Xi Jinping visitó Pyongyang los días 20 y 21 de junio en lo que ha supuesto la primera visita de un presidente chino a Corea del Norte en 14 años, y su quinto encuentro con Kim Jong-un desde marzo del año pasado. Este viaje tiene implicaciones evidentes para las relaciones entre China y Corea del Norte, pero su impacto sobre la desnuclearización de la península coreana es mucho más incierto.
Las relaciones entre China y Corea del Norte fueron especialmente frías durante los primeros años en el poder de Kim Jong-un y Xi Jingping. Este distanciamiento alcanzó su punto álgido a raíz del asesinato de Kim Jong-nam en febrero de 2017 y la intensificación de los ensayos nucleares norcoreanos, lo que se tradujo en el apoyo chino a las sucesivas rondas de sanciones contra el régimen de Kim aprobadas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en septiembre y diciembre de aquel año. Preocupados por cómo la creciente tensión entre Kim Jong-un y Donald Trump podría traducirse en una intervención estadounidense que desestabilizara la península coreana, las autoridades chinas decidieron aprovechar el giro conciliador que imprimió Kim Jong-un a su política exterior desde inicios de 2018 para aumentar su nivel de interlocución con Pyongyang. De lo contrario, los líderes chinos temían verse marginados en un proceso diplomático en el que las dos Coreas y Estados Unidos estaban jugándose el futuro de la península coreana. De ahí que, a pesar de no haberse reunido nunca durante los cinco primeros años y medio de Xi al frente del Partido Comunista de China, ambos dirigentes hayan celebrado cinco cumbres entre marzo de 2018 y junio de 2019. Siendo la quinta, la primera en territorio norcoreano.
La visita de Xi a Corea del Norte lanza un potente mensaje a nivel internacional sobre el compromiso de China en el mantenimiento del régimen de Kim. Como señalaba un artículo firmado por el propio Xi en el Rodong Sinmun, periódico oficial del Partido de los Trabajadores de Corea, China se compromete a apoyar firmemente la nueva línea estratégica de Corea del Norte, independientemente de cómo evolucione la situación diplomática internacional. En otras palabras, Pekín no se va a limitar a mantener la cooperación económica imprescindible para evitar el colapso del régimen norcoreano, sino que está dispuesto a contribuir de manera más activa al desarrollo económico de su vecino. Lo que no queda nada claro, es cómo se podrá compatibilizar esta intensificación de la cooperación económica con el respeto a las sanciones vigentes contra el régimen norcoreano.
Pero, como han enfatizado sobradamente los medios oficiales chinos, esta declaración de apoyo del presidente chino al régimen norcoreano también es un mensaje para otros actores, especialmente Estados Unidos. Xi reclama un mayor protagonismo en las conversaciones sobre la desnuclearización y estabilización de la península coreana, toda vez que los diálogos que mantenía Pyongyang con Washington y con Seúl han quedado congelados desde el fiasco de la cumbre de Hanoi. Xi se postula así como mediador entre Kim y Trump, papel que ha desempeñado el presidente Moon Jae-in durante el último año y medio. Esta labor es apoyada por la mitad de la población China, que en su mayoría considera positivo para su país una mejora de las relaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte.
Públicamente, desde Estados Unidos el representante especial nombrado por Trump para Corea del Norte, Stephen Biegun, alabó un día antes de la visita de Xi a Pyongyang el papel constructivo que China podía jugar en la continuación del diálogo entre Estados Unidos y Corea del Norte. Esto unido a la carta de Kim que recibió recientemente Trump proponiendo resetear las relaciones bilaterales, a la visita que hará Trump a finales de mes a Corea del Sur y el encuentro entre Xi y Trump paralelo a la próxima reunión del G-20, podría apuntar a próximos avances en el proceso de paz.
En cualquier caso, no está nada claro que China pueda jugar un papel de mediador ya que desde Estados Unidos se percibe a este país como un actor demasiado próximo al régimen norcoreano. En este sentido, Pekín, al igual que Pyongyang prefieren una negociación gradual y progresiva en vez de un acuerdo de conjunto, que es considerado inviable desde la óptica china. Sin embargo, para Trump sería muy complicado presentar esto como una victoria diplomática ante el electorado americano.
Desde la óptica europea, la buena noticia del espaldarazo diplomático que le acaba de brindar Xi a Kim es que se reduce la posibilidad de una intervención estadounidense en Corea del Norte y de la consiguiente desestabilización regional. En cuanto a su posible influencia sobre las perspectivas de desnuclearización de Corea del Norte, podemos encontrar dos escenarios distintos. El más deseable sería que las garantías de seguridad brindadas por China y los buenos oficios de Xi con Trump y Kim permitieran revertir la situación de desconfianza e inseguridad en la que se ha gestado el programa nuclear norcoreano, abriendo la posibilidad de su desmantelamiento. Sin embargo, esto requeriría de importantes concesiones por parte de Trump y Kim y no hay indicios sólidos de que estén dispuesto a ello.
El otro escenario, más probable, consolidaría la situación actual, que combina una cierta distensión con el avance soterrado del programa nuclear norcoreano, reduciendo el coste para Corea del Norte de continuar por esta vía y aumentado el que debería afrontar Estados Unidos en caso de aumentar su presión sobre Pyongyang.
En otras palabras, aunque no está nada claro que esta visita de Xi a Pyongyang vaya a facilitar la desnuclearización de Corea del Norte, resulta innegable que le ha recordado a Trump que es un socio necesario para cualquier avance en la península coreana. Esto no es baladí para China, ante la presión económica de la Casa Blanca.