El próximo 1 de julio se celebrarán las elecciones presidenciales mexicanas. Ese día también se renovarán ambas cámaras del Congreso, se elegirán nueve de los 32 gobernadores y miles de cargos estadales y locales. Si meses atrás se decía que el resultado estaba abierto, a medida que se acercaba la cita electoral crecían las opciones de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Incluso un reciente estudio de El País, basado en un promedio de encuestas, le daba un 92% de posibilidades de ganar. La semana pasada se planteó la posibilidad de que obtuviera mayoría absoluta en el Congreso, lo que en caso de victoria aumentaría de forma importante sus opciones de implementar su programa rupturista.
Las preguntas ya no giran tanto en torno a si ganará o no, sino en que hará o dejará de hacer si llega al poder. De ahí la importancia de saber si el AMLO de 2018 es igual al de 2006 o de 2012, cuando fue derrotado por el panista Felipe Calderón primero y por el priísta Enrique Peña Nieto después. Si entonces la comparación con Hugo Chávez funcionó eficazmente como un argumento que le restó un importante caudal de voto popular, en esta ocasión no fue suficiente. Hoy, pese al paso del tiempo y a una serie de ataques en su contra, sigue encabezando las encuestas.
López Obrador sabe que ésta es su última oportunidad. Por eso moderó su lenguaje y llegó a una serie de acuerdos en otro momento impensables. Con el ánimo de ampliar sus apoyos y su base electoral pagó peajes a diestra y siniestra. La cuestión es saber si sigue teniendo las manos libres o los compromisos asumidos serán suficientes para frenar su programa maximalista y profundamente antiliberal.
Por un lado amplió su coalición con un acuerdo con el Partido Encuentro Social (PES), un grupo de corte evangélico, escorado a la derecha y de profundas reivindicaciones valóricas, como el rechazo al aborto, a las reivindicaciones de los colectivos LGTBI y al matrimonio homosexual. Y si bien esta alianza contra natura podía cuestionar su inclinación izquierdista, sus bases no se dieron por aludidas.
También se aproximó a un grupo de empresarios regiomontanos que le dio una cierta capa de respetabilidad frente a las acusaciones de antisistema o a su intento de revertir las principales reformas del “Pacto por México” de Peña Nieto (como la reforma energética) o su negativa a seguir adelante con la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Y si bien esto provocó un fuerte enfrentamiento con los principales empresarios del país, comenzando por Carlos Slim, posteriormente alcanzó una tregua, que habrá que ver en qué y cómo se concreta.
Es más, ha habido algunas acusaciones no confirmadas de un pacto secreto con Peña Nieto, lo que a cambio de asegurarle la elección le garantizaría al presidente saliente inmunidad frente a las acusaciones de corrupción que pudieran sustanciarse a partir de su salida del poder. Sin embargo, al igual que ocurrió con las sospechas en torno a una injerencia rusa en las elecciones, este extremo no se sustanció con prueba alguna.
En las dos últimas elecciones se hizo presente el argumento de la “caída del sistema”, argumento irrefutable según AMLO y sus seguidores del fraude cometido. En esta ocasión los comicios serán vigilados por el Instituto Nacional Electoral (INE), en lugar del denostado Instituto Federal Electoral (IFE). Por eso, no es seguro que se cumplan los peores temores de los votantes de la coalición encabezada por AMLO “Juntos haremos Historia”.
Un dato adicional a tener en cuenta es el factor Trump. El dicho atribuido a Porfirio Díaz, “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!”, es más válido que nunca. ¿Cómo será la relación entre dos presidentes explosivos y mercuriales? El imprevisible y antimexicano inquilino de la Casa Blanca controla dos poderosas herramientas para frenar los intentos de López Obrador de atacar intereses estadounidenses. En primer lugar, expulsiones masivas de mexicanos establecidos irregularmente sin los papeles correspondientes. En segundo lugar, controlar o restringir las remesas de los mexicanos a sus familiares.
Con todo lo más importante es lo que ocurrirá con AMLO si llega a Los Pinos. ¿Seguirá adelante con sus planes reformistas o se adaptará a las reglas del sistema político mexicano? No hay que olvidar que sus orígenes se vinculan al PRI, aunque después haya adoptado un lenguaje mucho más escorado a su izquierda. Se ha repetido hasta la saciedad que el peor enemigo de López Obrador es López Obrador. Sin embargo, en esta oportunidad ha sabido mantenerse lo suficientemente callado como para no ofrecer un flanco abierto a sus enemigos. Veremos a partir del 1 de julio qué hace o qué deja quien probablemente sea el próximo presidente de México.