La rebelión y la marcha hacia Moscú de Yevgueni Prigozhin representa la culminación de las tensiones, que salieron a la luz a comienzos de mayo, entre el grupo paramilitar Wagner (en adelante Wagner) y la cúpula del Ejército ruso. Lo ocurrido en la noche del 23 al 24 de junio plantea tres interrogantes: 1) ¿cuáles han sido los motivos, objetivos y resultados reales de la rebelión de Prigozhin; 2) ¿cómo influirán estos acontecimientos en el futuro de Vladimir Putin?, y 3) ¿cómo influye lo ocurrido en la guerra en Ucrania?
1. ¿Cuáles han sido los motivos, objetivos y resultados de la rebelión de Prigozhin
Las tensiones entre Prigozhin y la cúpula militar salieron a la luz cuando el líder de Wagner apareció en un vídeo, rodeado por cadáveres de sus combatientes y acusando a los altos mandos del Ejército ruso y muy en particular al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y al jefe del Estado Mayor, Valery Gerasimov, de corruptos e ineptos, de escatimarle la munición y de mentir al pueblo ruso, inventándose éxitos en el campo de batalla, donde las cosas iban de mal en peor. Desde entonces, la hostilidad fue agravándose hasta estallar en una franca rebelión de Wagner, que salió de sus acuartelamientos en territorio ucraniano e inició una marcha hacia Moscú, ocupando primeramente el cuartel general del Ejército ruso en Rostov, sin disparar un tiro. Estas acciones se interpretaron como el comienzo de una revolución política, pero, si el objetivo de Prigozhin era derrocar al gobierno de Putin, ha fracasado estrepitosamente. En lugar de un golpe de Estado ha supuesto un mero amotinamiento, una pataleta, limitada y localizada, contra el orden establecido. Su fracaso ha sido consecuencia de la falta de apoyo por parte de las élites políticas y de la oligarquía económica, así como por la de la población civil, nada dispuesta a secundar una revolución liderada por el mercenario. Nada digamos de la menguada oposición al régimen, que ha percibido el conflicto como resultado de una rivalidad entre pretorianos y mercenarios alimentada por el propio Vladimir Putin.
El patético desenlace –la huida de Prigozhin a Bielorrusia y el perdón tácito que le ha otorgado el déspota del Kremlin tras acusarlo de traidor y prometerle un castigo ejemplar– revela, además de la oscura relación personal entre Putin y Prigozhin, la debilidad de la posición política interna del presidente ruso, así como que la enemistad entre los militares y paramilitares empieza amenazar la existencia del régimen.
La fuerte relación entre Putin y Prigozhin la prueba el hecho de que el último ha sido el cocinero personal del primero –un puesto de máxima confianza dado el temor paranoico de los sátrapas a ser envenenados–. El abuelo de Putin fue cocinero de Lenin y de Stalin, de lo que el presidente ruso ha presumido en varias ocasiones. Sin embargo, su confianza culinaria no explica por qué Putin ha tolerado las “travesuras” de Prigozhin. Lo ha hecho así porque lo necesita para mantenerse en el poder.
La preeminencia de Wagner es consecuencia de una larga historia de dependencia rusa y soviética respecto de fuerzas paramilitares, que se remonta a la era de Stalin. Los rusos supieron de la existencia de Wagner en 2015, por sus actividades en Ucrania, pero su creación fue probablemente anterior, ya que habían intervenido en Siria. Wagner siempre ha dependido de cuatro instancias: el Departamento Central de Inteligencia militar (conocido como GRU), las Fuerzas Armadas, la Agencia de Seguridad Estatal (antes KGB, ahora FSB) y el propio Putin. Desde su llegada al poder, éste ha fomentado la rivalidad entre los cuerpos de seguridad estatal, así como entre los oligarcas y las élites políticas, para presentarse como único arbitro en todos los conflictos. Hasta ahora, Putin, el GRU y el FSB han apoyado a Prigozhin, mientras la cúpula militar ha estado en contra del antiguo cocinero, desde la invasión de Ucrania. El motín de Prigozhin refleja que todo apoyo mutuo ha desaparecido y que Wagner dejará de ser un instrumento de Putin para controlar el poder y la influencia de los militares. Pero Wagner no es el único grupo paramilitar cercano al poder. La diferencia entre éste y otros es el rechazo de Prigozhin a subordinarse a las Fuerzas Armadas, a diferencia de, por ejemplo, el grupo Potok (que financia Gazprom) o los Chechenos de Ramzan Kadhirov, que son leales tanto a Putin como al Ejército ruso.
Lo más raro del desenlace del motín es el perdón de Putin (porque hasta ahora nunca ha perdonado una traición) y el aparente exilio de Prigozhin en Bielorrusia. La mediación de Aleksander Lukashenko para impedir el “derramamiento de sangre rusa” tiene un claro propósito: convertirse en el nuevo patrón de Prigozhin. Tanto la oposición bielorrusa al régimen de Lukashenko, como él mismo, saben que la dictadura de éste depende exclusivamente de Putin. Tener a Progozhin en Bielorrusia apunta a emplear a Wagner en el trabajo que ha realizado ya este grupo en Sudán, Burkina Faso y Malí, a demanda de los gobiernos de estos países, para lograr resultados eficaces en la eliminación de grupos armados insurreccionales y de oposición política. Prigozhin parece haber cambiado de patrón, pero sólo aparentemente, porque Putin necesita el apoyo de Lukashenko en su guerra contra Ucrania, al igual que necesita también de su dictadura, cada día más cuestionada por la oposición. Wagner no va a desaparecer: seguirá operando en África y Oriente Medio (financiado por los gobiernos locales) y lucrándose de contratos de la industria extractiva (oro y diamantes, sobre todo) que ha conseguido gracias al Kremlin. Los que se queden en Ucrania, se pondrán bajo el mando del Ejército ruso.
2. ¿Cómo influirán estos acontecimientos en el gobierno de Vladimir Putin?
En su discurso, que duró algo más de cinco minutos, Vladimir Putin aludió a la Revolución rusa de 1917, lo que refleja su autopercepción como un zar a quien traicionan e intentan derrocar, su miedo a que se produzca un golpe de Estado palatino (de allí la orden de liquidar a Wagner y su líder), la debilidad de su posición política interna, pero, sobre todo, refleja su desánimo y su derrotismo. Si la contraofensiva ucraniana tuviera éxito, Putin explicaría su derrota por la traición, tal como el zar Nicolas II hizo durante la Gran Guerra, refiriéndose al golpe de Estado de los bolcheviques liderado por Lenin y a la firma por éste del Tratado de Brest-Litovsk, por el cual Rusia capituló ante Alemania, Bulgaria y los Imperios austrohúngaro y otomano, entregando Finlandia, los Países Bálticos, media Polonia, Moldavia y Ucrania. Si el Ejército ruso consigue contener la contraofensiva ucraniana, Vladimir Putin utilizará este episodio en la campaña electoral del año que viene y se presentará, al igual que en sus campañas anteriores, como salvador de Rusia.
A pesar de la debilidad del régimen de Putin, no está claro que se vaya a hundir a corto plazo. Hasta ahora, el putinismo ha sobrevivido a toda oposición doméstica, porque los regímenes autoritarios personalistas, donde el poder se concentra en manos de un individuo en lugar de ser compartido por élites políticas, juntas militares o familias, el líder rara vez es expulsado de su cargo por la guerra, incluso cuando experimenta una derrota, ya que las élites son débiles, están divididas y dependen para todo de sus vínculos con el poder. Sin embargo, la Historia demuestra que regímenes represivos, como el de Putin, a menudo se ven a sí mismos como más estables de lo que son, aunque también los regímenes inestables pueden perdurar por bastante tiempo. El expresidente de Zimbabue, Robert Mugabe, sobrevivió a la hiperinflación y a la derrota electoral, permaneciendo en el poder hasta dos años antes de su muerte. El presidente venezolano Nicolás Maduro sigue en el cargo, a pesar de que la economía de Venezuela se ha derrumbado por completo. Del mismo modo, los líderes que parecen fuertes pueden ser derrocados de repente, como le sucedió al presidente egipcio Hosni Mubarak en 2011 y al presidente tunecino Zine el-Abidine Ben Ali ese mismo año.
Putin ha asumido un gran riesgo al atacar a Ucrania y hay una posibilidad, aunque no indicios claros, de que la rebelión pueda marcar el comienzo de su fin. El motín de Wagner ha dañado seriamente su aura de mediador entre las facciones del poder. Puede que la caída de Putin no llegue pronto, pero su control sobre el poder es ciertamente más frágil de lo que era antes de la invasión de Ucrania y del motín de Prigozhin. La imagen de sistema estable ya no existe y las élites rusas retirarán su apoyo al presidente si concluyen que ya no representa sus intereses y que no puede protegerles.
La probable estrategia de Putin para mantenerse en el poder será aumentar aún más la represión.
3. ¿Cómo influye lo ocurrido en la guerra en Ucrania?
El motín de Prigozhin no va a influir directamente en la guerra en Ucrania, porque hubo una transferencia del poder al Ejército ruso en las zonas que Prigozhin conquistó. Wagner ya se había retirado de las operaciones ucranianas. Además, y lo más importante, Wagner es una fuerza ofensiva que ya no forma parte de la estrategia del Kremlin, porque el Ejército ruso se ha enfocado en la estrategia defensiva ante la contraofensiva ucraniana. Por tanto, no hay una ruptura entre los militares en el frente. Sin embargo, sí puede influir en el ánimo de los soldados y facilitar el trabajo a los ucranianos.
Conclusiones
Vladimir Putin se ha convertido en su propio rehén porque ha perdido el papel de mediador entre las élites divididas y rivales y entre los cuerpos de seguridad, pero, sobre todo, porque el fracaso de su política criminal en Ucrania se está trasladando al territorio ruso. El motín de Prigozhin revela debilidades en el sistema de poder personal y la corrupción de las élites, pero Rusia ha funcionado de esta manera durante siglos. Como se ha comprobado en el caso del motín, la clave del cambio político en Rusia está en la ciudadanía, que no quiso apoyar al líder de los mercenarios y para la que, por ahora, Putin parece ser un mal menor.
Tribunas Elcano
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