Ha llegado la hora de la verdad: la Unión Europea y Mercosur han de pasar de las buenas palabras –trufadas de desconfianza– a la acción, poniendo sobre la mesa, de forma simultánea, sus respectivas propuestas –sin duda, distintas y distantes- para, desde ese punto de partida, negociar, con amplitud de miras y ambición política, un Acuerdo de Asociación. Si la negociación sobre esas propuestas fracasa, difícilmente habrá una tercera oportunidad. Sería entonces el momento de contemplar otras opciones.
En mayo de 2010, en Madrid, La Unión Europea y Mercosur decidieron que se daban las condiciones para reabrir las negociaciones, abruptamente interrumpidas en 2004. Año y medio después, se ha instalado el escepticismo sobre la viabilidad de un acuerdo. Si la voluntad y el liderazgo políticos demostrados hace año y medio se han evaporado, los dirigentes tienen el deber de decirlo y de explicarlo.
Si no es así, nada de lo que ha sucedido desde entonces justificaría dar por muerta una negociación que no ha llegado a abordar las cuestiones más complejas y sustanciales (de hecho, hay ya un amplio acuerdo en los temas políticos y de cooperación). Si la negociación se extingue prematuramente, antes de presentar propuestas, estaríamos ante un lamentable fracaso por abandono.
Hay quienes, en la UE, dicen que no es posible negociar cuando la Unión y Argentina están enzarzadas en una guerra comercial, con demandas mutuas ante la OMC. Las trabas del Gobierno argentino a las importaciones o la confiscación del 51% de las acciones de Repsol en YPF debieran llevar a la UE –se dice- a abandonar la negociación. Se propone así que, por la actitud presente de uno de los miembros del bloque, la UE renuncie sin más a un acuerdo futuro, de gran trascendencia política y económica, con Mercosur, del que Brasil representa el 75%.
Indudablemente, el clima sería más constructivo sin estas controversias –que se dan también dentro de Mercosur- que dificultan un buen entendimiento, pero la ausencia de reglas compartidas siempre será peor que la existencia de un marco jurídico aceptado por todos, incluyendo a los nuevos socios del Mercosur. Las prácticas de Argentina son un serio obstáculo para una plena relación con la UE –ya lo eran en 2010 con las trabas en alimentos-, pero no puede decirse que lo sean para negociar un acuerdo con el Mercosur, cuyos otros miembros no se sientes partícipes, sino víctimas de la política comercial de su socio argentino. Póngase, por tanto, a prueba la voluntad de acuerdo del Mercosur y, sobre todo, la voluntad y el liderazgo de Brasil; también, demostremos esa misma determinación y compromiso por parte europea, donde la Comisión cuenta con un mandato que le da margen de maniobra para negociar en nombre de la EU, en cuyo Consejo ya no hay derecho de veto.
Conviene recordar que estamos hablando de un acuerdo del que nacería, por ejemplo, la mayor zona de libre comercio del mundo, con dos socios que ya tienen una relación cultural y política estrecha. En el ámbito económico, la UE es el primer socio comercial y el mayor inversor en el Mercosur. Los estudios de impacto realizados muestran tanto los sectores sensibles como el efecto positivo que tendría el acuerdo para el el conjunto del Mercosur y de la UE.
En octubre, los negociadores de ambos bloques reiteraban su compromiso de “avanzar hacia un acuerdo amplio, equilibrado y ambicioso”. ¿Qué significado encierran esas palabras? La expresión acuerdo amplio hace referencia a su propia naturaleza: el acuerdo ha de integrar tres dimensiones o pilares: diálogo político UE-Mercosur; Cooperación y Acuerdo de Libre Comercio (incluyendo servicios, inversiones, compras gubernamentales, etc.).
El adjetivo equibrado, refiere a todas las dimensiones del Acuerdo. En lo político, ambas partes han de estar –como no podría ser de otro modo- en pie de igualdad-. Si lo anterior es objetivable, no es tan sencillo en la dimensión económico-comercial. La asimetría cualitativa y la complementariedad entre las economías de Mercosur y de la UE, que refuerzan la relevancia y el atractivo del acuerdo, configuran también un esquema complejo de negociación. Naturalmente, sólo habrá acuerdo si éste es considerado por todos como mutuamente beneficioso y, por tanto, equilibrado. Ese equilibrio incluirá, previsiblemente, la aceptación de excepciones en sectores especialmente sensibles (limitaciones de cupos, períodos transitorios, etc…): eso es lo que tendría que negociarse a partir de la presentación de las propuestas.
Finalmente, el acuerdo debe ser necesariamente ambicioso. Algunos cuantifican esa ambición en un porcentaje de desarme arancelario, sin tener en cuenta el valor singular y excepcional que puede representar el acuerdo, tanto en términos políticos –y geopolíticos- como económicos. La negociación entre la UE e India está haciendo que se suavicen algunos dogmas esgrimidos por una parte de la burocracia comunitaria. Dicho esto, el Acuerdo, para que tenga sentido, ha de ser ambicioso; es de gran importancia que así lo proclamen ambas partes, pero no lo es menos el que sea creíble esa ambición.
Esos son los tres elementos que deben presidir el acuerdo; una tarea compleja, pero en modo alguno imposible. Dar por terminadas las negociaciones antes de conocer y discutir las propuestas supondría, en la práctica, un fracaso y un desencuentro políticos entre los países de Mercosur y la Unión Europea. Es precisamente sobre la voluntad política –o su ausencia-, no sobre diferencias concretas, que se basa el pesimismo de la mayor parte de los analistas.
Queda poco tiempo: a finales de enero, la Cumbre UE-Brasil será una buena ocasión para saber si existe en la Unión Europea y en Brasil una genuino deseo de avanzar en la negociación de un acuerdo; días después, en Chile, los Ministros de Exteriores de la UE y del Mercosur (presidido por un Uruguay fuertemente comprometido), tendrán la palabra: o avanzar, presentando las respectivas propuestas o decretar el abandono prematuro de una negociación que, no lo olvidemos, se reabrió en Madrid por un fuerte impulso político de España y Argentina.
Un nuevo fracaso llevaría el foco del interés europeo hacia otras áreas (India, Japón, EEUU), al tiempo que la UE buscaría un hoy improbable acuerdo extra-Mercosur con Brasil. En todo caso, ello evidenciaría también que Mercosur no le sirve a Brasil para cumplir su ambición de ejercer plenamente como potencia global, lo que pondría en cuestión la utilidad del bloque más allá del limitado juego regional. Tarde o temprano, Brasil y la UE acabarán encontrándose; si es con Mercosur, mucho mejor para Brasil, para sus socios y para Europa.