Una de las formas más comunes de abuso de drogas en el Este de África y la Península Arábiga es el consumo de qat. Tradición centenaria en países como Somalia, Etiopía y Yibuti, está particularmente arraigada en Yemen, cuya dependencia del cultivo incide directamente en el desarrollo y la estabilidad del país y tiene incluso implicaciones regionales.
El consumo de qat en Yemen es extenso: el 72% de los hombres y el 33% de las mujeres lo mascan. Utilizado tradicionalmente como remedio para la depresión, la fatiga o el hambre, se consume también por sus efectos estimulantes para el trabajo y el estudio o como mero pasatiempo. Tal arraigo social se complementa además con la facilidad de su cultivo y recolección. Todo ello implica que el negocio del qat ocupa una importante posición en el sector agrícola del país, el cual destina la mitad de la tierra cultivable y emplea a uno de cada siete yemeníes en su producción y distribución. Así, el cultivo del qat conforma la primera fuente de ingresos rurales y la segunda fuente de empleo, tras el sector público.
Sin embargo, el qat está clasificado por la Organización Mundial de la Salud como droga y los propios consumidores son conscientes de sus efectos adversos, según un informe del Banco Mundial. Pero más preocupante, si cabe, es el impacto que la dependencia de la producción del qat genera en un país tan frágil como Yemen: afianzamiento de la pobreza, relación con la corrupción y amenazas a la seguridad son algunas de sus consecuencias inmediatas, además de resultar potencialmente desastroso para el medio ambiente y los recursos del país.
Mascar qat consume una cantidad importante de tiempo, paralizando la actividad productiva del país. Supone, además, un enorme gasto: un trabajador medio dedica el 45% de su salario a la compra diaria de qat, llevando a algunas familias a un ciclo de endeudamiento permanente. De esta forma, el consumo de qat es una de las principales causas de pobreza y malnutrición en Yemen. Por otro lado, su negocio se percibe ligado a la corrupción, dado que líderes tribales, militares y políticos son propietarios de grandes extensiones de cultivo. Existen además fundadas sospechas de que parte de los ingresos que genera provee de apoyo financiero al grupo terrorista somalí al-Shabab, a los rebeldes de al-Huzi del norte, al movimiento separatista del sur y a los piratas somalíes asentados en la costa. Por último, Yemen es un país donde la escasez de agua es severa y va en aumento. Al cultivo del qat se dedica el 30% del agua del país, agotando así las reservas. Una fuerte sequía implicaría desplazamientos de población y efectos devastadores sobre el país más frágil de la Península Arábiga.
Varios han sido los intentos por parte de activistas y organizaciones para alertar sobre las consecuencias del cultivo de la planta. El último, el impulsado por la activista Hind Aleryani, quien se sirvió de redes sociales (Twitter: #NoQatJan12, #SupportYemen) y Facebook, y organizaciones como Generations without Qat y Eradah Foundation, entre otras. Tras grandes protestas ante el Parlamento, los activistas han conseguido dar a la cuestión del qat relevancia política. Sin embargo, son conscientes de su enorme arraigo económico y social. Es por ello que la campaña de protesta pretende, sobre todo, concienciar sobre los riesgos para la salud y la sociedad, y proponer alternativas de cultivo más sostenibles como las almendras, las aceitunas o el café, de forma que puedan diversificar la agricultura.
Tampoco es la primera vez que se aborda la cuestión por parte del Gobierno, quien a través de la National Dialogue Conference, inició una discusión sobre la naturaleza del qat como problema nacional y la estrategia a seguir. El principal logro, hasta la fecha, ha sido la propuesta de una estrategia planteada por grupos de activistas, presentada ante el primer ministro y pendiente de aprobación parlamentaria, donde se propone una hoja de ruta a 20 años vista. Sin embargo, su impacto en el Parlamento está siendo limitado. El propio presidente de la Cámara reconocía que “Yemen carecerá de agua y comida si no resolvemos el problema de qat, pero no podemos hacer nada porque muchas personas se enfadarán”.
El qat y el impacto que éste tiene en Yemen sigue siendo una cuestión grave para un país con una economía estancada, una insurgencia activa, una presencia yihadista y pirata y una seria amenaza de sequía. Si a ello le sumamos la inestabilidad política desde las revueltas árabes de 2011 -que provocó la renuncia de Ali Abdullah Saleh, presidente de Yemen durante tres décadas- y su ubicación en el Estrecho de Bab el Mandeb, por donde circulan 3,4 millones de barriles de petróleo diarios (el 8% del transporte mundial de crudo), vemos que la cuestión del qat va más allá de las fronteras yemeníes.