Las transformaciones tecnológicas de todo tipo, pero sobre todo la Inteligencia Artificial (IA), tan vinculada a la automatización, llevan a enormes capacidades de hacer cosas que antes no se podían hacer, o de hacer otras mejor, pero pueden producir –están produciendo– graves disrupciones en el mercado de trabajo, con consecuencias sociales. También la globalización ha sido, valga la redundancia, globalmente positiva, pero ha generado profundas alteraciones. Justamente para paliarlas, la UE puso en marcha a finales de 2006 un Fondo Europeo de Adaptación a la Globalización (FEAG), que, aunque modesto y cuestionado, puede marcar un camino a seguir en cuanto a medidas contra los efectos socialmente negativos de la digitalización. En las estrategias europeas (de la UE y de sus Estados miembros, la última ha sido la alemana) se podría empezar a considerar iniciativas de ese tipo, como un Fondo Europeo para el Ajuste a las Transformaciones Tecnológicas, o al menos un reset del anterior en este sentido para dar cobertura a estos procesos.
El FEAG se estableció para apoyar –con cofinanciación nacional– a los trabajadores que pierden su empleo como consecuencia de grandes cambios estructurales en las pautas del comercio mundial provocados por la globalización (cierre de grandes empresas, deslocalizaciones, etc.) o, a partir de 2009, por los efectos de la crisis económica y financiera mundial. Su objetivo central era ayudar a los que perdían el trabajo a reciclarse para nuevas ocupaciones remuneradas. Desde 2014 se han incluido también a autónomos, temporales y jóvenes sin estudios.
A diferencia de los Fondos Estructurales y de Inversión, el FEAG se centra en ayudas temporales de duración limitada y personalizada. El Marco Financiero Plurianual le destinó al principio (2007-2013) un tope anual de 500 millones de euros, y posteriormente de 150 millones anuales para el período 2014-2020, es decir, un 0,1% del presupuesto de la UE, que, a su vez, sólo representa un 1% del PIB de la Unión. En todo caso, es una cantidad pequeña comparada con los Fondos Estructurales y el Fondo Social. Entre 2007 y 2016 casi 150.000 personas –y casi 150 casos en unos 50 sectores– se habían beneficiado de él. España ha sido de los países que más provecho han sacado de este fondo, con 21 casos, aunque con una tasa de reinserción laboral que ha oscilado entre el 33% y el 55%, frente al 49% en el conjunto de la UE. La Comisión Europea propone que para 2021-2027 se aumente el FEAG a 1.600 millones de euros (poco comparado con 100.000 millones de euros para el Fondo Social en ese período), y se tomen en cuenta efectos de la digitalización y la automatización. Será parte de la estrategia europea en curso sobre Inteligencia Artificial.
Pese a la proliferación de estudios, no se sabe a ciencia cierta cuántos puestos de trabajo van a destruir y cuántos van a crear la digitalización y la automatización. Por ejemplo, el Foro Económico Mundial calcula que entre 2018 y 2022 la revolución tecnológica habrá destruido 76 millones de empleos en el mundo, pero habrá generado 133 millones nuevos. Para el McKinsey Global Institute no se trata tanto de empleos, sino de que un 60% de ellos pueden ver automatizado un 30% de sus contenidos o actividad. Incluso así, se plantea un problema de transición, pues lo que pierden su empleo o lo ven transformarse de la mano de la tecnología no estarán capacitados para asumir uno nuevo de nivel o ingresos equivalentes. Se necesitarán poner en marcha procesos de formación (reskilling) acelerada, y no sólo para los que pierdan el empleo sino también para los que pretendan conservarlo. El Foro, en un reciente informe, calcula que para 2022, no menos de un 54% de todos los empleados necesitarán reciclarse y sobreciclarse (upskilling) en términos de una formación permanente a la que todo el mundo habrá de dedicar 101 días de su tiempo al año. Esto requiere una nueva organización social, empresarial y educativa, para la que será necesaria una mucho más intensa colaboración público-privada. Un fondo de ese tipo, o como propone la Comisión una potenciación del FEAG, podría ser un catalizador y ayudar a poner una dinámica a escala europea y en todos los Estados miembros.
Un informe del think-tank Bruegel proponía cambiar el nombre a Fondo Europeo de Ajuste y recomendaba mejoras en el FEAG: un monitoreo más estricto basado en datos que aún son insuficientes y una revisión de las reglas de sus programas que actualmente se centran en criterios restrictivos –al menos 500 trabajadores despedidos en al menos cuatro meses, o más en caso de reagrupación por Pymes, o que tengan un impacto marcado en el empleo nacional, regional o local–.
La Confederación Europea de Sindicatos (CES) ha insistido en la necesidad de una mejor coordinación, o integración, de todos los fondos existentes, y una mayor participación de los interlocutores sociales en su gestión. En todo caso, la CES se está ocupando cada vez más del impacto de las transformaciones tecnológicas.
En todo caso, con un nuevo fondo o reformando los existentes, es necesario que la UE y los Estados miembros entren más a potenciar los efectos positivos y paliar los negativos de la Cuarta Revolución Industrial, en lo que el Foro que se reúne estos días en Davos llama la Globalización 4.0. El FEAG –modesto, pero por algo se empieza– ha tenido una visibilidad política baja, pero que podría aumentar si amplía su alcance a la revolución tecnológica. Un tema para las próximas elecciones europeas, aunque, por desgracia y previsiblemente, tratarán más de causas que de soluciones.