramas o contenidos que no son propios del país, ¿podemos pensar que no es cultura nacional? Para poder revisar, de forma práctica, la proyección exterior de la cultura de un país en el mundo parece imprescindible obviar la cuestión del contenido y la complejidad metodológica y conceptual que implicaría, y considerar que es nacional toda la cultura producida dentro de un Estado por personas físicas o jurídicas nacionales de ese Estado. “Nacional”, como adjetivación de la cultura, se usa en este trabajo en un sentido puramente fiscal, o de origen, y no en referencia al contenido.

El segundo problema que se presenta, y este sí es más complejo, es la deslocalización de la producción física de bienes culturales que –como en tantos otros tipos de bienes– se ha producido en ciertos mercados. Este es el caso de los países asiáticos, que se han convertido en grandes productores globales de bienes destinados a mercados exteriores. Muchos países del mundo, por ejemplo, imprimen sus libros o producen los soportes digitales para sus contenidos en China. Es imprescindible garantizar, por tanto, que las fuentes utilizadas para la medición de la proyección mundial de la cultura diferencien los insumos o la deslocalización de ciertas fases del proceso productivo en las distintas cadenas de valor del producto o el servicio cultural final.

¿Y qué consideramos cultura? Este es un asunto que ha constituido una larga controversia durante años para el análisis de políticas públicas culturales (qué áreas cubre, protege e impulsa y cuáles no), la economía de la cultura o los acuerdos de comercio (sobre todo en torno al concepto de “excepción cultural” aplicado a ciertos contenidos). Más aún, la revolución tecnológica y la expansión del hipersector infocomunicacional han abierto más el territorio para incorporar muchos subsectores que –unas veces por el prejuicio de pertenecer a la “cultura de masas” y otras por el de tener un elevado componente tecnológico– permiten hablar hoy de un macrosector: el de las industrias creativas y culturales, un paradigma controvertido y más bien difuso que desde hace más de dos décadas ha redefinido tanto las políticas públicas como el campo de la economía cultural.

¿Qué sectores engloba entonces la cultura cuando la medimos, por ejemplo, para comprender su circulación internacional? Pese a que la aparición de “cuentas satélite” para el sector cultural en muchos países en la última década ha contribuido a iluminar este asunto, como acertadamente apunta un análisis del Banco Mundial, “trade in cultural goods and services is among the most opaque areas in economic statistics” (Kabanda, 2016, p. 2). Pero la estadística cultural no sólo es controvertida y reciente, su heterogeneidad metodológica es otra marca de nacimiento. Comparemos tres fuentes: UNESCO, Eurostat y el enfoque del Ministerio de Cultura de España.

Ángel Badillo Matos
Investigador Principal del Real Instituto Elcano

Cultura. Foto: Lidyanne Aquino (CC BY 2.0)