Volver a otra guerra en Irak: España en la coalición internacional contra el Estado Islámico (ISIL)

Volver a otra guerra en Irak: España en la coalición internacional contra el Estado Islámico (ISIL)

Las Fuerzas Armadas españolas van a volver a Irak 10 años después[1]. Dejaron atrás un país que entraba en una guerra civil de la que todavía no ha salido. No vuelven allí para poner fin a un conflicto que, seguramente, no tiene solución o, al menos, la solución rápida, simple y barata que buscan los países occidentales. Vuelven allí porque sus principales aliados han formado una coalición de urgencia para evitar que Irak se desmorone y que los yihadistas del Estado Islámico en Siria y Levante, también conocido como Estado Islámico en Irak y Siria (ISILIslamic State of Iraq and the Levant, o ISISIslamic State of Iraq and Syria), se aprovechen del vacío de poder existente allí para crear un califato-santuario desde el que exportar su fanatismo. Vuelven allí, porque otros grupos yihadistas, que ya se han sometido a la obediencia a ISIL, campan –casi a sus anchas– por el Norte de África y el Sahel poniendo en riesgo la estabilidad de los países de la zona, un riesgo que afectará directamente a España por su situación geográfica. Y cuando esos países pidan ayuda como ha hecho Irak, España sabe que tendrá que acudir a su llamada y que, además, necesitará la ayuda de quienes ahora acuden a Irak en coalición. Hoy por ti, mañana por mí. Vuelven allí también porque fanáticos, nacidos o adoctrinados, en los países de la coalición acuden a engrosar la yihad en el Levante y Mesopotamia, y a probar el gusto de matar y sentirse poderosos, un hábito que podrían añorar cuando vuelvan a sus hogares si es que la guerra termina algún día.

La operación militar de la coalición tiene pocas posibilidades de éxito rápido. No se enfrenta a una misión de estabilización o de cambio de régimen, misiones que han desarrollado con más sombras que luces durante las última década, sino a una guerra civil dentro de Irak en la que compiten kurdos, chiíes y suníes por desmembrar el país; otra en Siria donde el régimen, los rebeldes y las milicias extranjeras luchan por el control territorial; y otra entre Arabia Saudí e Irán, que es la guerra madre de todas las guerras de Oriente Medio. La coalición internacional no puede poner fin a esas guerras y su intervención militar puede, en el mejor de los casos, contener el momento expansivo de ISIL, pero no existen garantías de lograrlo a corto plazo ni la certeza de acabar con ISIL. Es una operación militar en proceso de construcción donde el liderazgo de la cadena de mando estadounidense se enfrenta al problema de construir una estrategia de actuación a partir de los medios y reservas que aportan los contribuyentes. Los medios determinarán la misión y no al revés como los mandos militares desearían en cualquier campaña.

Más allá de un “todos contra ISIL”, la coalición carece de un objetivo final compartido para su lucha. Por un lado, sólo una parte de los coligados desea combatir a ISIL en Siria. Por otra, no todos desean la derrota o desaparición de ISIL, porque siempre puede ocupar su lugar alguna facción indeseada (los kurdos para Turquía e Irán, el Frente al-Nushra o el Grupo Khorasan para EEUU o las fuerzas de Assad para todos). Por eso, mientras los coligados occidentales piensan cómo hacer frente a ISIL, los coligados regionales están pensando hasta dónde les conviene hacerlo porque son ellos quienes van a gestionar la situación del día siguiente en Irak y Siria mientras los occidentales se vuelven a casa.

Incluso si todos desearan el mismo estado final para esta guerra, los coligados tendrían dificultades para conseguir sus objetivos militares. ISIL no es otro grupo de terroristas más al que refuerzan combatientes llegados del extranjero. Lo es y recurre al terror para mantener a raya a las poblaciones bajo su dominio, aterrorizar a las facciones rivales y amedrentar a quienes tienen que combatirle. Pero sobre todo es un movimiento insurgente que tiene un poder militar igual o superior al de sus rivales, dispone de una estructura avanzada de mando, control e inteligencia y cuenta con equipamiento pesado y apoyo logístico. ISIL se ha apoderado de los equipos y bases que han desalojado sus rivales y ha conseguido que sus cuadros de mando se pasaran a un enemigo que no pueden combatir. Son fuerzas resilientes al acoso aéreo, capaces de actuar en varios frentes de forma simultánea y que saben explotar las debilidades de sus rivales. Lo anterior hace muy difícil combatir esas fuerzas, especialmente si se atrincheran en entornos urbanos y se rodean de civiles. Son vulnerables a una guerra de atrición pero desgastar a esas fuerzas obligará a la coalición a prolongar la duración de la campaña aérea y agotará sus reservas de municiones guiadas, algo que ya les pasó en Libia a las pocas semanas a algunos miembros. Bastará que limiten sus movimientos en terreno abierto para que los aviones de la coalición se queden sin blancos prefijados o de ocasión, reduciendo la efectividad de ataques por salida realizada. Por último, pero seguramente lo más importante, disponen de una estrategia de comunicación sofisticada para ganarse los corazones y las mentes de las poblaciones propias y ajenas.

La coalición no desea poner tropas sobre el terreno para combatir, por lo que tendrán que hacerlo las fuerzas locales que no han sabido, podido o querido hacerlo hasta ahora. Los instructores y asesores occidentales pueden adiestrar esas fuerzas pero pasarán meses, muchos meses, hasta que lo consigan y nunca se sabe cómo se usará la formación y el armamento que se reparten con prisa y sin garantías. Aunque no se vaya dispuesto al combate, la situación sobre el terreno puede evolucionar de forma inesperada (mission creeping) y verse obligados los mandos a llevar a cabo actuaciones que no se pretendían inicialmente. Evitar riesgos sobre el terreno alimenta la posibilidad de que las operaciones se prolonguen, un estancamiento que conlleva inevitablemente la pérdida de apoyo social y político a la intervención en las sociedades occidentales.

España se ha ofrecido a la formación y adiestramiento de una brigada en Irak desplegando 300 militares. Esta es la oferta más visible de la colaboración, a la que habría que añadir otras de colaboración logística que, en todo caso, precisan la autorización del Congreso. Adiestrar en situaciones de insurgencia no es una tarea fácil ni en su puesta en marcha ni en su ejecución a pesar de la experiencia que acumula España en conflictos como los de Afganistán o África. Para empezar, hay que sopesar la composición étnica de la brigada de las Fuerzas Armadas iraquíes para no abundar en la discriminación existente que beneficia a los chiíes. Si la composición es monoétnica, las demás etnias iraquíes verán con malos ojos la contribución española. El lugar dónde hacerlo es otro aspecto a tener en cuenta porque existen pocas bases donde se den las condiciones de seguridad necesarias y, por otro, la presencia de tropas extranjeras atraerá inevitablemente a los terroristas, sus atentados y secuestros. Por último, el tipo de formación también cuenta porque no es lo mismo adiestrarles de forma teórica que acompañarles en el adiestramiento práctico (mentoring) o en el combate real.

España, al igual que el resto de los miembros de la coalición internacional que han decidido actuar militarmente contra ISIS se ven ante el dilema de usar la fuerza, sabiendo que sus resultados son limitados a corto plazo e insostenibles a mayor plazo, o no hacerlo, sabiendo que sus opiniones públicas y aliados les acusarán de inacción o insolidaridad. En estas condiciones extremas, la participación en la misión constituye un fin en sí mismo. Se debe ir porque el ISIL se percibe como una amenaza para España y los españoles. Un sondeo de opinión del Real Instituto Elcano de mediados de septiembre de 2014 muestra que el 78,5% de los encuestados españoles compartían esa percepción (una nota de 6,9 de media en una escala entre 0 y 10). Un alto apoyo de partida a la participación española que, sin embargo, puede variar a medida que se constaten la peligrosidad o la falta de resultados. Incluso la participación en las operaciones militares de la coalición internacional contra el ISIL cuenta con un apoyo del 45,1% de los encuestados, un porcentaje muy alto si se tiene en cuenta la idiosincrasia de la cultura estratégica en España. Una contribución al adiestramiento podría desmovilizar al 55% que se opone a tareas de combate, pero los apoyos a las operaciones militares se deterioran cuanto más duran y si no llegan los progresos políticos que las harían innecesarias.

Se vuelve a Irak porque no hay más remedio que ir, pero ninguna coalición militar remediará las causas profundas de esas guerras.


[1] Este comentario se complementa con un ARI sobre “España y la coalición internacional contra el Estado Islámico en Irak” y Siria del mismo autor, de próxima publicación.