Introducción

El 9 de octubre de 2009, el Comité Nobel noruego concedió su prestigioso Premio Nobel de la Paz al recientemente elegido presidente estadounidense Barack Obama. Las razones para la concesión del mismo fueron “sus esfuerzos extraordinarios para reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”, además de su visión y su trabajo por “un mundo sin armas nucleares”. Parte de la prensa estadounidense e internacional se posicionó en contra de una concesión que consideró prematura, condicionante o errónea, máxime cuando los hechos no acompañaban tal reflexión, al incrementar el citado líder el presupuesto de defensa y planear una escalada en el conflicto de Afganistán.

De hecho, en el momento de recoger el citado premio, el presidente Obama lanzó un discurso[1] en el que si bien rechazaba la contraposición idealismo-realismo por limitada, daba una definición –pese a reconocer el valor de las intervenciones humanitarias– de la guerra justa que recuerda indefectiblemente a la del autor comunitarista Michael Walzer:[2] la guerra en defensa propia y como último recurso, de forma unilateral si fuese necesario, defendiendo rotundamente la existencia del mal en el mundo. Asimismo, reconoce que sus logros a la hora de obtener la paz son “pequeños” –como responsable de enviar a jóvenes americanos a una guerra como la de Afganistán–, elogia la política del presidente Nixon hacia China y sostiene la necesidad de la guerra –cuya existencia fundamenta, no en el cinismo, sino en la naturaleza imperfecta del hombre y en los límites de la razón– para “poder conseguir la paz que queremos” y, particularmente, para combatir el terrorismo islámico. Igualmente, pone como modelo de guerra justa dos conflictos muy concretos: el del Golfo con George H.W. Bush (Bush padre) y el de Afganistán, “una guerra que América no buscó”. Elogia el papel de los valores y de la libertad, pero se opone al uso de la fuerza para expandirlos –defendiendo que en algún caso podría aplicarse una defensa armada de los derechos humanos de poblaciones de países extranjeros–, si bien su política exterior no ha sido precisamente un ejemplo de ello en lugares tan distantes como China, Birmania e Irán. ¿Qué es lo que nos dice esto sobre Obama?

Independientemente de que consideremos justa o no tal concesión, por cuestión de méritos, de comparación con su predecesor en el cargo o por resultar condicionante para un estadista –cuyos objetivos van más allá de la paz universal o del amor entre los pueblos–, la citada polémica nos servirá para ahondar en la enigmática “doctrina Obama”. A un año de su elección como presidente, parece necesario indagar cual es la doctrina o el principal corpus teórico que guía su política exterior. Esta guía teórica fue relativamente clara en sus principales predecesores, pero no en el propio Obama, que no ha hecho públicas tales indicaciones. En este documento de trabajo trataremos de arrojar un poco de luz sobre un asunto con enorme interés como es éste.

La dimensión prescriptiva de las teorías de las relaciones internacionales y la doctrina en la política exterior norteamericana

A diferencia de lo que sucede en otras disciplinas académicas, la Teoría de las Relaciones Internacionales se ha caracterizado por una serie de aspectos que, en palabras de ciertos teóricos, la han convertido en una suerte de área de conocimiento singular y diferenciada de otras disciplinas. Por un lado, se ha caracterizado por su división en paradigmas compuestos por diferentes teorías, a menudo muy distantes unas de otras y que han tendido a clasificarse como liberales o realistas; por el otro, por la importante dimensión prescriptiva y no solo descriptiva que ha tenido a efectos de guiar la acción exterior de un Estado en el ámbito internacional.[3] Los diferentes paradigmas y guías teóricas que han venido sugiriendo cómo es el mundo, para facilitar la toma de decisiones del líder político –y conducirle al éxito- se han ido sucediendo en el tiempo.[4]

En primer lugar destacaría el realismo político, que moldeó la política exterior norteamericana desde los años inmediatamente anteriores a la Guerra Fría y que se convertiría, probablemente, en el paradigma de mayor éxito en la disciplina.[5] Esto fue, en buena medida, por su capacidad para aunar las dimensiones prescriptiva y descriptiva, además de por las agraciadas virtudes de prudencia y autorrestricción que acompañaban el enorme mérito –y capacidad de discernimiento– de su naturaleza amoral, como el único paradigma internacional que se caracteriza por la seriedad ética.[6]

El segundo gran ejemplo, que pese a su mayor antigüedad, nos permite paradójicamente enlazar con tiempos más recientes; es el del idealismo wilsoniano. El segundo paradigma práctico de la política exterior norteamericana. Este idealismo wilsoniano está compuesto de dos elementos esenciales: (1) su fe en la democracia como elemento revolucionario capaz de solucionar los problemas del mundo; y (2) su fe en las instituciones y normas internacionales para condicionar el comportamiento de los Estados hacia la paz o hacia la guerra.[7] Esta corriente encontraría un rápido acomodo con la denominada tesis de la paz democrática, que afirma que las democracias liberales nunca o casi nunca se hacen la guerra entre ellas. Esta teoría, de inspiración kantiana, originada por el filósofo Michel W. Doyle,[8] pronto sería “completada” por las aportaciones de otros teóricos como Bruce Russett[9] y Rudy Rummel,[10] que preconizaron que expandir la democracia es una forma de fomentar la seguridad, la estabilidad y la prosperidad en el mundo.

La ruptura propiciada por el fin la Guerra Fría pronto provocaría el cambio de paradigma a seguir en política exterior. El realismo político quedó en un segundo plano y la paz democrática, combinada con la profunda tradición norteamericana del idealismo wilsoniano, tomó su lugar. Anthony Lake, consejero de Seguridad Nacional de Bill Clinton, expresó toda una estrategia tendente a exportar la democracia y la economía de mercado al resto del mundo.[11] Consecuentemente, se aisló a aquellos Estados –débiles– que no compartiesen la forma de gobierno y los principios de Occidente, justificando el surgimiento de un nuevo unilateralismo norteamericano,[12] frente a las políticas multilaterales desarrolladas por George H.W. Bush hasta el fiasco de Somalia. La paz democrática y el idealismo wilsoniano marcaron profundamente tanto el discurso como la acción práctica de EEUU en particular, y de Occidente en general, condicionando el establecimiento de protectorados internacionales en algunos de los lugares donde se produjeron las intervenciones más destacadas de la época.[13]

La doctrina Clinton tendría como continuadora y sucesora directa, en una forma aún más mesiánica y exacerbada, a la doctrina Bush –que sumó además determinados aspectos calificados de Jacksonianos en el proceder independiente y en el uso de la fuerza–.[14] Para aclarar conceptos, es necesario mencionar que en la Academia estadounidense, para identificar las diferentes corrientes de política exterior, se utiliza el nombre de un presidente americano histórico asociado a ellas. Así, los realistas que preconizan una política prudente basada en el interés nacional, tienden a ser denominados hamiltonianos. Los idealistas que pretenden hacer “el mundo seguro para la democracia” son denominados wilsonianos, los que apuestan por extender los valores estadounidenses mediante el ejemplo son llamados jeffersonianos y aquellos que apuestan por el uso independiente de la fuerza son calificados como jacksonianos.

La doctrina Bush, se concretaría claramente en la Nueva Estrategia de Seguridad Nacional,[15] en discursos del propio presidente Bush, como el Inaugural de su segundo mandato -donde propuso “acabar con la tiranía en nuestro mundo”– o en el de algunos de sus colaboradores.[16] Esta política sería claramente una continuación radical de aquellas políticas puestas en marcha por su predecesor, también fundamentadas en el citado idealismo wilsoniano e incluso en un cierto unilateralismo como forma de actuar bajo criterios de oportunidad en política exterior.

En medio de las críticas, Bush finaliza su mandato. Frente a la continuación relativa –aunque probablemente más moderada– que hubiese supuesto la llegada del senador McCain al poder,[17] el presidente Obama, a priori el más desconocido de los grandes candidatos de las primarias, triunfa en las elecciones acompañado de una aureola de cambio y de un enorme talento para la retórica. Sin embargo, y pese al transcurso del tiempo, Obama no ha anunciado ningún tipo de doctrina o de guía teórica a seguir en política exterior, a diferencia de sus antecesores. Desentrañar esta supuesta guía teórica mediante el análisis del discurso y de los hechos, es el objetivo del presente documento de trabajo.

El discurso político de la Administración Obama durante su primer año de mandato

(3.1) Discurso inaugural

El día 20 de enero de 2009 en Washington –por la toma de posesión–, en un emotivo discurso[18] el recién elegido presidente Barack Obama deleita a sus seguidores esperanzados con su bella retórica, que recoge algunos aspectos de interés en relación a su política exterior y que, por tanto, deben ser expuestos aquí. Obama reconoce en primer lugar que EEUU está en guerra “contra una red de odio y violencia de largo alcance”, refiriéndose naturalmente a al-Qaeda, en la misma forma que hizo el presidente Bush durante sus dos mandatos. Reconoce también en ese discurso la existencia de grandes desafíos que afrontar, en medio de una crisis económica devastadora que constituye una amenaza para el mundo en su conjunto. Asimismo, afirma que el consumo actual de fuentes de energía mayoritaria “fortalece a los enemigos de EEUU” y acentúa el miedo hacia el declive de la nación.

Después de dirigir una serie de emotivas frases a sus electores, el presidente Obama dice que “no es el momento de perseguir intereses estrechos ni de postergar decisiones”, pues corresponderían a un tiempo que ya había pasado. Muy al contrario, Obama defiende la necesidad de establecer controles y regulaciones en el mercado, si bien reconoce su papel positivo para “generar riqueza y expandir la libertad”, afirmación que lo acerca bastante a determinados discursos de la época Clinton, pronunciados en el mismo sentido. Consideraó además que “es falso tener que escoger entre nuestra seguridad y nuestros ideales”, haciendo referencia a que los padres fundadores no lo hicieron. Este es un tópico recurrente y un lugar común que aparece en diferentes discursos y obras de la clase política norteamericana en general, cuando se la pregunta sobre el tema.[19]

Tras afirmar que “generaciones anteriores resistieron firmemente el fascismo y el comunismo, no solo con tanques y misiles, sino con alianzas sólidas y convicciones perdurables”, sostiene que el poder estadounidense “crece a través de su uso prudente, nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo, el temple de nuestra humildad y moderación”. En este sentido, su discurso parece acentuar elementos prudentes de carácter hamiltoniano –o realista– sumados a aspectos ejemplarizantes jeffersonianos –también defendidos por destacados realistas como Kennan– como guía a seguir de cara al resto del mundo.

El presidente Obama mantiene en este discurso la necesidad de dejar en manos correctas Irak y de ganar la paz en Afganistán, de reducir la amenaza nuclear y de combatir el cambio climático al igual que en los discursos electorales. Asimismo, defiende la necesidad de combatir el terrorismo en el mundo de una forma decidida. Considera para ello necesaria una nueva relación con el mundo musulmán, basada en el entendimiento mutuo y la cooperación, advirtiendo a los autócratas de todo el mundo que su propio pueblo los juzgará por sus acciones. No obstante, también afirma que “extenderemos la mano, si están dispuestos a abrir el puño”, una frase que tendrá enormes consecuencias en el desarrollo de una política exterior mucho menos mesiánica e idealista que la de la Administración precedente y abriría la posibilidad de negociar con aquellos Estados autocráticos marginados durante la posguerra Fría, lo que le aparta de la política de George W. Bush.[20]

Después de defender que no se debe ignorar a aquellas personas sin recursos que están sufriendo fuera de las fronteras, Obama lanza algunas exhortaciones retóricas de una enorme belleza, que le acreditan como uno de los mejores oradores de los últimos tiempos. Sin embargo, pronto tendría que determinar su posición de estadista y adoptar una posición política pragmática que deberá tener resultados y no solo ofrecer esperanzas a sus seguidores. El resto de discursos a analizar, consecuentemente, crecerán en pragmatismo y disminuirán en emotividad, como resultado de la evolución lógica de un estadista hacia posiciones de creciente pragmatismo que, no obstante, seguirán manteniendo algunos rasgos idealistas, tal y como veremos.

(3.2) Discurso en la cumbre del G20 en Londres

Al finalizar la cumbre del G20 en Londres, Obama lanzó un nuevo discurso,[21] caracterizado por un matiz pragmático que lo distanciaba notablemente de los emotivos discursos pronunciados previamente. Este sería uno de los primeros discursos donde el candidato apostaría claramente por una acción multilateral y concertada a efectos de solventar los problemas del mundo, en este caso, la famosa crisis financiera.

Precisamente en ese sentido, lo primero que hace Obama es reconocer los efectos devastadores que la citada crisis había supuesto para millones de personas a lo largo del mundo. Esa es la razón que justificaría aquella acción concertada de los líderes globales en la cumbre de Londres para poder afrontar el problema. Obama contrapone esta situación con la que se vivió durante la Crisis de 1929 y sostiene que precisamente este tipo de cooperación ha evitado que la situación se les fuese de las manos como ocurrió en aquella ocasión.

Frente a los problemas comunes, debía llevarse a cabo una acción multilateral por parte de los dirigentes reunidos en el G20, tendente a garantizar los negocios y el crédito de multinacionales y empresarios individuales. Remarca que el G20 triplica la capacidad de actuación en la economía mundial que tienen instituciones como el FMI, rechazando asimismo el proteccionismo como una solución a los problemas del momento. Obama defiende, además, la necesidad de establecer mayores y mejores regulaciones para el mercado financiero, teniendo en cuenta los fallos que han conducido a la actual crisis y ponga coto a las prácticas abusivas.

El instrumento esencial para tales objetivos sería el G20, a través del cual se debería cooperar para establecer los controles necesarios y, además, reformar y expandir organismos internacionales como el FMI o el BM. El presidente Obama defendió, además, ayudar a los más débiles y desfavorecidos y se comprometió a trabajar con el Congreso para aportar 448 millones de dólares a favor de esta causa y doblar el apoyo orientado a que la gente salga de la pobreza, alcanzando el billón de dólares de presupuesto para esta misión.

Tras agradecer a los demás líderes el supuesto éxito de una cumbre –que considera no ser suficiente para solventar los problemas, pero si necesaria como primer paso– habla de la necesidad de estabilizar y combatir el terrorismo en Afganistán y de responder de forma coordinada a las provocaciones de Corea del Norte –materializadas en el lanzamiento de misiles–. Obama finaliza su discurso defendiendo la necesidad de nuevas acciones multilaterales y coordinadas en un mundo interconectado. Debemos, no obstante, hacer alguna referencia a la rueda de prensa inmediatamente posterior al discurso.

En esta rueda de prensa respondería a preguntas de periodistas en relación a varios temas de interés. En una de ellas, donde es cuestionado por el liderazgo americano, pondría de manifiesto el resurgimiento del mismo con la organización y el éxito de la citada cumbre. Preguntado sobre el alcance del cumplimiento de los objetivos con los que acudía a la cumbre, Obama reconoce la existencia de intereses contrapuestos e irrenunciables para cada parte, pero que el solo hecho de reunir a líderes, algunos de ellos enemigos en el pasado, a una cumbre a efectos de discutir las medidas necesarias que eviten un riesgo sistémico; supone un paso sin precedentes.

Preguntado sobre su política exterior, Obama defiende un nuevo liderazgo, que la gran potencia que es EEUU debe asumir, sin avergonzarse, escuchando a los demás –tal y como recomendaba el profesor Nye, pero también Morgenthau– y predicando con el ejemplo, sin dictar a los demás la política que deben seguir. Defiende asimismo las acciones coordinadas para hacer frente a la guerra contra el terror, afirmando que las acciones de la Administración previa erosionaron el liderazgo de EEUU en el mundo, algo que habría que evitar en el futuro. Igualmente, considera necesario establecer una alianza constructiva con una China en ascenso y reconoce que, si bien él es el presidente de EEUU y le corresponde defender los intereses norteamericanos, hoy en día hay desafíos que no se pueden afrontar si no es de una forma coordinada en el ámbito internacional.

Obama apoya la necesidad de actuar a favor de los perdedores de la globalización, por mucho que considere que el mercado y la internacionalización de la economía fuesen positivas y que la cumbre no ha solucionado todos los problemas, pero es el primer paso para ello. Sostiene también la necesidad de discutir las soluciones y medidas para afrontar la crisis entre todos, por mucho que los primeros síntomas de la crisis se hubiesen detectado en Wall Street.

(3.3) Discurso de Obama en Praga

El 5 de abril de 2009, Obama lanza su discurso europeo[22] ante una multitud congregada en la ciudad de Praga para poder escucharle. Tras la conveniente lectura localista destinada al pueblo checo, donde ensalza la historia de la República Checa en su lucha contra el comunismo, Obama va a resaltar algunos de los aspectos que considera más importantes de su política internacional.

En primer lugar, Obama remarca los cambios operados en “un mundo cada vez, menos dividido, más interconectado”, frente a lo que sucedía 20 años antes. En este mundo nuevo, los grandes desafíos serían la proliferación de armas nucleares, la crisis económica y el cambio climático, desafíos a los que no se podría hacer frente de forma unida, sino mediante la cooperación, los valores compartidos y la capacidad para escuchar al otro. Es por ello que defiende la necesidad de fortalecer la cooperación entre las naciones. Asimismo, defiende nuevamente la necesidad de ayudar a los más desfavorecidos y para ello anuncia que ha apartado con ese fin 3.000 millones de dólares para el FMI, a principios de la misma semana.

Se muestra partidario en su discurso de la utilización de energías renovables, lo que permitirá combatir más eficientemente el cambio climático. En relación a la seguridad común, defiende el papel de la OTAN, haciendo referencia al aniversario de la misma, en cuya mesa se habrían tomado decisiones sin el concurso de gente como los checos, que estaba situada al otro lado del Telón de Acero, y afirma que EEUU no les dará la espalda. Obama defiende igualmente su papel en el conflicto de Afganistán y a la hora de combatir el terrorismo “demostrando que las naciones libres pueden hacer causa común en nombre de nuestra seguridad común”.

Es particularmente extensa la parte del discurso concentrada en la cuestión nuclear, que plantea como uno de sus principales objetivos en política internacional. Así, exponiendo los miedos que se habían desatado en el transcurso de la Guerra Fría sobre su uso, remarca los riesgos que suponen la proliferación de las mismas o su caída en el poder de organizaciones terroristas como al-Qaeda, a medida que la tecnología suficiente para crear una se propaga. No obstante, estos riesgos sobre la paz y la seguridad mundial, según Obama, no deberían hacer caer en el fatalismo –considerado una debilidad–, sino que se deben tomar las medidas para iniciar la lucha contra este fenómeno mediante cinco medidas –de las cuales solo anuncia numéricamente dos–. Por ello, apostaría:

(1)   Por un mundo sin armas nucleares. No obstante, hasta el momento en que estos riesgos hayan pasado, defiende que EEUU conserve un arsenal lo suficientemente fuerte para protegerse a ellos y a sus aliados. Defiende el proceso negociador iniciado con Rusia, pero mantiene la necesidad de que mientras Irán siga queriendo adquirir un arsenal nuclear, el proyecto de escudo antimisiles se mantendría –aunque no lo hará por mucho tiempo–.

(2)   Se muestra partidario de hacer reformas en el Tratado de No Proliferación Nuclear y de prohibir los ensayos, así como de establecer un mayor control de la difusión de la tecnología destinada a este fin. Asimismo, se deberían fortalecer las inspecciones, que permitiesen acceder a la energía de forma pacífica por países bienintencionados, pero se impidiese recabar un arsenal nuclear por aquellos que no lo fuesen.

En cualquier caso, sostiene que ese camino se seguirá sin ilusión, pues hay Estados como Irán y Corea del Norte, que no han demostrado su voluntad de cooperar. En este sentido, defiende que las normas sean vinculantes y que en el caso de que estos países no cooperen, la comunidad internacional debería establecer las correspondientes sanciones. “Las violaciones deben ser castigadas y las palabras deben significar algo”, dice Obama. Respecto a Irán, el presidente norteamericano apoya su derecho a acceder a la energía nuclear de forma pacífica, pero no a dotarse de un arma que provocaría “una posible carrera de armamentos nucleares en la región, que aumentará la inseguridad para todos”. Tras defender la necesidad de que al-Qaeda no pueda obtener el arma; Obama propone la celebración de una Cumbre sobre Seguridad Nuclear a celebrar en EEUU en el año 2010, objetivo que se mantiene hoy en día.

(3.4) Discurso de Obama en El Cairo

El discurso de Obama en El Cairo de 4 de junio de 2009[23] es, sin duda, uno de los más importantes discursos pronunciados por el presidente norteamericano hasta el momento. El citado discurso fue interpretado como una forma de abrir una nueva etapa en las relaciones de Occidente y, concretamente, de EEUU con los Estados musulmanes. En esencia un discurso enormemente pragmático, que se compaginará nuevamente con algunos elementos liberales que muestra su voluntad de cambio en las relaciones de EEUU con esta zona geográfica.

Tras una serie de comentarios elogiosos con los que comenzaría su discurso hacia la propia ciudad de El Cairo, Obama realiza un rápido repaso histórico a las relaciones del islam con Occidente en el que alterna momentos de “coexistencia y cooperación, pero también conflictos y guerras religiosas”. Obama critica la actitud ante el islam, tanto de los europeos durante el colonialismo como de los propios estadounidenses durante la Guerra Fría. Reconoce el avance del extremismo islámico y, además, considera que los “cambios arrolladores traídos por la modernidad y la globalización han llevado a muchos musulmanes a ver a Occidente como hostil hacia las tradiciones del islam”.

Considera que las relaciones no deben determinarse por las diferencias, porque se les hace el juego a aquellos que siembran el odio y promueven la guerra en vez de la cooperación y la paz y considera que, dado que tanto EEUU como los musulmanes comparten unos principios comunes de justicia, progreso, tolerancia y dignidad, su relación debe basarse en el “interés mutuo y el mutuo respeto”.

Obama, que dice haber ido allí para “buscar una nueva relación entre EEUU y los musulmanes del mundo”, reconoce que los cambios no podrán producirse de la noche a la mañana. A continuación resaltará su experiencia de vida en Indonesia y sus conocimientos históricos sobre el iIslam medieval acentuando el papel de los propios musulmanes en la comunidad estadounidense. Obama afirma que “como presidente de EEUU, su responsabilidad es luchar contra los estereotipos negativos del islam allí donde surjan”.

Pero igual que no los musulmanes no son como se les describe peyorativamente, Obama afirma que “América no es el imperio egoísta que pinta el crudo estereotipo que se hace de ella” y considera que EEUU Unidos es una de las mayores fuentes de progreso del planeta. Obama defenderá en su discurso determinados derechos como el de culto e incluso el derecho a llevar velo, que el gobierno estadounidense habría defendido incluso en los tribunales. Reconoce asimismo la “humanidad común” del islam y Occidente y afirma que el mundo actual es interdependiente y, por tanto, hay numerosos desafíos que son comunes y deben afrontarse. Llama a olvidar el pasado y a compartir el progreso.

Obama defiende el conflicto de Afganistán, como un “conflicto por necesidad” al que se acudió tras el 11 de septiembre. Afirma, además, que no desean mantener allí sus tropas, pero la presencia de extremistas violentos lo hace necesario. Considera que “el islam no es parte del problema de combatir el terrorismo violento, sino que es una importante parte en la promoción de la paz”. Considerando que el problema militar por sí solo no resolverá el problema, anuncia que EEUU invertirá 1.500 millones en Pakistán y 2.800 millones en Afganistán para su desarrollo y concesión de oportunidades a sus habitantes.

Frente a su defensa de Afganistán, Obama califica la guerra de Irak como una “guerra de elección”, que “ha recordado a EEUU la necesidad de utilizar la diplomacia y construir un consenso internacional para resolver nuestros problemas siempre que sea posible”. Además, parafrasea a Jefferson, al afirmar que “confío que nuestra sabiduría crezca con nuestro poder y nos enseñe que cuanto menos utilicemos nuestro poder, más grandes seremos”. A continuación afirma que EEUU no quiere nada de los iraquíes ni de sus recursos, que apoyará al Estado iraquí y defiende su decisión de retirar las tropas, de forma que hayan salido del país en su totalidad para 2012. Asimismo, defiende su decisión de cierre de la prisión de Guantánamo para el año siguiente.

El conflicto árabe-israelí será otra de las grandes referencias de su discurso. Tras acentuar los sufrimientos de palestinos e israelíes en el pasado, “dos pueblos con aspiraciones legítimas y ambos con una historia dolorosa que hace difícil el compromiso”. Considera que la única solución “es que las aspiraciones de ambas partes sean satisfechas a través de dos Estados, en los que tanto israelíes como palestinos vivan en paz y seguridad”. Defiende asimismo y a un mismo tiempo que los palestinos abandonen la violencia, porque a su juicio no contribuye a nada, y el fin del asentamiento de judíos en las tierras ocupadas, al que dice oponerse. Considera también que un objetivo central es el desarrollo y la mejora de las condiciones de vida de los palestinos.

En lo que respecta a la cuestión iraní, reconoce la existencia de una historia tumultuosa y el papel de EEUU en el derribo de un gobernante elegido democráticamente durante la Guerra Fría –Mosaddeq–. No obstante, considera que debe haber más diálogo y menos recuerdos del pasado y que cuando quiere evitar que Irán obtenga armas nucleares esto no solo atañe a los intereses norteamericanos sino que “se trata de evitar una carrera de armas nucleares en Oriente Próximo que podría precipitar a esta región y al mundo a un camino extremadamente peligroso”. Defiende su deseo de que las armas nucleares desaparezcan del mundo, si bien reconoce el derecho de cualquier nación al uso pacífico de la energía nuclear.

Uno de los elementos más interesantes del discurso de Obama son las referencias a la política de Bush de expansión de la democracia. Reconoce que “mucha de esta controversia está relacionada con la guerra de Irak” pero, siendo claro, afirma que “ninguna nación puede imponer o debe imponer a ninguna otra sistema de gobierno alguno”. Esta breve frase de Obama incorpora una ruptura esencial con la política exterior dirigida por las dos Administraciones que ocuparon los años centrales de la posguerra Fría: tanto la de Clinton como la de Bush, que defendieron tal política tendente a expandir la democracia liberal como forma de gobierno a efectos de lograr un mundo más seguro, pacífico, estable y próspero.

No obstante, Obama sí que defiende la idea de que todo pueblo aspira a una serie de valores universales como son la libertad, la confianza en el imperio de la ley y en la administración de justicia, la lucha contra la corrupción y la libertad de vivir como uno decida. Obama afirma –sin referirse a la democracia liberal como forma de gobierno– que los gobiernos que respetan estos derechos son más estables, tienen más éxito y son más seguros. Es de destacar, viendo lo anterior, que Obama, lejos de poder ser considerado contrario a la democracia con una visión superficial de las cosas, es un demócrata que la apoya, pero que no la impone o la expande mediante el uso de la coerción o la fuerza. Critica además la hipocresía de aquellos gobernantes que se dicen defensores de la democracia pero que no la respetan y reprimen a sus opositores cuando llegan al poder.

Obama defenderá también en su discurso la defensa de libertades y derechos como la religiosa, la igualdad entre hombres y mujeres, e incluso la globalización, de la que afirma que es posible ser compaginada con la identidad al igual que han hecho muchos pueblos de Asia, como Japón, Corea y la musulmana Indonesia. Se manifiesta en contra de cualquier percepción negativa e incluso defiende su apoyo a la “Alianza de Civilizaciones”, a favor del entendimiento entre los diferentes pueblos. Finalmente, defiende un mundo más idealizado, donde la convivencia entre israelíes y palestinos sea posible y donde se tenga “el valor de emprender un nuevo comienzo”.

(3.5) Discurso de Obama en Tokio

El discurso de Obama en Tokio[24] responde a un interés claro expresado por el propio presidente norteamericano: renovar el liderazgo norteamericano y perseguir una nueva asociación basada en los intereses y el respeto mutuos. Asimismo, establecerá como objetivo la renovación de la alianza norteamericana con Japón –puesta en cuestión por el ascenso al poder de un presidente como Hatoyama, que recogió en su programa electoral el fortalecimiento de relaciones con otras potencias vecinas como es China–.

El presidente norteamericano, evocando el pasado, recuerda que su infancia en la región de Asia-Pacífico marcó su visión del mundo y que en el pasado Japón ayudó a conformar lo que hoy es EEUU con sus emigrantes. Tras resaltar la gran cantidad de cambios sociales y políticos que se han producido en Asia, remarca los desafíos comunes tan mencionados en sus discursos: terrorismo, proliferación de armas de destrucción masiva y cambio climático. Para afrontarlos se necesitaría fortalecer las alianzas existentes. Por ello, Obama reconoce la existencia de un fuerte compromiso de EEUU con la seguridad de Asia. Tras estos comentarios, comienza un recorrido por algunas de las cuestiones más relevantes que afectarían a la región; la primera es el papel de China.

En relación a la misma, afirma que la percepción que existe en EEUU sobre China como potencia emergente no es un obstáculo para seguir políticas de cooperación; Obama sostiene que “las relaciones de poder en un mundo interconectado no tienen por qué ser juegos de suma cero, y que las naciones no deben temer el éxito de alguna otra”. Las esferas de cooperación y no las de competencia llevarán al progreso en Asia-Pacífico, según él, aunque defienda la existencia de una “cooperación pragmática” con China –con todo lo que eso significa–. Remarca que el fortalecimiento de China será bienvenido, porque ninguna nación puede afrontar los problemas del mundo por sí misma, y sostiene que China es una fuente de seguridad y estabilidad para el mundo y, por tanto, no debe ser contenida. Esto, sin embargo, no sería óbice para que EEUU defienda la existencia de valores y derechos universales e irrenunciables.

Respecto del ASEAN, el presidente norteamericano remarcará que la citada organización se ha convertido en una fuente de diálogo, seguridad y cooperación, resaltando su papel positivo. A continuación desgranará, como en otros de sus discursos, la existencia de esos desafíos universales que todas las naciones afrontan. El primero es el de la economía, en relación a la cual reclama los cambios necesarios, que eviten un crecimiento desequilibrado como el mantenido hasta este momento. Evitar las consecuencias que este crecimiento podría tener para todos constituye, por tanto, uno de sus principales objetivos.

Defiende la existencia de mayores regulaciones y cambios, como los producidos en la Cumbre del G20 en Pittsburgh, así como una estrategia de crecimiento económico fundamentada en las exportaciones, el incremento de la productividad y la apertura de los mercados, trabajando por un Acuerdo de Doha “ambicioso y equilibrado”. Es muy interesante la propuesta realizada en torno a la creación de una Asociación Transpacífica, con la meta de establecer un acuerdo regional en torno a una membresía amplia y los altos estándares de un acuerdo de comercio del siglo XXI.

Obama hace también una referencia directa a la cumbre de Copenhague –a la que pondría en peligro al poco tiempo por sus declaraciones en China–, defendiendo el establecimiento de medidas concretas contra el cambio climático –aunque luego las declaraciones de intenciones no se llevasen a la realidad–. Asimismo, expone los peligros de un mundo que siguiese en posesión de armas nucleares, defendiendo la reforma del Tratado de No Proliferación Nuclear ya expuesto en discursos anteriores. Pone a Japón de ejemplo en relación a lo que las armas nucleares pueden suponer para el mundo. Afirma que la obligación de las naciones que poseen armas nucleares es avanzar hacia la desnuclearización y, por eso, defiende las negociaciones con Rusia para reducir sus arsenales. Anuncia, además, que se expondrán medidas concretas para asegurar los componentes más vulnerables a la proliferación de la energía nuclear en la cumbre del año siguiente sobre el citado asunto.

En relación a esta cuestión, hace referencia a los problemas planteados tanto por Corea del Norte como por Irán. Sobre Corea del Norte, remarca las sanciones establecidas por el Consejo de Seguridad tras sus “provocaciones” y le da la oportunidad de negociar y mejorar, rompiendo su aislamiento si cumple responsablemente con sus obligaciones internacionales. Obama expresará su apoyo al avance de los ideales y valores universales del ser humano, como son los derechos humanos y la democracia, poniendo de ejemplo a Japón y mencionando a Birmania como uno de sus grandes incumplidores. Afirma que las sanciones sobre la Junta Militar Birmana continuarán hasta que haya reformas concretas y solicita la liberación de los prisioneros políticos –mencionando a la dirigente de la oposición al régimen, Aung San Suu Kyi– asegurando que si Birmania cambia, el camino de la prosperidad y la verdadera seguridad se habrá abierto.

Tras una serie de elogios a la nación japonesa y hacer referencia a la cooperación entre los pueblos que permitirá afrontar el futuro, Obama se proclama el primer presidente norteamericano de la región de Asia-Pacífico, en una muestra de exhibición auto-identitaria que no fue expresada antes –ni siquiera en África–, prometiendo reforzar los lazos con esa región del globo de cara al futuro.

(3.6) Conclusiones en relación con los discursos

A la vista de los discursos expuestos, ¿qué es lo que se puede sacar en claro sobre la doctrina Obama? En primer lugar, es necesario destacar la cuestión de los modelos a seguir. Obama, tanto en su discurso como en otro tipo de documentos, sean estos libros[25] o entrevistas,[26] ha tomado como ejemplo a seguir a destacados políticos y autores realistas como Niebuhr, Kennan, Kennedy –en su dimensión práctica– y Truman.[27] Entre ellos no está presente Wilson ni ninguno de los principales políticos wilsonianos, que defienden una retórica tendente a la expansión de la democracia liberal como forma de gobierno a efectos de solucionar los problemas del mundo.

La paz democrática, materializada en las referencias a que las democracias no se hacen la guerra entre ellas y no patrocinan el terrorismo, ha desaparecido casi por completo, salvo en discursos particularmente idealistas y propagandísticos, como el de Ghana,[28] y ha sido excluido expresamente en otros más pragmáticos como el de El Cairo. Su ascendiente académico-político parece ser el de un realismo prudente y pragmático. Si bien es necesario tener en cuenta algunos elementos liberales en torno al poder inteligente de Nye o a un mundo “interconectado” de intereses mutuos, combinado con algunos aspectos cosmopolitas e incluso la “armonía” –en palabras de su propia secretaria de Estado[29] y particularmente utilizado en el ámbito de las relaciones transatlánticas–.[30]

En segundo lugar, destacan los principales objetivos a los que hace referencia Obama. En este sentido, resaltaría algunos desafíos transnacionales que el propio presidente ha convertido en bandera de su mandato: por ejemplo, la cuestión del cambio climático, que ha sido citada en prácticamente todos los discursos del presidente norteamericano. A esto se añade la amenaza de proliferación de armas nucleares, que el presidente ha decidido acotar, promoviendo incluso la reducción de los arsenales nucleares. Las regulaciones económicas que eviten una nueva crisis ha sido otro de los temas recurrentes del discurso del presidente, particularmente tras alguna de las reuniones más destacadas del G20 como las de Londres y Pittsburgh.

Frente a estos desafíos transnacionales, podemos encontrar otros de corte más pragmático, pero que han ocupado buena parte del tiempo real del presidente estadounidense. Entre ellos destacaría el de Afganistán y Pakistán, recientemente metidos en el mismo saco con el nombre de Af-Pak, que se interpreta como una “guerra de necesidad” por la seguridad internacional, frente al conflicto de Irak –una guerra de “elección” a la que se opuso desde un principio y que relaciona con el ímpetu de expandir la democracia por el globo de la Administración Bush–. A esto se le añaden los conflictos que le enfrentan a algunas de las principales autocracias del mundo, como son Corea del Norte, Irán, Rusia, Sudán, Birmania y China. Respecto de éstas, la táctica recogida en los discursos es la de la negociación. Tal y como dijo en su discurso inaugural, “extenderemos la mano si están dispuestos a abrir el puño”, frase enormemente explicativa de su política hacia ellas. Predicar con el ejemplo y no imponer los valores propios, tal y como afirmaban Jefferson y Kennan, parece ser la vía por la que ha optado el citado presidente.

Uno de los aspectos más interesantes, es el de la apuesta de Obama por el multilateralismo, como forma de actuar en política exterior de manera concertada. Probablemente Obama sea el presidente que más énfasis ha puesto en tal aspecto desde George H.W. Bush. Esta preferencia no es ocultada precisamente por el propio Obama, que menciona tal predisposición en la totalidad de sus discursos –e incluso su admiración por el citado presidente–. Sus referencias de carácter autoidentitario como la realizada en su discurso de Tokio, calificándose a sí mismo como “el primer presidente norteamericano del Pacífico” podrían también impulsar una política exterior en este sentido. Con todo, es necesario analizar hasta qué punto estas declaraciones se han materializado en la política exterior práctica del presidente Obama, para llegar a alguna conclusión factible sobre su doctrina o guía en la política exterior. Para ello expondremos brevemente algunos de los principales objetivos planteados por el mismo de cara al futuro.

La dimensión práctica de la política exterior del presidente Obama en su primer año

(4.1) La relación con los Estados autocráticos

Uno de los aspectos donde Obama parece haberse distanciado más de la Administración Bush en su política exterior es en la relación con los Estados autocráticos y, particularmente, con aquellos Estados considerados parias o marginales, que fueron aislados durante la posguerra Fría.[31] Algunos de ellos, como Corea del Norte e Irán, han planteado importantes desafíos tanto para EEUU como para la Comunidad Internacional en lo que respecta al desarrollo de sus planes nucleares. Otros Estados autocráticos o semidemocráticos,[32] que por razones de poder y tradición histórica han permanecido en el centro de la escena internacional –como es el caso de Rusia y China–, también han mejorado sus relaciones con EEUU.

El cambio de actitud de la Administración Obama era ya patente desde el discurso inaugural de su mandato, cuando afirmó que “extenderemos la mano si están dispuestos a abrir el puño”, toda una declaración de intenciones que muy pronto se pondría en práctica.

Tal y como vimos en su discurso de Tokio, Obama tiene un vínculo reconocido con Asia-Pacífico, así como una relación emocional relativamente fuerte con Indonesia, país en el que transcurrió su infancia. Estos vínculos podrían ayudar a entender que “el presidente menos europeo”[33] de cuantos haya habido en la Casa Blanca, recibiese al primer ministro japonés como la primera visita de un líder extranjero o que el primer viaje al exterior de la secretaria de Estado fuese precisamente a Asia.

Ese viaje, aparte de interesantes discursos y buenas intenciones, tuvo un elemento diferenciador que le separa de otros viajes de altos cargos de las Administraciones de Clinton y Bush hijo: la exclusión de la agenda de los derechos humanos y de la democracia.[34] Algo real, por mucho que la secretaria de Estado siga defendiendo el arcaico discurso –ya presente en destacados miembros de la Administración Clinton durante los ocho años de gobierno que duró– que plantea la supuesta falsedad de la afirmación que sostiene que “nosotros debemos optar por defender o los derechos humanos o los intereses nacionales”. Su defensa del pragmatismo, tal y como demostró en recientes viajes a Egipto y Turquía, es la mejor prueba de ello. El discurso de la Administración Obama parece, más que el desarrollo de una estrategia, una declaración de intenciones que en la práctica no siempre se cumple.[35]

De hecho, la agenda de la secretaria de Estado en el citado viaje fue enormemente pragmática y se materializó en una serie de conversaciones sobre cuestiones militares y, sobre todo, económicas,[36] soslayando las habituales recomendaciones en relación al respeto de los derechos fundamentales que los líderes americanos han realizado tradicionalmente a regímenes como el de China.[37] Estas autocracias, soliviantadas tras 16 años de política idealista insostenible, asentada sobre el idealismo wilsoniano, la paz democrática y el cambio de régimen por la fuerza, se habían opuesto de forma creciente a la política exterior estadounidense, tanto en su comportamiento –apoyando a una serie de regímenes autocráticos o híbridos que fueron creciendo en número en determinadas zonas geográficas como Latinoamérica– como en su discurso.[38]

Este viaje tuvo, pues, un marcado cariz económico y geopolítico, que liquidó en buena medida las políticas idealistas hacia la región que apoyaban las anteriores Administraciones. Fue, en cierto sentido, un viaje de apaciguamiento y concordia, como parecen indicar las declaraciones de la secretaria de Estado sobre la supuesta –e inexistente– “armonía”.[39] La posterior reunión de la secretaria de Estado con Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores ruso, no hizo sino confirmar tales planteamientos.[40] Esta inicial actitud pareció confirmarse, asimismo, en posteriores eventos.

La Administración Obama ha pasado durante este año por, al menos, tres crisis de relativa importancia para algunas de las autocracias más relevantes del momento. La primera fue la crisis uigur en China. La segunda, la crisis de Irán y el enfrentamiento del régimen con la oposición. La tercera es la crisis de Honduras. De estos tres supuestos, la actitud estadounidense es menos sorprendente en el primer caso, dada la necesidad de mantener buenas relaciones con el principal acreedor de EEUU en el mundo, las relaciones de poder existentes que hacen imposible o irracional cualquier tipo de intervención en una autocracia de tales características o los propios intereses económicos de EEUU en el país.[41]

La crisis de julio de 2009 y el alzamiento uigur en Xinjiang –región en la que persisten enormes tensiones étnicas, discriminaciones y desigualdades–[42] nos llevó, de hecho, a un escenario conocido en el que las vulneraciones de derechos son despachadas por los gobernantes occidentales con una mera serie de declaraciones retóricas y escasos hechos prácticos. Fue algo que ya se vio en supuestos como el del Tíbet y Chechenia.

Con todo, parece completamente irracional o ilógico haber actuado de otra manera. La prudencia y la autorrestricción deben primar sobre otras consideraciones más idealistas, como la protección de los derechos humanos de determinadas minorías, ante los riesgos de provocar un conflicto sistémico de nefastas consecuencias o de poner en peligro intereses vitales para una nación. Sin embargo, se podría decir que la templada reacción estadounidense a las vulneraciones de derechos no prueban nada, porque se han convertido en la norma de comportamiento habitual de Occidente, incluso bajo el idealismo filosófico wilsoniano dominante de la posguerra Fría, hacia las autocracias más poderosas. Es la actitud de prudencia que tan bien supo recomendar Michael W. Doyle en su famoso artículo sobre la paz democrática y que, desafortunadamente, ha sido tan escasamente escuchada tanto en la Academia como en círculos políticos.

Cuestión diferente es el caso de la crisis iraní y de la hondureña. El alzamiento de parte del pueblo iraní –particularmente de la población urbana–, decepcionada por el resultado oficial de las urnas en las elecciones del 12 de junio y la supuesta derrota del candidato Musavi ante Ahmadineyad, que atribuyeron a un fraude de enormes proporciones, cuestionó la propia legitimidad del régimen teocrático con ataques no solo al presidente Ahmadineyad sino al propio Ali Jamenei, líder de la República Islámica. De hecho, la denuncia de torturas en las cárceles iraníes y la represión de las fuerzas gubernamentales se han convertido en cuestiones recurrentes, desde ese momento, en los medios internacionales, pero también el cuestionamiento de la legitimidad del régimen por una parte de la población afecta a los reformistas.[43]

Las calificaciones de dictadura que se escucharon a hombres y mujeres de distintas edades, a lo largo y ancho del país, no tenían precedentes y parecían una ocasión de oro para poder haber actuado y provocado un cambio de régimen al estilo wilsoniano o, al menos, haber establecido las correspondientes sanciones como consecuencia de las vulneraciones masivas de derechos de la población que se producían en aquellos momentos.[44] Lo cierto es que nada de eso sucedió.

En realidad, la relación que EEUU mantiene con Irán es mucho más compleja de lo que aparenta, y el presidente norteamericano pareció, desde un principio, estar más interesado en unas negociaciones nucleares con la República Islámica que evitasen una escalada armamentística en una región geopolíticamente inestable, tal y como ha afirmado en algunos de sus discursos como el de El Cairo.

De hecho, los intentos de negociación con Irán han sido constantes, desde la sorprendente felicitación del año nuevo iraní[45] hasta la tibieza con la que acogió inicialmente su Administración las citadas vulneraciones, para posteriormente “condenarlas enérgicamente” y decir que no negociaría con el gobierno iraní[46] –en parte por las críticas y la indignación de la opinión pública– y luego olvidarse de sus palabras y volver a la mesa de negociaciones y al palo y la zanahoria; estrategia que todavía continua.[47] En cualquier caso y al recomendar al gobierno iraní que gobierne mediante el consenso y no la fuerza, parece hacer realidad el espíritu de una política realista de promoción de la democracia mediante el ejemplo, claramente inspirada por autores como Kennan.

Incluso se había llegado a comentar por parte del propio presidente Obama que la victoria de Musavi –probablemente con razón– no hubiese cambiado nada, al ser muy parecido a Ahmadineyad, y se ofreció negociar con aquel al que se atribuyese la victoria definitiva.[48] La reacción, pues, fue nuevamente templada y dominada por un principio acertado de prudencia, que prefirió no arriesgar las relaciones estadounidenses con Irán, desestabilizando la región y poniendo en peligro el necesario apoyo iraní para las transiciones y conflictos que se desarrollan en Irak y Afganistán, así como su participación en las negociaciones sobre el desarrollo de la energía nuclear.

La mano siguió tendida pese a la indignación y críticas de algunos periodistas y destacados políticos como el senador McCain,[49] principalmente neoconservadores, que defienden la paz democrática como guía de la política exterior estadounidense. Existe, pues, quien sigue apoyando la realización de una política exterior moralista pese a los acontecimientos de los últimos años. Otro acontecimiento que indicaría el fuerte cambio doctrinal mantenido por la Administración Obama en este aspecto fue el de la crisis de Honduras.

La expulsión de territorio hondureño del presidente Zelaya por parte del ejército y su sustitución por Micheletti, en un momento en el que preparaba una cuestionable reforma constitucional para perpetuarse en el poder, provocó un nuevo conflicto que produjo como consecuencia la división de Latinoamérica en dos bandos.[50] Por un lado, aquellas autocracias y democracias electorales que tienden a ser agrupadas en el eje bolivariano junto a algunas potencias regionales como Brasil y Argentina, y, por el otro, los aliados más cercanos a EEUU en la región, como Perú y Colombia. Los primeros han apoyado decididamente el retorno del presidente Zelaya –al menos antes de las recientes elecciones– y los segundos su exilio y reconocimiento del resultado de las elecciones del 29 de noviembre.[51]

Lo interesante en este caso es que a través de la actitud de EEUU se puede comprobar el grado de apoyo real a la democracia por parte de la nación estadounidense. No es posible negar que estamos ante un caso polémico, donde la Corte Suprema de Justicia hondureña se pronunció a favor del exilio y en contra de la reforma constitucional que quería desarrollar el presidente Zelaya para perpetuarse en el poder –al igual que el resto de poderes del Estado– con lo que existiría un entorno jurídico interno ambiguo y un cierto choque de legitimidades.[52] A esto se añaden los efectos nefastos de la prolongación de mandatos en el caso venezolano. Sin embargo, para bien o para mal, él era el presidente electo y el no haber seguido los cauces legales para su destitución parece haber sido un factor que podría tenerse en cuenta.

A esto se suma la existencia de un precedente muy cercano en la región: el caso de Haití de principios de los 90. En aquel momento la Administración Clinton impuso, mediante la utilización de un poder duro poco disimulado, la restitución del presidente Aristide y el exilio del general Cédras –convertido en presidente tras el golpe de estado contra el primero–.[53] Si ambas situaciones son puestas ante el espejo, es bastante evidente que los giros bruscos y la indecisión de una Administración Obama que parecía no saber si poner o quitar sanciones, alinearse con la posición de Chávez y sus aliados, o bien, con aquellos que habían decidido reconocer al gobierno de facto,[54] tiene poco que ver con la desarrollada por la Administración Clinton. El apoyo al presidente Zelaya siempre fue vacilante, siendo posible que en esta actitud influyese la percepción de que los intereses estadounidenses no estarían mejor protegidos con un Estado que engrosase las filas del eje bolivariano, con todo lo que ello significa –tal y como pusieron de manifiesto varios congresistas republicanos–.[55]

Además, no deja de ser llamativo que la actitud positiva del presidente Obama hacia Chávez y sus aliados, observada durante la llamada Cumbre de las Américas, y en los intentos de mejorar sus relaciones con estos Estados del hemisferio Occidental[56] –que incluía la suavización de las sanciones a la autocracia cubana–[57] no parece haber hecho mella en ellos. El eje bolivariano, obcecándose en su retórica e ideología antiamericana[58] –al igual que ha ocurrido con el caso de Irán–, no parece estar dispuesto a promover cambio alguno o, por usar las palabras del presidente estadounidense, a abrir el puño y coger la mano que se les extiende.

El asunto y las negociaciones mantenidas por Zelaya, con el apoyo de Estados como Brasil, que lo llegó a acoger en su propia embajada –quizá por el deseo de constituirse en la gran potencia regional, frente un ambiguo EEUU y a una España “equidistante”, que se mantiene en segundo plano– al final han desembocado en unas elecciones en las que salió vencedor el candidato Lobo, que ha sido acogido como el legítimo presidente por varios países, con EEUU a la cabeza –reconociendo, por tanto, la legitimidad de las elecciones hondureñas y sancionando el éxito de la estrategia de Micheletti–.[59] ¿Ha sido la democracia la vencedora de la citada crisis? Como mínimo, surgen dudas razonables.

Pero el asunto no acaba aquí. Aparte de estas tres grandes crisis existentes en este año de política exterior estadounidense, la Administración Obama ha tratado de desarrollar nuevas negociaciones con diferentes Estados autocráticos, muchos de ellos parias o marginales, que van más allá de los tres descritos. Los ejemplos no son escasos: Corea del Norte, Birmania, Rusia, Sudán, Venezuela y otros conforman una larga lista de Estados autocráticos que han sido invitados de una forma u otra a entablar negociaciones con la Administración Obama.

Uno de los casos más interesantes y llamativos es el de Corea del Norte. Al igual que sucede con Irán, Corea del Norte parecía no cesar en sus provocaciones a la comunidad internacional y a algunos de sus vecinos mediante el lanzamiento de misiles, que repetía cada cierto tiempo.[60] En cierto sentido, la mayoría de los analistas considera que el citado lanzamiento no supone una voluntad real de guerra, sino de presión sobre las potencias encargadas de discutir las negociaciones en torno a su desarme nuclear y de incrementar las concesiones que tal política lleva aparejadas, con todo lo que suponen para la supervivencia y prestigio interno de un régimen norcoreano enfrentado a una sucesión incierta.[61] El cambio de régimen como opción quedó, de esta forma, suprimido.

El caso de Rusia y la renuncia al proyecto de escudo antimisiles que se planeaba instalar en Polonia y la República Checa es otro de los ejemplos más destacados.[62] Las motivaciones de la Administración Obama, sin embargo, no son simplemente las de mandar un mensaje conciliador a un Kremlin soliviantado y confrontado con media Europa, tras el conflicto del gas y la Guerra de Osetia del Sur, algo que por supuesto también debe tenerse en cuenta. En cierto sentido, la renuncia a tal proyecto supone la aceptación adicional de que constituía un proyecto excesivamente caro, gravoso y escasamente eficiente para la supuesta finalidad a la que se había destinado.[63]

Rusia saludó la política de distensión que Obama le ofrecía, mostrándose dispuesta a negociar un acuerdo de desarme nuclear con EEUU y favorecer sus intereses en negociaciones delicadas como las de Irán y Corea del Norte,[64] pero provocó fricciones con los Estados democráticos de Europa Oriental.[65] En cualquier caso, la negociación del escudo antimisiles puede ser considerada todo un acierto por parte de la Administración Obama, que permitió favorecer los intereses estadounidenses en los citados procesos de negociación y contar con el apoyo de Rusia para otros casos en el futuro.

Las propuestas de negociación de la Administración Obama a Estados tan polémicos como Sudán[66] y Birmania[67] –y quizá también la mayor tendencia hacia la prudencia que hasta el momento ha mostrado a la democrática Israel en el conflicto de Oriente Próximo– son poderosamente llamativas, pero responden a una guía teórica y práctica que es tan clara como extremadamente lejana respecto de la política desarrollada por las Administraciones norteamericanas previas hacia esos mismos Estados: la de un realismo político prudente, pragmático y amoral.

En solo un año, la mayoría de estos Estados ha pasado de engrosar el “eje del mal” a constituirse en miembros constituyentes de la Sociedad Internacional, con los que se puede negociar e interactuar. Es posible que esta nueva actitud responda al reconocimiento de la existencia de un mundo cada vez más multipolar, menos occidental y de la adaptación estadounidense al mismo, pero no por ello deja de ser enormemente llamativa.

En este sentido, los escasos intentos por Obama y otros miembros de su gobierno en relación a la promoción tanto de los derechos humanos como de la democracia liberal como forma de gobierno, mediante el uso de métodos que vayan más allá del ejemplo, han resultado poco convincentes y, en su mayoría, pueden considerarse un fiasco.[68] En cualquier caso, el cambio de actitud de la Administración Obama respecto de los Estados autocráticos, puede considerarse un elemento importante para analizar el cambio de doctrina, pero no es en modo alguno el único. Ahora analizaremos el elemento bélico.

(4.2) Las guerras de Obama

Obama es, probablemente, el presidente estadounidense que más tempranamente y con mayor celeridad ha recibido un premio Nobel de la Paz. Si nos atenemos a lo que se espera de un Nobel de la Paz,[69] el historial de presidentes norteamericanos que ha sido galardonado no ha sido demasiado afortunado –aunque esto no sea en absoluto patrimonio exclusivo de los presidentes estadounidenses–, ya sea por sus acciones –Theodore Roosvelt– o por lo que se ha hecho de su legado –Woodrow Wilson–.[70]

El presidente Obama, muy sensatamente, planteó en su discurso de recepción del citado galardón la idea de que un estadista no puede ser Gandhi o Luther King, por mucho que estas sean figuras que puedan inspirar a la gente y promover cambios. Un estadista puede y debe usar la fuerza cuando ésta sea requerida. Incluso unilateralmente, como bien afirma Obama, si es necesario para defender a su comunidad política.

Siguiendo el concepto de “guerra justa” a la que hace referencia Obama en su discurso, podemos diferenciar entre dos tipos de guerras: (1) las guerras de elección, cuyo principal exponente podría ser la de Irak, si presuponemos que su objetivo era derribar a un dictador y expandir la democracia liberal como forma de gobierno, provocando un efecto dominó que lograse la transformación de Oriente Próximo[71] –bajo los postulados de la paz democrática y no de las compañías petroleras–, en suma, una guerra wilsoniana, mesiánica y por ideales;[72] y (2) las guerras de necesidad, y aquí es donde se enmarcaría el tipo de “guerra justa” en la que Obama parece descansar su política, pues son guerras por la seguridad, tanto de la propia comunidad política como de la comunidad internacional, siendo grandes ejemplos de este tipo de conflicto los de Afganistán y Pakistán –englobados bajo el nombre, simplificador y no del todo ajustado a la realidad, de Af-Pak–.

El énfasis de Obama por la guerra de Afganistán viene, tal y como hemos visto en los discursos analizados previamente, desde la propia campaña electoral e incluso antes.[73] Sus críticas a la política internacional que estaba llevando a cabo la Administración Bush se centraron especialmente en la Guerra de Irak, un conflicto al que se opuso desde un principio y que ha relacionado, tal y como se recoge en el propio discurso de El Cairo, con la imposición de una forma de gobierno y unos valores concretos. Su defensa del conflicto de Afganistán, que ha relacionado con la propia seguridad norteamericana y la lucha contra el terrorismo internacional de al-Qaeda y los talibán ha sido igualmente clara. Otra cosa es que criticase al ineficiente gobierno afgano y el modo en el que la Administración Bush estaba llevando el conflicto.

El resultado de lo anterior es enormemente claro, viendo el diferente curso que han llevado ambas conflagraciones. Para la Guerra de Irak se estableció un Plan de Retirada en un período de 19 meses, a completar para agosto de 2010, con la excepción de unos 50.000 soldados, que permanecerían hasta 2011 y que se encargarían de labores de protección y adiestramiento de las fuerzas armadas iraquíes.[74] Naturalmente, esta retirada se haría de forma “responsable” y sobre el terreno, sin que la retirada en sí misma suponga en realidad una suerte de abandono del gobierno iraquí, que se enfrenta a una situación interna incierta y a una intensa campaña de ataques terroristas que pretende desestabilizarlo.[75]

Inicialmente, se pensó que el esfuerzo militar y económico que se iban a ahorrar en el farragoso proceso de construcción nacional del “protectorado iraquí” podría invertirse en Afganistán, que afronta una situación cada vez más grave, tal y como ha sido reconocido por la Administración estadounidense desde hace ya tiempo.[76]

De hecho, en Afganistán podemos observar un gobierno que no controla más que su capital –Kabul– de manera efectiva. Con un aparato burocrático donde los funcionarios –que ya de por sí poseen una situación envidiable si se les compara con otros sectores de la población– cobran un salario medio de 50 dólares mensuales aproximadamente,[77] en tanto que el de un supervisor regional llega a 200 dólares, poca cosa puede hacerse por mejorar cualquier tipo de calidad de los servicios públicos. Si tenemos en cuenta que un alquiler podría llegar a costar unos 100 dólares mensuales, la comida de una familia unos 300 y otros gastos adicionales 200, podemos entender la existencia –en forma principalmente de pagos y sobornos– de una corrupción rampante, que alcanza a la totalidad de su entramado.[78] A esto cabe añadir que el 50% aproximadamente del PIB proviene del narcotráfico, suponiendo el opio producido en Afganistán el 90% de la producción mundial,[79] situación que se ha mantenido estable en los últimos años.

El creciente papel político de los “señores de la guerra”, algunos de ellos perfectamente imputables por ser autores de crímenes de distinta índole –especialmente claros en el caso de Abdul Rashid Dostum–, tampoco conduce precisamente a un incremento en la legitimidad del gobierno afgano, por lo menos de cara a su población.[80] En lugar de ser entregados a la justicia, la necesidad de supervivencia del régimen afgano obliga a otorgarles poder y responsabilidad de gobierno, pues su apoyo fue y es esencial de cara a incrementar y extender su autoridad de forma efectiva.[81]

A esto se añade el grotesco espectáculo de las recientes elecciones afganas. Las evidencias empíricas de fraude, la naturaleza clientelar de las mismas y las nulas posibilidades del segundo candidato, Abullah Abdullah –probable responsable de fraude en sus zonas de influencia–, cuestionaron el propio proceso electoral y los esfuerzos por construir una democracia liberal, dañando irremediablemente la legitimidad del presidente Karzai.[82]

Frente a esta situación, los propios talibán han hecho esfuerzos por establecer una justicia –indudablemente bajo sus propias reglas, inaceptables para cualquier gobierno occidental pero no quizá para una parte de los afganos– y mejorar la gobernanza del creciente territorio que dominan,[83] tratando además de ganarse a la población con algo más que clases sobre democracia.[84] Pese a todo, el presidente Obama no ha tenido más remedio que seguir adelante; pero la situación –cada vez más grave– llevó a la propia Administración estadounidense a enzarzarse en toda una serie de discusiones para decidir cuál debe ser el plan a seguir en el citado Estado.[85]

En este sentido, el plan del general McChrystal para incrementar el número de soldados estadounidenses en Afganistán en 40.000 efectivos dio lugar a toda una serie de deliberaciones en las que pudo observarse claramente la división en dos grupos. El primero, conformado por el propio general McChrystal y los altos mandos del ejército, que defendían el plan en su integridad –el secretario de Defensa Robert Gates y la secretaria de Estado Hilary Clinton defendían el mismo plan, si bien algo rebajado–, y, el segundo, encabezado por el vicepresidente Joe Biden, que defendería una estrategia que diese un mayor peso al papel de Pakistán y al incremento de ataques con drones –aviones no tripulados– para acabar con el mayor número de terroristas de al-Qaeda y líderes talibanes –aquellos más radicales– posible.[86]

Estas discusiones, más o menos agrias, que fueron dadas a conocer a la opinión pública al ser filtrado el citado plan[87] –previsiblemente por sus propios autores– se saldaría con la victoria del primer grupo, manifestada en el discurso de Obama en Westpoint de 1 de diciembre de 2009,[88] que expuso el plan para incrementar sustancialmente –aunque de forma rebajada respecto del plan original– las tropas destinadas en Afganistán: 30.000 norteamericanos y unas 5.000 correspondientes a los aliados. Parte de estas tropas se dedicaría a entrenar y preparar a un futuro ejército afgano. Otros aspectos adicionales del plan para Afganistán serían el de mejorar la gobernanza –combatiendo la corrupción y el comercio de opio e incrementando el apoyo de la población al gobierno–.[89] Sin embargo, el citado plan también incluía la fecha de retirada a mediados de 2011, lo que le ha granjeado enormes críticas –particularmente republicanas– por no tener en cuenta la situación sobre el terreno y quitarse apoyos entre la población afgana, que no apoyaría a un gobierno protegido principalmente por unas fuerzas internacionales que anuncian previamente su retirada. Esto, naturalmente, dio lugar a que la Administración Obama tuviese que dar explicaciones sobre el tema y matizar sus declaraciones previas.[90] La ausencia de una estrategia clara parece haber sido, hasta el momento, la tónica de la Guerra de Afganistán bajo la citada Administración.

La Administración Obama, además, y en relación al asunto afgano, ha puesto énfasis en la situación del fronterizo Pakistán, donde ha exhortado al gobierno de Zardari y al ejército a perseguir al cada vez más amenazante movimiento talibán de aquel país –preocupada, además, tal y como afirmó la secretaria de Estado, por el hecho de que dicho movimiento pudiese apoderarse de alguna instalación nuclear, con todo lo que ello supondría–.[91] Estos talibán paquistaníes, además, estarían prestando –ocasionalmente– apoyo tanto a al-Qaeda como a los talibán afganos, pero es necesario tener en cuenta que sus objetivos políticos son completamente distintos.[92]

En cualquier caso, el ejército paquistaní comenzó una ofensiva contra los territorios dominados por los talibán paquistaníes en Waziristán del Sur, en medio de una campaña de ataques terroristas contra el gobierno y el ejército paquistaníes,[93] mientras que el gobierno de EEUU aportó en concepto de ayuda unos 7.500 millones de dólares, que han sido vistos como una forma de premiar al citado Estado por su lealtad, por supuesto, a cambio de que se involucre a fondo en el citado conflicto, establezca mayores controles a la circulación de talibán afganos y terroristas de al-Qaeda y siga permitiendo las acciones militares estadounidenses en su territorio[94] –como los famosos ataques con aviones no tripulados, cuya cantidad ha ido incrementándose–.[95]

A los conflictos de Afganistán y Pakistán se une la situación cada vez más grave e incierta de Somalia y de Yemen. El fallido intento de ataque terrorista en un avión que se dirigía a EEUU ha puesto al país árabe en el foco de la atención internacional, incrementando el apoyo de EEUU al débil gobierno yemení. Asimismo, la reciente ofensiva desencadenada por el mismo contra los terroristas de al-Qaeda, parece indicar que la Administración estadounidense está decidida a combatir el terrorismo en ese Estado financiando al gobierno local y apoyándole en la campaña militar sin verse envuelta directamente en el conflicto.[96]

En definitiva, las guerras más relevantes que está llevando a cabo el presidente Obama, además de poner a prueba su condición de estadista, también han resaltado su lado menos multilateralista y concertador –especialmente en Pakistán y en Yemen–. Tal y como dijo en su discurso de recepción del Premio Nobel, está dispuesto a llevar a cabo todas aquellas acciones que sean necesarias para la protección y defensa de su comunidad política, “de manera unilateral si es necesario”. Por el momento, parece que está cumpliendo con lo afirmado en el citado discurso, por mucho que su comportamiento eclipse sus afirmaciones cosmopolitas previas y su supuesta vocación por el multilateralismo, cuya condición mítica no parece haber sido abandonada aún.

(4.3) Los desafíos transnacionales

A diferencia de lo que sucedía con los desafíos que podemos denominar tradicionales, que hacen referencia a cuestiones de seguridad esenciales en las que un Estado se ve envuelto, existe otro tipo de desafíos presentes en el discurso de Obama: los denominados desafíos transnacionales. Este tipo de desafíos parece hacer referencia a cuestiones de gran relevancia para la comunidad internacional que deberían afrontarse de manera concertada, pues afectan a todos.

Entre estos desafíos podemos encontrar tres de gran relevancia. El primero sería el del cambio climático, mencionado en la práctica totalidad de los discursos del presidente Obama y del que ha hecho bandera tanto a nivel interno como internacional. El segundo sería el referente a la necesidad de combatir la proliferación de armas nucleares y lograr un mundo sin ellas, tal y como mencionó en el discurso realizado en Praga. El tercero sería el de la crisis económica internacional, para cuya salida se convocaron toda una serie de cumbres del G20 a efectos de lograr una solución concertada de la misma.

Es importante destacar este tipo de desafíos pues son aquellos que, por un lado, permiten un lucimiento mayor y un ejercicio más eficiente del denominado “poder blando”, pero también son aquellos que tradicionalmente han sido postergados, prestando atención a otros más urgentes relacionados con cuestiones prioritarias de seguridad. Son, además, interesantes porque la vocación multilateralista y “liberal” de la Administración Obama debería quedar probada con la promoción de estos elementos, una vez claro el destierro del idealismo wilsoniano y de las políticas de paz democrática de su política exterior.

Un primer elemento, tal y como hemos mencionado de este tipo de desafíos sería el del cambio climático, fenómeno anunciado por científicos y uno de los escasos ámbitos por los cuales esta comunidad –epistémica– ha podido influir y condicionar la política a seguir.[97] Independientemente del debate suscitado entre defensores y críticos –que también se ha trasladado en EEUU al terreno de lo político y a los enfrentamientos entre demócratas y republicanos–, la cuestión del cambio climático, especialmente desde que Obama llegó al poder, se convirtió en una cuestión nacional e internacional de primer orden.[98]

Obama, prácticamente desde su llegada al poder, ha insistido en casi todos sus discursos en la necesidad de combatir los efectos perniciosos del citado cambio y ha hecho bandera de esta cuestión tanto a nivel interno como externo, tal y como ha demostrado en su discurso. Sin embargo, en EEUU y a diferencia de lo que ocurre en Europa –donde dirigentes de distinto signo político, como Sarkozy y Brown, han defendido la adopción de medidas contra el mismo–, el citado fenómeno no ha sido colocado fuera del terreno del enfrentamiento político y además debe lidiar con una opinión pública que está mucho más dividida de lo que sucede en Europa. Probablemente, porque los propios medios de comunicación otorgan la misma importancia y extensión a los argumentos a favor y en contra de éste fenómeno.[99] En cualquier caso, y a nivel estadounidense, está considerada una cuestión polémica.

A esto cabe añadir que buena parte del Partido Republicano se opone a tomar unas medidas que resultarían costosas para una parte de la industria nacional y que comprometerían a EEUU a transferir sustanciosas cantidades de dinero a las potencias emergentes.[100]

El escándalo reciente sobre la filtración de los mensajes de un conocido instituto británico encargado de estudiar estos fenómenos[101] no ha ayudado precisamente a la Administración Obama. El presidente estadounidense, pese a haber conseguido algunas victorias en lo que respecta a un reciente pronunciamiento de la Agencia de Protección del Medio Ambiente estadounidense, que le permitirá decretar regulaciones administrativas sin contar con el Congreso[102] y su promoción de las energías renovables poniendo de ejemplo a países como España y Alemania[103], debió acudir a la Cumbre de Copenhague con el compromiso de reducir únicamente un 17% las emisiones de CO2 para 2020[104] –conforme a la normativa aprobada en la Cámara de Representantes–, debido a la lentitud con la que la más reciente Ley sobre Cambio Climático –que establece un 20%– es tramitada en el Senado.[105] La UE, entre tanto, ofrecía llegar al 30% si se lograba un acuerdo.[106]

La actitud de la Administración Obama en torno a este asunto, sin embargo, no siempre ha sido tan abierta y positiva. La declaración conjunta con China en su reciente gira por Asia, puso en peligro la propia Cumbre de Copenhague, hasta que las presiones de la UE y las nuevas declaraciones de EEUU y China volvieron a dar cierta esperanza a aquellos que defienden la necesidad de tomar medidas urgentes.[107]

Sin embargo, y a la hora de la verdad, las limitaciones legales impuestas a la Administración estadounidense, las presiones republicanas, de su opinión pública y de parte de la industria americana, así como la actitud de potencias emergentes como China, hicieron imposible un acuerdo que fuese más allá de una mera declaración de intenciones y la esperanza de poder llegar a un acuerdo en 2010.[108] Todo un broche de oro para una cumbre marcada por el caos organizativo, las polémicas sobre la prostitución y los enfrentamientos entre Estados desarrollados y potencias emergentes,[109] que ha finalizado como el rosario de la aurora.[110] La contradicción entre el discurso y la práctica nunca había sido tan grande como en este caso, y el supuesto fracaso de Obama, probablemente tampoco.

¿Qué es lo que ha ocurrido en el caso del segundo desafío transnacional, relativo a lograr un mundo libre de armas nucleares? Los esfuerzos acometidos y materializados en decisiones como la supresión del escudo antimisiles que se planeaba instalar en Polonia y la República Checa, si bien redujeron la tensión con Rusia y permitieron lograr su apoyo en cuestiones clave como la de los planes nucleares de Irán, hasta el momento no han permitido lograr el ansiado acuerdo debido a diferencias entre ambas potencias en relación al número de portadores de cabezas nucleares a reducir y a los mecanismos de control a establecer para el cumplimiento del mismo.[111] Las conversaciones, de hecho, han sido “extendidas”[112] y habrá que esperar al año 2010, así como a la Cumbre a celebrar en EEUU sobre Seguridad Nuclear en marzo de ese mismo año,[113] para conocer a ciencia cierta que es lo que ocurrirá sobre el citado asunto. Sin embargo, algunas declaraciones recientes de Rusia permiten augurar la posibilidad de que ambas potencias podrían llegar a un acuerdo en esta materia a principios de 2010.[114]

Algo diferente fue el desarrollo del tercer desafío transnacional que se plantea en el discurso del presidente Obama, el de la lucha contra la crisis financiera. EEUU, al que algunos han acusado de haber provocado la misma,[115] ha sido uno de los Estados que más ha sufrido los embates de la misma.[116] De hecho, la cifra de paro ha llegado a alcanzar cotas cercanas al 10%, de las cuales todavía no se ha recuperado[117] pese a algunos datos positivos recientes sobre la evolución de su economía.[118]

Para hacer frente al citado desafío se convocaron una serie de cumbres, en las que además de los países desarrollados que han conformado tradicionalmente el G8, se han añadido las potencias emergentes que conformaron en su momento el G20, además de otros Estados como los Países Bajos y España, que se incorporaron posteriormente. De estas cumbres, hasta el momento han destacado dos: Londres y Pittsburgh. La primera fue considerada un primer paso para empezar a coordinar las políticas económicas y las regulaciones que se irían desarrollando[119] –además de recuperar la confianza en la economía–, en tanto que la segunda comenzó a desarrollar algunos aspectos concretos como es el incremento en el peso de determinados Estados –particularmente potencias emergentes– en determinadas instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.[120]

Hay que matizar, no obstante, que los documentos resultantes de las mismas son meras declaraciones de intenciones, que siguen pendientes de su aplicación práctica definitiva.[121] A pesar de todo, hay que considerar que, en cierto sentido, las cumbres del G20 y las regulaciones económicas internacionales que se han desarrollado, tendentes a evitar una nueva crisis, han tenido un éxito relativo. El solo hecho de avanzar y desarrollar algunas medidas concretas,[122] cuya aplicación ha comenzado o se espera en breve y de fomentar la participación de las potencias emergentes en la economía global, ya ha demostrado mayor voluntad multilateralista que en el caso de los dos desafíos anteriores, que se han estancado en declaraciones de intenciones y voluntades políticas de continuar el trabajo de cara al futuro o se han desarrollado de forma absolutamente bilateral, con exclusión de terceros.

Debemos, pues, una vez analizado todo lo anterior, desarrollar las conclusiones del presente artículo en relación a la “doctrina Obama” y ver si el discurso del presidente norteamericano ha sido plasmado en la práctica.

Conclusiones

Hay quien afirma que es bastante complicado “poner una etiqueta” a una persona, máxime cuando esta persona es uno de los estadistas más importantes del mundo y está sujeto a los vaivenes de una actividad política y a unos acontecimientos imposibles de predecir a priori. En el mismo sentido, es bastante común escuchar críticas que plantean que la doctrina en política exterior es un elemento cerrado y limitador que constriñe la actuación política, y que se difumina en el seno de los complejos procesos de toma de decisiones que la Teoría de la Elección Racional plantea como la explicación más plausible de las relaciones internacionales.

Antes de plantear cualquier conclusión al presente artículo, es necesario afirmar que, pese a lo que tiende a escucharse en determinados círculos académicos o políticos, la doctrina no es necesariamente un elemento limitador, sino una tendencia materializada en una serie de elementos generales, a efectos de facilitar la acción política y no precisamente para constreñirla. A menudo, aquellos que critican el papel de la doctrina en política exterior tienden a ser limitadores en sí mismos, determinando la inutilidad de cualquier guía a seguir en política exterior, alegando la “enorme complejidad de los hechos”. En tal caso, ¿sería preferible o incluso sensato esperar a que las supuestas construcciones eternas de los regímenes e instituciones internacionales finalizasen, invalidando de tal manera cualquier tipo de acción humana o proceso de toma de decisiones que pudiese hacerse entretanto y que, de hecho, se espera que se realice por parte de los propios líderes políticos en interés propio o de su comunidad política?

La respuesta es no. La doctrina no puede entenderse como un elemento limitador y cerrado, sino como una orientación flexible que permitiese hacer frente a desafíos inesperados, sin pretender que funcionase como si de una cadena se tratase, impidiendo que el líder pudiese salirse de la misma y optar por otra opción que considere más adecuada si llega el momento. La doctrina será útil, por tanto, en explicar la realidad –pues recoge una determinada concepción del mundo– y en ayudar al “príncipe” a tomar las decisiones que estime oportunas. Es un ejemplo de la doble dimensión descriptiva y prescriptiva que las teorías de las relaciones internacionales han sabido combinar también y, particularmente, la teoría realista en su dimensión clásica.

Probablemente, Obama no piense de la misma manera. Él mismo ha afirmado en su discurso del Nobel que considera las etiquetas de “realista o idealista” como limitadoras y no ha hecho público ningún tipo de estrategia o corpus teórico que defina o guíe su política internacional. Y, sin embargo y a la luz de los hechos sucedidos a lo largo de este primer año, es probablemente –por su comportamiento y el de su Administración– el presidente norteamericano más realista de los últimos 16 años.

Es el presidente que ha abandonado, tanto en la práctica como en la mayoría de los discursos, la promoción activa de la democracia liberal como forma de gobierno; es el presidente que mejor se ha llevado y que más ha promovido el diálogo y la negociación con los Estados autocráticos –incluso aquellos que podríamos considerar parias o marginales–; es el presidente que ha puesto menos énfasis y ha promovido de forma menos activa el respeto hacia los derechos humanos a lo largo del globo –si bien tampoco ha creado símbolos vulneradores de los mismos a nivel interno, como la prisión con destino incierto que es Guantánamo–; es el presidente que ha sido más respetuoso con la soberanía de los Estados, cualesquiera que fuese su forma o naturaleza de gobierno; y es el presidente más prudente y pragmático que se ha visto desde 1992.

A esto se añade su admiración reconocida por políticos y autores realistas como Niebuhr, Kennan, Acheson, Kennedy y George H.W. Bush –quien probablemente sea el presidente al que más se parece su política exterior–.[123] En el polo opuesto, no queda tan clara su admiración por autores liberales o idealistas y sí su profundo desacuerdo con la política exterior idealista y mesiánica llevada a cabo por el presidente George W. Bush. Analistas de periódicos de tendencia ideológica distinta, como son el Washington Post[124] y el New York Times,[125] han calificado en tal sentido la orientación general de su política exterior y el propio Brzezinski ha analizado y elogiado sus objetivos en política exterior[126] –incluyendo aquellos que hemos denominado transnacionales– poniendo de manifiesto que tres de ellos podrán permitirle o no redefinir la política exterior estadounidense –todos ellos tradicionales–.

Por supuesto, esto no quiere decir que el presidente Obama no tenga o no utilice instrumentos o elementos liberales. El poder inteligente o smart power, tal y como se denomina a la combinación inteligente de poder duro y poder blando, es uno de ellos. Asimismo, elementos de carácter cosmopolita están presentes en sus discursos, y desafíos asociados a ellos como son la cuestión del cambio climático o las regulaciones financieras están presentes en su estrategia, si bien y hasta el momento no hayan tenido la misma relevancia en su tratamiento que otros desafíos de corte más tradicional, como la guerra de Afganistán, los desafíos nucleares de Irán y Corea del Norte y las cuestiones comerciales. De hecho, tal y como sucedió con la cuestión del cambio climático, los resultados no han estado siempre a la altura de su peso en los discursos, lo cual podría hacer que nos planteásemos si realmente la conexión identitaria de los discursos con la realidad es siempre identificable, o si también existen ciertas dosis de hipocresía en ellos.

Es posible que a muchos de sus partidarios les cueste asimilar al mismo Obama que preconizaba esperanza y cambio, con el estadista prudente y pragmático que pacta con China para rebajar los recortes en las emisiones de CO2, defiende la existencia del mal en el mundo –y con ella la necesidad de la guerra justa, entendida en un sentido walzeriano– y ordena incrementar los tan criticados ataques con drones en Pakistán –que tienden a provocar enormes bajas en la población civil de aquel país, al tratar de asesinar a líderes talibán y terroristas de al-Qaeda–. Quizá debido a ello, Obama cuenta con menos de un 50% de popularidad en su país, según las encuestas, y su partido ha perdido el asiento de Ted Kennedy en el Senado, arriesgando algunos de sus objetivos vitales en política interna, como la aprobación del rebajado Plan de Salud. Este es el coste de convertirse en estadista: un pago necesario, aunque amargo, que le permite dejar atrás los inmaduros ideales de la campaña electoral y optar sensatamente por representar el papel que le corresponde.

El supuesto multilateralismo –cuya defensa, por cierto, viene a menudo de realistas pragmáticos como Bush padre y no de idealistas como Clinton y Bush hijo, que han tendido a justificar en valores su declarado unilateralismo– tampoco queda tan claro en Obama más allá de las Cumbres del G20 –y aún así hay que recordar que su origen no está en la Administración Obama, sino en la de George W. Bush con la Cumbre de Washington–. Su actuación en Afganistán y Pakistán, su promoción del diálogo con los Estados autocráticos, el desafío del cambio climático y las negociaciones bilaterales con Rusia no se han caracterizado por ello. El incremento del poder y la capacidad decisoria de las potencias emergentes en los órganos económicos internacionales suponen, sin embargo, el reconocimiento de la existencia de un mundo más multipolar y competitivo y, quizá, de la necesidad de más acciones concertadas en el futuro.

A esto se añade el hecho de que, tal y como muchos pudieron analizar en la Cumbre de Copenhague, el presidente norteamericano parece más proclive a negociar determinados asuntos directamente con las potencias emergentes, antes que con la Europa que se había considerado hasta ese momento el aliado principal de EEUU –que algunos llevan considerando en declive desde hace 20 años frente a la región de Asia-Pacífico–. ¿Es posible que la relación con Europa ya no tenga la misma prioridad que en el pasado para EEUU?

A estos efectos, es posible que las manifestaciones auto-identitarias de Obama como “el primer presidente del Pacífico” y su ausencia de vínculos con el Viejo Continente, que han llevado a considerarle “el presidente americano menos europeo”, en efecto, pueden condicionar esa relación. Sin embargo, no parece posible que esta situación suponga un cambio brusco en las relaciones con aquellos que son todavía sus principales aliados y aquellos con los que comparte una serie de valores comunes. Obama seguirá necesitando a Europa en el futuro para la paz y para la guerra, al igual que los europeos seguirán necesitando a EEUU, aunque Europa no sea su prioridad esencial.

Por supuesto, el hecho de que Obama no pueda ser considerado un idealista que anteponga los valores y forma de gobierno a los intereses vitales de su nación, no quiere decir que no sea un demócrata y que no esté a favor de promover la democracia y los derechos humanos. Indudablemente lo es, si bien mediante la prudencia y el ejemplo, tal y como Kennan y Jefferson defendieron en su momento.

Se ha acusado al realismo, de que su naturaleza amoral –que algunos entendemos como una virtud y no como un fallo–, ha causado mucho sufrimiento a la gente con algunas de las intervenciones producidas a lo largo de la Guerra Fría. Sin embargo, entendido de forma correcta y acompañado de la prudencia y autorrestricción necesarias, no puede considerarse un enfoque erróneo si lo comparamos con los resultados de la política exterior moralista de la posguerra Fría, del idealismo humanitario, de las políticas de paz democrática o de los inacabables, inútiles, farragosos y despilfarradores protectorados internacionales establecidos en Haití, Bosnia, Kosovo, Afganistán e Irak –por citar algunos–. Y lo peor es que muchos no parecen haber aprendido –pues Somalia y Yemen esperan en la recámara que algún académico o político “lúcido” idee o establezca un protectorado allí, tratando de resolver los problemas del mundo con fallidas recetas–.

El realismo puede no ser la opción óptima. En realidad y por su propia naturaleza, parece tratarse del mal menor. Pero las alternativas parecen poco claras –y menos aconsejables– a la luz de los acontecimientos de los últimos años. La propia Administración de George W. Bush rebajó –en la práctica, que no en el discurso– la centralidad del idealismo wilsoniano en su segundo mandato –probablemente porque no le quedaba más remedio– y preparó el terreno para una Administración Obama, que ha sido en ciertos aspectos una continuadora de su política exterior más que un gobierno rupturista.

Grandes autores realistas como Morgenthau se opusieron –con indudables inconvenientes para ellos– en su momento a la Guerra de Vietnam.[127] Más recientemente, los grandes autores neorrealistas como Waltz, Mearsheimer, Walt y Snyder se opusieron –de forma bastante clarividente– a la Guerra de Irak,[128] no en interés de una supuesta paz mundial, invocada a menudo por aquellos que recurren a la guerra, sino por tratarse de un conflicto idealista cuyo objeto quedaba fuera del interés nacional de su comunidad política. Esta oposición a guerras consideradas desastrosas y contraproducentes no puede considerarse precisamente como un mal argumento a favor del realismo político.

Llega el momento de preguntarnos si el presidente Obama es, en realidad, el primer presidente norteamericano de un mundo crecientemente multipolar y competitivo que ha dejado atrás el idealismo filosófico de la posguerra Fría y que, por tanto, entra en una etapa completamente distinta. A esta pregunta solo cabe una respuesta, la que nos ofrezca el transcurso del tiempo –si bien los hechos parecen indicar que existe un claro avance en ese sentido–.

Es posible que, tal y como observó el propio Morgenthau, sea imposible adivinar y hacer frente a acontecimientos futuros y que el presidente Obama cambie a raíz de futuros acontecimientos de la naturaleza que fuese, el sentido y la tendencia de su política exterior. El ejemplo de Haití es ilustrativo en este sentido. Aunque sea cuestionable que la presencia de tropas norteamericanas en la citada isla –respecto de la cual existen claros intereses estratégicos– haga cambiar las líneas maestras de la política internacional de Obama –remarcando además, tal y como Francia y Brasil han puesto de manifiesto con sus quejas, que la voluntad multilateralista de Obama está sometida a criterios de oportunidad–, es interesante observar como una catástrofe natural, que nadie se esperaba, puede condicionar la política internacional de una gran potencia. Sin embargo, y conforme a los hechos descritos, se ha tratado aquí de arrojar una cierta luz sobre un aspecto, a mi juicio, tan esencial e interesante como la guía que podría seguir la Administración Obama para desarrollar su política exterior y que podría considerarse un espejo para que otros Estados se miren en él.

Juan Tovar Ruiz
Investigador del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid.

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[1] “Discurso del presidente Barack Obama en la ceremonia de entrega del Nobel de la Paz”, La Vanguardia, 10/I/2009.

[2] Walzer (2001).

[3] Nye (2004). El propio título, Soft Power. The Means to Success in World Politics, expresa la idea recogida en el texto.

[4] En la actualidad, el surgimiento de aquella aproximación meta-teórica conocida como constructivismo –que hace hincapié en la interacción de los actores y en el papel de las ideas y valores– y la teoría de la elección racional, que pone énfasis en la toma de decisiones de los líderes políticos, son las aportaciones más recientes a la teoría de las relaciones internacionales y son ocasionalmente combinadas con las teorías citadas en el texto principal.

[5] Con representantes prácticos como Nixon y Kissinger en el bando republicano y Brzezinski en el demócrata, y de Kennan y Morgenthau en su vertiente teórica clásica y Waltz y Mearsheimer en la estructural.

[6] Gray (2008), p. 258.

[7] Nye (2004), p. 141. Es de destacar que el movimiento neoconservador mantuvo el primer elemento del idealismo como eje de su política exterior, pero rechazó el segundo.

[8] Doyle (1983).

[9] Russett (1993), capítulos 1, 2 y 6.

[10] Rummel (1997).

[11] Lake (1993).

[12] Que acompañaría a menudo a aquellas políticas exteriores de signo idealista, mucho más que el denostado realismo.

[13] Como Haití, Bosnia y Kosovo en época de Clinton y Afganistán e Irak con Bush.

[14] Nye (2004), pp. 139-141.

[15] Que sería presentada en septiembre de 2002.

[16] Rice (2005).

[17] McCain (2007).

[18] “Barack Obama’s Inaugural Address”, The New York Times, 20/I/2009.

[19] Y que comparten Bill Clinton, Madeleine Albright, Richard Holbrooke y Condoleezza Rice.

[20] Trufada de elementos jacksonianos y wilsonianos.

[21] “News Conference by President Obama”, The White House.Office of the Press Secretary, 2/IV/2009.

[22] “Remarks by President Barack Obama in Prague as Delivered”, The White House. Office of the Press Secretary, 5/IV/2009.

[23] “Discurso de Obama en la Universidad de El Cairo”, El País, 4/VI/2009.

[24] “Barack Obama Speech in Tokyo”, Financial Times, 14/XI/2009.

[25] Obama (2008), pp. 287-342.

[26] Brooks, D. (2007), “Obama, Gospel and Verse”, The New York Times, 26/IV/2007.

[27]Obama (2007).

[28] “Discurso del presidente Obama en Ghana”,  Departamento de Estado de Estados Unidos, 13/VII/2009.

[29] Tal y como expresó tanto en su primer viaje a Asia, como en el discurso realizado ante el Consejo de Relaciones Exteriores a 15 de julio de 2009. En ellos se acredita también su clara apuesta por el “poder inteligente” de Joseph Nye.

[30] Tovar (2009).

[31] Tal y como se puso de manifiesto en discursos como el de Anthony Lake de 1993 y el inaugural del segundo mandato de George W. Bush en 2005.

[32] Democracias electorales, si seguimos los criterios de Diamond, que es aplicable a Estados como Venezuela y Bolivia en los que existen elecciones pero no cumplen con el estándar en derechos o libertades individuales. Véase Diamond (1999), pp. 10-17.

[33] Ash (2009).

[34] Kramer (2009a).

[35] Kramer (2009b).

[36] “Hilary Clinton habla con China de economía, DDHH quedan en segundo plano”, AFP, 22/II/2009.

[37] “Bush ataca, China responde”, BBC Mundo, 7/VIII/2008, es un ejemplo de ello.

[38] Zhiming (2005). También en Karaganov (2007).

[39] “Clinton promete equilibrio y armonía en la diplomacia estadounidense”, El Economista, 17/II/2009.

[40] “Clinton, Lavrov Meet to Reboot Russia Ties”, AFP, 4/III/2009.

[41] Taubes (2009), “Perspectivas económicas y de mercados para 2010 en EEUU”, Finanzas.com, 2/XII/2009.

[42] Larson (2009).

[43] Kemp (2009).

[44] Condenadas por múltiples ONG como Amnistía Internacional y Human Rights Watch en una carta remitida a la Asamblea General de Naciones Unidas condenando los hechos, de 11 de noviembre de 2009.

[45] “Obama quiere un nuevo comienzo en las relaciones con Irán”, El País, 20/III/2009.

[46] “Obama condena la injusta represión de las protestas en Irán”, El Mundo, 24/VI/2009.

[47] “EEUU aprueba imponer sanciones a las compañías que suministren gasolina a Irán”, ABC, 17/XII/2009.

[48] “Obama minimiza la diferencia entre Musavi y Ahmadineyad”, El País, 17/VI/2009.

[49] “McCain Faults Obama for Cautious Response to Disputed Outcome of Iran´s Election”, FOXNews.com, 17/VI/2009.

[50] Shifter (2009).

[51] “América Latina aún dividida sobre elección Honduras”, Reuters América Latina, 30/XI/2009.

[52] “Honduras: Justicia rechaza vuelta de Zelaya”, BBC Mundo, 24/VIII/2009.

[53] Niblack (1995), pp. 1-6.

[54] “¿Que hará Obama con Honduras?”, BBC Mundo, 3/VII/2009.

[55] “Honduras pesa en EEUU”, BBC Mundo, 7/X/2009.

[56] “Op-Ed by President Barack Obama: Choosing a Better Future in the Americas”, The White House. Office of the Press Secretary, 16/IV/2009.

[57] “Obama: Summit of the Americas Productive”, CNNPolitics.com, 19/IV/2009.

[58] “Chávez y sus aliados sacan pecho ante advertencias de Washington”, El País, 15/XII/2009.

[59] “La Casa Blanca abandona a Zelaya a su suerte”, El Mundo, 24/XI/2009.

[60] “Corea del Norte insiste en su desafío y lanza dos nuevos misiles balísticos”, El País, 26/V/2009. Es uno de tantos casos vistos a lo largo del año.

[61] Bandow (2009). También en Green (2009).

[62] “Obama renuncia al escudo antimisiles”, El País, 18/IX/2009.

[63] Cirincione (2009).

[64] “Hillary Clinton Hails US-Russian Cooperation on Iran”, The Guardian, 13/X/2009.

[65] “Polonia espera una nueva propuesta de EEUU tras la retirada del escudo antimisiles”, EcoDiario.es, 24/IX/2009.

[66] “EEUU ofrece incentivos a Sudán para lograr avances en la crisis de Darfur”, El País, 20/X/2009.

[67] Que pese a mantener las sanciones y pedir la liberación de Suu Kyi, cambió radicalmente su estrategia al mantener contactos directos con líderes de la junta militar. “Obama pide al gobierno birmano la liberación de la disidente Suu Kyi”, El Mundo, 16/XI/2009.

[68] Entre los cuales podemos encontrar el reciente intento de Obama en su viaje a Asia de hablar con jóvenes chinos sobre libertades o el reciente discurso de la secretaria de Estado, de 16 de diciembre de 2009 en Georgetown, sobre derechos humanos.

[69] Currier (2003).

[70] “Reacciones a la concesión del premio a Obama”, EcoDiario, 9/X/2009.

[71] Mearsheimer y Walt (2007), pp. 229-262.

[72] Gray (2008), pp. 200-216.

[73] Tal y como se recogió en uno de los primeros discursos sobre su visión de la política exterior de 23 de abril de 2007.

[74] “Obama presenta su plan de retirada de Irak con una fuerte oposición demócrata”, ABC, 28/II/2009.

[75] “Secretario de Defensa de EEUU visita Irak tras los atentados”, Univisión, 10/XII/2009.

[76] “Obama dice que la situación en Afganistán está empeorando”, El Universal, 19/II/2009.

[77] M. Bernabé, “Provisiones del cielo”, El Mundo, 7/VI/2009.

[78] Barker (2009).

[79] “Afganistán: opio imparable”, BBC Mundo, 2/VI/2007.

[80] Barker (2009).

[81] “Karzai pacta con un señor de la guerra para asegurar el triunfo”, Público, 18/VIII/2009.

[82] “Karzai, declarado presidente electo de Afganistán”, El País, 2/XI/2009.

[83] Barker (2009).

[84] “Clases de democracia a cambio de dos euros”, El Mundo, 3/XI/2009.

[85] “Afganistán: Obama deshoja la margarita”, BBC Mundo, 7/X/2009.

[86] “La trampa de Afganistán atrapa a Obama tras ocho años de guerra”, La Vanguardia, 7/X/2009.

[87] Desch (2009).

[88] “Obama’s Afghan Policy Speech at West Point”, The Washington Post, 1/XII/2009.

[89] “Obama anuncia que la retirada de Afganistán comenzará en 2011”, El País, 1/XII/2009.

[90] “Obama se da un plazo de 18 meses para tener éxito en Afganistán”, El País, 2/XII/2009.

[91] “Taliban Seize Vital Pakistan Area Closer to the Capital”, The New York Times, 22/IV/2009.

[92] Shane (2009).

[93] “Los talibanes no dan tregua a Pakistán”, El País, 17/X/2009.

[94] “Obama compensa con 7.500 millones de dólares la fidelidad de Pakistán”, ABC, 21/XII/2009.

[95] “Obama extiende el uso de los ataques selectivos en Pakistán”, El Mundo, 5/XII/2009.

[96] “Obama toma las riendas de la crisis yemení”, El País, 4/I/2010.

[97] “Los científicos reclaman a los políticos recortes adicionales”, Público, 19/XII/2009.

[98] “Obama Affirms Climatic Change Goals”, The New York Times, 18/XI/2008.

[99] “La psicología del cambio climático en EEUU”, El Mundo, 21/XII/2009.

[100] “Sarah Palin pide a Obama un boicot oficial a la cumbre de Copenhague”, ABC, 9/XII/2009.

[101] “Incendio en la causa climática”, El País, 3/XII/2009.

[102] “Obama podrá luchas contra el cambio climático sin contar con el Congreso de EEUU”, ABC, 8/XII/2009.

[103] “Obama contra el cambio climático”, El País, 27/VI/2009.

[104] “Remarks by the President at the Morning Plenary Session of the United Nations Climate Change Conference”, The White House. Office of the Press Secretary, 18/XII/2009.

[105] “Obama to Go to Copenhagen With Emissions Target”, The New York Times, 25/XI/2009.

[106] “Europe Offers to Cut Emissions 95 % if Deal Reached at Copenhagen”, The Guardian, 21/X/2009.

[107] “Estados Unidos y China hacen fracasar Copenhague”, El País, 16/XI/2009.

[108] “Fracaso en Copenhague”, El País, 22/XII/2009.

[109] “Why did Copenhagen Fail to Deliver a Climate Deal?”, BBC News, 22/XII/2009.

[110] Materializadas en los conflictos y acusaciones cruzadas entre China y el Reino Unido y Brasil y EEUU. “China acusa al ministro británico de energía de fomentar la discordia”, El Mundo, 22/XII/2009, y “Brasil responsabiliza a EEUU del fracaso de la cumbre de Copenhague”, Europa Press, 21/XII/2009, son ejemplos de lo sucedido.

[111] “Rusia acusa a EEUU de obstruir el tratado de desarme atómico”, La Vanguardia, 18/XII/2009.

[112] “Las negociaciones de desarme entre Rusia y Estados Unidos continuarán en enero”, AFP, 21/XII/2009.

[113] “US to Host March Nuclear Security Summit: White House”, AFP, 8/VII/2009.

[114] “Rusia avanza que el tratado con EEUU supondrá un desarme radical”, El Mundo, 22/XII/2009.

[115] “Rusia culpa a EEUU de la crisis económica mundial”, El País, 7/VI/2008.

[116] “La crisis en los países del G20”, BBC Mundo, 21/IX/2009.

[117] “US Jobseekers Face Bleak Christmas as Unemployment Rises”, The Guardian, 20/XII/2009.

[118] “Wall Street, en alza por los datos económicos”, Infobae, 22/XII/2009.

[119] “Los logros de la cumbre del G-20 en Londres”, El Mundo, 3/IV/2009.

[120] “Pittsburgh Summit. G20 Relaunched as World’s Top Forum”, Spiegel Online, 25/IX/2009.

[121] “Obama sitúa el G20 al borde de un nuevo fracaso”, El País, 20/IX/2009.

[122] “Remarks by President Obama at G20 Closing Press Conference”, The White House. Office of the Press Secretary, 25/IX/2009.

[123] Y que él mismo califica como “una política exterior realista más tradicional”. Obama (2008), p. 306.

[124] Dionne, “Obama’s Bush Doctrine”, The Washington Post, 28/XI/2008.

[125] Traub, “Obama Realism May not Play Well in Cairo Streets”, The New York Times, 31/V/2009.

[126] Brzezinski (2010).

[127] Morgenthau (1970), pp. 13-28.

[128] “War With Irak is Not in America´s National Interest”, The New York Times, 26/IX/2002.