El «lobby» israelí en Washington y su influencia en el Estado de Israel

El «lobby» israelí en Washington y su influencia en el Estado de Israel
Documento de trabajo

Resumen

En marzo de 2006 la publicación del artículo de J. Mearshheimer y S. Walt “The Israel Lobby and US Foreign Policy” causó gran polémica tanto interna como internacionalmente por la tesis que desarrollaba: defender los intereses de Israel tal como hace EEUU en la actualidad no se encuadra en el interés nacional de EEUU y a veces va en contra de éste. El autor del presente análisis elabora estas ideas valorándolas de manera crítica, no exenta, a su vez, ni de controversia ni del debido rigor. Los principales temas que aborda son la actuación del lobby judío en los EEUU y su base electoral, destacando el apoyo de los grupos religioso-políticos evangélicos y políticos neoconservadores, así como la incidencia negativa que, paradójicamente, el éxito de la actuación del lobby causa en Israel (puesto que cobija la persecución de objetivos que sin la intervención de EEUU se percibirían claramente como irrealistas).

Introducción

En marzo de 2006 se publicó en The London Review of Books un trabajo titulado “El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos.[1]Sus autores son dos prestigiosos miembros de la comunidad académica norteamericana: John Mearsheimer, profesor de ciencia política en la Universidad de Chicago, y Stephen Walt, decano de la Escuela de Administración John Kennedy de la Universidad de Harvard. Con pocos días de diferencia, el ensayo se publicaba también en la página web de esta universidad acompañado, esta vez, de un amplia batería de citas y de abundante documentación, referencias, etc.

La obra de Mearsheimer y Walt provocó en EEUU una polémica quizá sin precedente tratándose de una publicación académica. Hay que remontarse a 1993, cuando Foreign Affairs publicó “El choque de civilizaciones” de Huntington para encontrar un eco similar.

Decenas (¿centenas?) de artículos aparecieron en diarios y revistas de actualidad o especializadas. La mayoría apasionados, contrarios y críticos. La minoría ecuánime. Pocos, muy pocos, a favor de sus autores. Entre los ecuánimes quiero destacar el publicado por Michael Massing [2].

Tuve ocasión de conversar con John Mearsheimer en Barcelona en junio de 2006, quien me relató la génesis de su obra: cuatro meses antes de comenzar la guerra de Irak, la revista Atlantic Monthly les encargó un trabajo sobre la política exterior norteamericana y su apoyo a Israel. La publicación, pues, no es una consecuencia de la guerra de Irak aunque la recoge. Según me confesó Mearsheimer, uno de los motivos fundamentales por los que aceptaron este reto fue el recuerdo de la humillación pública infligida en 2002 por Sharon y el lobby israelí al presidente Bush. En efecto, en abril de 2002 las fuerzas de defensa israelíes (FDI) lanzaron en Cisjordania la operación militar “Escudo protector”. Bush pidió la retirada inmediata del ejército israelí. El lobby se puso de inmediato en movimiento presionando sucesivamente a Powell y al mismo Bush hasta que éste último cambió de rumbo y dejó de exigir la retirada israelí de Cisjordania. La Casa Blanca escenificó el cambio al declarar que “Sharon es un hombre de paz”.[3]

A mediados de 2004 los autores entregan a Atlantic Monthly una primera versión de su ensayo. Los editores les piden que eliminen la parte en la que explicaban cómo el lobby es causa primordial del apoyo incondicional de EEUU a Israel, una vez descartadas como base del mismo la identidad estratégica entre ambos países y la superioridad moral de Israel. Mearsheimer y Walt se niegan, pero ofrecen una versión reducida. Tras varios meses de dudas, en enero de 2005, Atlantic Monthly decide finalmente no publicarlo. Sus autores lo intentan infructuosamente en varios otros medios y tiran la toalla en junio de 2005.

Para su sorpresa, en octubre de 2005, The London Review of Books les contacta y les comunica su deseo de publicar el trabajo. Los autores sospechan que algún periodista de Atlantic Monthly, en desacuerdo con la decisión de no publicarlo, lo envió directamente a la revista londinense. El resto de la historia es bien conocido salvo el hecho de que los autores declinaran publicar una versión traducida al español como les propuso el CIDOB y quien esto escribe, quizá porque su intención es ampliar el trabajo y publicar un libro que probablemente será presentado en la próxima feria de Frankfurt y prefieren reservar la traducción española para entonces.

Ahora, cuando la polvareda parece haberse asentado, vamos a examinar el ensayo de Mearsheimer y Walt, pero solo en la medida necesaria para que nos ayude a comprender la influencia del lobby sobre el Estado de Israel más bien que su influencia sobre la política exterior norteamericana como hacen ellos.

Seguidamente analizaremos este trabajo, pasando después a estudiar la base del poder del lobby, para terminar estudiando su influencia sobre Israel.

La eficacia del lobby ha tenido en mi opinión un efecto negativo sobre la estabilidad en Oriente Próximo y sobre la seguridad de Israel porque le ha permitido e incluso animado a defender posturas maximalistas que en gran medida han impedido la resolución del conflicto. De este modo, como veremos más adelante, Israel “sufre” el apoyo del lobby porque a largo plazo le resulta perjudicial.

 El lobby israelí en Washington y su influencia en la política exterior de EEUU
La crítica de la política exterior de EEUU en Oriente Próximo y de la actividad del lobby israelí en Washington es algo habitual para el lector europeo o iberoamericano.

Sin embargo, en EEUU esto es menos frecuente. Las críticas exhaustivas y afiladas a las relaciones de EEUU con Israel son escasas ó trascienden poco a la opinión pública debido probablemente a la labor del propio lobby. Por ello, la obra de Mearsheimer y Walt ha de ser colocada en su propio contexto para comprender su trascendencia: estamos ante uno de los pocos estudios que, provenientes del ámbito académico, critican simultáneamente la influencia del lobby israelí en la Administración y en la sociedad norteamericanas, la política exterior de EEUU en Oriente Próximo y la actuación del Estado de Israel.

Se trata de un estudio amplio y profundo que no ha sido ni concebido ni realizado desde una posición ideológica previa sino desde el análisis de los intereses globales de los EEUU. A pesar de todo lo anterior, como señala Michael Massing, “La histeria es el mejor calificativo para las reacciones que este ensayo ha provocado”.[4]

El estilo es riguroso, pero el humor también está presente entre líneas, especialmente cuando los autores hacen uso de su fina ironía. Así ocurre cuando, tras citar la intervención del miembro del Congreso Dick Armey en la que afirmó “Mi prioridad nº 1 en política exterior es proteger a Israel”, añaden “…uno podría pensar que la prioridad nº 1 para cualquier miembro del Congreso sería la de proteger América, pero no fue esto lo que Armey dijo”.[5]

La obra de Mearsheimer y Walt viene acompañada por montañas de información y de bibliografía junto con un exhaustivo aporte de citas y apoyos documentales que, a diferencia de lo que ocurre en numerosas ocasiones, forman parte esencial de la misma. Sin este acompañamiento documental exhaustivo la obra resultaría menos comprensible y su trascendencia habría sido mucho menor.

Mearsheimer y Walt hacen un aporte muy útil para el especialista, dan herramientas de comprobación al lector crítico y tratan de defenderse preventivamente de los ataques que inevitablemente van a recibir. Así lo reconocen cuando señalan: “el lector puede rechazar, por supuesto, nuestras conclusiones, pero las pruebas en las que se basan no pueden ponerse en duda”.[6]

La amplitud y lo acalorado de la polémica provocada demuestran precisamente la trascendencia del trabajo de Mearsheimer y Walt. Algunas de las críticas que han recibido son correctas, pero muchas otras son la pura expresión de sentimientos y pasiones. El más ecuánime de los críticos, Massing, pone de manifiesto las carencias del ensayo original:

 ·         ausencia de testimonios directos;

·         no uso de documentos federales;

·         ausencia de casos prácticos sobre cómo trabaja el lobby israelí.

Pero añade que, de haber utilizado estas fuentes, los autores habrían reconfirmado su tesis central que es esencialmente correcta: “el poder del lobby tiene efectos negativos para la política de los Estados Unidos”.[7]

Massing critica el ensayo de Mearsheimer y Walt, pero les aporta lo que estos han omitido. Así, paradójicamente, criticando su trabajo lo completa.

Massing, por otro lado, cae en el error que el mismo critica, pues aunque consigue algunos testimonios directos, la mayoría son citas off the record, lo que demuestra dos cosas que en realidad son una sola: que pocas personas quieren dar su nombre cuando opinan sobre el lobby y que éste tiene un gran poder silenciador. El ensayo de Mearsheimer y Walt también ha sido criticado por ignorar la influencia de las grandes compañías petrolíferas. Esta crítica es improcedente porque los autores centran su obra en el análisis de la influencia del lobby israelí, pero no pretenden que el lobby sea la única fuente de influencia en la política exterior norteamericana en Oriente Próximo.

En relación con la guerra de Irak, y aunque los autores reconocen que aún no conocemos la historia completa, se describe con detalle el proceso de manipulaciones y la estrategia seguida para llevar a la guerra al pueblo norteamericano. Se exagera quizá el papel jugado por el lobby israelí en los acontecimientos que precipitaron la guerra. Es cierto que desde Israel se venía clamando en favor del cambio de régimen en Irak, pero como algunos de los neocons en el poder estaban determinados y decididos a ello desde hacía años, el lobby israelí no debió de realizar grandes esfuerzos en esa ocasión.

Estando la opinión pública norteamericana conmocionada por los efectos del 11-S, el lobby se limitó a apoyar a los neocons y a transmitir los deseos de Israel. Fue esta coincidencia la que llevó rápidamente a una guerra equivocada, además de ilegítima e inmoral, rechazada por amplios sectores de la opinión pública mundial. Especialmente duros fueron los términos que utilizaron en sus condenas líderes religiosos como el Papa Juan Pablo II. Hoy no cabe duda de que la decisión de ir a la guerra provocó un gran desastre seguido por la tragedia de la posguerra y subsiguiente guerra civil. La auténtica labor del lobby debió comenzar cuando llegaron los desastres de la posguerra.

Críticas similares a las que nos ocupan pueden hallarse en autores que, desde posturas de izquierda, se acercan a los límites del sistema en Norteamérica, como Chomsky. Estas críticas tienen un eco muy limitado, pero Mearsheimer y Walt son dos prestigiosos académicos de las Universidades de Chicago y de Harvard, cuyo trabajo ha sido publicado por la Escuela de Administración John Kennedy de la Universidad de Harvard. Esta es la clave de la polémica levantada por la obra.[8]

A lo largo del ensayo se percibe el intento continuo de distinguir el lobby israelí de la comunidad judía de Norteamérica. También se percibe una preocupación latente y continua y el temor de los autores a ser acusados de antisemitismo. Quizá por ello se quiere sepultar al lector con ingente referencia documental sobre la que se apoyan todas sus afirmaciones. Quizá también por ello los autores dejan meridianamente claro que la labor del lobby israelí es tan legítima como la del lobby agrícola o la de la Asociación Nacional del Rifle. Las únicas características propias del lobby israelí que le distinguen del resto son su habilidad sin par y su extrema eficacia. Y esto es debido a su amplia base electoral, como veremos más adelante.

Los autores toman distancia no solo del antisemitismo sino incluso del antisionismo e insisten en que consideran normal, legal y legítima la conducta del lobby israelí. Como exponentes del realismo político, lo único que ponen en duda es que su influencia sea positiva y beneficiosa para los intereses de EEUU.

Sin embargo, al sustituir la identidad estratégica y la superioridad moral por la actividad de un lobby se están mezclando categorías diferentes y se están sustituyendo dos razones ideológicas por un instrumento. Porque desde esta óptica el lobby es un simple instrumento y nunca una razón ideológica o conceptual.

El lobby pretende actuar movido por las dos razones citadas y lo que habría que hacer, si se considera que esto no corresponde con la realidad, es identificar las razones alternativas por las que el lobby apoya a Israel. En este caso, las razones no pueden ser la pura defensa del interés del cliente, el Estado de Israel, como ocurre con el lobby agrícola y otros. Y ello es así porque, aunque se rechace de plano la idea de que la actividad del lobby es contraria a los intereses de EEUU, no se puede descartar el riesgo de colisión de intereses con un país tercero y porque en ocasiones se puede dudar razonablemente de que la actividad del lobby esté realmente favoreciendo a Israel, como veremos más adelante.

Lo esencial es determinar las razones en las que el lobby mantiene las posturas que mantiene y de donde saca su fuerza. Por ello, al estudiar la influencia del lobby en EEUU hay que plantear las dos cuestiones que se tratan a continuación: los fundamentos de la fuerza y del poder del lobby y, en segundo lugar, la influencia de éste sobre Israel.

La base electoral del lobby

Al analizar los vectores de fuerza del lobby israelí los autores mencionan a los cristianos evangélicos como uno de sus apoyos esenciales. Cristianos evangélicos a los que los autores califican en algunos casos como “sionistas cristianos”.

En Norteamérica se usa la expresión “cristianos evangélicos” no en su sentido original teológico sino para englobar un amplio espectro de iglesias protestantes: luteranos, metodistas, baptistas, adventistas, etc., que han llegado a formar un grupo difuso identificado sobre supuestos sociales y políticos generalmente conservadores. Todos los cristianos sionistas son evangélicos pero no a la inversa.

En este contexto hay que analizar el que Netanyahu se permitiera amenazar a Clinton con movilizar a sus aliados en las dos cámaras y de la derecha cristiana. ¿Por qué la derecha cristiana norteamericana debería ser uno de los principales apoyos de Israel? ¿Por qué hay cristianos que son calificados de sionistas? Con el recuerdo de las masacres, entre otras, sufridas por el pueblo judío tras la primera y segunda destrucciones del templo y las obligadas diásporas subsiguientes es lógico que los miembros mas prominentes de las comunidades judías se acercasen a los círculos de poder como señala Hannah Arendt,[9] pero esto no puede explicar la implicación activa en defensa de Israel de amplias capas de cristianos norteamericanos.

El papel jugado por los evangélicos en la definición de la política exterior norteamericana en Oriente Próximo merece una aproximación algo mas detallada y para ello hay que partir de la creencia adventista de que la segunda venida de Jesucristo está próxima y tendrá lugar en un Israel poblado de judíos que en esa tesitura deberán convertirse o perecer.

La creencia adventista no sería demasiado relevante si no fuera por una doble coincidencia. Por un lado, los cristianos evangélicos han venido a compartir, de una manera u otra y en mayor o menor grado, la creencia adventista en su versión premilenarista.[10] Por otro, el segundo advenimiento coincide en sus consecuencias prácticas con la llegada del Mesías que siguen esperando los judíos ortodoxos. Solo desde esta óptica pueden comprenderse las amenazas de Netanyahu y afirmaciones como las del congresista Dick Armey que anteponen la defensa del Estado de Israel a los intereses norteamericanos.[11]

Es más que probable que para los líderes políticos israelíes esta doble coincidencia sea tan solo motivo de satisfacción, pues no deben considerar inminente ni el segundo advenimiento ni la llegada del Mesías.

Lo anterior puede resultar chocante para la mentalidad laica europea, pero es incontestable la presencia e influencia de los evangélicos en el Congreso, en el Senado y, por lo tanto, en el gobierno norteamericano. Los evangélicos representan aproximadamente el 25% de la población norteamericana y son muy activos electoralmente. La tercera parte de ellos son afines o miembros de algún grupo radical sionista cristiano. No estamos, pues, ante un fenómeno de sectas minoritarias.

Todo esto es bastante complejo y confuso y no se suele analizar con detalle, quizá por las razones que se verán mas adelante. En realidad, los cristianos evangélicos son la base electoral sobre la que se apoya la fuerza del lobby israelí en Washington. La creencia en el segundo advenimiento para lo que es una condición previa la existencia del Gran Israel, poblado por judíos hasta el límite de sus fronteras bíblicas, es una de las causas principales del apoyo que la política exterior norteamericana da al Estado de Israel. Causa que tiene mayor incidencia que la pretendida coincidencia estratégica o la superioridad moral de Israel que son los dos fundamentos “supuestamente” esenciales del apoyo norteamericano a Israel.

Tampoco se suele analizar el sentimiento de culpabilidad de una parte de la influyente comunidad judía de Norteamérica por no haber respondido a la llamada y emigrado a Israel. Este sentimiento es hábilmente manipulado por el lobby para alcanzar sus objetivos.

Estas omisiones por parte de quienes escriben sobre el lobby israelí son comprensibles: no suelen examinarse las motivaciones de los cristianos evangélicos ni de las comunidades judías norteamericanas, posiblemente, por pudor intelectual. En efecto, en ambos casos nos hallamos ante motivaciones espirituales, sentimentales o pasionales difíciles de describir, de analizar y por lo tanto de criticar de manera racional. Sin embargo, a menudo son las pasiones ó las motivaciones espirituales las que mueven a los pueblos y a sus líderes. La historia de Oriente Próximo es muy ilustrativa al respecto. [12]

Desde esta óptica, el apoyo evangélico a Israel podría ser calificado en ciertos casos de instrumental, ya que la preocupación de los cristianos evangélicos por el Estado de Israel llegaría tan sólo hasta la hora y el minuto en el que se produjera el segundo advenimiento. Es decir, la existencia segura del Estado de Israel sólo interesaría a los cristianos fundamentalistas en la medida en que parece ser una condición necesaria para que se produzca el segundo advenimiento.[13]

La militancia evangélica a favor de Israel sobre bases proféticas y apocalípticas puede resultar algo difícil de comprender para los europeos que vivimos, muy mayoritariamente, de manera laica o aconfesional la esfera pública de nuestras vidas. Sin embargo, la situación en los EEUU es diferente.

Los padres fundadores trataron de evitar cuidadosamente que el Estado, “lo público”, fuera monopolizado o excesivamente influenciado por una iglesia o una creencia, pero en la sociedad norteamericana, como en muchas otras, está abierta la posibilidad de que organizaciones religiosas controlen los resortes del poder a través de sus miembros. Hoy en EEUU los evangélicos no son una iglesia que tenga una posición institucional predominante como ocurrió en Europa en épocas pretéritas, pero consiguen resultados similares a través de los individuos a los que de una manera u otra controlan o influyen.

Pero ésta, aun siendo importante, no puede ser la causa única del masivo apoyo evangélico a Israel. Sería un enfoque demasiado simplista. Incluso entre los evangélicos hay quienes creen en la identidad de intereses estratégicos y presupuestos morales, por no hablar del petróleo y de intereses económicos.

La obra de Mearsheimer y Walt ha provocado el debate y esto, como señala Zbigniew Brzezinski, es su aportación principal.[14]

Por todo ello, el análisis de la política exterior estadounidense y el indudable éxito del lobby israelí en Washington nos llevan a reflexionar sobre la influencia de este apoyo en la política exterior de Israel. En definitiva, sobre los efectos positivos y negativos de este apoyo en las relaciones de Israel con sus vecinos y, muy en especial, con los palestinos.

La influencia del lobby en la política exterior de Israel

A la vista de lo anterior se puede dudar de que Israel sea sólo beneficiario neto del exceso de éxito del lobby israelí y se puede intuir que también, parcialmente, sea su víctima. Con un lobby menos poderoso, Israel habría frenado sus aspiraciones, se habría fijado objetivos menos ambiciosos y habría quizá alcanzado un acuerdo con los palestinos antes de que se produjera la actual radicalización islámica del mundo árabe.

Por otro lado, cabe preguntarse si el camino seguido desde la guerra de los seis días ha dado como resultado una mayor seguridad para Israel. La fragilidad de Israel es ahora mayor que hace 40 años, especialmente si se usa la ecuación que combina el odio de los pueblos y la superficie en la que viven: hay demasiados odios concentrados en una exigua porción de territorio.

Los éxitos del lobby israelí y el consiguiente apoyo norteamericano llevaron a Israel al borde del suicidio: la anexión de Gaza y Cisjordania hubieran sido sendos pasos hacia el Gran Israel, pero habrían convertido en pocos años a los judíos en una minoría frente a los palestinos. El reconocimiento de este error es la explicación tanto de la retirada parcial de Gaza como de la construcción del muro de separación, ambas realizadas precipitadamente.

Uno de los grandes éxitos del lobby consiste en ocultar en EEUU la opresión que sufre la población palestina en los Territorios Ocupados. El propio Jimmy Carter ha terminado por escribir un libro para denunciar la situación,[15] lo que le ha permitido probar la amarga medicina que administra el lobby en estos casos.[16]

La idea de que Israel es a veces también víctima indirecta del apoyo que recibe de los EEUU no es completamente novedosa aunque no se utiliza con frecuencia. Esta idea engarza con la tesis de que la creación del Estado de Israel fue una iniciativa perjudicial para la diáspora judía. Así, se estima que no solo los líderes del sionismo de la primera mitad del siglo XX sino también quienes desde fuera apoyaron la creación de un Estado israelí estaban, en realidad, introduciendo al pueblo judío en un callejón sin salida de la historia. Transplantar unos pocos millones de europeos, bastantes de ellos radicales religiosos, a una tierra habitada durante los últimos 2.000 años por otro pueblo, injertarlos por la fuerza entre centenas de millones de gentes hostiles y llevar a cabo una política que ha contribuido decisivamente al enconamiento del conflicto y a la radicalización del mundo islámico circundante provocará algunas perplejidades y planteará más de un interrogante a los futuros historiadores.

Sin poner en duda el derecho del pueblo hebreo a tener su propio Estado e incluso a tenerlo, quizá, en Oriente Próximo, la creación del Estado de Israel y su historia posterior constan de una serie de elementos que ya han provocado una tragedia y podrían terminar provocando una tragedia histórica aún mayor:

 ·         Transplante de poblaciones foráneas, con algunos elementos religiosos extremistas.

·         Instalación en una tierra con la que los recién llegados tienen una relación lejana.

·         Expulsión de gran parte de la población local después de que ésta haya rechazado su llegada.

·         Población local expulsada que, acto seguido, se queda a vivir en zonas cercanas.

·         Conflicto bélico permanente, declarado o latente.

·         Ausencia completa de mestizaje entre ambos grupos poblacionales.

·         Superioridad militar, económica y tecnológica de los recién llegados que les lleva al éxito en los conflictos bélicos iniciales.

·         Derrota, humillación y desesperación de la población autóctona, expulsada o sojuzgada.

·         Explosión demográfica de la población autóctona que, pasado un tiempo, vuelve a ser mayoritaria como lo era antes de la llegada de los primeros nuevos ocupantes.

·         Hostilidad de los pueblos vecinos que se solidarizan, en mayor o menor grado, con la población autóctona expulsada o sojuzgada.

·         Gran superioridad demográfica de los pueblos vecinos.

·         Radicalización de la población autóctona y de los pueblos vecinos.

·         Fanatismo religioso.

·         Generalización de todo tipo de terrorismo.

Como se ha señalado anteriormente, es incontestable el derecho de los judíos a vivir en un Estado en el que se sientan seguros. Por otro lado, es obvio que Israel no es responsable de todo lo ocurrido, pues los palestinos han dejado escapar múltiples ocasiones al sufrir permanentes disensiones internas y al ser instrumentados por las naciones árabes vecinas.

Sin embargo, ahora estamos analizando los acontecimientos y la forma en que se han desarrollado los mismos parecería indicar que lo que se ha pretendido no ha sido precisamente conseguir la seguridad de los judíos que emigraron a Palestina.

En el momento en que se abandonó la idea de una Palestina hogar común de judíos, musulmanes y cristianos, implícita en el texto de la declaración Balfour, y se optó por la partición, se selló la suerte del conflicto y se potenció su ingrediente religioso por ser el más adecuado para avivar las pasiones que debían alimentar la confrontación. Es cierto que había poca voluntad, fuera de los cristianos, para crear un Estado aconfesional y democrático en Palestina al que hubiera podido emigrar una cantidad importante pero limitada de judíos y en el que hubieran podido convivir judíos, musulmanes y cristianos. Un Estado que, además, hubiera permitido y hecho posible la libre y pacífica visita a los lugares santos de las tres religiones.

Esto es cierto, pero siendo Gran Bretaña el poder colonial planeará siempre la sombra de la duda, ya que los casos similares de partición y conflicto se dieron precisamente en otros supuestos de la descolonización británica, como la India y Chipre. Por ello, no podemos estar seguros de que se exploraran todas las vías, se agotaran todos los intentos y se llevaran a cabo todos los esfuerzos posibles para evitar la partición.

Así, se enfrentan dos pueblos que un observador, ajeno e ignorante del conflicto, consideraría que están condenados a entenderse. Dos pueblos que se alejan hasta hacer imposible la más mínima coexistencia pacífica.

Por un lado, el democrático Estado de Israel tiene ciertas dosis de confesionalidad y unas minorías religiosas fundamentalistas que al haber conseguido excluir a sus hijos del servicio militar y de la escuela publica han formado un Estado dentro del Estado. Por otro lado, encontramos la radicalización islámica de los palestinos y de los musulmanes, en general, sobre lo que sería ocioso extenderse. Como colofón conviene recordar la práctica desaparición de los cristianos en Palestina[17]que al principio del mandato británico eran el 15% de la población cuando los judíos apenas llegaban al 8%, incluso tras la primera y segunda aliyah que tuvieron lugar entre 1882 y 1903 y entre 1904 y 1914, respectivamente.[18]

La situación en Oriente Próximo y la historia del pueblo judío permiten comprender la obsesión de Israel por su seguridad. Según parece, los oficiales cadetes del ejército israelí juran que nunca se repetirá lo ocurrido en Masada,[19] pero solo la historia dirá si la política puesta en práctica era la adecuada para alcanzar el objetivo perseguido.

Hoy Israel busca su seguridad construyendo un muro en parte ilegal por no respetar la línea de separación ni el territorio palestino reconocidos por Naciones Unidas. Ayer, con el mismo ánimo, se dotaba del arma nuclear y se convertía en el único poder militar nuclear de la región. Esto lógicamente disparó la carrera nuclear en Oriente Próximo, lo que no ha contribuido precisamente a fortalecer la paz y la seguridad regionales.

Algunas reflexiones sobre el futuro

¿Cuánto tiempo falta para que un grupo terrorista islamista consiga un arma de destrucción masiva y la utilice contra Israel? Dado lo reducido de su superficie bastaría quizá con usarla en la frontera para producir daños devastadores e irreparables. La vida para el fanatismo islamista vale poco, pues los sacrificados, aun contra su voluntad, se convierten automáticamente en mártires del islam con destino directo al paraíso. Este escenario catastrofista puede ser considerado como muy improbable, pero ¿se atreve alguien a excluirlo por imposible?

No puedo compartir la opinión de quienes minusvaloran los riesgos de la proliferación nuclear en Oriente Próximo.[20] Oponerse a la proliferación tiene un valor en sí mismo, aunque se esté indirectamente beneficiando a Israel y aunque éste sea el principal causante y responsable de esta proliferación. Tampoco la comparto cuando señalan que es harto improbable que un Estado islámico con tecnología nuclear ponga su armamento a disposición de un grupo terrorista: dependerá de la solidez del régimen y del grado de fanatismo de sus dirigentes.

La última guerra durante el verano de 2006 (no me atrevo a llamarla guerra del Líbano pues este país ni atacó ni pudo defenderse y se limitó a sufrir un injusto castigo) fue una guerra de Israel contra las guerrillas de Hezbolá y Hamás en suelo libanés y palestino. Tras un reguero de muerte, daño y sufrimiento, la guerra ha despejado un poco el horizonte y ha sido rica en enseñanzas:

 ·         El desenlace de la guerra ha sido incierto. Israel no consiguió sus objetivos y en su interior se abrió una profunda crisis.[21]

·         Israel, siempre victorioso contra ejércitos regulares, ha encontrado los límites de su poder al enfrentarse a una guerrilla, tal y como se presintió durante las intifadas.

·         Parte de los daños ha sido infligida a quienes ni eran enemigos de Israel ni apoyaban a éstos. La imagen de Israel ha sufrido un nuevo deterioro.

·         La superioridad militar y tecnológica tiene sus límites cuando el enemigo controla a sus fieles con altas dosis de fanatismo que compagina con jugosas indemnizaciones en metálico para los supervivientes y cuando los que causan baja se convierten en mártires con plaza asegurada en el paraíso.

·         A diferencia de lo que ocurre en Israel y como lo demostró Hezbolá, en el bando del islamismo radical las bajas propias cuentan poco y apenas tienen efectos negativos en la lucha en curso o posterior. Al contrario, sirven de semillero y galvanización.

·         Esta actitud no presagia nada bueno para el futuro, pues sobre esta base los islamistas podrían atacar a Israel sin sopesar de modo lógico y racional las consecuencias de la respuesta israelí.

·         Se puede observar que en estas circunstancias la superioridad militar israelí pierde parte de su capacidad disuasoria.

 Hoy está más claro que nunca que el camino seguido por Israel para afianzar su seguridad no ha sido el más acertado y que no hay salida militar al conflicto. Los extremistas de ambos bandos siguen insistiendo en lo contrario: destrucción de Israel o victoria militar decisiva de éste. Pero estas tesis se defienden exclusivamente desde posturas fanáticas.

 Estas ideas van poco a poco calando en la sociedad israelí y es importante porque solo reconociendo el error previo se puede cambiar el rumbo. Esperemos que este cambio no llegue demasiado tarde.

 Los fundamentalistas de ambos bandos actúan como aprendices de brujos echando leña al fuego de manera que parezca que se cumplen sus profecías a lo que ellos tratan de contribuir con todas sus fuerzas. Esto también ocurre con los sionistas cristianos cada vez más cercanos a los extremistas israelíes porque, en definitiva, la paz en Oriente Próximo impediría la construcción del tercer templo y el segundo advenimiento. Visto desde la Europa actual estos planteamientos parecen obra de alucinados miembros de sectas minoritarias. Esto no es así. Más arriba se ha visto el peso demográfico y electoral de los evangélicos y de los sionistas cristianos en Norteamérica y se ha señalado que uno de cada tres americanos que apoyan a Israel lo hacen porque creen que, según la Biblia, los judíos deben tener su propio Estado en Tierra Santa para que Jesucristo pueda volver a la tierra.[22]

Como puede verse, en la deriva del Estado de Israel el lobby israelí en Washington tiene su parte alícuota de responsabilidad. Israel se ha visto apoyado, reconfortado y animado en su política de asentamientos de colonos judíos y de represión de la población palestina en los Territorios Ocupados y, en general, en su política maximalista. Simultáneamente, los sucesivos gobiernos israelíes han podido resistirse con éxito, gracias al lobby, cuando algún dirigente norteamericano se ha propuesto obligarles a seguir un camino de moderación.

Como señala Massing, el lobby israelí tiene su propia agenda, diferente a veces de la del propio Israel. El lobby se opuso a Shamir y a los acuerdos de Oslo de lo que se deduce que el lobby sabe mejor que los judíos norteamericanos lo que conviene a Israel y conoce mejor que los dirigentes israelíes la política que debe seguirse para ayudar a Israel. El lobby no es solamente un agente de un gobierno extranjero. Parece ser algo más.

 A la vista de lo anterior podría pensarse que los auténticos intereses de Israel y, sobre todo, del pueblo judío no son los únicos que motivan el apoyo de EEUU al Estado de Israel.

Porque, ¿de qué ha servido la política de los últimos 40 años? Si tras la guerra de 1967 Israel y EEUU se hubieran fijado una postura mesurada en relación a las fronteras y al resto del conflicto, la historia posterior habría ahorrado grandes sufrimientos a ambas partes.

Y así surge una pregunta para la que por el momento no hay respuesta: si la labor del lobby israelí en Washington es a veces contraria a los intereses norteamericanos, si en ciertos casos es al mismo tiempo contraria a los intereses de Israel y del pueblo judío ¿a quien pretende beneficiar el lobby israelí en estos casos?

Ignacio García-Valdecasas
Diplomático español


[1] John J. Mearsheimer y Stephen Walt, “The Israel Lobby and US Foreign Policy”, Kennedy School of Government Working Paper nº RWP06-011, 13/III/2006, http://ksgnotes1.harvard.edu/Research/wpaper.nsf/rwp/RWP06-011; John J. Mearsheimer y Stephen Walt, “The Israel Lobby”, London Review of Books, vol. 28, nº 6, 22/III/2006. http://www.lrb.co.uk/v28/n06/print/mear01_.html, consulta: 24/III/2006.

[2] Michael Massing, “The Storm over the Israel Lobby”, The New York Review of Books, vol. 53, nº 10, 8/VI/2006, http://www.nybooks.com/articles/19062.

[3] Randal Mikkelsen, “White House Calls Sharon ‘Man of Peace’”, Reuters, 11/IV/2002. Citado por Mearsheimer y Walt, op. cit, nota nº 129. Véase una descripción detallada de lo ocurrido en Mearsheimer y Walt, op. cit., p. 27.

[4] Massing, op. cit, p. 4.

[5] Mearsheimer y Walt, op. cit., p. 16.

[6] Ibid, p. 2.

[7] Massing, op. cit., p. 6.

[8] Mearsheimer, por otro lado, es un graduado de la Academia Militar de West Point y fue piloto militar durante cinco años.

[9] Hannah Arendt, en su obra Los Orígenes del Totalitarismo (Harcourt, 1985, parte primera, capítulo segundo), afirma que hasta los Edictos de Emancipación sobrevenidos como resultado de las Guerras Napoleónicas la marginación de amplias capas de la población judía en Europa se compensaba con los privilegios ostentados por los que ella denomina los “judíos de Corte”, especialmente relevantes durante los siglos XVII y XVIII, cuyo cometido principal era el sostener financieramente las obligaciones, con frecuencia de carácter bélico, de nobles, príncipes y monarcas. Durante el siglo XIX, estos judíos de Corte se vieron sucedidos por una más amplia comunidad de clase media-alta cuya función social, en el seno de los Estados-Nación en formación, era esencialmente la misma. En ambos casos, destaca Arendt la asepsia política de estos grupos, que se valían de su posición económica para garantizarse privilegios y seguridad, pero que no actuaban en ningún caso defendiendo los intereses de la comunidad judía en su conjunto como entidad diferenciada de carácter étnico, religioso o cultural (algo especialmente difícil en el siglo XIX, cuando muchos judíos quisieron asimilarse). Por ello, si históricamente ciertos elementos de las comunidades judías en Occidente han buscado y obtenido la protección y el beneplácito de las autoridades de sus países, la toma de conciencia política de la comunidad judía en tanto que tal, particularmente en Europa, nace de veras con el movimiento sionista, como reacción al mito de la asimilación en gran parte de Europa y a la subida a la palestra política del antisemitismo, puestas ambas cosas de manifiesto por el caso Dreyfus. Si un número creciente de judíos comienzan a creer en la necesidad de dotarse de un Estado para acabar con los problemas que les causan sus países de origen, también es lógico que traten de promocionar sus intereses como entidad cultural, religiosa, étnica o nacional en los foros adecuados para ello. En este sentido, el brutal desastre del Holocausto marca un punto de inflexión histórico, y actúa para las comunidades judías alrededor del mundo y en Israel como el más poderoso elemento de convencimiento según el cuál, para evitar que se vuelva a repetir un evento tan ominoso, la acción política consciente es primordial.

[10] Estas creencias se basan en una interpretación literal de la revelación nº 20 del Libro del Apocalipsis. A pesar de una hermenéutica supuestamente literal, varias interpretaciones son, sin embargo, posibles. Hasta mediados del siglo XX la corriente mayoritaria entre los evangélicos norteamericanos era la posmilenarista: el mundo abrazaría el cristianismo y, tras un milenio de “gracia”, tendría lugar el segundo advenimiento de Cristo. La tendencia cambia tras los desastres del siglo XX y hoy la corriente mayoritaria es la premilenarista tal y como fue defendida por el dispensacionalismo desde sus orígenes: en medio de grandes tribulaciones, Cristo vendrá ocultamente en busca de sus santos (éxtasis de la Iglesia) y mas tarde vendrá (segundo advenimiento) para imponer su reino que durará mil años.

[12] Sobre el apoyo a Israel de los cristianos evangélicos hay abundante literatura, pero es muy desigual en cuanto a su rigor. Para conocer los conceptos básicos puede leerse el artículo “God and Politics in the Holy Land” (20/II/2002) en http://www.pbs.org/now/politics/czionism.html. Si se quiere examinar un documento de primera mano y se tiene paciencia se puede leer la trascripción de un programa de radio sobre una visita a Palestina de un grupo de evangélicos norteamericanos en http://www.pbs.org/now/printable/transcript308_full_print.html. Se puede encontrar una explicación sencilla en la entrevista que “Beliefnet” hace al líder evangélico Richard Land en http://www.beliefnet.com/story/106/story_10697.html. De los libros publicados podemos citar: Timothy P. Weber, On the Road to Armageddon. How Evangelicals Became Israel’s Best Friend, Baker Academic, Baker Publishing Group, 2004; Gershom Goremberg, The End of Days: Fundamentalism and the Struggle for the Temple Mount, Oxford University Press, 2000; y Stephen Sizer, “Christian Sionism Defined”, en http://www.christchurch-virginiawater.co.uk/articles/czdefine1.html. En general pueden consultarse las publicaciones y la página web de Stephen Sizer, párroco de Christ Church (Virginia Water, Surrey, Reino Unido), quien hizo su doctorado en teología sobre este asunto en la Universidad de Middlesex en Londres: http://www.cc-vw.org/articles/czarticles.htm.

[12] John Mearsheimer, durante nuestro encuentro en Barcelona el 28 de junio de 2006, me indicó que el apoyo de los evangélicos norteamericanos a Israel es un hecho no controvertido, indiscutible e indiscutido, y que a los efectos de su trabajo las causas de este apoyo no eran relevantes. Por estas dos razones no habían considerado necesario analizarlas.

[13] Los cristianos sionistas norteamericanos reciben distintas denominaciones que identifican a grupos diferentes. Todos tienen en común su extremismo: derecha cristiana, fundamentalistas cristianos, providencialistas, milenaristas, tribulacionistas, etc. No todos los cristianos evangélicos son radicales, pero si están influenciados en mayor o menor medida por uno u otro grupo extremista. La mayoría de los evangélicos aceptan lo esencial del credo dispensacionalista (véase la nota nº 10).

[14] Zbigniew Brzezinsky, “A Dangerous Exemption, ¿Why Should the Israel Lobby be Immune from Criticism?”, publicado por Foreign Policy, julio/agosto 2006, junto con otros artículos de Mearsheimer, Walt, Aaron Friedberg, Dennis Ross y Shlomo Ben-Ami, todos ellos sobre el lobby israelí en Washington. La edición española de Foreign Policy publicó este debate en su nº de agosto/septiembre de 2006.

[15] Jimmy Carter, Palestine:Peace Not Apartheid, Simon & Schuster, 2006.

[16] Artículo de Jimmy Carter publicado el 12/XII/2006 en The Guardian, y artículo de Roger Cohen publicado el 7/II/2007 en IHT. Cohen, por lo demás, habla claramente de la postura de los evangélicos: “A una poderosa comunidad judía se le ha unido ahora un activo movimiento evangélico en la expresión de un fuerte –aunque diferente– apoyo a Israel”.

[17] El sino de los palestinos cristianos ha sido una trágica limpieza étnica avivada por los tres fundamentalismos: los israelíes los perciben como una quinta columna, los musulmanes como traidores a la causa árabe y los cristianos evangélicos norteamericanos los desprecian e ignoran porque no apoyan al Estado de Israel.

[18] Aliyah: ola migratoria de judíos europeos a Palestina durante el imperio otomano y el mandato británico. Textualmente “subida a Israel”.

[19] Masada: fortaleza construida sobre un monte cercano al Mar Muerto en la que se refugiaron los zelotes, últimos resistentes judíos antes los ejércitos de Tito y Vespasiano. Masada fue asediada, asaltada y finalmente arrasada por los romanos. Los zelotes se suicidaron en masa ante la inminente derrota. Su destrucción marcó el final de la sublevación judía contra el imperio romano. Hoy se puede visitar como sitio turístico.

[20] Mearsheimer y Walt, op. cit., p. 38.

[21] Victor Manuel Amado Castro, “Las consecuencias de la guerra contra Hezbolá en Israel”, ARI, Real Instituto Elcano, Madrid, 28/IX/2006.

[22]Timothy P. Weber, op. cit. p. 11.