El encuentro entre Vladimir Putin y Xi Jinping con ocasión de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai, celebrada el pasado 15 de septiembre en Uzbekistán, ha servido a ambos líderes para promover lo que consideran una prioridad en su relación. Putin comprendió la preocupación de China por la guerra de Ucrania, agradeció a Xi Jinping “la posición equilibrada en lo que concierne a la crisis ucraniana”, mientras reiteraba el apoyo ruso a China frente a Taiwán. Xi expresó la disposición de China a “hacer esfuerzos con Rusia para asumir su responsabilidad de grandes potencias, y tomar un papel de guías para inyectar estabilidad y energía positiva en un mundo caótico”.[1] Las declaraciones de ambos mandatarios no sorprenden: reafirman sus posturas anteriores y, en especial, las manifestadas en la conferencia de prensa posterior a la firma de la Declaración Conjunta de la Federación Rusa y la República Popular China (RPC) –del 4 de febrero de 2022, durante los XXIV Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín– sobre Las Relaciones Internacionales en la Nueva Era y el Desarrollo Global Sostenible,[2] en la que se insistía en la necesidad de crear un mundo multipolar en detrimento de la hegemonía estadounidense y la ampliación de la Alianza Atlántica, así como en la defensa de la soberanía y autonomía nacional de ambos países. Entonces, ambos líderes describieron su relación como una asociación “sin límites”,[3] e insistieron en que la línea divisoria en la política contemporánea no pasa entre “democracia” y “autocracia”, como se quiere en Occidente, sino entre “orden” y “caos”.[4]
(…) el relativo distanciamiento público de Xi Jinping (que no apoyó la invasión rusa de Ucrania, pero tampoco la condenó) no supone una fisura en las relaciones entre Moscú y Pekín.
Pero la invasión rusa de Ucrania demostró que la relación bilateral tenía límites, y que estos venían determinados por el interés nacional de China y su actitud pragmática, oportunista y ambigua hacia Rusia. Pekín apoya la soberanía e integridad territorial de Ucrania, pero apoya y divulga al mismo tiempo la narrativa del Kremlin, que culpa a Ucrania de la guerra y responsabiliza en última instancia la ampliación de la Alianza Atlántica. Pekín censura las sanciones impuestas por Occidente a Rusia, tachándolas de “unilaterales”, pero, por ahora, las empresas chinas respetan las restricciones impuestas, por temor a un impacto negativo en su economía.[5] Sin embargo, su empeño en identificar las democracias liberales con el “caos” (comprensible, porque, para los autócratas, todo lo que no pueden controlar es caos), y en ofrecer un modelo alternativo de “orden” sigue intacto, tanto como su animosidad hacia un orden internacional dominado por la “hegemonía estadounidense”.
Ahora bien, el relativo distanciamiento público de Xi Jinping (que no apoyó la invasión rusa de Ucrania, pero tampoco la condenó) no supone una fisura en las relaciones entre Moscú y Pekín, por lo menos a corto plazo: sus relaciones comerciales están mejorando.
El año 2021 supuso un gran avance para las relaciones económicas chino-rusas. Las exportaciones de la Federación Rusa aumentaron más del 35%. En el primer trimestre de 2022 siguieron creciendo.[6] No obstante, desde marzo de 2022 las importaciones de productos chinos han comenzado a ralentizarse. La tendencia ha afectado en particular a los productos de alta tecnología: maquinaria, equipos, componentes y otros bienes industriales, cuyos principales fabricantes chinos temen sanciones secundarias de EEUU y, aunque en menor medida, de la UE y del Reino Unido. En el primer trimestre de 2022, Moscú y Pekín se vieron en la necesidad de desarrollar nuevas condiciones mutuamente aceptables que redujeran los riesgos para los proveedores chinos y garantizaran el cierre de las brechas abiertas en el mercado ruso por la ruptura de vínculos económicos con las empresas occidentales. También es probable que haya que desarrollar un mecanismo global de liquidación financiera interestatal que permita una transición completa de las monedas occidentales en el comercio bilateral a las monedas nacionales.
Pero, desde febrero, China ha aumentado sus compras de hidrocarburos rusos. A medida que Europa reduce su dependencia de la energía rusa y de otros recursos minerales, el Kremlin ha tenido que dirigir sus exportaciones a Asia, principalmente a China, una opción lógica debido a la geografía (oleoductos terrestres existentes, comercio marítimo), y a su capacidad para proporcionar instrumentos de pago en yuanes como alternativa a los vinculados a dólares estadounidenses, euros, yenes japoneses, francos suizos o libras esterlinas. Esta tendencia se fortalece. En los últimos siete meses, las exportaciones rusas a China han crecido un 48,8% hasta los 61.450 millones de dólares.[7]
Debido al ostracismo de Rusia y a su ruptura decisiva con Occidente, su dependencia económica y política de China se intensificará (…)
Es poco probable que Pekín rescate a Moscú o ayude significativamente a modernizar la economía rusa. Sin embargo, hará lo suficiente para mantener en el Kremlin un régimen amigo y promover los intereses chinos, comprando recursos naturales rusos a precios de derrumbe, ampliando el mercado de tecnología china, promoviendo sus propios estándares tecnológicos y haciendo del yuan la moneda regional predeterminada en todo el norte de Eurasia.
Debido al ostracismo de Rusia y a su ruptura decisiva con Occidente, su dependencia económica y política de China se intensificará, quizá hasta el punto de convertirse en vasallo de esta. Ya en 2016 China se convirtió en el principal socio comercial de Rusia. La guerra de Ucrania ha consolidado esta tendencia. Dada su ruptura con la UE y la imposibilidad de realizar el sueño de convertirse en un imperio europeo, Moscú intentará serlo en el único lugar que le queda: Asia. Pero la rivalidad entre Rusia y China en Asia Central, una región en la que, a pesar de que Moscú impuso su dominio a partir del siglo XIX, China ha hecho inversiones muy altas, ponen dicho dominio en cuestión.
“No siempre juntos, pero nunca enfrentados” es uno de los principios que rigen la relación entre estos dos países, que no son propiamente aliados. El futuro de esta relación, cada vez más asimétrica a favor de China, dependerá de que Rusia se resigne a un estatus de socio subordinado y de cómo evolucionen sus respectivas relaciones con EEUU. Toda vez que la guerra en Ucrania ha consolidado la relación entre EEUU, el Reino Unido y la UE a través de la Alianza Atlántica, y de esta con Australia, Japón, Corea del Sur y Nueva Zelanda, es muy probable que Rusia y China seguirán alineadas para socavar lo que consideran “el poder hegemónico” de Occidente.
[1] “Putin denuncia ante el presidente chino los esfuerzos de Occidente para crear un ‘mundo unipolar’”.
[2] “Putin y Xi forjan una nueva era euroasiática con alcance global”.
[3] “China y Rusia, cada vez más desconectados”.
[4] “Российско-китайский диалог: модель 2022”, RIAC, nº 78/2022.
[5] Alicia García-Herrero, “Early warning brief: China’s contorted response to Russia sanctions”.
[6] “Российско-китайский диалог: модель 2022”, RIAC, nº 78/2022.
[7] Alexander Gubaev (2022), “China’s new vassal”, Foreign Affairs, 9/VIII/2022.
Imagen: Vladimir Putin y Xi Jinping durante la visita de estado de Xi a Moscú en 2019. Foto: Kremlin.ru (Wikimedia Commons / CC BY 4.0).