El Instituto Cervantes y la diplomacia cultural en España: una reflexión sobre el modelo

El Instituto Cervantes y la diplomacia cultural en España: una reflexión sobre el modelo
Documento de trabajo

Extracto del artículo “El Instituto Cervantes y la diplomacia cultural en España: una reflexión sobre el modelo”, de Emilio Lamo de Espinosa y Ángel Badillo Matos, publicado originariamente en el libro El español en el mundo. Anuario del Instituto Cervantes 2016, con ISBN 978-84-92632-68-8, publicado por el Instituto Cervantes y la AEBOE en octubre de 2016, disponible hoy en formato digital en https://cvc.cervantes.es/lengua/anuario/anuario_16/.

Los desafíos del modelo español de acción cultural exterior

No se trata solo del retrato de un diseño inconcluso: en el último lustro, la agudización de la crisis económica ha complicado aún más esta situación reduciendo la aportación estatal dedicada a la acción cultural exterior. El Instituto Cervantes pasó de noventa millones de aportación pública en 2009 a apenas cincuenta en 2014, mientras en AECID el descenso fue aún más dramático, de dieciocho millones en 2010 a apenas tres en 2014. Los últimos años de fuerte retracción de gasto público se han traducido también en una ralentización de la creación de nuevos centros culturales y nuevas sedes del Instituto Cervantes.

Es difícil no observar este marasmo sin aspirar a que se produzca el consenso de todas las fuerzas políticas en torno a una reforma de nuestro modelo de acción cultural exterior que no solo garantice la integración de los objetivos de las políticas cultural y exterior, sino también presupuestos plurianuales y sostenidos que permitan tanto una planificación estratégica de objetivos y medios como el sostenimiento de una presencia de España acorde al papel que nuestro país aspira a tener en el escenario internacional. Esta inaplazable reflexión debería abordar no solo la delicada coordinación y distribución competencial, sino también el rol reservado a la colaboración público-privada, que por ejemplo –aunque con un modelo susceptible de numerosas críticas– ha convertido a la Alliance Française en la red de enseñanza de idiomas más importante del mundo, un modelo de «franquicia» que merece ser estudiado para España, pues permitiría un desarrollo rápido del Instituto Cervantes en muchos países con fuerte demanda actual a la que las limitaciones presupuestarias no permiten responder con suficiente agilidad. Y recordemos que la demanda del español tiene hoy una ventana de oportunidad que podría cerrarse en pocos años, como veremos a continuación.

Los riesgos de no afrontar, sin más retrasos, una reflexión en profundidad de los medios y los objetivos de la presencia cultural española en el exterior son tan graves como numerosos, desde la pérdida de influencia en la escena internacional hasta las oportunidades de crecimiento y empleo desaprovechadas por nuestras industrias culturales en el contexto de la sociedad del conocimiento, pero hay uno especialmente relevante: el futuro del español, y muy particularmente la decisión sobre qué papel quiere España tener en ese futuro. El español debe estar en el centro de toda reflexión en torno al futuro de la diplomacia cultural de nuestro país, y a estas alturas cabe incluso preguntarse si España sabrá estar a la altura de la responsabilidad que supone haber heredado un tesoro patrimonial de las dimensiones históricas y culturales del español, y de asumir la responsabilidad de liderar, junto a los países con quienes lo compartimos y enriquecemos, una estrategia que garantice su presencia en el mundo, sin perder de vista la riqueza lingüística de nuestro país, garantizada por la misma Constitución.

El extenso trabajo desarrollado por García Delgado et al. (2012) para la Fundación Telefónica ha contribuido en los últimos años a profundizar en la comprensión del «apretado lazo» que une lengua y desarrollo, «una vigorosa interrelación hoy acentuada por la emergencia de nuevos grandes actores en el mercado internacional y por la recomposición del mapa estratégico mundial» (García Delgado et al., 2012: 193). Ese «recompuesto» mapa mundial neowestfaliano está lleno de oportunidades para el español, como recordaban por ejemplo en 2013 Board y Tinsley, que en el informe Languages for the Future para el British Council identificaban los diez idiomas «de crucial importancia para la prosperidad, seguridad e influencia» del Reino Unido en el largo plazo, con el español en una destacada primera posición, muy por encima del chino, el francés o el árabe (Board y Tinsley, 2013). Sin embargo, al español le sigue costando crecer como segunda lengua de enseñanza en la propia Unión Europea (Lamo de Espinosa y Noya, 2002; Eurostat, 2016), y a escala global la demografía no juega a favor.

Lamentablemente para el futuro de la lengua española, las proyecciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) auguran que a mitad de siglo la mitad del crecimiento de la población mundial se producirá en África, lo que conllevaría un aumento del número de hablantes de francés y del portugués, ambas linguae francae en numerosos países africanos, donde compiten solo con las lenguas nativas (OIF, 2014; Lamo de Espinosa, 2014). El área latinoamericana ralentizará su crecimiento o incluso perderá población para finales de siglo (ONU, 2015; ONU, 2004; CEPAL, 2015), mientras que Estados Unidos continuará con un crecimiento sostenido, muy por encima de Europa o del sudeste asiático, superando en 2050 los 400 millones de habitantes: «Debido en parte a la migración internacional, en los próximos decenios las tasas de crecimiento de América del Norte y las de Oceanía rebasarán las de Asia y las de América Latina y el Caribe» (ONU, 2014). Las proyecciones permiten pensar en Estados Unidos como el primer país hispanohablante del mundo para 2050, lo que sin duda explica las palabras, que hacemos nuestras, de Víctor García de la Concha, para quien Estados Unidos «es hoy el marco espaciotemporal en el que está en juego la consolidación del español como segunda lengua de comunicación internacional» (García de la Concha, 2013: 116).

Hoy, uno de cada diez hablantes nativos de español vive en Estados Unidos y los últimos datos del Census Bureau estadounidense marcan un nuevo récord: 55,38 millones de hispanos, el 17,4% de la población, con un incremento de 1,2 millones (el 2,1%) en el último año, y ello pese a que la ralentización de la emigración mexicana en la última década ha llevado a que haya más mexicanos saliendo de Estados Unidos que cruzando hacia el norte la frontera (Passel et al., 2012).

Es particularmente importante no leer estos datos con un exceso de autocomplacencia. Aunque la resiliencia del español es muy alta entre los hispanos emigrados a Estados Unidos, la pervivencia del idioma en las segundas y terceras generaciones es mucho menos esperanzadora (Steinmetz et al. 2015); dicho de otro modo, el español sigue dependiendo más de los flujos migratorios que de la resistencia de sus hablantes a adoptar el inglés (como avanzaba Veltman, 1990), cuando el crecimiento de la población hispana en Estados Unidos parece fundamentarse hoy más en los nacimientos que en la emigración (Ortman y Shin, 2011). Más ventajas para el melting pot, frente a la hipótesis de una sociedad estadounidense multicultural y bilingüe (Moreno Fernández, 2006a). La circulación de contenidos culturales en español tiene que luchar no solo con una competencia formidable, sino también con unas políticas culturales y educativas que, aunque con grandes diferencias entre estados (Alonso et al. 2014), no favorecen la persistencia del español. Como resultado, pese a la importancia de la comunidad hispana y su evolución reciente, hoy uno de cada cuatro hispanos en Estados Unidos no habla español en su hogar (Krogstad et al., 2015; Steinmetz et al., 2015).

Si buena parte del futuro del español en el mundo se juega en Estados Unidos, el diseño de la estrategia adecuada de protección y promoción del español en ese país es de especial importancia para el futuro de la diplomacia cultural española. Destacamos dos excelentes iniciativas: la primera, la creación del Observatorio de la lengua española y las culturas hispánicas en los Estados Unidos del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard, orientado tanto a la investigación acerca del español en el mundo como, muy probablemente, a corregir la percepción del español como un idioma que ha perdido cierto prestigio en los campus estadounidenses (véase Gold, 2015). La segunda iniciativa son sendos acuerdos suscritos con la Secretaría de Relaciones Exteriores de México en 2012 y con la UNAM en 2013, para aprovechar de forma conjunta tanto los institutos españoles como los centros y espacios culturales mexicanos, los cincuenta consulados y los cuatro centros que la UNAM tiene en Estados Unidos. Adicionalmente, la UNAM se ha convertido en aliada estratégica del Instituto Cervantes –junto con la Universidad de Salamanca– para el esperado lanzamiento en 2016 del SIELE, el nuevo examen en línea de español. México se ha convertido de esta manera, en los últimos tres años, en el primer socio estratégico –es previsible que otros países sigan pronto esa misma línea– en la protección y promoción del español en el mundo. Considerando que dos terceras partes de los hispanos norteamericanos son de origen mexicano, parece evidente que toda política de promoción de la lengua en ese país debe ir de la mano y con el apoyo de instituciones mexicanas. No olvidemos, finalmente, que México, con casi 120 millones de habitantes, es el primer país hispanohablante del mundo, y tiene aún bastante recorrido demográfico. En todo caso, la prioridad de Estados Unidos que señalaba García de la Concha –sumada al riesgo de que el melting pot americano confirme una vez más el principio de que ese país es un «cementerio de lenguas»– enfatiza la urgencia de actuar ya, adoptando procedimientos ágiles que, más allá del derecho público y las exigencias administrativas, exploren tanto la colaboración internacional como la público-privada y permitan un desarrollo mucho más rápido que el actual.

Esta estrategia panhispanista viene emergiendo espontáneamente desde las propias instituciones culturales del mundo de habla española, en particular desde el intento de articular la «hispanofonía» en los Congresos Internacionales de la Lengua Española (4, la consensuada Ortografía de la lengua española revisada por las Academias de la Lengua Española (Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2010), pero sobre todo desde que en 2004 estas fijaran en el documento «La nueva política lingüística panhispánica» una agenda conjunta para los próximos años, y el objetivo común de «garantizar el mantenimiento de la unidad básica del idioma, que es, en definitiva, lo que permite hablar de la comunidad hispanohablante, haciendo compatible la unidad del idioma con el reconocimiento de sus variedades internas y de su evolución» (Asociación de Academias de la Lengua Española, 2004: 3).

Es indudable que la creación de una comunidad de intereses geoestratégicos para la promoción y protección del español necesita, primero, de un consenso básico en torno a su propio objeto. Y el paso dado en este sentido para el reconocimiento de un modelo internacional del español es histórico. Pese a todo, el consenso en torno al enfoque panhispanista no puede hacer perder de vista los riesgos implícitos que conlleva, particularmente una posible lectura neocolonial del proceso (Moreno Fernández, 2006b) –aunque también puede y debe ser visto al contrario– o las consecuencias de orientar el Instituto Cervantes exclusivamente hacia el panhispanismo, diluyendo al tiempo su agenda como institución central de la diplomacia cultural de España.

Por último, la diplomacia cultural española tiene otro importante desafío inmediato: contribuir a la conformación de una diplomacia cultural europea. Después de la resolución del Parlamento Europeo de 2011 y la acción preparatoria (2013-14) desarrollada por los institutos culturales británico, francés, danés y alemán, los acontecimientos se han acelerado en los últimos dos años y el Consejo ha pedido a la Comisión y a la Alta Representante un enfoque estratégico para la cuestión (Consejo de Europa, 2014; Consejo de Europa, 2015), que se traducirá en 2016 en una estrategia europea de diplomacia cultural. La Unión Europea se ha apoyado durante ese periodo naciente en la red de institutos culturales europeos (EUNIC, presidida desde junio de 2015 por el secretario general del Instituto Cervantes, Rafael Rodríguez-Ponga, por los doce meses correspondientes a este mandato), aunque un reciente informe encargado por la Comisión alerta de «los riesgos potenciales derivados de que temas y prioridades diplomáticas europeos rara vez están integrados en las estrategias globales y los programas de trabajo de cada instituto» (KEA, 2016). En todo caso, la participación de las instituciones españolas en una futura diplomacia cultural europea debería servir para enfatizar el papel histórico de España en la historia europea –hoy injustamente olvidado–, al tiempo que contribuimos a reforzar el papel de Europa en la construcción del mundo contemporáneo que, si bien es ya claramente posteuropeo en términos de poder económico o político, ha sido claramente europeizado en términos culturales e institucionales (Lamo de Espinosa, 2010).

Emilio Lamo de Espinosa
Presidente, Real Instituto Elcano
 | @PresidenteRIE

Ángel Badillo Matos
Investigador principal de Lengua y Cultura, Real Instituto Elcano
 | @angelbadillo


4 En 2014, Alemania era el país cuya influencia mundial era percibida más positivamente (60%), seguido por Canadá, el Reino Unido y Francia. Véase: http://downloads.bbc.co.uk/mediacentre/country-rating-poll.pdf.