Por cuarta vez desde su creación en 2007, el Institute for Economics and Peace acaba de dar a conocer la nueva edición de su ya mundialmente reconocido Índice de Terrorismo Global (Global Terrorism Index), que incluye datos de 163 países. Un primer vistazo a sus cálculos y análisis, tomando como punto de partida el año 2000, sirve para constatar que desgraciadamente el terrorismo forma parte insoslayable de nuestro mundo globalizado. Así lo demuestra el hecho de que a lo largo de 2015 se haya registrado al menos un atentado terrorista en 92 países, contabilizando un total de 29.376 víctimas mortales.
La imagen resultante de lo acaecido el pasado año admite todo tipo de interpretaciones, dado que mientras 76 países han mejorado su situación en este campo, otros 53 la han empeorado (con Francia, Turquía, Arabia Saudí, Kuwait, Túnez y Burundi en lugares destacados). En resumen, el clima mundial en este terreno ha empeorado un 6% en relación con un año antes y 34 países han sufrido atentados en los que han fallecido al menos 25 personas; lo que supone un incremento de 7 más que en 2014. Entre estos últimos destaca sobremanera lo ocurrido en el marco de la OCDE, dado que 21 de sus 34 miembros han sufrido atentados mortales, lo que supone un incremento registrado del 650%, con París, Bruselas y Ankara como referencias principales. Si un año antes el total de muertos en el seno de este exclusivo club de países desarrollados fue de 77, en 2015 la cifra se ha elevado a 577, con más de la mitad producidos por Daesh y sus filiales.
Aun así, quienes han sufrido en mayor medida el impacto del terrorismo internacional siguen siendo países no desarrollados, con Irak, Afganistán, Nigeria, Pakistán y Siria a la cabeza. Ellos solos acaparan el 72% del total por número de víctimas, en un listado que muestra cómo el 93% de todos los atentados tienen lugar en países caracterizados por contar con aparatos estatales represivos, violadores de los derechos básicos de sus propios habitantes y sumidos en conflictos a diferentes niveles. Por el contrario, solo el 0,5% de esos actos violentos tienen lugar en Estados de derecho y sin conflictos generalizados.
Visto desde la otra orilla, y contando con que se han identificado un total de 274 grupos terroristas (de los que 103 no han realizado ningún atentado mortal en 2015), el 74% de todos los ataques han sido realizados por Daesh, Wilayat al Sudan Al Gharbi (antiguo Boko Haram), los talibán y la red al-Qaeda. Daesh es, con diferencia, el grupo más activo a lo largo del año, sobrepasando por primera vez en letalidad a cualquier otro y ampliando su radio de acción a 13 nuevos países, hasta contabilizar un total de 28 donde ha mostrado su capacidad operativa. Tanto en su caso como en el de Wilayat al Sudan al Gharbi, la reducción de actividad en sus feudos originales, como resultado de una activación más sostenida de campañas militares en su contra, ha derivado en una irradiación de su voluntad de matar hacia otros territorios como Níger, Chad y Camerún en el caso del último citado.
Aun así, esas fúnebres cifras apuntan en principio a un cambio de tendencia que solo el tiempo permitirá confirmar, en la medida en que la lista de países afectados ha disminuido en uno y el número total de víctimas lo ha hecho en un 10% (en 2014 las víctimas mortales fueron 32.765), rompiendo una tendencia al alza que se venía registrando desde 2010. Conviene no olvidar asimismo, aunque solo sea para contrarrestar la sobredimensionada obsesión mediática y gubernamental en la que vivimos, que en el mundo de hoy las muertes por terrorismo son quince veces menores que las producidas por homicidios y asesinatos. También, visto desde la perspectiva occidental, interesa subrayar que la inmensa mayoría de las víctimas son ciudadanos de identidad musulmana. A esto cabe añadir el dato de que la frecuencia de ataques en países funcionales –donde el conjunto de la población puede satisfacer sus necesidades básicas y donde su seguridad no está en constante peligro por la acción de su propio gobierno o grupos violentos que cuestionan el monopolio estatal del uso legítimo de la fuerza– es mínima en comparación con los que no presentan esas características.
Del análisis de estos factores se extraen algunas conclusiones que permiten orientar la respuesta para hacer frente a una lacra que seguirá desafortunadamente acompañándonos durante mucho tiempo. Una vez comprobado sobradamente que no hay solución militar para una amenaza que encuentra un perfecto caldo de cultivo en carencias y deficiencias en los modelos de integración (tanto en nuestros propios países como en el resto del mundo), en dobles varas de media en la aplicación del Derecho Internacional y en la falta de expectativas dignas para muchos que se sienten excluidos por sus propios gobiernos, se impone la necesidad de sumar muchos más instrumentos para evitar la radicalización que conduce a algunos a ver la violencia terrorista como la única forma de actuación. La reducción de la potencialidad asesina del terrorismo solo se logrará con un esfuerzo multilateral y multidimensional sostenido en el tiempo. Lo sabemos ya desde hace tiempo; ahora solo queda aplicarlo.