El pasado 27 de junio, a pocos días de la histórica elección que vivió México, con índices de participación muy elevados, me preguntaba en este mismo Blog que pasaría si Andrés Manuel López Obrador ganaba las elecciones. Finalmente, y tal como vaticinaban todas las encuestas, AMLO se impuso de forma abrumadora.
A pocos días de que sea formalmente proclamado presidente electo, el tsunami electoral se ha convertido en un tsunami mediático y de ocupación del espacio informativo nacional e internacional. Por si quedaba alguna duda, es el próximo mandatario mexicano quien marca la agenda política y de los medios, y la condiciona diariamente con un nueva noticia de calado.
Su preocupación por transformar la realidad con una gestión frenética es constante. Su voluntad por convertirse en un ser omnipresente es incontrastable, al igual que su afán por llevar permanentemente la ofensiva política. No en vano Jorge Castañeda ha comparado su estilo hiperactivo con el del ex presidente Luis Echeverría, que gobernó México entre 1970 y 1976. De ahí su preocupación por generar una constante avalancha de noticias. Cuando no es su larga conversación telefónica con Donald Trump es la designación de su futuro gabinete, la reconciliación con diversos grupos empresariales o la distendida entrevista con Enrique Peña Nieto.
Teniendo en cuenta el prolongado período de transición existente, muchos se preguntan si AMLO podrá seguir generando tal cúmulo de noticias aunque no ocupe formalmente el gobierno hasta diciembre próximo. Si bien el nuevo Congreso se constituirá el 1 de septiembre, el nuevo gobierno deberá esperar al 1 de diciembre para comenzar a actuar. Son tales los inconvenientes que ocasionan estos largos cinco meses de interregno que con toda lógica se decidió que el gobierno que surja de las elecciones de 2024 se posicione en septiembre de ese año.
Pese a su holgada mayoría parlamentaria en ambas cámaras y a los excelentes resultados en las elecciones estaduales y locales, de momento su capacidad de iniciativa es limitada. Por eso es importante saber cómo responderá la sociedad a los anuncios públicos que AMLO seguirá generando, pese a no poder materializarlos de inmediato por carecer de los resortes legales e institucionales. No basta con tener la voluntad política de cambiar el país, hay que disponer de los mecanismos necesarios para hacerlo.
Hay un punto adicional a considerar que es el tiempo en que se formulan dichos anuncios. Especialmente en algunas medidas que tienden a impulsar ciertas reformas estratégicas u otras orientadas a revertir algunas de las implementadas en su día por Peña Nieto. La existencia de anuncios presentados con mucho tiempo de antelación o la ausencia del factor sorpresa puede llevar a los directamente afectados con tales iniciativas a programar contramedidas que limiten sus efectos y los daños de la gran transformación buscada por AMLO.
Señalaba en la nota anterior que la incertidumbre en torno a esta elección se había desplazado de la necesidad de conocer al ganador a las políticas que podría implementar el nuevo presidente desde su desembarco en Los Pinos, la residencia presidencial. Por lo que de momento vamos sabiendo, el deseo firme es cumplir con buena parte de las promesas formuladas durante la campaña, aunque sin poner patas arriba el sistema político.
Parecería que López Obrador intenta evitar la polarización social y la división de la ciudadanía en dos bloques antagónicos. Más allá de la espectacularidad de algunas de sus promesas, la gran preocupación de los mexicanos es saber si las medidas anunciadas serán suficientes para hacer emerger un nuevo país, acabando con la corrupción, eliminando la violencia y reduciendo la pobreza y la desigualdad. ¿Será suficiente para garantizar el crecimiento la reducción del salario del presidente y de buena parte de sus asesores y funcionarios, o el cierre y el traslado de dependencias oficiales de alto nivel?
Los tics caudillistas del nuevo mandatario, su peculiar estilo de gestión, desplegado cuando estuvo al frente del gobierno local de la Ciudad de México, o sus primeros pasos políticos en el PRI seguro que condicionarán su gestión. Con todo, la cuestión esencial es saber hacia dónde se dirigirán sus políticas y de qué manera. Si bien, por ahora, muchos han descartado la posibilidad de que AMLO se convierta en un Chávez mexicano, otros interrogantes persisten.
En buena medida su triunfo se apoya en un discurso contrario al sistema, más que antisistema, que ha generado enormes expectativas en la sociedad mexicana. Expectativas en torno tanto a la solución de problemas de interés general como otros más individualizados. Responder a la enorme confianza depositada en su persona y en su gestión implicará, sin duda, emprender diversas iniciativas de fuerte impacto en los meses iniciales de su gobierno.
¿Tendrá éxito AMLO para ganarse la confianza de sus votantes y de una sociedad pendiente de cambio profundos? ¿Será AMLO el presidente de todos los mexicanos o de solo una parte de ellos? ¿Logrará restablecer la centralidad de las instituciones democráticas o se empeñará en minar su solidez y estabilidad? Por tanto, al próximo sexenio le esperan desafíos enormes y de compleja solución.
Para llevar a buen puerto sus iniciativas deberá conciliar su vocación de cambio con el armado de un equipo eficaz, la formulación e implementación de políticas públicas virtuosas y la posibilidad de contar con los recursos necesarios. La ecuación no es de fácil resolución, pero las capacidades políticas del personaje están a la vista. Esperemos, por el bien de México, que sepa estar a la altura. De eso depende que su gobierno logre impulsar la cuarta gran transformación del país con la que AMLO sueña desde hace tiempo.