Todavía habrá que esperar unos días para que se confirme lo que las encuestas a pie de urna adelantaban al cierre de los colegios electorales en Ucrania; pero todo indica que el tándem Poroshenko-Yatseniu seguirá pilotando por un tiempo la política nacional. Con un limitado porcentaje de votos escrutados en las listas de partidos (de los que deben salir 225 diputados) y sin que haya comenzado tan siquiera el recuento de los votos uninominales (que determinarán la otra mitad de la Rada Suprema), puede darse por hecho que ambos (sumando en torno al 45% del total de votos emitidos), con el previsible añadido de Autoayuda (nuevo en la escena política, de la mano de jóvenes activistas del Euromaidan), conformarán un gabinete netamente proeuropeo.
En el capítulo de las novedades, e incluso las sorpresas, cabe destacar que no habrá más de siete partidos en la Rada, frente a los 20 actuales; lo que en principio debería facilitar la gestión del gobierno. Más aún si se tiene en cuenta la acusada caída del partido Batkivshina (de Yulia Timoshenko), que apenas ha logrado superar la barrera del 5% de los votos para garantizar su presencia en el parlamento. Una barrera que no han logrado traspasar el partido comunista- lo que lo convierte por primera vez desde la independencia ucrania en 1991 en grupo extraparlamentario-, ni el ultraderechista Sector Derecha (tan activo en el Euromaidan). En todo caso, todo indica que el frente prorruso– capitaneado por el Bloque Opositor en el que han confluido los partidarios del defenestrado Yanukovich- seguirá gozando de una significativa representación, sin olvidar que también el populista Partido Radical puede sumar sus fuerzas a la crítica contra unos gobernantes que percibe como débiles en su gestión de la rebelión del Donbas. Queda por ver si también el nacionalista radical Svoboda logra algún escaño.
Esa rebelión es, precisamente, el más inmediato y peliagudo reto para Poroshenko-Yatseniu. Y no solo porque su propia legitimidad queda tocada en la medida en que buena parte de los habitantes de la principal base industrial del país no han podido participar en los comicios (casi dos millones de votantes; a los que también cabría sumar los casi tres millones que no lo han hecho en la península de Crimea, hoy anexionada por Rusia), sino también porque todavía queda por ver cómo va a actuar Kiev ante el desafío que suponen las elecciones que los rebeldes pretenden celebrar el próximo 2 de noviembre. Desde el punto de vista militar se ha llegado a un punto de bloqueo que no augura una inmediata recuperación de la soberanía nacional en el Donbas, sino más bien una situación que permite a Moscú seguir alimentando a sus aliados locales a través de una frontera común que las fuerzas leales a Kiev no logran impermeabilizar. En esas circunstancias, más que la reanudación de los combates a gran escala, lo previsible es la conversión del contencioso en un conflicto larvado que le permita a Moscú presionar a Kiev en defensa de sus propios intereses para evitar que Ucrania pase definitivamente al bando occidental.
Para ello, Rusia cuenta como eje fundamental de su estrategia con la dependencia energética de Ucrania, más acusada aun cuando el invierno va a tomando cuerpo en aquella región. Queda por ver hasta qué punto se implementa el acuerdo que, en principio, garantiza la reanudación del suministro de gas suspendido desde junio pasado y hasta dónde llega el compromiso de Bruselas para facilitar a Kiev los fondos necesarios para pagar las deudas acumuladas por gas ya consumido. Recordemos que, en el mejor de los casos, el acuerdo logrado en Milán apenas cubre las necesidades ucranias hasta el próximo marzo; dejando en el aire una cuestión vital no solo para Ucrania sino, por extensión, para buena parte de los consumidores finales de la Unión Europea.
No menos preocupante es el reto que suponer encontrar una salida a la grave crisis económica en la que se encuentra sumido el país. Añadido a la seria crisis que ya sufría cuando estalló el Euromaidan, hay que contar con la pérdida de ingresos por el alquiler de la base de Sebastopol, la interrupción de la actividad minera e industrial en el Donbas y la ausencia de ingresos fiscales procedentes de estas provincias, donde se concentran las más activas empresas nacionales. Como resumen de todo ello, la previsión para finales de año es que el PIB se reducirá en un 7-8%. En esas circunstancias, no es fácil adivinar cómo Poroshenko-Yatseniu van a poder encontrar la salida del túnel, combatiendo una corrupción que tienen incrustada en sus propias filas, satisfaciendo las necesidades de una población seria y prolongadamente castigada, pagando sus deudas (tanto con Rusia como con el FMI y Bruselas) y garantizando un suministro energético que seguirá dependiendo de Moscú durante años, por mucho que se anuncien planes alternativos hoy por hoy escasamente creíbles. Y, por si eso fuera poco, el propio Poroshenko añade el reto de situar a Ucrania en 2020 en condiciones de aspirar al ingreso en la Unión Europea. Casi nada.