Ucrania fue el centro de atención del consejo de ministros de asuntos exteriores de la OTAN, reunidos en Bruselas el 1 y 2 de abril. Sin embargo, el comunicado ministerial no ha tenido demasiado eco, seguramente porque las posturas y decisiones asumidas se ajustan a los parámetros habituales de la relación entre Ucrania y la Alianza. Quien lea despacio los pocos novedosos párrafos del comunicado y de la declaración de la Comisión OTAN-Ucrania, debería recordar esta explícita referencia de Obama, en su discurso de Bruselas del 26 de marzo, a la crisis ucraniana:
“Es evidente que Ucrania no es miembro de la OTAN, en parte por su próxima y compleja relación con Rusia. Tampoco Rusia será desalojada de Crimea, o contenida, por medio de una escalada de la fuerza militar”.
Ni integración de Ucrania en la OTAN ni uso de la fuerza frente a Rusia, sin dejar de condenar la violación de la soberanía e integridad territorial ucranianas y no reconocer la anexión de Crimea.
Una vez más, la OTAN ha condenado la violación de la soberanía e integridad territorial de Ucrania y no reconoce la anexión rusa de Crimea, aunque su respuesta a la amenaza rusa no se aparta del contenido de la Carta para una Asociación Distintiva con Ucrania (1997): programas de cooperación militar y de reformas en el sector de la seguridad, si bien ahora se completará con un aumento del personal en la oficina de enlace de la OTAN en Kiev y con otras medidas reforzadoras de la capacidad ucraniana para garantizar su propia seguridad. Este enfoque de seguridad cooperativa se completa con un apoyo al proceso político, que debe reflejar los valores democráticos, el respeto a las minorías y el imperio de la ley. Atrás queda la promesa hecha a Ucrania, junto a Georgia, en la Cumbre de Bucarest (2008) de apoyar su candidatura a la OTAN, si bien la Cumbre de Lisboa (2010) descartó esa posibilidad porque el parlamento ucraniano, dominado por el partido del presidente Yanukovich, había aprobado poco antes la neutralidad de Ucrania.
Por los demás, los aliados occidentales no han usado en ningún momento, como forma de presión contra Rusia, una eventual candidatura de Ucrania. Tampoco Kiev la ha solicitado no solo por la necesidad de una nueva votación parlamentaria sino también para no provocar a Rusia y distanciarse en estos cruciales momentos de una parte del electorado, el del este y sur del país, poco proclive a esa eventualidad. No por esto Ucrania dejará de participar en maniobras de la OTAN, algo previsto en el Partnership for Peace suscrito hace dos décadas por Kiev.
Del análisis anterior podemos inferir que es un tanto optimista la opinión de que la OTAN habría cobrado un mayor sentido con la crisis de Ucrania, y que habría recuperado su tradicional función de seguridad colectiva frente al actual predominio de la seguridad cooperativa y de las misiones de fuera del área del tratado. El principal test de la seguridad colectiva pasa no solo por la defensa sino además por la capacidad de ampliación de la Alianza, pero ésta parece haber tocado fondo hace tiempo. Es muy probable que en la próxima Cumbre de Gales (septiembre de 2014), la OTAN no alcance la unanimidad necesaria más que para admitir a Montenegro. El interés por la Alianza ha crecido en los últimos años en las neutrales Suecia y Finlandia, aunque no hasta el punto de sacrificar su estatus. Respecto a Georgia y Ucrania, la presencia militar rusa en los territorios perdidos de Abjasia, Osetia del sur y Crimea es un obstáculo que pesa en la decisión de los aliados, empezando por Washington.
La respuesta atenuada de la OTAN en el comunicado ministerial es extensiva tanto a Ucrania como a Rusia. En el párrafo 6 se aprueba la suspensión de la cooperación práctica civil y militar de la Alianza con Rusia, pero, a diferencia de sucedido tras la guerra de Georgia de 2008, no se suspende el diálogo político en el Consejo OTAN-Rusia. De hecho, diálogo político, y diálogo directo, es el que están practicando Washington y Moscú, mucho más sustancioso que el ejercido por la OTAN o la UE. La Administración Obama necesita de la cooperación con Rusia en Afganistán, Siria o Irán, que son algunos de los problemas que la distraen del escenario asiático al que desea dar prioridad. También la aleja del mismo objetivo un aumento de la tensión en Europa. De ahí el interés por estabilizar progresivamente la crisis ucraniana. Para conseguirlo no es necesario reconocer la soberanía rusa en Crimea, del mismo modo que tampoco se ha reconocido la independencia de las dos repúblicas georgianas. Además Moscú dispone de otros instrumentos para doblegar las tentaciones atlantistas de Ucrania: el gas natural y la federalización del país.