Internet y la World Wide Web (WWW), la Red, nacieron casi como una utopía, al menos cuando desbordó sus orígenes militares y académicos y se abrió al gran público. Casi 30 años después, la explosión de conectividad, información y transparencia se ha visto ensombrecida por diversos aspectos preocupantes, incluso distópicos, como el control, la manipulación y las noticias falsas, o las desigualdades que conlleva, entre otros. El inventor de la WWW, el británico Tim Berners-Lee, quiere corregirlos para garantizar que la Red siga libre y abierta. Para ello propone un “Contrato para la Web” cuyo esqueleto de principios presentó en el reciente Web Summit en Lisboa, y que espera esté listo para marzo de 2019, cuando se calcula que por vez primera más de la mitad de la población mundial esté conectada a la Red, aunque de forma muy desigual.
La Red no lo es todo en comunicación. Hay ya en el mundo más usuarios de teléfonos móviles que de la web. Se calcula que en torno al 65% de la población mundial, y cuando la web llegue a un 50% de usuarios en 2019, los propietarios de los móviles serán 4.680 millones de personas (de una población global de 7.700 millones). Es decir, que estos aparatos han llevado a una revolución en comunicaciones más rápida y de mayor alcance social que Internet (a la que se conectan los teléfonos inteligentes de los que dispondrán un 38% de la población en 2019, cuando sólo eran el 10% en 2011).
Un interesante informe de la World Wide Web Foundation, que preside Berners-Lee, apunta a algunos problemas con la web, que se pueden corregir si se actúa a tiempo. Uno es su dominio por algunas empresas gigantescas (estadounidenses). Más del 90% de las búsquedas pasan a través de Google; más de la mitad de los servicios en nube son de Amazon; y Facebook dice tener 2.200 millones de usuarios mensuales activos. “La responsabilidad que pesa sobre los hombros de estas empresas y otras como éstas difícilmente podría ser mayor”, señala el informe. El fundador de la web se había declarado anteriormente partidario de trocear estas empresas si sus rivales no podían competir, para reducir su influencia y evitar su gigantismo monopolístico.
La Fundación WWW apunta también a la desigualdad en el acceso: el 80% de los europeos están en línea, frente a un 22% de los africanos, brecha que también responde a diferencias en la carestía de estas conexiones, que hay que abaratar. Algunos estudios señalan que 2.000 millones de personas viven en lugares en los que el acceso a internet es prohibitivo. Otro problema es la brecha de género en la web: en 2018 los hombres tienen un 33% más de acceso a Internet que las mujeres. También pesan los ataques a la neutralidad de la Red pues, según este punto de vista, es necesario que se trate sin discriminaciones todo el tráfico que lleva. En el terreno distópico está el control que ejercen diversos gobiernos sobre sus ciudadanos a través de Internet, especialmente en China, pero también, apunta el informe, en EEUU, el Reino Unido, Corea del Norte, Turquía, Etiopía y México, entre otros.
La confianza en la Red se está resquebrajando. Así, en EEUU una encuesta del Centro Pew recoge una marcada reducción en el número de personas que consideran que Internet ha sido “algo bueno para la sociedad”. Muchas empresas han empezado a preocuparse por estas y otras percepciones negativas de la revolución tecnológica.
Para intentar rectificar lo que considera una mala orientación de la web, Berners-Lee propone un nuevo Contrato en el que tendrían responsabilidades los gobiernos, las empresas y los ciudadanos. Los gobiernos asegurando que todo el mundo pueda conectarse a Internet, que todo la Red esté disponible todo el tiempo y que se respete el derecho fundamental de la gente a la privacidad; las empresas, haciendo Internet asequible y accesible a todos, respetando la privacidad y los datos personales de los consumidores, y desarrollando tecnologías que “apoyen lo mejor en la humanidad y desafíen lo peor, para asegurar que la web sea un bien público que pone a las personas en primer lugar”; y los ciudadanos serán creadores y colaboradores en la web, construirán comunidades fuertes que respeten el discurso civil y la dignidad humana (¿pero, desde el anonimato?), y lucharán para que la web siga siendo un recurso público global.
Unas 60 empresas han suscrito la idea de este Contrato, entre ellas Google y Facebook. De momento esos principios son enunciados para lo que Berners-Lee llama también una “Carta Magna” para la web. Falta no sólo completar y precisar su definición, sino, sobre todo, indicar cómo lograr que se apliquen. Esto último es mucho más difícil que ponerse de acuerdo sobre un catálogo de buenas intenciones, cuyo mayor mérito es llamar la atención sobre una preocupante situación de una web que ya es parte de nuestro ser, aunque a menudo no seamos conscientes de que estamos conectados.