Todo hay que decirlo: el pasado 12 de febrero Barack Obama ofreció su mejor discurso sobre el Estado de la Unión ante el Congreso norteamericano. Porque estaba bien armado, desde el principio hasta el final, y porque fue efectivo, llegando a quién tenía que llegar.
Era la continuación de la alocución inaugural de su segundo mandato, en el que destacaron dos aspectos: el deseo de una mayor inclusión y la oportunidad para cambiar el país. En esta ocasión, Obama aprovechó el púlpito para presentarse como la voz de la nación y subrayar el importante papel de sus ciudadanos, aquellos que el presidente trata de movilizar para que presionen al Congreso y actúe de una vez por todas. Él tiene claro lo que quiere hacer, pero tienen que ser los congresistas los que empiecen a legislar, desde el paquete de recortes hasta el control de armas. Esa especie de enfrentamiento con la institución se palpó a los largo de los sesenta minutos de intervención, mostrándose incluso agresivo.
También aprovechó – sobre todo al comienzo de la intervención consciente de que contaba con mayor audiencia – para golpear a los republicanos, retratándoles como el partido de los ricos y enfrentados a la clase media. Siguió con una batería de medidas en energía, educación, mujeres, pobreza, cambio climático e inmigración, así como el anuncio de una ingente inversión en infraestructuras. Y cerró el discurso volviendo a la esencia del mismo, a esa mayor inclusión de los ciudadanos y a esa solidaridad entre los americanos que se ayudan los unos a los otros, mostrando algunos ejemplos. Difícilmente alguien que viera el discurso pudo escapar de la garras de la emoción.
Siempre lo he dicho: los norteamericanos sí que saben hacer estas cosas. Lo que no les exime de críticas. En este caso, aparte de que algunas medidas presentadas por Obama resultan poco creíbles de materializar por la difícil situación fiscal del país, y de que aún no comprendo que quiere decir Obama con darle un papel al Estado que no es ni más grande ni más pequeño, sino más “smart”, eché de menos algo más de política exterior. Era de esperar y estoy de acuerdo en que ahora prima la economía y hay que barrer para casa. Pero yo, por ahora, me niego a aprender a vivir sin los norteamericanos, al menos hasta que los europeos maduren en este aspecto. Lamentablemente para mí, parece que el presidente de EEUU no está de acuerdo conmigo……