No es que el acuerdo marco alcanzado en Lausana no sea importante, e incluso histórico. Bastaría con recordar que, por un lado, pone fin a 15 meses de frenética negociación a varias bandas (aunque en su núcleo central todo haya sido un mano a mano irano-estadounidense, con la Unión Europea cuidando de que nunca se rompiera el contacto) sobre un programa nuclear que, desde que fuera dado a conocer en 2002, ha generado una creciente y generalizada inquietud. Por otro, también implica una sustancial alteración del statu quo imperante en Oriente Medio en los últimos 35 años, según el cual Irán era un paria internacional.
Pero es que ahora es cuando empieza realmente lo bueno y lo difícil. Una vez convencidos unos -de que no es posible echar abajo el programa iraní por vía militar y de que no se le pueden aplicar medidas discriminatorias como firmante del TNP- y otros -de que no hay futuro si se añaden aún más sanciones- se abre el espacio para la política. Esto no quiere decir que los aspectos técnicos pendientes de concretar no sean relevantes, sino que la apuesta es fundamentalmente política y que, por tanto, fracasará o se verá coronada por el éxito en la medida en que haya suficiente voluntad política para superar los obstáculos, también políticos, que se presenten.
Porque, para empezar, hay que contar con que existen poderosos enemigos del acuerdo en ambas capitales. Es cierto que el presidente Obama tiene la capacidad para vetar la aplicación de nuevas sanciones a Irán que puedan ser aprobadas por un Congreso mayoritariamente republicano; lo que supondría la inmediata retirada de Teherán de la mesa. Pero aunque tiene en su mano prorrogar indefinidamente ese veto, por periodos de 120 días, no es fácil que eso baste para disuadir a sus adversarios políticos de aprovechar cualquier resquicio para seguir debilitándolo hasta el final de su mandato (con la intención añadida de reforzar sus propias opciones presidenciales para 2016).
Por parte iraní, aunque cabe dar por hecho que el eje Jamenei-Rohani sigue igual de sólido (de otro modo no se hubiera llegado hasta aquí) y que la oposición política al régimen sigue siendo muy débil, los enemigos del acuerdo están dentro del sistema. Se trata fundamentalmente de quienes han hecho fortuna con la política de sanciones -que ha propiciado un considerable entramado de contrabando e ingeniería financiera- y de quienes han logrado acaparar un protagonismo y un poder fáctico que los convierte en poco menos que intocables. Son, en resumen, poderosos políticos y empresarios, junto a los omnipresentes Guardianes de la Revolución Islámica, aferrados a sus puestos, desde los que a buen seguro harán todo lo posible durante los próximos tres meses (el calendario para el acuerdo final nos lleva hasta el 30 de junio) para bloquear el proceso. Para ellos, más que la seguridad de Irán y la pervivencia del régimen, lo que está en juego es su propio bolsillo.
A estos dos actores principales hay que añadir de inmediato tanto a Tel Aviv como a Riad. En el primer caso, ya se ha podido comprobar que Benjamin Netanyahu está dispuesto a lo que sea necesario para frenar lo que lleva más de una década presentando como una amenaza existencial. Convertido en un remedo del cuento de “Pedro y el lobo” -sosteniendo sin sentido que a Irán le queda menos de un año para hacerse con la bomba, para repetir lo mismo un año tras otro-, no dejará de utilizar el notable peso del lobby israelí para seguir poniendo piedras en el camino. En el segundo, el régimen saudí hará lo propio para evitar que Irán pueda convertirse finalmente en el líder regional, en connivencia con unos Estados Unidos con los que comparte no pocos intereses (empezando por evitar la fragmentación de Irak y por desbaratar la amenaza de Daesh).
Y ocasiones para hacer su juego no les van a faltar en ningún caso. Basta con que Irán no sea todo lo transparente y rápido que demanda la situación actual, retrasando la adopción de alguna medida -rediseño y redimensionamiento de Natanz, Fordo o Arak, retirada de centrifugadoras, trabas a los inspectores de la AIEA, demora en la ratificación del Protocolo Adicional de 1997…-, o que el levantamiento de las sanciones (que implica a la ONU, pero también a los países implicados en la negociación y a muchos otros que se han sumado a lo decidido por Washington y Bruselas) no sea igualmente rápido, para que se arruine el esfuerzo realizado hasta aquí.
A muchos les interesa que el acuerdo se concrete y a tantos otros que nunca vea la luz. Los detalles técnicos serán solo los indicadores del grado de voluntad política para avanzar o retroceder. Y, como bien sabemos, el diablo está siempre en los detalles.