A finales del año 2019 apareció en Wuhan, una inmensa ciudad china hasta entonces casi desconocida en Europa (pero de más de 10 millones de habitantes y donde se habían instalado 300 de las mayores empresas del mundo), un nuevo virus de la familia de los coronavirus, bautizado como COVID-19 , que pronto se extendió por toda China, después por Asia, y llegó a Europa a comienzos de 2020, para saltar posteriormente a América y África. Cuando escribo estas líneas no ha terminado su expansión futura, que dependerá de dos variables: encontrar medicación adecuada y/o la vacuna, que pueden retrasarse meses.
Nada nuevo. Ha habido muchas zoonosis en el pasado, y habrá otras en el futuro.
En todo caso, un millón y medio de muertes sobre unos 7.000 millones de habitantes del planeta. Para poder comparar, la gripe española de 1918 causó unas 50 millones de muertes y anualmente mueren en el mundo más de 17 millones de personas por enfermedades cardiovasculares, 9 millones de cáncer, casi 4 millones de enfermedades respiratorias y 1,5 millones a causa de accidentes de tráfico.
Este documento de trabajo trata de abordar, primero, un análisis transversal de los efectos de la pandemia –un análisis institucional–, antes de intentar territorializar esos efectos en un análisis geopolítico, todo ello desde la perspectiva de las consecuencias y enseñanzas de la pandemia.
Un comentario inicial: desprevenidos pero avisados
Para comenzar hay que destacar que se trata de una experiencia nueva que el mundo no había sufrido desde la gran gripe llamada “española”, experiencia que ha succionado sociedad tras sociedad como un agujero negro, y que no sabemos bien ni cuándo nos liberará ni en qué condiciones lo hará. Miles de millones de personas encerradas en sus casas, calles vacías, universidades, escuelas, teatros, calles y aeropuertos desérticos, como en una pesadilla distópica. Una catástrofe sanitaria que ha obligado a un confinamiento y paralización total durante semanas (la “Gran Pausa”) y que trae consigo una crisis económica global nunca vista, con caídas del PIB superiores al 10%, que sin duda será seguida después por otra crisis social e, inevitablemente, política, de un alcance actualmente difícil de prever. Condiciones, pues, en las que es no ya difícil, sino inútil, hacer previsiones de futuro y menos un pronóstico o una terapia; incertidumbre radical o incertidumbre “knightiana” (identificada en 1921 por Frank H. Knight)1 la llaman los economistas.
Pero es importante señalar que en absoluto se trata de un evento inesperado. Al contrario, y por ello, Nassim Taleb considera que el COVID-19 no es un cisne negro, porque era previsible.2 Epidemiólogos y expertos en sanidad pública, organismos internacionales como la OMS, think tanks y analistas de la globalización, y todas las estrategias de seguridad nacional de los países, advertían de la pandemia como un riesgo sistémico global, a la par con el cambio climático. Así, por ejemplo, la española Estrategia de Seguridad Nacional (de 2017) señalaba entre los desafíos a tratar “la inestabilidad económica, la vulnerabilidad energética, los movimientos migratorios, las emergencias y catástrofes, las epidemias y pandemias y el cambio climático”. Y añadía acertadamente:
“España, un país que recibe más de 75 millones de turistas al año, con puertos y aeropuertos que se cuentan entre los de mayor tráfico del mundo, un clima que favorece cada vez más la extensión de vectores de enfermedades, con una población envejecida y una situación geopolítica polarizada, no está exenta de amenazas y desafíos asociadas a enfermedades infecciosas, tanto naturales como intencionadas.”
Como es evidente ahora, un análisis más que acertado y preciso. Y esta es la primera enseñanza de la pandemia del COVID-19: que se menosprecia a los expertos. Se sabía y se esperaba, pero no nos preparamos pues no planificamos, ni para el largo plazo (como el cambio climático) ni para lo poco probable (aunque seguro) como son como las zoonosis.3
Como ocurre con el cambio climático, se hace pues imprescindible generar, en el marco de la OMS, un sistema internacional de vigilancia y control más sensible que el actual, que disponga de un stock de material sanitario y/o de una red actualizada de proveedores que pueda activarse a corto plazo. La siguiente pandemia no debería coger desprevenida a la humanidad.
¿Qué consecuencias puede tener esta pandemia? A pesar de las enormes dificultades, debemos intentar otear el futuro (o al menos el presente) y algo sensato sí se puede decir. Y, como siempre, tenemos dos escuelas sobre las consecuencias de la pandemia.
Para algunos, nada será igual tras la pandemia (por ejemplo, J. Gray y H. Kissinger), que se percibe como un game changer radical. Otros, más escépticos o prudentes, aseguran que se trata más bien de un acelerador de tendencias ya existentes, un catalizador (por ejemplo, Richard Haas y Josep Borrell). Parece que las dos cosas al tiempo: un acelerador de tendencias ya existentes, pero que nos lleva a un mundo en buena parte nuevo. Es cierto que la historia tiene una fuerte dependencia de senda, y nadie puede librarse de la mochila de su pasado, ni los individuos ni las sociedades. Pero el cambio salta de la cantidad a la calidad, y la prolongación de la pandemia está haciendo aflorar escenarios nuevos por mucho que lleven décadas gestándose.
Y puede –es una hipótesis, sólo algo más que una conjetura– que a la larga los efectos de la pandemia sean mayores en el ámbito micro, de la vida cotidiana, que en el macro, en la vida de los Estados y los países. Pues efectivamente –como veremos– tanto el teletrabajo como la digitalización en general están cambiando hábitos y rutinas cotidianas, desde el modo de consumir o disfrutar del ocio a las culturas empresariales, los modos de hacer negocios o de relacionarse, los viajes y los transportes urbanos, las pautas residenciales, la educación en todos sus niveles e incluso en la mayor informalidad en el vestir. En qué medida estos nuevos hábitos persistirán cuando acabe la pandemia es hoy discutible, pero no parece irrazonable sospechar que muchos han llegado para quedarse, y se están arraigando con profundidad.
Pero nos interesa hoy más lo que está ocurriendo en el ámbito macro, y aquí la continuidad se manifiesta de entrada en que las consecuencias del COVID-19 se solapan sobre las consecuencias aun no resueltas de la Gran Recesión de 2008. Como ha escrito Roubini,
“Después de la crisis financiera de 2007-09, los desequilibrios y los riesgos que prevalecen en la economía mundial se vieron exacerbados por errores de política… los gobiernos en su mayoría patearon la lata en el futuro, creando importantes riesgos a la baja que hicieron inevitable otra crisis. Y ahora que ha llegado, los riesgos son cada vez más agudos.”4
Es decir, si esta crisis es tan determinante es porque, en realidad, no habíamos superado aún la anterior y, más en concreto, el alto endeudamiento que generó. Volveremos sobre esto, pero conviene no olvidar que esta crisis sanitaria viene a reforzar la crisis económica de 2008 de la que el mundo (al menos muchos países, y sin duda España) no se había recobrado aún.
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Emilio Lamo de Espinosa
Catedrático emérito de Sociología (UCM) y presidente del Real Instituto Elcano | @PresidenteRIE
1 Frank H. Knight (1921), Risk, Uncertainty and Profit, Houghton Mifflin Company, Boston y Nueva York.
2 “El cisne blanco del coronavirus era previsible”, entrevista a N. Taleb, en Bloomberg, 31/III/2020.
3 Ya en 2019, en el blog que mantenían Gary Becker y Richard Posner, se discutieron los riesgos y las consecuencias económicas de una posible pandemia global. Puede verse en https://www.becker-posner-blog.com/2009/05/the-economics-of-the-flu-epidemic–posner.html.
4 Nouriel Roubini (2020), The Coming Greater Depression of the 2020s, Project Syndicate, 28/IV/2020.
Imagen del SARS-CoV-2, causante del COVID-19, en un móvil. Foto: Napendra Singh (@napender)