En los años 80 y 90 del siglo pasado tuvo lugar el debate sobre la existencia o no de unos específicos valores asiáticos, cuyos grandes promotores fueron el fundador de Singapur, Lee Kuan Yew, y el primer ministro malasio Mahathir bin Mohamad. En mi opinión, el debate tenía dos derivadas principales. La primera era afirmar la superioridad de los valores asiáticos sobre los occidentales. Una suerte de revancha intelectual por la etapa del colonialismo, durante la que los asiáticos se vieron obligados a asumir, no pocas veces por la fuerza de las cañoneras, que Occidente era superior desde todos los puntos de vista. La segunda era más interesada: la democracia y los derechos humanos no son valores universales, sino que han de ser tamizados por los valores y principios de las distintas sociedades. Esta es la idea subyacente al Foro de la Democracia de Bali que promovió el presidente indonesio S.B. Yudhoyono, en que que países de todo el mundo se reunían para poner en común sus experiencias diversas con la democracia. También es la idea subyacente en “Has the West lost it?” del diplomático singapureño Kishore Mahbubani, uno de los participantes más inteligentes e iconoclastas en este debate. Mahbubani afirma que la democracia y los derechos humanos son valores occidentales que han sido asumidos, reinterpretados e incorporados por el resto de la Humanidad, con lo que Occidente ya no tiene su monopolio y ha perdido su derecho a impartir lecciones al respecto.
La no suficientemente denostada obra de Samuel Huntington, “El choque de civilizaciones”, venía a dar la razón a quienes afirmaban que Asia es diferente. Huntington niega la posibilidad de unos valores universales. La democracia y los derechos humanos occidentales han podido exportarse con más éxito a culturas que nos eran próximas. Culturas más ajenas, como la musulmana o la sínica, pueden, como mucho, incorporar estas ideas, pero pasándolas por su propio tamiz cultural y político. En el fondo lo que diría años después Mahbubani, pero con un toque pesimista: ni tan siquiera es seguro que otras civilizaciones vayan a incorporar a su estilo la democracia y los derechos humanos occidentales.
El debate sobre los valores asiáticos se apaciguó un tanto en la primera década del siglo XXI. Las espectaculares cifras de crecimiento económico de Asia-Pacífico y el auge de China permitían defender que Asia estaba como poco a la par de Occidente y no tenía porqué recibir lecciones civilizacionales de éste. Más tarde, la crisis de 2008, que apenas tocó a Asia, transmitió la imagen de que Occidente estaba en declive y, por consiguiente, no estaba en condiciones de dar lecciones a nadie.
Puede que Occidente ya no esté para dar muchas lecciones, pero sigue gozando de un poder blando considerable. Los cineastas asiáticos se mueren por ser nominados a los Óscars, Cannes o la Berlinale; el fútbol europeo arrasa; Gucci, Dior, Zara son sinónimo de lujo; un título académico conseguido en EEUU sigue comportando la idea de excelencia… China, con todo su auge innegable y a pesar de los Institutos Confucios que está abriendo en todo el mundo, no consigue que su poder blando esté a la par de su poderío económico y su influencia internacional. Aunque esto puede que esté empezando a cambiar.
El pasado mayo se celebró en Pekín la Conferencia sobre el Diálogo de las Civilizaciones Asiáticas a la que asistieron 1.352 participantes de 47 países asiáticos. El tema de la Conferencia eran los intercambios y el aprendizaje mutuo entre las civilizaciones asiáticas, y el establecimiento de una comunidad asiática con un futuro compartido. Estos ideales quedaron plasmados en el Consenso de Pekín, cuyo contenido es más etéreo que programático y cuya mayor virtualidad es su simbolismo.
El Consenso recuerda la antigüedad y el brillo de las civilizaciones asiáticas, y señala la necesidad de no descuidar el poder de la cultura y la civilización para afrontar los retos de nuestro tiempo. Aboga por reemplazar el sentimiento de superioridad por el respeto a la diversidad. El Consenso termina apostando por un diálogo intercivilizatorio más profundo y la promoción de la cooperación en áreas tales como la cultura, el turismo, la educación, los medios de comunicación, los think tanks, la sanidad y los intercambios no-gubernamentales. En resumen, el Consenso en sí no es más que otro de esos documentos llenos de buenas intenciones con los que a veces los Estados se dan palmaditas en el hombro con gesto de satisfacción.
Como sucede tan a menudo en Asia, para apreciar el valor de la Conferencia hay que leer entre líneas y tener en cuenta el contexto. La intención de celebrar esta Conferencia había sido anunciada por el presidente Xi Jinping en 2014 durante la cumbre de la Conferencia sobre la Interacción y las Medidas de Fomento de la Confianza en Asia (CICA), un foro propuesto inicialmente por Kazajstán y promovido por China, que busca convertirse en una suerte de OSCE asiática y asumir un protagonismo en el diálogo político y de seguridad que desplace a otros foros tales como la Cumbre de Asia Oriental. Xi Jinping propuso formalmente la celebración de la Conferencia durante el Foro de BOAO, el equivalente asiático al Foro de Davos, de 2015. Esto es, podemos verlo como la pata cultural, que estaba subdesarrollada, de una estrategia de ascenso geopolítico, que ya tenía una pata política y de seguridad y otra económica.
La Iniciativa de la Franja y de la Ruta sería la mejor manifestación de la pata económica y tal vez no sea casual que Xi Jinping la mencionase en su discurso inaugural, tras una mención a antiguas rutas comerciales como la Ruta de la Seda, la Ruta del Té o la de las Especias: “Hoy, la Iniciativa de la Franja y de la Ruta, junto con los Dos Corredores y una Franja, la Unión Económica Euroasiática y otras iniciativas, han expandido enormemente los intercambios entre civilizaciones y el aprendizaje mutuo.” La mención a la Unión Económica Euroasiática puede verse como un guiño a Rusia. La ausencia de países occidentales en la Conferencia, más allá de que estuviera justificada por su título, es toda una declaración de intenciones.
En resumen, la Conferencia puede verse como un intento por parte de China de desarrollar su poder blando y de dar un contenido cultural, que hasta ahora apenas había desarrollado, a su proyección geopolítica. La Conferencia puede verse también como un intento de relanzar el debate sobre los valores asiáticos y utilizar la cultura para crear un elemento más de cohesión entre los Estados asiáticos.