Hugo Chávez ganaba elecciones. Al principio limpiamente. Después con todo tipo de artimañas y control de instituciones del Estado, pues pronto se convirtió en un sistema sin contrapesos. Pero siguió ganándolas con claridad. Con Nicolás Maduro, cuyo mandato acaba en 2019, el chavismo ha empezado a perderlas. Por primera vez en 17 años la oposición ganó ampliamente las últimas elecciones legislativas del 6 de diciembre, copando dos tercios de la Asamblea Nacional. De momento, hay un enfrentamiento de poderes entre el Legislativo y un Ejecutivo que tiene controlado también el Judicial. El chavismo, que no sabe perder, ha quedado –como indicó The Economist– herido, más no derrotado. Y cuenta con muchos resortes.
El Tribunal Supremo de Justicia, controlado por el chavismo, ha suspendido a tres diputados recurridos por fraude electoral, y el Congreso –la “asamblea burguesa”, según Maduro– lo ha aceptado, con lo que la oposición no cuenta de momento con esa supermayoría que le abriría un enorme margen de maniobra contra un Ejecutivo que pretende anular por desacato a la Asamblea. Algunos juristas quieren revocar el nombramiento de los jueces del alto tribunal. Pero sin los dos tercios de mayoría, la Asamblea no podrá ni declarar amnistías ni plantear un referéndum revocatorio –figura tan querida por los chavistas– de Maduro. El pulso institucional seguirá durante tiempo, y su desenlace es del todo incierto.
Pese a su victoria, la oposición es variopinta y ahí radica una de sus debilidades, con 18 partidos en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), y sin un líder claro. Henrique Capriles no ganó por poco la presidencial de 2013, y Leopoldo López y Antonio Ledezma, este último alcalde de Caracas, están en la cárcel. Pero probablemente entre ellos esté el dirigente que le plantará cara al chavismo sin Chávez.
Éste, tras un intento de golpe de Estado en 1992, llegó aupado en las urnas por la desigualdad social y por la corrupción del anterior sistema. Ha ayudado, subvencionado, a mucha gente. Pero a su vez ha generado un sistema de corrupción propio. Entre otras cosas, el régimen paga a los afines en dólares vendidos a 11 bolívares y revendidos a 850. Por 100 dólares, según cuentan venezolanos, uno consigue 85.000 bolívares, mientras los más no viven con más de 9.000 bolívares mensuales. Y los precios siguen subiendo en medio de la escasez de productos básicos, incluidas las medicinas, y de una inflación que el FMI no baja del 100% para 2015, y que puede doblar este año.
Algunos analistas señalan que el Estado, rico en hidrocarburos, está al borde de la suspensión del pago de su deuda exterior, y que la economía se va a encoger entre 2015 y 2016 en un 15%. El gobierno ha anunciado una “emergencia económica” –un estado de excepción de hecho– lo que le permite gobernar por decreto durante 60 días, prorrogables, aunque tendrá que ratificarla la Asamblea Nacional, lo que obliga a un diálogo. Como ha dicho Felipe González, “Venezuela es el reino de la arbitrariedad y el presidente Maduro lleva al país hacia la destrucción”. El propio presidente, en su discurso sobre el estado del país ante la Asamblea Nacional, ha calificado 2015 de “desastroso”. Todo ha ido a peor con Maduro que, como para ahondar en sus errores, nombró como nuevo vicepresidente para Asuntos Económicos a Luis Salas, el que ha decretado la emergencia económica y que en algunas “perlas” escritas por él en el pasado señalaba que “la guerra económica se combate con la guerra desde el gobierno”, o que “la inflación es el correlato económico del fascismo político. Una de las primeras conclusiones que se puede sacar de lo anterior es que no tiene mucho sentido seguir hablando de ‘inflación y escasez’ cuando lo que estamos hablando es de especulación, usura y acaparamiento”.
Pese a la riqueza petrolera, ni Chávez ni Maduro han invertido en el futuro del país. Ha invertido en subvenciones a los más pobres, es verdad, y a los acólitos. Pero no en el futuro. Su política económica ha llevado al desastre. El sector petrolero, desinvertido y mal gestionado tras ocupar políticamente Petróleos de Venezuela, ha ido a la baja, la caída en el precio del crudo le ha hecho daño, y la mencionada escasez y colas, o una inseguridad ciudadana desbordada juegan ahora en contra del régimen.
Estamos asistiendo desde bastante antes de las elecciones a un pulso entre la oposición y el régimen. De momento se limita a un choque institucional, de poderes. El Ejecutivo ha cambiado a toda prisa las reglas del Banco de Venezuela. Como escribe con lucidez el historiador Rafael Arráiz Lucca, “todo el discurso denigratorio del chavismo está basado en el pasado”. Y ello cuando la gente empieza a mirar al futuro, hacia una cierta reinstitucionalización del país. Pues es mirando al futuro –también la oposición– que este país saldrá de su marasmo político y económico. La retirada de los cuadros de Chávez y de Bolívar del parlamento ordenada por su nuevo presidente no deja de caer también en la farsa.
Un problema, al que apunta un informe de Barclays y otros observadores independientes, es que en la actual situación no hay ni mediadores ni árbitros independientes ante esta confrontación de poderes. Aunque el gobierno español impulsa una cierta intermediación de la UE, ni dentro ni fuera aparece ese mediador. ¿Sus aliados del debilitado eje bolivariano? Difícil, aunque no imposible. Quizá podría serlo Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) que en una misiva a Maduro le advierte que la Carta Democrática Interamericana le “obliga a actuar” cuando “en un Estado miembro se producen situaciones que pueden afectar el normal desarrollo del proceso institucional democrático”.
Y sin ese mediador, al final, actuará de árbitro el Ejército, que no desea que la sangre llegue al río, ni perder sus prerrogativas. Pues además de Defensa, Interior y los servicios de inteligencia, los militares controlan mucho poder económico. Aunque entre los mandos intermedios, según apunta Antonio María Delgado en El Nuevo Herald, hay cierto hartazgo como el que se hace notar en el conjunto de la sociedad. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, ha afirmado que se respetará la Constitución. Y de hecho le han cerrado el paso a Diosdado Cabello, el anterior poderoso presidente de la Asamblea Nacional, y a los suyos en el nuevo gabinete de Maduro. El chavismo también tiene sus divisiones, ante lo que ve como el advenimiento de un período de cambio.
Hegel apuntó que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces. Pero Marx añadió que “una vez como tragedia y otra vez como farsa”. Chávez, guste o no, era un político. Maduro es su farsa, pero montada sobre un sistema de intereses creados que se resiste a dejar el poder. Venezuela va hacia una transición. ¿Hacia qué, con quién, cómo y cuándo? Es difícil pronosticarlo. Pero el país va hacia un cambio.