La primera ministra del Reino Unido, Theresa May, acaba de reiterar en la Conferencia de Seguridad de Múnich su deseo de que nosotros, los europeos, sigamos cooperando en “nuestro” objetivo común de proteger a “nuestra” gente y a “nuestros” intereses. Afirma que el Reino Unido está comprometido con la seguridad europea porque la seguridad de Europa es “nuestra” seguridad y debemos hacer todo lo posible por “nuestra” seguridad colectiva.
Luego hablaremos de sus propuestas concretas de colaboración en seguridad y defensa, que es donde quiere centrar el foco la primera ministra May, pero es necesario cuestionar los fundamentos del relato que las justifican. Lo primero, es que toda seguridad se refiere necesariamente a una comunidad preexistente con la que se identifican quienes precisan protección. La seguridad surge tras la existencia de una comunidad (“nosotros”) de la que nos sentimos parte y que puede estar en peligro frente a una amenaza externa (“ellos”). Una asociación analizada, entre otros, por Pinar Bilgin (en un capítulo de Routledge Handbook of New Security Studies, editado por J. Peter Burgess, 2012). Pero esa comunidad de referencia para nosotros y nuestra seguridad, no es la de Europa, como dice la señora May, sino la de la Unión Europea.
Nuestro “nosotros”, la comunidad con la que nos identificamos y a cuya seguridad deseamos contribuir es la Unión Europea. La misma comunidad cuyos valores, acervo, políticas, normas e instituciones comunes no desearon compartir la mayoría de ciudadanos británicos que votaron para salirse de ella en junio de 2016. Esa comunidad es parte de otras comunidades más amplias como las de Europa, la del Atlántico Norte (OTAN) o la Euroatlántica (OSCE) o la Occidental y siempre compartirá con ellas y sus miembros lazos de afinidad e intereses; pero su comunidad de referencia primaria, con la que se identifican y a la que desean proteger es la Unión Europea. Por eso –y desafortunadamente para todos– su “nosotros” ya no existe Señora May.
Este relato que pretende pasar de puntillas por el Brexit y minimizar su percepción no es nuevo en la diplomacia británica y está cuidadosamente diseñado por su estrategia de comunicación. Así, si consultan el documento “Foreign policy, defence and development. A future partnership paper” del 12 de septiembre de 2017, su lectura conduce desde un pasado brillante y donde hemos compartido valores, amenazas y actuaciones, a un futuro prometedor donde todo debería seguir siendo igual. Y, sin embargo, ese relato no dedica ninguna línea –de hecho, ni se menciona la palabra Brexit– a explicar por qué se ha roto ese pasado tan bonito (la comunidad que nos unía) y que ahora hay que recomponer (el partenariado que nos espera).
Como se pronosticaba tras el recuento en junio de 2016, la seguridad y la defensa de la UE tras el Brexit se ha tenido que reinventar, deconstruyendo y reconstruyendo las relaciones compartidas. Para empezar con la seguridad, compartimos amenazas y riesgos terroristas, migratorios y criminales pero la seguridad interior del Reino Unido siempre se ha mantenido distante del Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia de la UE. Siendo partners y no miembros de la UE, los acuerdos que busca el Gobierno británico para beneficiarse de la Orden Europea de Detención, el Sistema de Información de Schengen o Europol, entre otras capacidades de seguridad interior de la UE, no podrán ser más especiales que los que buscan otros partners importantes de la UE como los Estados Unidos, Canadá, Japón o Australia, entre muchos otros que aspiran a tener una relación bilateral de seguridad interior con la UE. Siendo todos países terceros y siendo las amenazas transfronterizas, la UE no puede discriminar entre unos y otros creando agravios comparativos. Eso no significa que, en algunos asuntos y momentos, la cooperación entre la seguridad interior de la UE y la del Reino Unido, no pueda intensificarse por razones compartidas de interés, pero esa misma posibilidad también estará abierta a terceros países. Cooperación bilateral sí, pero especial según las circunstancias.
Siguiendo por la defensa, existen y seguirán existiendo intereses y amenazas compartidas, pero no serán “nuestros” como da por sentado la primera ministra. Ni la cultura de seguridad ni la visión de la acción exterior han sido iguales a uno y otro lado del Canal de la Mancha mientras duró la integración del Reino Unido en la Unión Europea, una realidad que no puede mejorar tras la salida británica. Para contener el distanciamiento previsible, la primera ministra propone cerrar rápidamente acuerdos que garanticen una relación bilateral a partir de 2019. Son propuestas que tienen que ver potenciar sus relaciones bilaterales de defensa con países de la UE y consultarse sobre cuestiones de seguridad global en los foros multilaterales que comparten la UE y el Reino Unido. Además, estarían dispuestos a poner sus capacidades militares al servicio de las misiones y operaciones de la UE y a participar en el desarrollo de las capacidades militares, ciber y espaciales europeas.
Las propuestas de cooperación son generosas pero el demonio está en los “nosotros”. El Reino Unido no se distinguió por su participación en las misiones y operaciones de la UE mientras participó en la Política Común de Seguridad y Defensa, pero su contribución a la seguridad exterior de la UE siempre será bienvenida, aunque como país tercero, sin participar en el proceso inicial de decisiones a cambio de hacerlo en igualdad de condiciones con todos los contribuyentes después. Su participación en los programas de investigación y desarrollo financiados con fondos del presupuesto comunitario resulta más complicada porque su salida de las instituciones europeas coincide con el mayor protagonismo de éstas en las decisiones industriales. Por poner un ejemplo, el Parlamento Europeo acaba de proponer enmiendas al Reglamento para el Desarrollo de Capacidades Industriales de Defensa (EDIDP, en sus siglas en inglés), en las que el dinero de los contribuyentes de la UE no financiará contratistas y subcontratistas radicados fuera de sus fronteras ni controlados por terceros países.
Hay pocas dudas de que el Reino Unido continuará siendo una potencia de seguridad y defensa en Europa –no en la UE– por la calidad y densidad de sus relaciones bilaterales. Tampoco las hay en que el Brexit, la separación y el tiempo juegan en contra de la influencia británica en la Política Común de Seguridad y Defensa de la UE. Así que el Reino Unido acabará teniendo un partenariado en seguridad y defensa con la Unión Europea, pero no será tan profundo y especial como desea la primera ministra porque su “nosotros” ya no existe, señora May.