Vuelta a empezar en Irán

Negociaciones en Viena el pasado 9 de julio. Foto: Servicio Europeo de Acción Exterior. Blog Elcano
(Negociaciones o "Iran Talks" en Viena. 9/7/2015. Foto: <a href="
Negociaciones en Viena el pasado 9 de julio. Foto: Servicio Europeo de Acción Exterior. Blog Elcano
(Negociaciones o «Iran Talks» en Viena. 9/7/2015. Foto: Servicio Europeo de Acción Exterior)

Sofocados por la interminable ola de calor resulta refrescante recordar que nunca llueve a gusto de todos. Y eso vale también para analizar el acuerdo que el pasado día 14 se alcanzó en Viena entre Irán y EEUU (con Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania como meros comparsas), abriendo la puerta a una sólida reaproximación entre quienes se han tratado como adversarios desde hace más de tres décadas.

Así para unos, entre los que destaca la inmensa mayoría de la población iraní, el acuerdo se ha interpretado de inmediato como el fin de una larga travesía por el desierto (con un coste mucho más acusado desde que, en 2002, se desveló que Irán estaba desarrollando un programa nuclear secreto). Con la firma del documento de 100 páginas ahora suscrito, los iraníes (con la notable excepción de los altos mandos de los Cuerpos de Guardianes de la Revolución Islámica y de los dirigentes políticos alineados con el sector más conservador) quieren creer que lo que viene son tiempos no solo de mejora de su nivel de bienestar sino hasta de apertura social y política de la mano del ahora reforzado presidente Hasán Rohani. En esa misma línea se sitúan los inversores internacionales (con los europeos y asiáticos por delante de los estadounidenses, en la medida en que estos últimos tardarán más en liberarse de los obstáculos derivados de las sanciones impuestas por su gobierno), entusiasmados por las oportunidades que ofrece un importante mercado de casi 80 millones de consumidores y un país necesitado de modernizar sus infraestructuras físicas y su aparato productivo (especialmente en el sector de los hidrocarburos).

Asimismo, el régimen piensa ya en volver a controlar los más de 100.000 millones de dólares actualmente bloqueados por las sanciones en bancos internacionales y vender libremente su gas y petróleo (empezando por los 40 millones de barriles que ahora tiene ya almacenados y siguiendo por la posibilidad de colocar unos 300.000 barriles diarios en cuanto se levanten las sanciones). Políticamente calcula que no solo dejará de ser un paria internacional sino que se sentirá mucho más seguro, al ver desactivados los planes de quienes hasta ahora pugnaban por provocar su derribo, y empezará a recoger los frutos de su reconocimiento como un peso pesado en Oriente Medio. Dicho de otro modo, prevé disponer de muchos más recursos para seguir comprando la paz social en casa y para hacer notar su influencia en la región (más aún cuando, en cinco años como tarde, se anule el embargo de armas que la ONU impuso en diciembre de 2006).

Aunque cabría asociarla también a este grupo de opinión, la administración Obama no ha querido mostrar el más mínimo síntoma de regocijo a la hora de valorar el acuerdo. Consciente de que la opción militar hace mucho tiempo que quedó descartada (Fordo, Natanz y otras instalaciones están fuera del alcance de las bombas penetrantes más potentes de su arsenal) y con la mirada puesta nuevamente en el tradicional equilibrio de poderes que tantos buenos resultados le ha dado en el pasado, Washington ha logrado un acuerdo que le permite contener (muy distinto a desmantelar) la apuesta nuclear iraní. Sabe que han sido las sanciones, Stuxnet y la eliminación de algunos científicos iraníes lo que ha llevado a Teherán hasta la firma. Pero sabe también que más sanciones solo supondría un enroque más desestabilizador y que ninguna de las provisiones del acuerdo garantiza plenamente el acomodo iraní a sus planes (desde hacer frente a Daesh hasta acordar un futuro comúnmente aceptable para Siria, Irak o Líbano).

La clave no está en ningún caso en la mayor o menor destreza negociadora para cerrar las vías de escape al adversario, sea fijando un determinado número de centrifugadoras activas (las 5.060 acordadas supone dejar fuera de juego otras 10.000, al menos hasta dentro de una década), reduciendo el stock de uranio enriquecido por debajo del necesario para construir una bomba, reconvirtiendo las más inquietantes instalaciones nucleares (las de agua pesada y las más inaccesibles a un hipotético bombardeo) en meros instrumentos de investigación y desarrollo, o aceptando un determinado régimen de inspecciones intrusivas por parte de la AIEA. No se trata solamente de que cada uno de esos puntos del acuerdo tiene posibles vías de escape (por ejemplo, Irán puede retrasar hasta 24 días la inspección de una instalación solicitada por la AIEA, dando tiempo a ocultar posibles huellas delatoras), sino de que a partir del décimo año del acuerdo Irán comenzará a recuperar su margen de libertad para reemprender una vía que, como firmante del TNP, puede llevarle nuevamente no solo a disponer de lo que ahora queda desactivado sino incluso a acercarse al breakout time cero (el tiempo necesario para pasar de la disposición del material a la construcción de la bomba).

Todo depende, en definitiva, de la voluntad política de unos y otros para ajustarse sinceramente a lo acordado y para no poner más piedras en un camino que, a todas luces, será arduo. Basta con mencionar al gobierno israelí, a los congresistas republicanos estadounidenses, a los principales regímenes del golfo (con Arabia Saudí a la cabeza), a Turquía y a los que en Irán se han beneficiado largamente del actual modelo de aislamiento para entender que son muchos los interesados en hacer fracasar el acuerdo. Veremos.