La Resolución 1973, aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU el 17 de marzo, es un paso en la dirección correcta. La comunidad internacional pretende así establecer una zona de exclusión aérea que impida a Muamar el Gadafi seguir adelante con su ofensiva para recuperar plenamente el poder en Libia. Sobre el terreno, en todo caso, las tropas leales al dictador libio están a punto de rematar la tarea de desmantelar la resistencia que, en un juicio apresurado, pudo parecer a algunos que estaba en condiciones de poner fin a los 41 años de ominoso “reinado” del inefable líder de la Yamahiriya.
Ha sido necesario un mes para sacar adelante una Resolución que cabe calificar, a la espera de lo que ocurra sobre el terreno en los próximos días, como insuficiente y tardía.
Insuficiente porque, aunque llegue a aplicarse hasta el punto de negar el sobrevuelo de aviones y helicópteros en todo el espacio aéreo libio, no puede por sí sola revertir un balance que hoy es netamente favorable a Gadafi. Lo máximo que puede lograr es evitar la derrota definitiva de los rebeldes, lo que abocaría a una guerra civil indeseable, aunque solo sea porque eso convertiría a Libia en un prolongado foco de inestabilidad en medio del Mediterráneo. Por otra parte, puede provocar que el dictador se sienta apurado para completar su esfuerzo de manera inmediata, antes de que tal zona de exclusión llegue a consolidarse, impidiéndole moverse a sus anchas.
También parece una decisión que llega demasiado tarde porque, ya desde hace semanas, era perceptible que Gadafi había logrado no solo absorber el impacto del primer envite rebelde sino, además, dar la vuelta a la situación (gracias a su superioridad militar), recuperando ciudades e infraestructuras energéticas vitales para sus intereses. Para ello no tuvo ninguna duda en cometer crímenes de guerra y provocar una grave crisis humanitaria, consciente de que contaba con un notable margen de maniobra, dada la debilidad de sus adversarios y las visibles discrepancias en la comunidad internacional.
Hoy, Gadafi ya ha logrado establecer sus fuerzas en pleno territorio de la Cirenaica y se encuentra ante el último asalto para eliminar totalmente a una resistencia crecientemente incapaz de resistir la presión. No necesita, por tanto, realizar masivos transportes de tropas ni atacar a unidades desde el aire, sino que, más bien, está ya implicado en un combate de localidades, lo que dificulta identificar objetivos para los posibles ataques aéreos de la coalición internacional que decida implicarse en el cumplimiento de la Resolución. Tampoco hay que descartar que Gadafi trate de salvaguardar los elementos móviles de sus defensas antiaéreas, de sus radares y de sus sistemas de mando y control ubicándolas en núcleos urbanos para utilizar a la población como escudos humanos frente a posibles bombardeos.
En suma, aun en el supuesto de que la OTAN (con colaboración, más simbólica que operativa de países como Qatar o Emiratos Árabes Unidos) active sus capacidades aéreas contra Gadafi, este dispone aún de bazas muy significativas para seguir eliminando a sus oponentes. Llegados a este punto, parecería que la opción internacional está tomada: Gadafi no puede volver a controlar el país. Pero una zona de exclusión aérea no parece el mecanismo que garantice tal resultado.