El Brexit está impulsando en algunos gobiernos la idea de una integración europea a varias velocidades como algo inevitable. Sobre todo, porque no hay un consenso entre los otros 27 sobre a qué velocidad avanzar, y la UE no se puede permitirse ya hacerlo a la velocidad del más lento o más reticente del convoy. De hecho, dejó de hacerlo con el euro. Aunque varias velocidades, cooperaciones reforzadas e integración diferenciada son expresiones prácticamente equivalentes en sus efectos, la primera está emocionalmente más cargada y puede indicar que algunos se quedan atrás. Básicamente, significa que los que quieren (y pueden) avanzar más lo hagan entre sí, siempre abiertos a que otros se les unan, y sobre la base del uso de las mismas instituciones. Es decir, es una dinámica no una estática. Esto último lo es la geometría variable, que es más permanente y que se ha plasmado cuando algunos países se han querido quedar al margen del euro (como Dinamarca) o del Espacio Schengen de fronteras líquidas, en el que hay países de la UE (no todos) y otros de fuera.
El de “los que desean hacer más, hacen más” es uno de los cinco escenarios del Libro Blanco sobre el Futuro de Europa de la Comisión Europea. Varios gobiernos lo ven con buenos ojos. Pero el concepto de varias velocidades es algo más fácil de decir que de plasmar. Lo facilita el Tratado de Lisboa con la posibilidad de las “cooperaciones reforzadas permanentes”, un procedimiento que permite que nueve Estados miembros, como mínimo, avancen en su integración sin la participación de los demás, pero abiertos a que estos acaben uniéndoseles. Es una opción de último recurso, a la que la Comisión y el Parlamento Europeo han de dar su aprobación, y para la que si se trata de materias de política exterior y de seguridad, es decir, de lo que más se habla, de la defensa europea, se requiere la unanimidad de los Estados miembros, aunque con la posibilidad de abstención constructiva.
Si el Euro representa ya esa Europa de varias velocidades, no es para una minoría y tiene vocación de incorporar a todos los Estados, salvo los que se acogieron a la exclusión (opt out) en el origen. Algunos piensan que incluso podría haber integración diferenciada en el seno de la propia Unión Monetaria, por ejemplo, entre los que desearan un seguro europeo de desempleo.
El procedimiento de cooperación reforzada sólo se ha utilizado hasta ahora en tres ocasiones y con desigual fortuna: para el divorcio, las patentes y la tasa sobre transacciones financieras. En el caso de la defensa –ya hay una propuesta impulsada por Francia, Alemania, España e Italia–, se trataría de ver también no sólo qué puede sacar cada país de ella, sino qué puede aportar cada uno en términos de seguridad al bien común. En materia de industria de la defensa, los más interesados son los que la tienen, mientras a los otros les importa poco comprarle a Francia, Alemania, el Reino Unido, España, Italia o EEUU, por citar los principales. Pero se puede pensar en otros ámbitos de integración diferenciada como los relativos a la seguridad interior, la justicia (una Fiscalía europea) o el asilo y la inmigración.
La integración diferenciada, como señala Yves Bertoncini, director de Instituto Jacques Delors y poco partidario de hablar de varias velocidades, es mucho más difícil en áreas en las que las políticas nacionales no pueden converger, como la política comercial, la de competencia y el mercado único.
Puede ser útil para frenar las fuerzas centrífugas en Europa, que parecen crecer, pues podría incitar a la creatividad y, en algunos casos, a no quedarse atrás, y servir para quebrar reticencias. Este tipo de integración debe perseguir fines comunes, basarse en criterios objetivos, y estar siempre abierta a quien quiera y pueda. Podría actuar con una vanguardia que acabe tirando de los demás, y servir para explorar nuevos ámbitos de integración. Si bien, también puede llevar a diferencias permanentes. Las varias velocidades pueden acabar en geometría variable.
A corto y medio plazo, sin embargo, el concepto parece incompatible con el de una Europa federal –son pocos los que están ahora en eso–, y plantea problemas de legitimidad, aunque se base en la unidad institucional. Podría dar paso a un núcleo europeo, el de los que estén en todo, y a España le interesaría estar en él.