Túnez ha avanzado en un proceso de transición democrática único en el mundo árabe. Al mismo tiempo, paradójicamente si se quiere, el país se ha visto muy seriamente afectado por la violencia terrorista y registra en la actualidad elevados niveles de movilización yihadista. La muerte de al menos 20 turistas extranjeros –dos de ellos de nacionalidad española– y dos tunecinos en el asalto llevado a cabo por varios hombres armados contra el Parlamento de Túnez y su posterior atrincheramiento con toma de rehenes en el contiguo Museo del Bardo de la capital del país, constituyen una expresión de aquella violencia y de dicha movilización.
El número de atentados en Túnez se ha multiplicado extraordinariamente desde 2013, respecto a los dos años previos, en los que su frecuencia fue más bien baja, iniciando una escalada que no ha remitido. Desde entonces, prácticamente todos los meses se han producido actos de terrorismo y se han desarrollado operaciones antiterroristas de envergadura. Más de la mitad de dichos incidentes han sido perpetrados contra militares, aunque policía y figuras o instituciones religiosas, al igual que ciudadanos cuya conducta no se acomoda al rigorismo exigido por los extremistas islámicos, son asimismo blancos habituales.
Y es que se trata de una violencia perpetrada principal pero no exclusivamente por Ansar al-Sharia en Túnez (AST), organización yihadista que, como consecuencia de sus actividades de proselitismo e incluso de provisión de servicios sociales, ha contado con un monto significativo de seguidores en algunas demarcaciones del país, donde igualmente es manifiesta la presencia de numerosas entidades salafistas. Tras su ilegalización a finales de agosto de 2013 se reconfiguró en parte a través de otras entidades. En la zona montañosa del centro del país fronteriza con Argelia se han establecido también miembros y células tanto al-Morabitún como de al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), a la que también han sido atribuidos algunos atentados en Túnez desde 2011 y que mantuvo vínculos con AST. A AQMI se adscribe Okba Bin Nafa, pero en sus filas se simpatiza también con el denominado Estado Islámico (EI).
Salafistas en general y yihadistas en particular se han desenvuelto con facilidad en Túnez desde 2011, asentándose en numerosas mezquitas y escuelas coránicas del país desde las que influyen sobre importantes segmentos de la juventud del país. Una amnistía general, decretada poco después de ser derrocado el presidente Zine el Abidine Ben Alí a inicios de ese año, permitió a muchos de los últimos salir de prisión. Fue sólo a mediados de 2013, tras el asesinato de dos importantes dirigentes de la oposición, cuando los líderes de la formación islamista Ennahda empezaron a distanciarse de AST, designaron a ésta como organización terrorista y decidieron a actuar en consecuencia.
Mientras tanto, Túnez se convirtió en el país con población mayoritariamente musulmana donde la movilización yihadista relacionada con la actual situación en Siria e Irak ha alcanzado mayores cotas. Probablemente hasta 3.000 tunecinos, con un perfil sociodemográfico más diverso de lo que a menudo se da por descontado, pues son jóvenes que no sólo proceden de sectores social marginalizados o políticamente excluidos de la población, se habrían unido a las organizaciones yihadistas activas en ese escenario de conflicto. Algunos centenares han regresado ya a su país de origen. Otros se han reubicado en Libia. Se estima que tunecinos son sobre todo los dos extranjeros de cada 10 militantes con que el Estado Islámico cuenta en este último país.
Todo ello implica un serio potencial de desestabilización política y quiebra social en Túnez, aun cuando los datos de opinión pública indiquen que sus ciudadanos están a favor de un ejercicio secularizado de la política y de la democracia como forma de gobierno. El turismo es de gran importancia para el desarrollo económico del país, así como para la consolidación del nuevo régimen político. Desde 2011 sólo se había producido un acto de terrorismo contra intereses turísticos, en octubre de 2013 en un hotel de Sousse, precisamente el primero de carácter suicida en el país desde el perpetrado en abril de 2002, también con turistas como blanco preferente, en la sinagoga de Yerba.
Atentando contra el Parlamento y matando turistas, ahora que Túnez cuenta con un Gobierno de unidad en el que están presentes Nida Tunes –un partido laico, conservador y europeísta que ganó tanto los comicios parlamentarios del 26 de octubre de 2014 como los presidenciales del posterior 21 de diciembre– y Ennahda, los terroristas han dejado clara cuál es su estrategia inmediata. A las autoridades tunecinas compete responder adecuadamente a este desafío yihadista y a las europeas ofrecer su respaldo inequívoco en esa complicada y duradera tarea.