Las esperanzas del gobierno nigeriano de reconducir el conflicto con los Vengadores del Delta del Níger (NDA, en sus siglas inglesas) y consolidar la recuperación de la producción de petróleo pueden verse frustradas tras la ruptura del alto el fuego declarado en agosto. A finales de ese mismo mes el ejército nigeriano puso en marcha la operación Crocodile Smiles contra los Vengadores, a resultas de la cual murieron una veintena de soldados. El 23 de septiembre los militantes del DNA volaron el oleoducto Bonny, propiedad de Royal Dutch Shell como “llamada de atención”, según publicaron en su web. El 25 de octubre atacaron el oleoducto offshore Escravos de Chevron destinado a la exportación, amenazando a las compañías internacionales que intenten repararlo.
Desde que iniciaron sus ataques a principios de 2016, los Vengadores han infligido un serio daño a la producción petrolera del país, pero también a las infraestructuras gasistas y a la generación de electricidad, causando numerosos apagones. Como puede apreciarse en el gráfico 1, la producción cayó de los casi 1,9 millones de barriles diarios (mbd) en 2016 (aunque probablemente la cifra real estuviese más cerca de los 2,2 mbd) a unos 1,5 mbd este verano por la sucesión de ataques contra oleoductos, gasoductos y plataformas. Junto con la caída de los precios del crudo, las interrupciones de suministro han colocado a Nigeria en una situación de extrema dificultad económica en un momento en que afronta un triple reto para su seguridad: Boko Haram en el noreste, las demandas de restauración de la desaparecida República de Biafra del secesionismo Igbo por parte del Indigenous People of Biafra (IPOB) en el sureste, y la renovada amenaza en el Delta del Níger.
El Delta del Níger, donde se extrae el grueso del petróleo del país, cuenta con una larga historia de conflictos por la gestión de sus recursos, los daños medioambientales causados por la industria y el escaso retorno económico para la región. De hecho, el ejército nigeriano no fue capaz de vencer al grupo insurgente precursor de los Vengadores, el Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger (MEDN), y tuvo que negociar una amnistía en 2009 por la cual los rebeldes dejaban las armas a cambio de una paga mensual muy generosa para los niveles salariales nigerianos. Sin embargo, la caída de los precios del petróleo redujo el presupuesto destinado por el gobierno a la amnistía a la tercera parte, y el presidente Muhammadu Buhari ha anunciado su intención de eliminar los pagos por completo. Para complicar más las cosas, junto a los Vengadores han proliferado numerosos grupos menos conocidos, como Egbesu Mightier Fraternity, que además de demandas económicas exigen la liberación del líder del IPOB, Nnamdi Kanu.
Esta proliferación de grupos armados que pretenden hacer del chantaje al gobierno y las compañías un modo de vida no debe ocultar la realidad de una región donde más de la mitad de su población sobrevive con menos de un dólar diario y en la que los vertidos de crudo son denunciados desde hace años por Naciones Unidas (un informe reciente de Amnistía Internacional señala que si bien Shell reconoce casi 1.700 vertidos desde 2007, su número es mucho mayor). Al igual que ocurre con otras fuentes energéticas, como la hidroelectricidad, parece claro que la ausencia de un marco de buena gobernanza de los recursos energéticos supone uno de los mayores obstáculos que afronta el continente africano.
El mal gobierno de los recursos energéticos también supone una amenaza para la seguridad de suministro a largo plazo de la UE y sus Estados miembros. En el caso español, y con datos de CORES, Nigeria fue en 2015 el primer suministrador de petróleo (casi el 18% de las importaciones de crudo de España). En cambio, como se aprecia en el gráfico 2, en 2016 el peso del petróleo nigeriano en las importaciones españolas de crudo ha caído del 23% en enero a menos del 12% en agosto. Dado que por primera vez desde hace años este julio Angola adelantó a Nigeria como primer suministrador africano de petróleo de España, parece que la acción exterior española se ve abocada a mirar cada vez más al sur, al menos en lo que respecta a la seguridad energética.