Se ha repetido hasta la saciedad que la VII Cumbre de las Américas era una Cumbre histórica. Y en efecto lo fue, básicamente, porque en ella se produjo la escenificación del acercamiento diplomático entre Cuba y EEUU tras la profunda brecha abierta después de la Revolución Cubana. Tal como se preveía, el tema marcó no sólo la agenda informativa, sino también atrajo la atención de la mayoría de los mandatarios intervinientes.
En lo relativo a esta cuestión se cumplieron buena parte de los vaticinios, incluyendo el apretón de manos, la reunión bilateral entre Barack Obama y Raúl Castro o los anuncios cargados de esperanza, como la inminente eliminación de Cuba de la lista de naciones que apoya el terrorismo o la pronta reapertura de embajadas en La Habana y Washington.
También quedó claro en la Cumbre que el acercamiento diplomático no elimina todas las dificultades de la agenda bilateral. Ahí queda para el próximo Congreso de EEUU la eliminación del embargo. Tampoco convierte a Cuba en un país democrático. Mientras Raúl Castro defendió enfáticamente los logros de la Revolución, y apostó por mantenerlos, Obama insistió en su derecho a hablar de derechos humanos y libertad de prensa. Pese a ello no estamos, de ninguna manera, frente a un diálogo de sordos, sólo son guiños para sus seguidores (u oponentes) más recalcitrantes.
Lo ocurrido en la Cumbre de la Sociedad Civil y en otros foros paralelos, con las descalificaciones oficiales a los representantes de la oposición cubana, acusada de mercenaria y proimperialista, refleja las dificultades de un régimen como el cubano para aceptar con normalidad la presencia de voces disidentes. Esto no obsta, sin embargo, para apuntar que la dinámica impuesta por la iniciativa de Obama tiene la fuerza suficiente como para tener profundas repercusiones en la sociedad cubana. La divulgación de los resultados de una reciente encuesta así lo prueban.
Cuba también participó en la Cumbre Empresarial. En ella, el ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera, Rodrigo Malmierca, estimó en USD 2.500 millones anuales, la inversión necesaria para “estimular un crecimiento que devenga en desarrollo, prosperidad y sustentabilidad” del proyecto “socialista”. Curiosa paradoja, ya que se apela a la inversión capitalista para garantizar la sostenibilidad de un proyecto socialista. Sin embargo, dicha paradoja refiere de modo indiscutible a la constatación del gobierno cubano del fin del período dorado de su alianza con la Venezuela bolivariana.
Si Cuba era un centro de atención informativo en torno a la Cumbre, Venezuela, aunque con menos fuerza, era el otro gran tema. Las dudas descansaban sobre la mayor o menor virulencia de la respuesta de Nicolás Maduro a la orden ejecutiva de Obama, que sancionó a siete altos cargos del gobierno venezolano. Y también por la posible reacción de los aliados más próximos de Venezuela, como Bolivia, Ecuador, Nicaragua o la Argentina kirchnerista, una reacción que, por cierto, no defraudó a las expectativas.
Muy a su pesar Maduro debió saber antes y durante la Cumbre que los años de gloria de la política exterior venezolana han comenzado a declinar. La deferencia que lograba Chávez, incluso de quienes no estaban de acuerdo con él, es incapaz de retenerla Maduro. Un caso muy significativo es el de Ollanta Humala, presidente del Perú, que durante su intervención no mencionó la cuestión venezolana, pese a la postura de Unasur. No se trató solamente de que Venezuela, en medio de su crítica situación, es incapaz de encandilar a nadie vendiéndose como modelo, sino que la jugada de Cuba y EEUU tiene tal capacidad de atracción que opaca a otras cuestiones. Esto explicaría una mayor predisposición al diálogo que la mostrada en oportunidades anteriores.
Las negociaciones con Cuba ya están favoreciendo la recomposición de la presencia de EEUU en América Latina. A diferencia de la segunda mitad del siglo XX, cuando EEUU tenía una política global para la región, hoy su gobierno debe apostar por políticas bilaterales o subregionales capaces de incidir en un medio caracterizado por una fuerte fragmentación. Pero eso no obsta para que aumente su influencia en el Caribe y América Central o que recomponga una relación muy deteriorada con Brasil. Otra cosa son los países del ALBA más Argentina. Con ellos se intentará mantener una relación lo más cordial posible pero no se avanzará en el diálogo hasta que no haya, por la otra parte, una disposición manifiesta al diálogo.
Así como desde un punto de vista económico asistimos a un nuevo ciclo, dado el fin del “viento de cola” que impulsaban los altos precios de las commodities, se puede decir que ocurre algo similar en las relaciones hemisféricas y latinoamericanas. Las constantes alusiones al proceso de paz en Colombia, impensables no hace mucho tiempo, así lo atestiguan. Con toda probabilidad la economía y las relaciones internacionales comienzan a vaticinar nuevos cambios que ya se avizoran en la política.