La inexistencia de interconexiones que permitan integrar físicamente los mercados europeos del gas para compensar el poder de mercado de Gazprom es uno de los factores determinantes en el desarrollo, pasado y futuro, de la pugna energética entre Rusia y Europa, en estos momentos y por tercera vez, por cuenta de Ucrania. Tras los cortes de suministro de 2006 y 2009 que terminaron afectando a buena parte de los Estados miembros del Este, la invasión de Abjazia y Osetia del Sur, las amenazas al proyecto europeo de gasoducto Transcaspiano y las presiones a Turkmenistán para que desista del mismo, la UE debería haber internalizado que Rusia está dispuesta a defender su preeminencia estratégica en el espacio post-soviético, especialmente en lo que respecta al gas, que constituye un vector fundamental de la misma y al tiempo debe preservar para materializar su influencia.
Sin embargo, las lecciones se han aprendido sólo a medias. La Comisión ha seguido una doble estrategia, interna y externa. La externa ha perseguido diversificar sus suministros, pero el error de cálculo ha consistido en buscarlos precisamente en la esfera de influencia rusa, el Caspio y Asia Central, y además a través del Cáucaso. Diversificar desde Rusia hacia regiones y países sometidos a su influencia directa en los que las capacidades económicas, políticas, culturales o militares de la UE son limitadas no será recordado como el más brillante ejercicio estratégico de la Comisión Europea. Ese es un pulso que la UE no puede ganar, y menos instrumentalizando la energía, a la vez su gran debilidad y la mayor fortaleza rusa: doble error, de estrategia y de instrumento. Cosa distinta hubiese sido potenciar otros mecanismos políticos y económicos, pero el objetivo debería haber variado de proveer seguridad energética a desarrollo político y económico. Intentar alcanzar ambas cosas simultáneamente supone un tercer error, esta vez de inconsistencia entre objetivos y de éstos con el instrumento. El ejemplo más claro es el fracaso de Nabucco, el increíble gasoducto menguante hasta convertirse en el TAP, modesto y anónimo hasta en el nombre.
La estrategia interna, en cambio, ha conseguido reducir la posición dominante de Gazprom en los mercados europeos del gas mediante una estricta normativa en materia de competencia que no por casualidad se conoce como “cláusula Gazprom”. No obstante, al enfoque normativo le ha faltado la realización física de las infraestructuras y los proyectos propuestos han carecido de visión estratégica. En vez de pensar en grande han apostado por hacerlo en pequeño. En lugar de por los macro-corredores de interconexión intra-europeos previstos por la propia Comisión, se ha apostado por pequeños proyectos de impacto limitado y pocas dificultades políticas.
En este momento, el primer problema es que Europa carece de interconexiones suficientes, no ya con Ucrania sino con sus propios Estados miembros, y no puede ejercer la solidaridad con ninguno de ellos en grado suficiente, aunque debe reconocerse que en el plano interno la situación ha mejorado respecto a las interrupciones de 2006/2009 y tampoco Rusia o Gazprom se encuentran en su mejor momento. Si la UE sólo es capaz de compensar el poder de mercado de Gazprom con medidas que afectan al mercado comunitario, en vez de embarcarse en competencias geopolíticas inciertas debería dedicarse a la realización de sus corredores internos: sólo desde la fuerza y la escala que otorga un mercado energético integrado puede empezarse a pensar en juegos geopolíticos, grandes o pequeños, con una experta en ellos como es Rusia. El segundo problema es que en vez de diversificar lejos de Rusia, se ha hecho en lo que ella considera su patio trasero o near abroad, por lo que urge revisar a fondo las alternativas que ofrece un escenario energético global en transformación.
Esta situación tiene más implicaciones para España que las aparentes. España puede y debe aportar soluciones a ambos problemas, y la manera más evidente es acometer de una vez por todas el ramal ibérico del corredor Norte-Sur Occidental (NSI West Gas), sin duda el más eficiente para mejorar la diversificación europea y la capacidad de abastecimiento en el corto plazo. La diversificación no puede darse precisamente en la esfera de influencia de Rusia, sino con los corredores mediterráneos del Golfo Pérsico y Norte de África, y los de la cuenca atlántica del Golfo de Guinea y América Latina.
Por otro lado, la actual coyuntura puede favorecer una mejor disposición por parte de EEUU para exportar gas hacia Europa. Al menos los líderes europeos deberían esforzarse por presentar el argumento ante su socio estadounidense, con el que está negociando un acuerdo de libre comercio. España sería uno de los pocos Estados miembros con capacidad para recibir cantidades importantes de Gas Natural Licuado estadounidense, beneficiándose de la presión a la baja de los precios, el aprovechamiento de las infraestructuras y, siempre importante, del hecho de convertirse en socio estratégico para EEUU en el campo energético.
En suma, España es el hub óptimo para conectar Europa con una cartera bien diversificada de suministradores, tradicionales y emergentes, todos ellos alejados de Rusia, al menos geográficamente. Sin embargo, la ausencia de interconexiones con el resto de Estados miembros impide a Europa y a España beneficiarse de ese potencial ahora desperdiciado ¿Acaso no debería ser más fácil desarrollar las interconexiones entre España y Francia que jugar a estrategas de salón en el Cáucaso o el Caspio? Habrá que preguntárselo al próximo comisario de Energía de la nueva Comisión, pero parece urgente empezar a reflexionar desde España porque no se puede permanecer agazapado tras las reformas internas y abandonar la política energética exterior cuando se abren ventanas de oportunidad semejantes.