El yihadismo global, que apareció como movimiento hace treinta años, con la formación de al-Qaeda en 1988, está en la tercera fase de su evolución y se encuentra ante una nueva coyuntura crítica. Ese fenómeno internacional ha atravesado ya por otras dos situaciones similares. Una, al concluir la primera fase del mismo, a fines de 2001, cuando aquella organización y sus entonces escasas entidades asociadas se vieron afectadas por la reacción internacional que provocaron los atentados del 11-S y por la pérdida del santuario afgano. Otra coyuntura crítica del yihadismo global tuvo lugar en 2011, al término de su segunda fase, con el abatimiento de Osama bin Laden y el auge, al margen de la estrategia de al-Qaeda, de revueltas antigubernamentales en diversos países del mundo árabe.
Es durante la actual tercera fase en la evolución del yihadismo global, iniciada en 2012, tras desencadenarse la contienda siria y configurarse Estado Islámico como rival de al-Qaeda, a partir de lo que hasta 2013 fue la rama iraquí de esta última, cuando aquel movimiento, ahora escindido y bipolar, afronta otra vez una coyuntura crítica. Entre los factores y circunstancias que la han propiciado sobresale el hecho de que, al concluir 2017, Estado Islámico apenas controlaba ya pequeños enclaves de los amplios territorios de Siria e Irak sobre los cuales estableció un califato en junio de 2014 y desde donde promovió una movilización yihadista mundial sin precedentes. Ello fue consecuencia de las actuaciones de la coalición internacional que se formó para combatir a la organización liderada por Abu Bakr al-Baghdadi.
En las dos anteriores coyunturas críticas por las que ha atravesado el yihadismo global, la mayoría de los vaticinios a que expertos académicos e incluso servicios de Inteligencia dieron pábulo, también respecto al devenir de su inherente amenaza terrorista para las sociedades occidentales, resultaron ser erróneos.
Después de la primera coyuntura crítica se adujo que al-Qaeda había desaparecido como organización, convertida en ideología y diluida en un yihadismo amorfo del que básicamente había que temer eventuales actos de terrorismo perpetrados por actores solitarios o células independientes. Nada más lejos de la realidad, como quedó de manifiesto con los atentados de 2004 en Madrid o de 2005 en Londres. Al hilo de la segunda coyuntura crítica se sostuvo que la mal llamada Primavera Árabe era un golpe fatal para al-Qaeda y suponía la decadencia del yihadismo global. Nada más lejos de la realidad, como evidenciaron la propia actividad de al-Qaeda dentro y fuera de Siria, al igual que la de Estado Islámico en ese país, en Irak y en otras zonas, incluyendo los atentados terroristas de 2015 en París o de 2016 en Bruselas.
El estado del yihadismo global es, en la presente coyuntura crítica, más complejo que en las dos previas, por lo que la prognosis es todavía más difícil y las posibilidades de elaborar futuribles equivocados son aún mayores. Además, los análisis aparentemente contradictorios están a la orden del día. Muchos expertos hablan, por ejemplo, de fragmentación y descentralización al observar la actividad yihadista en Siria, Yemen o Libia. Otros, sin embargo, afirman lo opuesto en sus estudios sobre el yihadismo en Afganistán, Irak o Somalia. Probablemente porque ambas facetas son parte de una misma realidad global, que en determinados escenarios se ha dispersado y en otros se ha concentrado.
Hay, pues, que ser muy cautos en la diseminación de análisis teóricamente atractivos, para mirar en lo esencial a las cosas como realmente son. Aunque Estado Islámico ha sido derrotada militarmente en su propósito de consolidar y expandir un extenso dominio yihadista en Oriente Medio, no ha dejado de existir, especialmente en Irak, y su evolución hacia un entramado clandestino mundial es verosímil. Por su parte, las ramas territoriales de al-Qaeda y sus entidades asociadas predominan entre los yihadistas de Afganistán o Pakistán y se han fortalecido, mediante alianzas con islamistas en general o salafistas en particular, en Siria, Yemen, Somalia o Mali.
Aunque al-Qaeda y Estado Islámico siguen compitiendo por la hegemonía del yihadismo global, ni cabe descartar colaboraciones entre ambas ni tampoco que lleguen a fusionarse. En cualquier caso, esas dos estructuras yihadistas dotadas de liderazgo y estrategia continúan siendo, para las sociedades occidentales en general y Europa occidental en particular, fuentes de una amenaza terrorista cuyas potenciales manifestaciones se adecuarían a las trayectorias recientes de una y otra, así como a las decisiones que los dirigentes de una y otra van tomando para solventar las incertidumbres y aprovechar las oportunidades de otra coyuntura crítica más para el yihadismo global. Conviene recordar que de las dos anteriores salió mejor parado de lo por muchos previsto.