Resumen

La provocación nuclear de Corea del Norte (lanzamiento de misiles desde tierra y desde submarinos hacia el mar de Japón, empeño tecnológico en lograr un misil intercontinental capaz de alcanzar la costa oeste de los Estados Unidos y otras diversas actitudes militaristas que no contribuyen a la distensión) puede, con rigor, ser calificada de amenaza a la paz y seguridad de la región.

Paralela y desequilibradamente, el Consejo de Seguridad (aunque no la Asamblea General ni el Consejo de Derechos Humanos) ha centrado su agenda en la nuclearización de Pyongyang, a pesar de la pavorosa condición de los derechos humanos con que el régimen de Kim Jong-un somete a su propio pueblo, y que constituye el principal objeto de este documento de trabajo.

“Aunque el Consejo de Seguridad ha avanzado en la consideración de los derechos humanos en Corea del Norte, la estrategia hacia el régimen sigue siendo vacilante”

Por primera vez no en situaciones bélicas o de conflicto inminente, sino en tiempo de paz, la Responsabilidad de Proteger ha sido invocada respecto a Corea del Norte, lo que representa una ampliación del concepto RdP, que hasta ahora solo se había suscitado y aplicado a crímenes atroces relacionados con conflictos armados. Se ha tomado conciencia de que situaciones en que imperan los crímenes masivos, aunque no hayan alcanzado aún el nivel de conflicto armado, pueden ser igualmente destructivas.

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tiene el deber primordial de proteger a las actuales y futuras generaciones del flagelo de la guerra y de los conflictos violentos, de mantener o restaurar la paz y seguridad internacionales, pero también el de hacer avanzar los derechos humanos y las libertades fundamentales en el mundo. El artículo 103 de la Carta le facilita la labor para actuar a favor de la paz internacional y de los derechos y libertades, que están directamente relacionadas con la seguridad. Sin embargo, aunque el Consejo de Seguridad, a pesar de las divisiones internas sobre el particular, ha avanzado en la consideración de los derechos humanos en ese país, y la mayoría de los Estados de las Naciones Unidas condena la situación en la que se halla todo un pueblo sometido a una larga dictadura que, además, provoca inseguridad regional permanente, la estrategia hacia el régimen de Corea del Norte sigue siendo vacilante, a pesar de los innumerables datos en relación a la dramática situación de los derechos humanos en el país.

Introducción

Geográfica y culturalmente, Asia es y está lejos de nosotros, eurocentristas. Después de haber impuesto absolutamente durante siglos la relatividad de los conceptos (¿qué es Oriente y qué Occidente para un chino o un coreano?) estamos en los últimos años interesados en ella, un Asia que ya no nos resulta tan lejana. Lo estamos por razones comerciales y económicas, políticas y de seguridad. ¿Expansionismo chino, amenaza nuclear coreana?

Amenaza a la paz y seguridad internacionales y de la región que supone la proliferación nuclear. Sin embargo, la sistemática conculcación de los derechos humanos de la población norcoreana puede, asimismo, poner en peligro a medio plazo la paz y seguridad de la región. China, comparada con Corea del Norte, es un paraíso de libertades.

Hablamos del país más aislado (autoaislado) del planeta, hazaña lograda por el “estimado y querido líder, comandante de acero” (así se hacía llamar), “presidente eterno de la República”, Kim Il-sung (1912-1994), epítome del culto a la personalidad y con quien tuve ocasión de hablar en Pyongyang en 1978. Kim, jefe guerrillero comunista que luchó contra la ocupación nipona de la península (1910-1945) –dividida en dos partes administradas hasta 1948 por EEUU y Rusia– fue aupado al poder por Stalin en el mismo año en que fueron proclamadas las respectivas independencias de la República de Corea en el sur y de la República Popular Democrática de Corea en el norte.

La actitud y la política de aislacionismo del fundador del “reino ermitaño”, apelativo acuñado por la prensa occidental, tenían fuertes raíces históricas. La dinastía imperial Choson, la más duradera de Corea (1392-1910), cultivó durante algunos siglos esa posición seclusa. La excepción fue China. A pesar de que Corea era considerada por aquella un Estado vasallo, el general Yi Song-gye, fundador de la dinastía, estableció estrechas relaciones con la vecina dinastía Ming (1368-1644). La influencia cultural china fue alta durante ese período, lo que condujo a que la administración choson se estructurara de acuerdo a los patrones ming y que el neoconfucianismo fuera adoptado como ideología del Estado y de la sociedad.

Pero en 1592 Corea sufrió la primera invasión japonesa y aunque los chinos ayudaron a rechazar a los invasores, cuando lo lograron el país había sido ya devastado. Otra agresión sin contemplaciones la protagonizaron las tribus manchúes en 1627. No es, pues, de extrañar la actitud aislacionista adoptada por los coreanos y mantenida hasta finales del siglo XIX. A causa de la presión nipona, en 1876 firmaron el tratado de Kanghwa, constitutivo del inicio formal de relaciones diplomáticas no sólo con Tokio sino también con Pekín. Dicho acuerdo, empero, supuso el quebranto de la posición de apartamiento del mundo exterior tan solo en relación al primero, potencia hegemónica de la época, que breves años después derrotaría al segundo en la guerra chino-japonesa (1894-1895), librada precisamente por el control de Corea. Con el tratado, Tokio pretendía (y lo logró) liquidar la influencia china en Corea –que abandonó su condición de tributario respecto a Pekín– y afianzar su influencia política y comercial en el “reino ermitaño”. Japón consiguió que tres puertos se abrieran a sus barcos y, además, –mediante la presión correspondiente, como la ejercida en el siglo XX por EEUU en varias partes del planeta– obtuvo que sus actividades en el país estuvieran regidas por la ley nipona, no por la coreana. Tras la victoria de Tokio en la guerra ruso-japonesa (1904-1905) su poder se afianzó en la zona y se dispuso a absorber plenamente a Corea. Unos años antes la resistencia de la población a la dominación japonesa se había extendido lo suficiente como para que esta pudiera considerarse en peligro. En 1895 agentes de Tokio asesinaron a la Reina Min, que apoyaba a la resistencia, y su marido, Kojong, asumió el trono hasta 1907, año en que fue forzado a renunciar a favor de su hijo. En 1910, el Imperio del Sol Naciente se anexionó formalmente el país, poniendo fin a la dinastía Choson.

Kim Il-sung es simultáneamente producto del secular apartamiento de su país del mundo exterior y causa del aislamiento de Corea del Norte desde su independencia en 1948. Al forzar a su propia tierra a permanecer aislada, el dictador disponía del poder de controlar a su antojo. Ninguna influencia extranjera podía acceder a su propio paraíso (¿socialista?). Los 24 millones de habitantes (Corea del Sur tiene el doble) no tenían en época de Il-sung, ni tienen ahora, prácticamente contacto alguno con el mundo exterior, la relación con los escasos visitantes extranjeros estaba y está estrictamente controlada, no hay acceso a internet y los medios de información foráneos no existen.

Emilio Menéndez del Valle
Embajador de España y analista en Relaciones Internacionales
 | @EMV_Masai

Pequeñas banderas de Corea del Norte en Pyongyang. Foto: Stephan (CC BY-SA 2.0)