No deja de ser curioso comprobar cómo se juega con las palabras en el escenario internacional, cambiándoles el significado en unos casos -por ejemplo, para hacer que antisemitismo sea exclusivamente un sinónimo de crítica o animadversión contra los judíos (como si los palestinos no fueran también semitas)- o simplemente suprimiéndolas para ocultar realidades evidentes a ojos de cualquiera -por ejemplo, el golpe de Estado en Egipto perpetrado en 2013 por Abdelfatah Al Sisi, con el generalizado beneplácito occidental. Otras veces simplemente se exagera, tratando de llamar la atención, como ha ocurrido estos últimos cuatro años con la ocurrencia mediática de bautizar como “primavera árabe” a lo que, en realidad, eran movilizaciones ciudadanas contra dictadores árabes asentados en la poltrona durante décadas. Cuatro años después aún se sigue recurriendo a esa llamativa (y equivocada) expresión, cuando resulta que de los 22 países árabes sigue habiendo 18 en los que ni siquiera se ha producido un cambio de caras y solo Túnez parece encarrilado hacia una transición democrática.
Lo mismo ha ocurrido ahora en Yemen, uno de los cuatro casos en los que el dictador de turno –Ali Abdulá Saleh– se vio forzado a abandonar el poder en 2012, como resultado de una de esas oleadas de una ciudadanía frustrada y desesperada por no poder satisfacer adecuadamente sus necesidades básicas y por ver violados sus derechos de manera cotidiana. Tras un periodo de crecientes convulsiones políticas– en las que se entremezclan la rebelión impulsada por el clan huzí desde el norte, el secesionismo liderado por Al Harak al Yanubi en el sur y el yihadismo terrorista de al-Qaeda para la Península Arábiga (AQPA)– y ante la incapacidad de Abdo Rabu Mansur Hadi para controlar el país y para implicar en su gestión a sus principales rivales, finalmente los huzíes han decidido dar un golpe de Estado. No obstante, la generalidad de los medios de comunicación y de los portavoces gubernamentales vuelven a omitir ese concepto para definir lo ocurrido (¿quizás es que les desbarata su idealizada primavera?).
Y lo ocurrido es que Yemen es cualquier cosa menos un estado funcional, marcado por fuertes fracturas internas y en el que el poder se dirime entre representantes de dos poderosas confederaciones tribales -al Hashid y la Bakeel-, al margen de cualquier consideración democrática y recurriendo a la violencia cada vez que lo consideran necesario. Cabe recordar que la sustitución de Saleh por su mano derecha, Hadi, nunca fue un proceso democrático, sino el resultado de un acuerdo -pergeñado con la activa injerencia saudí- entre prominentes miembros de las élites tradicionales para seguir controlando el poder económico y político, procurando no defenestrar definitivamente al propio Saleh (que puede reemerger ahora como figura de consenso) y consintiendo que Washington pudiera seguir adelante con los ataques de sus drones contra AQPA.
Desde sus feudos originarios en el norte del país, y con la pretensión no solo de representar a los zaydíes (un tercio de la población, de adscripción chií) sino al conjunto de una ciudadanía descontenta con la retirada de subsidios a productos de primera necesidad y las medidas fiscales del gobierno de Hadi, el movimiento liderado por Mohamed Al Houthi ha logrado de momento imponer su dictado en Saná. Eso no quiere decir que controle la totalidad del territorio, ni que cuente con el apoyo o la aceptación de otros aspirantes al poder -de ahí el rechazo expresado ya por el principal partido islamista, Islah, y el propio Saleh (lo que no excluye un entendimiento posterior si el golpe termina cuajando). En todo caso, tras comprobar que Hadi no aceptaba sus condiciones -abandono del proyecto de nueva Constitución, con una estructuración del país en seis regiones (en lugar de las dos -norte y sur- preferidas por los huzíes), nombramiento de un vicepresidente de sus propias filas e inclusión de miles de sus combatientes en las fuerzas armadas y de seguridad nacionales-, ha optado por tomar el control directamente.
Queda por ver si, mientras conserva el apoyo de Irán y mantiene confinados a Hadi y a buena parte del gobierno liderado hasta ahora por Khaled Bahah, logra imponer de manera irreversible su decisión de nombrar un consejo presidencial de cinco miembros, que debe regir la política nacional en los próximos dos años, con el acompañamiento de una asamblea nacional de 551 miembros. El hecho de que se haya preferido no calificar lo ocurrido como un nuevo golpe de Estado da a entender que buena parte de la ciudadanía yemení y, sobre todo, los gobiernos árabes vecinos y los occidentales no hacen ascos a aceptar el nuevo escenario político si las nuevas autoridades son capaces de estabilizar el país. La democracia y el respeto de los derechos humanos, deben pensar, siempre puede esperar.