Este artículo ha sido publicado también en la revista Política Exterior, vol. XXXI, núm. 178 (julio/agosto 2017), pp. 30-34.
La actual movilización yihadista en Europa Occidental es un fenómeno excepcional por su alcance y magnitud. De los países de Europa Occidental procede entre una quinta y una sexta parte del total de combatientes terroristas extranjeros que desde 2012 se han trasladado a Siria e Irak para unirse a las organizaciones yihadistas activas en esos dos países, principalmente a Estado Islámico (EI) –constituido a partir de la que hasta febrero de 2014, con unas u otras siglas, fue la extensión iraquí de al-Qaeda–, pero también a la propia rama siria de al-Qaeda –en las diversas configuraciones y denominaciones que ha venido adoptado– o sus entidades afines establecidas en la misma zona de conflicto. Los musulmanes de Europa Occidental están no menos de 16 veces sobrerrepresentados respecto a los combatientes terroristas extranjeros procedentes de otras regiones del mundo.
Se trata de una movilización yihadista que, sin embargo, no ha afectado ni continúa afectando por igual a los distintos países de Europa Occidental. El número de combatientes terroristas extranjeros varía notablemente de unos a otros. Tomando como referencia a los 28 países que integran la UE, se observa que los más afectados son aquellos en los cuales se dan dos circunstancias: de un lado, que el tamaño de sus poblaciones musulmanas es considerable respecto al conjunto de la población; de otro, que dichas poblaciones musulmanas se encuentran principalmente compuestas por segundas e incluso sucesivas generaciones, es decir, por descendientes de inmigrantes llegados del Norte de África, Oriente Medio y el Sur de Asia.
Pues bien, los más de 30 atentados yihadistas perpetrados en Europa Occidental entre la primavera de 2014 y la de 2017 han tenido lugar en seis de los ocho países más afectados por dicha movilización: Francia, Bélgica, el Reino Unido, Alemania, Suecia y Dinamarca. Los restantes dos, en los que sin embargo aún no han tenido lugar atentados relacionados con la actual movilización yihadista, son Austria y los Países Bajos. La cifra de víctimas mortales ocasionadas por el terrorismo yihadista en esos seis países de la UE, a lo largo del aludido período de tres años, se acerca a las 300. En los seis años y medio trascurridos de la actual década, el monto de fallecidos en Europa Occidental como consecuencia de atentados yihadistas supera ya al registrado durante toda la década precedente.
Cierto que el número de víctimas mortales del terrorismo yihadista en Europa Occidental es una muy pequeña fracción de cuantas produce anualmente en el mundo, sobre todo –pero desde luego no sólo– entre musulmanes. Como cierto es también que, durante 2015 y 2016 –bienio en el que se ejecutaron los atentados del 13 de noviembre en París, el 22 de marzo en Bruselas y el 14 de julio en Niza–, el total de muertos que los yihadistas han causado en los países de la UE superó las cifras de 2004 y 2005, bienio en el que se cometieron los atentados del 11 de marzo en Madrid y del 7 de julio en Londres. Es improbable que los relativamente buenos resultados de la lucha antiterrorista con posterioridad a estos últimos dos años se repitan en Europa Occidental tras aquellos, siendo ahora bastante mayor el potencial de la amenaza.
“De los mandos de operaciones externas en al-Qaeda y EI cabe esperar nuevas tentativas de atentados […] incluso con componentes químicos”
Ese potencial de amenaza, al igual que los actos de terrorismo ya ocurridos en Europa Occidental desde 2014, tiene dos fuentes organizativas y algunos más focos territoriales. No debe olvidarse que una de esas dos fuentes sigue estando relacionada con al-Qaeda como estructura global, descentralizada pero con jerarquía de liderazgo y una estrategia general que es común a sus distintas ramas territoriales al tiempo que diferenciada de la de EI, aunque coincida con esta organización en su señalamiento agresivo de Europa Occidental. Que al-Qaeda central –asentada en la zona fronteriza entre Afganistán y Pakistán– tenga unas capacidades operativas significativamente degradadas es algo que compensan las de sus ramas activas en los focos de Siria, Yemen, Somalia, Argelia o Malí. Los dirigentes de al-Qaeda aspiran a recuperar la hegemonía del yihadismo global, pero actualmente insisten en apelar a la unidad de los yihadistas.
Este llamamiento a la unidad de los yihadistas tiene mucho que ver con las vicisitudes por las cuales atraviesa en estos momentos EI, la otra fuente de amenaza yihadista para los países de la UE, donde la violencia terrorista dirigida por los líderes de dicha organización o inspirada por su propaganda es la que ha predominado durante los últimos tres años, si bien los atentados se han producido en únicamente seis de aquellos. Con sus principales bases en las demarcaciones cada vez más menguadas que controla dentro de Siria e Irak, EI ha terminado por abandonar el proyecto de extender el califato para centrarse en conseguir perpetuarlo, aunque privado de base territorial, también a partir de otros focos desde los que proyecta su amenaza hacia Europa Occidental, como Egipto o en particular Libia, donde asimismo tiene presencia.
De los mandos de operaciones externas en al-Qaeda y EI, dedicados en buena medida a planificar actos de terrorismo en Europa Occidental, cabe esperar nuevas tentativas de atentados espectaculares, complejos, sofisticados y altamente letales, incluso con componentes químicos hasta ahora no utilizados. Sin embargo, debido a las adversas circunstancias que ambas organizaciones yihadistas afrontan en sus respectivos focos y a las mayores dificultades que conlleva la materialización de planes ambiciosos, al-Qaeda y EI, mediante sus aparatos de propaganda, llevan tiempo instigando la actuación en solitario de individuos radicalizados que atenten siguiendo indicaciones genéricas sobre métodos y blancos pero al margen de misiones terroristas planificadas centralizadamente.
Esas organizaciones yihadistas van a continuar recurriendo a esta expresión del terrorismo. La última entrega del principal medio de propaganda que difunde al-Qaeda, elaborado por su rama en la península Arábiga, llama a la comisión de atentados en “tierra de infieles” por musulmanes que, aun actuando en solitario, sean conscientes de la estrategia general subyacente a su conducta. Por su parte, en un reciente número del órgano de adoctrinamiento que disemina entre sus seguidores de lengua inglesa, EI los incita a seguir actuando contra los “cruzados” en el seno de las sociedades occidentales mediante, literalmente, “cuchillos que se hundirán en sus carnes”, “vehículos que inesperadamente se suban en sus concurridas aceras” y “balas que agujereen sus repugnantes cuerpos en medio de su asqueroso disfrute”.
“La manipulación de los musulmanes que viven en Europa Occidental […] resulta fundamental para esa preservación desterritorializada del califato”
Ahora bien, desde mediados de 2016, los actos de terrorismo en Europa Occidental relacionados con EI no se llevan a cabo para evitar perder más territorios en Siria e Irak. No buscan un impacto social gracias al cual los gobiernos de los países donde ocurren desistan de contribuir a la coalición internacional contra la organización yihadista que lidera EEUU. EI ha asumido ya la pérdida de esos territorios y su paulatina vuelta a la clandestinidad de la que procede. Atentados como los de Múnich, Londres, Estocolmo o Manchester son más una manifestación de yihad ofensiva que de yihad defensiva. Responden al propósito de preservar su califato en las actitudes y conductas de la población musulmana hasta que cambien las circunstancias y, según el supuesto designio divino en que creen, sea definitivamente reimplantado sobre la tierra.
La manipulación de los musulmanes que viven en Europa Occidental, especialmente los jóvenes de segunda generación más vulnerables por su edad y por el conflicto de identidad en que a menudo se encuentran, resulta fundamental para esa preservación desterritorializada del califato. Mediante atentados que acrecienten la desconfianza hacia ellos de los no musulmanes o extiendan la islamofobia entre estos últimos y ahonden la fractura entre ambas colectividades. Sobre todo, pero no sólo, en los ya mencionados países más afectados por la estrategia de movilización que ha desarrollado EI. Estos países son también aquellos donde la amenaza yihadista es comparativamente mayor, pues sus servicios policiales y de inteligencia se encuentran más desbordados, incapaces de llevar a cabo un seguimiento preventivo de todos y cada uno de los individuos sobre cuya radicalización hay más que fundadas sospechas o de desbaratar con éxito todos los posibles planes para llevar a cabo actos de terrorismo.
“Entre el salafismo iliberal que divide y el salafismo yihadista que mata para dividir hay mucha menos distancia de la que parece”
Mientras tanto, entre los líderes europeos que culpan al mundo occidental por las atrocidades yihadistas que tienen lugar en nuestros países, los que indiferenciadamente responsabilizan de ellas al islam en su conjunto, los que parecen moverse de sus posiciones respecto a la amenaza de EI o de al-Qaeda únicamente a golpe de matanzas y tantos miembros prescriptivos de las comunidades musulmanas que se refugian en un discurso victimista opuesto a medidas antiterroristas, las políticas europeas de seguridad no están a la altura de las circunstancias. Y no sólo en relación con la amenaza que suponen hoy, en los confines de Europa Occidental, cientos si no miles de yihadistas, retornados o no, dispuestos a matar y morir matando, algo que ha quedado de manifiesto con, por ejemplo, las graves deficiencias en el intercambio de información entre países de la UE, cuyas autoridades se han conducido a este respecto de un modo que a la postre ha facilitado la ejecución de atentados terroristas.
Pero tampoco están nuestras políticas de seguridad a la altura de las circunstancias respecto al reto social que, en el contexto de la actual amenaza yihadista para Europa Occidental, plantean las visiones de una observancia religiosa contraria a los valores de las sociedades abiertas y que, respaldadas principal aunque no exclusivamente desde países del Golfo, se propagan dentro de nuestras entidades islámicas e instrumentalizan los terroristas. En Europa Occidental se ha extendido, sin que nuestros gobernantes tengan nociones suficientemente claras de qué hacer al respecto, un salafismo iliberal para el cual identidad musulmana y ciudadanía democrática son incompatibles. Este salafismo iliberal, amparado en su pretendido quietismo apolítico, divide a los musulmanes entre sí y por consiguiente nos divide a todos. Entre el salafismo iliberal que divide y el salafismo yihadista que mata para dividir hay mucha menos distancia de la que parece.