Por dura que esté siendo la resaca de la crisis financiera, especialmente en Europa, hay dos cosas que la comunidad internacional ha conseguido hacer bien, al menos por el momento: evitar el proteccionismo y las guerras de divisas. Al contrario de lo que sucedió en los años treinta del siglo pasado, cuando la Gran Depresión llevó a un auge generalizado de los aranceles que empeoró la recesión y a una serie de devaluaciones competitivas que no beneficiaron a ningún país, hasta la fecha se ha contenido el proteccionismo y tan solo hubo un conato de “guerra de divisas” en 2010, que se superó sin demasiadas tensiones internacionales.
Sin embargo, en los últimos meses, el temor a las guerras cambiarias ha vuelto a lo más alto de la escena internacional. Los principales bancos centrales de los países avanzados han dejado claro que van a poner en práctica políticas monetarias heterodoxas ultra expansivas: la Fed estadounidense y el Banco de Inglaterra para lograr que la tasa de desempleo baje, el BCE europeo para aliviar la crisis de la deuda y asegurar la irreversibilidad del euro y el Banco de Japón para generar algo de inflación que permita evitar una nueva caída en la deflación que tan nociva para su economía fue durante los años noventa. Ninguno de ellos habla explícitamente de que el objetivo de estas medidas sea devaluar la moneda para impulsar las exportaciones. Todos prefieren decir que llevan a cabo estas políticas para lograr objetivos internos de política económica (crecimiento y empleo) y que, si como consecuencia de las mismas se deprecian sus moneda, eso será un efecto colateral. Sin embargo, ya se oyen voces de preocupación y alerta en Europa sobre la fortaleza del euro y a nadie escapa que Estados Unidos podría optar por “diluir” su deuda pagando a sus acreedores externos en dólares depreciados. Quienes se ponen más nerviosos son los países emergentes, que, en la medida en que tienen buenas perspectivas de crecimiento, serán los destinatarios del exceso de liquidez global que generen las políticas monetarias expansivas, lo que apreciará sus monedas (si tienen tipos de cambio flexibles como Brasil) o les obligará a acumular más reservas y a tener más inflación si intervienen en los mercados cambiarios, como le está sucediendo a China.
Así, lo que vuelve a planear sobre la economía mundial es el espectro de las devaluaciones competitivas, también llamadas políticas de empobrecer al vecino. Son un juego de suma cero porque, como el tipo de cambio es la relación entre dos monedas, es imposible que todas se deprecien al mismo tiempo. Además, el mantenimiento de tipos de cambio artificialmente bajos suele ser la antesala del proteccionismo.
La solución a este tipo de problemas que requiere de la coordinación de políticas macroeconómicas es la cooperación internacional. Pero mientras en los países avanzados la principal preocupación siga siendo el crecimiento y el empleo, es poco probable que los gobiernos estén dispuestos a aumentar el nivel de cooperación económica para evitar tensiones internacionales. Y si no, piensen cuándo fue la última vez que escucharon hablar del G20.