Un tiempo atrás, la Comisión Europea presentó cinco escenarios sobre el futuro de Europa: (1) seguir igual; (2) limitarse al Mercado Único; (3) que los que deseen hacer más, hagan más entre ellos; (4) hacer menos pero de forma más eficiente; y (5) hacer mucho más conjuntamente. Parecía que el que más posibilidades tenía era el (3), el de la geometría variable o de la Europa a varias velocidades (que no son lo mismo). Aunque en septiembre, en su discurso sobre el estado de la Unión, su presidente Jean Claude Juncker, pareció optar por el avance todos a una, en lo que calificó de su “sexto escenario”, que incluía la igualdad entre ciudadanos y los valores compartidos. El paso histórico que se acaba de dar en materia de defensa –que el Consejo Europeo ha de consagrar en diciembre– indica que Europa prefiere avanzar en orden cerrado en los nuevos ámbitos, además de la base general de la Unión. Todos, o casi todos, prefieren estar en todo lo que puedan.
De un total de 28 Estados miembros (27 si se descuenta el Reino Unido, en proceso de salida), 23 se han sumado a la llamada Cooperación Reforzada Permanente, la PESCO en sus siglas y jerga en inglés, en materia de defensa. Posiblemente se unirán dos más –Portugal e Irlanda– cuando resuelvan algunos problemas internos. Sólo Reino Unido, Dinamarca y Malta se quedan fuera. Unos lo hacen por convencimiento, y otros, como Pascal ante la duda sobre la existencia de Dios, por si acaso. Cabe recordar que el otro gran proyecto variable, el de la Unión Económica y Monetaria, no es minoritario. No se puede decir que lo integre un núcleo exclusivo, cuando cuenta con 19 integrantes (y Juncker propuso que se ampliase a todos los comprometidos a ello). En la Europa sin fronteras de Schengen están también casi todos, e incluso algunos que no pertenecen a la UE, como Suiza y Noruega.
En materia de defensa, ha habido una confrontación de enfoques entre sus dos principales impulsores, Francia y Alemania, que responde a diferentes intereses y distintas ideas de Europa. Francia quería profundizar lo más posible entre un reducido grupo de países en torno a las fuerzas francesas para poder lanzar operaciones conjuntas, y en torno a su industria. Alemania, que mira cómo se está descomponiendo la UE en su Este, impulsaba una membrecía amplia para que sus vecinos se sintieran parte de la comunidad, ahora llamada unión. La primera vez que se ha puesto en marcha una PESCO se ha hecho, pues, de forma inclusiva, no exclusiva.
Aunque el proyecto es anterior –de hecho, se remonta como poco a hace 10 años con el Tratado de Unión Europea–, el proceso en el terreno de la defensa, el despertar de la llamada “bella durmiente” aunque no llegue a una Unión de Defensa, lo ha facilitado el Brexit y Trump, junto a la necesidad de luchar conjuntamente contra el terrorismo yihadista, potenciar la ciberseguridad y afrontar las amenazas híbridas. Londres siempre había puesto palos en las ruedas de los avances en este campo, pues quería preservar a todo precio la prevalencia de la OTAN (que no está realmente en juego) y la relación con EEUU. El factor Trump también ha influido, porque el retraimiento que impulsa de EEUU, que empezó con Obama, y sus dudas sobre la OTAN, han dado un nuevo valor a la defensa europea. También la propia presión de Trump para que los europeos hagan más por su propia defensa. Gastan la mitad que EEUU, pero consiguen sólo un 15% de su eficiencia. Las fuerzas armadas europeas necesitan de más y sobre todo mejor gasto, de una mayor interoperabilidad. Con esta PESCO, los 23 asumen compromisos concretos al respecto. Ya antes la Comisión Europea había lanzado un Fondo Europeo de Defensa, de 5.500 millones de euros anuales para incentivar la cooperación industrial en este terreno. No hay mutualización de la deuda en la Unión Monetaria, pero puede empezar a haber una cierta mutualización de la defensa europea.
Lo que esto indica es que la idea de núcleos o de una vanguardia que tire de los demás con una mayor integración, o de una geometría variable, no logra plasmarse. Aunque sí corresponde a los grandes (Francia y Alemania, apoyados por España e Italia) y a las instituciones, estar detrás de los grandes impulsos, y evitar que, una vez que salgan los británicos, no los reemplacen otros en su labor de freno al proceso de integración (polacos o húngaros, por ejemplo). También es verdad que si la defensa no se hubiera planteado en un principio como una cooperación entre unos pocos, no habría acabo por atraer a unos muchos.
Cuando con Emmanuel Macron Francia se recuperaba y planteaba un discurso de avance decido de la integración europea, las elecciones alemanas han venido a frenar a Berlín, justo cuando Angela Merkel estaba en su cénit y había dirigido la UE durante la crisis. Ahora Merkel tiene difícil llegar a un acuerdo de coalición con los liberales –poco dados a profundizar en la Unión Monetaria sobre todo si hay que comprometer fondos o garantías y que han decidido salirse de las negociaciones para formar gobierno–, y los verdes –más pacifistas y resistentes a gastar en defensa– y replantear su propuesta para esa Europa que asoma. Aunque, como se ha visto con la PESCO en defensa, Merkel ha logrado ya evitar que nadie que quiera participar se quede atrás. El ejercicio de los escenarios habrá sido útil, pues puso sobre la mesa futuribles que podían ocurrir, y que algunos querían evitar. Pese a todo, aún hay grandes diferencias sobre lo que debe ser esta Europa y en qué y a qué velocidad, o velocidades, debe avanzar.