Sin reducir un ápice el peso del creciente sentimiento antinuclear que ha llevado al Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN, 2017), no hay más remedio que asumir que esos arsenales seguirán formando parte de nuestro mundo durante décadas. Por si hubiera alguna duda al respecto basta con recordar que Washington y Moscú están desarrollando los programas más ambiciosos de su historia para modernizar sus capacidades, contando con que, a partes iguales, entre ambos acumulan el 93% del total que atesoran las nueve potencias existentes. De igual modo, también podemos dar por hecho que la force de frappe francesa es, desde 1959, y será, por mucho tiempo, el máximo instrumento de disuasión en manos exclusivamente francesas en defensa de sus intereses vitales.
De ahí que convenga no despistarse con las recientes declaraciones del presidente Emmanuel Macron, interpretando equivocadamente sus palabras, como si París estuviera pensando en compartir el botón nuclear con los demás miembros de la Unión Europea (UE). Para calibrar mejor lo que Macron dijo el pasado día 7 en la Escuela Militar de París– resumido en la idea de que “los intereses vitales franceses tienen ya una dimensión europea” y que cabe pensar en una disuasión “concertada” a la que se “asocien” otros miembros de la UE- es preciso primero considerar las dinámicas que confluyen en el momento actual:
- Se hace cada vez más visible la desconfianza sobre el compromiso estadounidense de cobertura a sus aliados europeos de la OTAN. Aunque todos los mandatarios de la UE insisten en definir el vínculo trasatlántico como muy sólido y ninguno se atreve a plantear la necesidad o la conveniencia de moverse al margen de la OTAN, es cada vez más notorio que la mirada y el esfuerzo de Washington van en otras direcciones (China y Rusia).
- La presión para deshacerse de esas armas va en aumento y cada vez será más difícil frenar el proceso que ya inició Austria dentro de la Unión, en 2018, sumándose al TPAN.
- La Estrategia Global de la UE (2016) ambiciona lograr la “autonomía estratégica”, dotándose de los medios necesarios para responder a cualquier nivel de amenaza contra los intereses de la Unión, sin tener que depender del criterio y los medios de ningún actor externo (es decir, de EE UU). Pero actualmente el techo de ambición comunitario (incluso con la rejuvenecida PESCO) sigue marcado por Petersberg (1992), muy por debajo de esa ideal autonomía, y aunque hay armas nucleares estadounidenses en Alemania, Bélgica, Italia y Países Bajos (además de Turquía), no pueden ser considerados realmente como arsenales europeos.
- La carrera armamentística en el terreno nuclear es de una sofisticación y un coste que solo está al alcance de unos pocos. Y cuando Putin ya habla de armas hipersónicas nunca vistas, la exigencia para no perder el paso es aún más alta. Eso significa que, para una potencia media como Francia, asumir en solitario el coste de renovar su arsenal- estimado en unas 300 cabezas nucleares operativas para su uso por parte de los cazabombarderos estratégicos Rafale y los submarinos de la clase Triomphant (ya con los Barracuda a las puertas)- supone un auténtico reto en mitad de una crisis económica tan dura como la que estalló en 2008.
- La salida británica de la Unión deja a Francia como el único de los Veintisiete con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho de veto y con un arsenal nuclear propio. Momentáneamente, Alemania parece haber aminorado el paso como resultado de la ya anunciada salida de la escena política (en 2021 como tarde) de Angela Merkel.
Este cúmulo de circunstancias explican el creciente protagonismo de Macron, empeñado por igual en defender los intereses franceses y en aumentar su peso en la escena comunitaria. Y es que para quien ya viene apuntando maneras como líder europeísta desde su entrada en escena, en mayo de 2017, la ocasión actual es inmejorable. En algunas ocasiones cabría decir que, coloquialmente, se le ha calentado la boca; como cuando en noviembre pasado, en una entrevista al semanario The Economist, habló directamente de muerte cerebral de la OTAN y de “soberanía tecnológica y militar europea”, al tiempo que se refería, junto con Merkel, a unas fuerzas armadas europeas que parecían estar a la vuelta de la esquina. Y nada de eso, por desgracia, refleja la realidad de un conjunto de países demasiado lastrados aún por sus visiones nacionalistas, timoratos hasta la inoperancia en el terreno de la política exterior, de seguridad y defensa (véase Libia) y demasiado acostumbrados a recogerse bajo el paraguas de seguridad de Washington.
Por eso, poniendo nuevamente los pies en el suelo, lo que Macron dice ahora hay que entenderlo en clave nacional-comunitaria. En esencia, actualizando lo que anteriores inquilinos del Eliseo manifestaron en su día, ha vuelto a dejar claro que la mejor manera hoy de defender los intereses de Francia pasa invariablemente por potenciar a la Unión. Una Unión necesitada de una cultura estratégica común- y de ahí el ofrecimiento de una asociación y una concertación aún por definir-, que permita algún día salvar la brecha que todavía hay hoy entre europeístas, atlantistas y neutrales. Por supuesto, el gesto de Macron tiene un innegable aroma a grandeur revisitada; pero también lo tiene de llamada de atención a una Unión que corre el riesgo de la irrelevancia y la eterna subordinación al dictado de otros. ¿Hay alguien a la escucha?