Si algo caracterizó las recientes elecciones mexicanas fue la normalidad. La conclusión es más relevante a la vista de las numerosas lecturas catastrofistas previas, que tiñeron de temor los futuribles sobre el proceso electoral. Los miedos oscilaban entre un recrudecimiento de los brotes de violencia, que se habían cobrado la vida de algunos candidatos, y una gran aceptación de ciertas campañas de anulación del voto, presentadas con el sencillo argumento de ser clara expresión democrática frente a la corrupción o la inacción de los partidos tradicionales. Finalmente nada de esto se produjo y los agoreros cantos de sirena no fueron escuchados por la mayoría, a tal punto que la participación rozó el 48%, la mayor en comicios de medio término desde finales del siglo XX.
Si bien en la mañana del domingo electoral determinados grupos intentaron cerrar algunas “casillas” (mesas electorales) y quemaron urnas como señal de protesta, en un país con la extensión de México y su potencial demográfico, lo ocurrido puede verse como la suma de hechos aislados y concentrados en muy pocos estados. Las acciones de mayor repercusión las protagonizaron quienes se presentaban como padres y parientes de los 43 normalistas en su legítimo reclamo de justicia frente a la inacción gubernamental. Sin embargo, un comportamiento tan claramente antidemocrático no puede justificarse ni con éste ni con otros argumentos similares.
Es obvio que el análisis de los resultados no sólo debe incluir lo ocurrido en las elecciones parlamentarias, sino también contemplar los estados que debían renovar sus gobernadores. Mientras en el plano federal el PRI y sus aliados, comenzando por el Partido Verde, pudieron revalidar la mayoría que les permitirá gobernar con cierta holgura en la segunda mitad del sexenio, en los estados ocurrieron algunas cosas interesantes, comenzando por el peso de la alternancia. También requiere mayor análisis lo ocurrido en cada uno de los grandes partidos y sus repercusiones respecto a las presidenciales de 2018.
En muchas gobernaciones donde había grandes sospechas de corrupción o vínculos con el narcotráfico y el crimen organizado, los ciudadanos votaron para desalojar a quienes ocupaban el poder y facilitar la alternancia. El caso más llamativo fue el de Nuevo León, donde el candidato independiente, Jaime Rodríguez Calderón, “El Bronco” se hizo con la gobernación a costa del PRI. La alternancia también fue posible en Guerrero, donde el PRI reemplazó al PRD. En este estado, uno de los más violentos del país, se produjo la desaparición de los 43 de Ayotzinapa. En Michoacán, el PRI fue reemplazado por el PRD y en Sonora, el PAN perdió frente al PRI.
Más allá de sus dificultades, el partido gobernante y sus aliados pudieron revalidar sus posiciones en el parlamento federal. Con la mayoría obtenida, el PRI tendrá la fuerza suficiente para aprobar los presupuestos e impulsar nuevas medidas. Sin embargo, perdido el impulso reformista de los primeros años de gobierno habrá que ver si Enrique Peña Nieto recupera la iniciativa política que caracterizó los primeros años de su gobierno, cuando el Pacto por México permitía ganar aliados a izquierda y derecha. La otra incógnita que presidirá la vuelta del PRI al gobierno es la forma en que se elegirá al candidato para 2018: ¿cuánto tendrá que decir el presidente y cuánto las estructuras partidarias?
La carrera presidencial también afectará a los otros dos partidos “tradicionales”, sumidos en cruentas batallas internas. Si quieren mejorar sus posiciones de cara al nuevo sexenio tanto el PAN como el PRD deben poner en orden sus propias estructuras. Otra cosa es Morena, el nuevo y personalista proyecto político de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que ya ha comenzado a maniobrar de cara a 2018. Si bien en todo el país Morena obtuvo menos votos que el PRD, en el estratégico Distrito Federal (DF) si derrotó a su antiguo partido. De cómo evolucionen las cosas en los próximos meses dependerá de si asistimos a una tercera candidatura de AMLO, aunque lo más probable es que así sea.
Hay otros dos hechos importantes que marcaron esta elección. El primero, como consecuencia de la reforma política de 2014, el estreno de las candidaturas independientes, al margen de las estructuras partidarias integradas en el sistema. El debut se produjo con bastante éxito, como se vio en Nuevo León, pero también con el triunfo de Manuel Clouthier Carrillo, electo diputado federal en el estado de Sinaloa. Algo similar ocurrió en la elección de algún alcalde o diputados regionales. El segundo, el exitoso estreno del INE (Instituto Nacional Electoral), el organismo que ha reemplazado al IFE (Instituto Federal Electoral), después de las duras críticas recibidas en 2012. De este modo el INE, como lo fue el IFE en su momento, se puede constituir en una de las mayores garantías que tienen los ciudadanos mexicanos del funcionamiento y la transparencia de su proceso electoral.