Resumen inicial
La relación entre el género y el extremismo violento es objeto desde hace mucho tiempo de interpretaciones erróneas y simplificaciones excesivas por parte de especialistas académicos, responsables políticos y distintos profesionales al presentar a las mujeres bien como meras víctimas, o bien como adeptas a las que les han lavado el cerebro. Ignorar o restar importancia a todo el abanico de vías por las que las mujeres contribuyen a los objetivos de sus movimientos o grupos extremistas violentos ha dado pábulo a un sesgo positivo hacia la seguridad que entorpece la precisión de las sentencias judiciales y las evaluaciones de riesgos, así como la eficacia de los programas de rehabilitación. Por lo tanto, es esencial comprender mejor la amplia gama de funciones que desempeñan las mujeres en el extremismo violento y la naturaleza dinámica de esas funciones para diseñar respuestas específicas en materia de enjuiciamiento y rehabilitación.
En el presente documento se describe y contextualiza el cambio que se está produciendo en las funciones femeninas dentro de dos grupos y movimientos extremistas violentos y ultraconservadores: el extremismo de derechas y el yihadismo. Además, se analizan las implicaciones de esa mayor diversidad de cometidos femeninos para el ámbito del encausamiento judicial y la rehabilitación, con especial hincapié en las dificultades, las buenas prácticas y las enseñanzas extraídas de un ámbito conexo: el desarme, la desmovilización y la reintegración (DDR).
Introducción
Estudios anteriores indican que los factores que empujan y atraen a hombres y mujeres hacia la vinculación con el extremismo violento son similares, como puede ocurrir también con su nivel de brutalidad o compromiso ideológico (Nacos, 2005; Cragin & Daly, 2009). Pese a compartir las motivaciones complejas que subyacen a la radicalización y la vinculación con actividades extremistas violentas, siguen existiendo concepciones erróneas sobre género y extremismo violento que “simplifican en exceso lo que son tendencias y movimientos complejos” (Alexander et al., 2019: 5), por lo que generan sesgos positivos en materia de seguridad que presentan a las mujeres bien como víctimas inofensivas, bien como adeptas de un movimiento a las que les han lavado el cerebro, de un modo que legitima el uso de la violencia para la consecución de objetivos políticos o religiosos (Winterbotham & García Calvo, 2022: 7). Esa situación tiene importantes implicaciones jurídicas y de seguridad, puesto que los datos ponen de manifiesto que a las mujeres terroristas “es menos probable que las detengan, es menos probable que las condenen y suelen recibir sentencias más indulgentes que los hombres” (Alexander et al. 2018: 6). Este hecho constituye una doble oportunidad: por un lado, para los grupos extremistas violentos se trata de una estrategia ganadora al cien por cien, habida cuenta del alto índice de éxito de los atentados perpetrados por mujeres activistas y la profusa cobertura mediática que cosechan sus actos (Bloom, 2011)[1]. Estos grupos pueden aprovechar la apariencia inofensiva de las mujeres para evitar la detección por parte de las fuerzas del orden. Por otra parte, las extremistas violentas también salen ganando, ya que pueden echar mano de los estereotipos de género preconcebidos y presentarse como meras víctimas para evitar ser enjuiciadas o recibir un castigo más leve cuando lleven a cabo actos delictivos relacionados con el terrorismo o el extremismo violento. A su vez, esa circunstancia limita sus oportunidades de rehabilitación e incrementa las posibilidades de reincidencia (Schmidt, 2018: 5).
Hay una serie de escollos que enturbian el reconocimiento de los vínculos entre mujeres y extremismo violento. En primer lugar, debido al sesgo positivo hacia la seguridad ya mencionado, la documentación de la militancia de mujeres en los grupos terroristas modernos ha pecado de falta de coherencia y, en última instancia, resulta poco fiable.[2] No existe un conocimiento sistemático de la adhesión femenina a organizaciones terroristas y grupos extremistas violentos, ya que, por ejemplo, hasta hace bien poco, las bases de datos no permitían desglosar las estadísticas por género, al dar por sentado que los extremistas violentos eran hombres. En segundo lugar, la dicotomía comúnmente aceptada entre “víctima” y “agresor” no refleja necesariamente la realidad, puesto que esas dos condiciones no se excluyen mutuamente. Por ejemplo, es posible que las mujeres que se desplazaron hasta el territorio en poder de Estado Islámico en Siria e Irak lo hicieran sometidas a cierto grado de coerción o siendo objeto de violencia sexual o de género en la zona de conflicto, pero que al mismo tiempo hayan contribuido a la consecución de los objetivos religiosos y políticos de Estado Islámico. En tercer lugar, siempre se ha puesto el énfasis en los combatientes o los agentes violentos –figuras eminentemente masculinas–, por lo que se acaban obviando otras contribuciones relevantes no violentas para la consecución de los objetivos del grupo, como pueden ser la recaudación de fondos, la logística y las funciones de apoyo, tareas que suelen estar en manos femeninas (Alexander et al., 2019: 4; Bloom, M. & Lokmanoglu, A., 2020: 400).
Pese a que no existen diferencias fundamentales entre las motivaciones para la militancia y el fervor ideológico entre hombres y mujeres, la divergencia se da en las oportunidades de asumir determinadas funciones dentro de los grupos o movimientos del extremismo violento. La magnitud de esa disparidad depende de factores contextuales y operativos, así como de que la propia ideología del grupo determine su concepción sobre las atribuciones de género y las dinámicas de poder. Por ejemplo, las Brigadas Rojas, un grupo terrorista italiano de extrema izquierda, o determinados movimientos nacionalistas revolucionarios, comparten una concepción más igualitaria de la relación entre hombres y mujeres en la sociedad, lo que favorece la participación femenina en las mismas condiciones que los militantes masculinos. En cambio, al otro extremo del espectro ideológico están los grupos yihadistas o de extrema derecha, donde las funciones femeninas solían relegarse a la esfera privada/doméstica por la idiosincrasia patriarcal típica de su ideología (Winterbotham & García Calvo, 2022: 7). Dicho de otro modo, tradicionalmente, las mujeres simpatizantes de grupos yihadistas o de extrema derecha tenían escasas oportunidades de asumir atribuciones ajenas a las funciones de apoyo.
Sin embargo, se está produciendo un cambio en esas dos ideologías ultraconservadoras: el yihadismo y el extremismo violento de derechas. Las organizaciones terroristas y los grupos extremistas violentos son actores racionales con capacidad contrastada para evolucionar y adaptarse de un modo estratégico a los contextos cambiantes con el fin de avanzar hacia la consecución de sus objetivos políticos o religiosos (García Calvo, 2015: 40). En ese sentido, llevan a cabo malabarismos intelectuales y discursivos para que las opiniones tradicionales que vinculan a la mujer a la esfera doméstica resulten más atractivas a las adeptas jóvenes en potencia. El resultado es que, en las últimas dos décadas, se ha observado un fuerte incremento en el número de simpatizantes femeninas y la creación de muchos grupos centrados en las mujeres (Ebner & Davey, 2019: 33; Miller-Idriss & Pilkington, 2019). Además, ambos colectivos extremistas violentos han potenciado el protagonismo de la mujer de distintas maneras, ampliando la gama de funciones que ocupan y concediéndoles un mayor grado de visibilidad y responsabilidad (Winterbotham & García Calvo, 2022: 23).
Los especialistas académicos, los responsables políticos y los profesionales de este ámbito cada vez son más conscientes de la diferencia entre las presunciones de género y la realidad en lo relativo al papel actual de la mujer en organizaciones terroristas y grupos extremistas violentos, así como de la necesidad de reconocer todo el espectro de agentes que prestan su apoyo a esas organizaciones y grupos (Alexander et al., 2019: 6). Se ha alcanzado un consenso en torno a la importancia de la perspectiva de género para mitigar los riesgos derivados de que los estereotipos relacionados influyan en las políticas, las intervenciones o las respuestas jurídicas. No obstante, sigue sin estar claro cuál sería la manera idónea de tener en cuenta las distintas experiencias de las mujeres con el extremismo violento y sus necesidades específicas en materia de rehabilitación. Las mujeres, al igual que los hombres, no son un grupo homogéneo por lo que respecta a sus aportaciones a organizaciones terroristas y grupos extremistas violentos (Alexander et al., 2019: 6). Es importante estudiar las atribuciones y su naturaleza dinámica en el seno de grupos o movimientos extremistas violentos: puede servir para identificar de un modo más sistemático perfiles y caminos de entrada al terrorismo, desarrollar instrumentos más eficaces para la evaluación del riesgo individual y valorar mejor si una persona podría desvincularse o los motivos por los que podría decidir salirse de esos grupos, así como conocer los factores que podrían resultar más eficaces para propiciar y mantener la desvinculación (Altier et al., 2020). Por lo que atañe al encausamiento judicial, el reconocimiento de la variedad de funciones femeninas dentro de las organizaciones y los grupos extremistas violentos implica una mayor exhaustividad en la recopilación de pruebas y datos de inteligencia, una mejor comprensión de la amenaza que suponen estas personas y, en última instancia, la aplicación de sentencias más precisas.
En suma, el panorama del extremismo violento atraviesa momentos importantes de cambio en la Unión Europea (UE) y otras zonas. Uno de ellos es la transformación del papel de la mujer en determinadas organizaciones terroristas y grupos extremistas violentos, hecho que constituye el objeto principal de este trabajo de investigación. Comprender mejor las atribuciones de las mujeres dentro de sus grupos o movimientos extremistas violentos permite diseñar una respuesta más ajustada. Precisamente, el presente artículo pretende arrojar luz sobre el cambio actual en las funciones que desempeñan las mujeres extremistas violentas en grupos y movimientos ultraconservadores, en concreto en el yihadismo y el extremismo de derechas, así como sobre sus implicaciones para el enjuiciamiento y la rehabilitación de las mujeres que cometan actos delictivos.
Traducción al español de resumen e introducción del documento original en inglés “The shifting role of women in extremist and terrorist groups: implications for prosecution and rehabilitation”, publicado originalmente en European Commission Research e-Library on Radicalisation (25/I/2024) como parte del Proyecto RAN Policy Support.
[1] Las mujeres crean cuatro veces más víctimas que los hombres. Véase: Mia Bloom (2011), “Bombshell. Women and Terrorism”, Filadelfia, University of Pennsylvania Press.
[2] Más información en: Leonard Weinberg & William Eubank (2011), “Women’s Involvement in Terrorism”, Gender Issues, 28, págs. 22-49.
Imagen: Mujeres asisten a un campamento militar de verano para jóvenes, organizado por las Brigadas Al-Quds en la ciudad de Khan Yunis. Foto: Mohammed Talatene/picture alliance / Getty Images.