Vivimos en un tiempo en el que la política está marcada por el imperio casi absoluto del pragmatismo, la mera gestión y las habilidades tecnológicas. Detrás de estos planteamientos suele haber un desprecio, unas veces soterrado y otras, directo, por los ámbitos de los valores y las ideas. Se sigue hablando, ciertamente, de derechos humanos o de espíritu cívico, pero a muchos les asalta la sospecha de si están vacíos de contenido. Sin embargo, esto no parecía suceder hace cuarenta años, cuando tres disidentes checoslovacos, Václav Havel, Jiří Hájek y Jan Patočka, redactaron y difundieron la Carta 77, un documento excepcional en el que exigían al gobierno comunista de Praga algo lógico y a la vez revolucionario: el respeto de los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos, cívicos y sociales.
La Carta 77 y el soldado Švejk
En el fondo, la Carta 77 respondía a una vieja tradición checa, recordada en una obra inmortal de la literatura, Las aventuras del bravo soldado Švejk, de Jaroslav Hašek. Este soldado checo podría ser tomado por hombre de espíritu débil, honrado, ingenuo e incompetente, pero no cometerá el error de enfrentarse directamente a sus superiores austriacos durante la I Guerra Mundial. Por el contrario, hace demostraciones, entre absurdas e increíbles, de militarismo, nacionalismo y veneración por el emperador Francisco José. El entusiasmo del soldado Švejk va más allá de la legalidad establecida y termina por exasperar a los mandos, aunque le ayudará a sobrevivir. Del mismo modo, los autores de Carta 77 no pretendían hacer un alegato crítico sobre la naturaleza del régimen comunista. Tan solo se limitaban a recordarle la necesidad del respeto de los compromisos internacionales suscritos por las propias autoridades. Y es que no hay nada puede resultar más demoledor que exigir a otro el cumplimiento de la ética que dice profesar. ¿Qué sucede cuando alguien quiere tomarse en serio los dogmas que los representantes oficiales no practican?
La Carta 77 se recordará a lo largo de 2017 en la República Checa con un programa de congresos, conferencias, exposiciones y conciertos. Estos actos acaso sirvan también para confirmar que el legado ideológico de los disidentes, y en especial el del presidente Václav Havel, no pasa por sus mejores momentos en la política y la sociedad checas. No todos miran a Europa, ni mucho menos a Occidente, como modelo, y algunos ponen más énfasis en el nacionalismo y los intereses económicos que en los derechos humanos. Para quienes así piensan, Havel es la historia de un tiempo ido, un ejemplar extraño de “rey filósofo” que llamaba en sus discursos a oponer la verdad y el amor a la mentira y al odio, aunque no siempre sus palabras fueran coherentes con su vida privada porque, después de todo, en Václav Havel se mezclaron la política, la intelectualidad y la bohemia.
Václav Havel, apolítico y bohemio
Resulta recomendable la lectura de la biografía de Havel, escrita por su secretario Michael Žantovský y editada por Galaxia Gutenberg, una obra voluminosa que ayuda a conocer mejor al escritor, al disidente y al “político apolítico”. Es cierto que algunas actitudes ingenuas del ex presidente Havel, como su apoyo a las intervenciones en Kosovo e Irak, contribuyeron a excluirle del “panteón pacifista” de los Gandhi, Luther King o Mandela, y seguramente le privaron del Nobel que podría haber obtenido en sus tiempos de disidente. Sin embargo, sus escritos, en los que no se puede disociar la política de la ética, no han perdido actualidad y pueden seguir siendo una fuente de inspiración para los estudiosos de la política y las relaciones internacionales. Sirvan de muestra estas cuatro referencias.
“La idea de que una persona puede escabullirse sin dolor a través de la historia y reescribir su autobiografía es uno de los autoengaños tradicionales de Europa Central. Intentar hacerlo implicar hacerse daño a sí mismo y hacérselo a sus compatriotas.” (Discurso en el Festival de Salzburgo, 1990).
Una llamada de Václav Havel para que los pueblos del centro y este de Europa no olvidaran su pasado reciente. Una advertencia contra la tentación de partir de cero y reescribir la propia historia. Lo practicaron los regímenes comunistas, y antes que ellos los sistemas autoritarios del período de entreguerras. Havel podría haber añadido que aquellos gobiernos redujeron la política a la mera ideología, pero quizás hubiera dicho otro tanto de los actuales gobiernos democráticos de la región.
“Vengo de un país lleno de impacientes. Son quizás tan impacientes porque han esperado tanto tiempo a Godot y creen que por fin ha llegado. Es un error tan monumental como el de la propia espera. Godot no ha llegado (…) Solamente lo que debía madurar ha madurado. Habría madurado antes si lo hubiéramos sabido regar. Tenemos tan solo una tarea: transformar los frutos de esta cosecha en nuevos granos y regarlos con paciencia.” (Discurso en la Academia Francesa de Ciencias Morales y Políticas, 1992).
Václav Havel era un gran admirador de Esperando a Godot de Samuel Beckett. Para él simbolizaba la espera de la gente sin esperanza en la época del comunismo checoslovaco. Pensaban que algún día el régimen caería, aunque no sabían cómo, pero incluso los disidentes siguieron esperando a Godot aunque al mismo tiempo abrieran una brecha en la nave del sistema. Con todo, el escritor checo también nos recordó que en la democracia hay muchos votantes que siguen esperando a Godot. Ese Godot no llegará nunca. Ese tipo de espera eterna contribuye a debilitar a la sociedad civil.
“Sin ciudadanos libres y autónomos, y que se precien de serlo, no puede haber naciones libres e independientes. Sin paz interior, es decir, sin paz entre las ciudades y entre los ciudadanos y el Estado, no puede haber garantías de una paz exterior: un Estado que ignore la voluntad y los derechos de sus ciudadanos no puede ofrecer ninguna garantía de que respetará la voluntad y los derechos de otros pueblos, naciones y Estados.” (La anatomía de la reticencia, 1996).
Estas palabras suenan extrañas en un mundo en el que cada uno parece existir para sí mismo. Parecen escritas por un filósofo kantiano o por alguien que se ha tomado en serio la cita bíblica de que la paz es obra de la justicia. ¿Siguen siendo útiles, y sobre todo verdaderas, en un escenario mundial en el que parecen predominar los viejos esquemas geopolíticos, en el que la dimensión humana es arrinconada por las frías estadísticas y los mapas multicolores?
“Me parece que siempre que queremos intervenir contra un país en nombre de la protección de la vida humana necesitamos preguntarnos –aunque solo sea por un segundo y de forma subrepticia– si a fin de cuentas no se trata de una nueva versión de esa “ayuda fraterna”.” (Intervención en el congreso del Aspen Institute, Praga, 2002).
Queda expresada aquí la reticencia de Havel ante las intervenciones exteriores. Estaba conforme en que la tiranía de Sadam Hussein desapareciera, pero no pudo evitar que sus reflexiones le hicieran retroceder a la Checoslovaquia de 1968 invadida por los ejércitos del Pacto de Varsovia, un ejemplo de “ayuda fraterna” entre regímenes socialistas. Le sobrevino la duda de que si resultaba legítima la violación de la soberanía de un país en nombre de la imposición de unos valores éticamente superiores: ayer, los del socialismo; hoy, los de la democracia.