El parlamento ucraniano ha derogado el pasado 23 de diciembre por una amplia mayoría, 303 diputados de un total de 377, el estatus de Ucrania como país no alineado. Cuatro años han transcurrido desde el ex presidente pro-ruso Viktor Yanukovich consiguiera introducir la neutralidad de su país en la Constitución, pese a que en la Cumbre de Bucarest (abril de 2008), la OTAN reconociera a Ucrania como país candidato. La decisión no puede extrañar a nadie. Es una respuesta política a la celeridad de los acontecimientos sucedidos en 2014: desde la anexión rusa de Crimea al conflicto intermitente en el este de Ucrania.
Las opciones de Ucrania son ciertamente limitadas, aunque Kiev empleará todas las que tenga a su alcance para marcar distancias frente a Rusia. Más allá de los efectos prácticos de la resolución parlamentaria, hay que reconocer que las aspiraciones de hacer de una Ucrania un país neutral, con modelos nórdicos como Suecia y Finlandia, se están desvaneciendo. En las mentes de unos cuantos políticos y analistas, la Ucrania ideal era la que servía de punto de equilibrio entre Rusia y Europa, la que hacía honor a su significado etimológico de “frontera”. Tal era el destino de Ucrania para evitar la propuesta de Samuel Huntington en su Choque de civilizaciones, la de una división del país entre Polonia y Rusia, tal y como sucediera en el período de entreguerras. Este tipo de reajustes territoriales no son aceptables desde la perspectiva del Derecho Internacional del siglo XXI, pero lo cierto es que la fragmentación del país se ha producido y difícilmente el gobierno de Kiev podrá retomar el control de la situación, aunque los comunicados de la OTAN y la UE no dejarán forzosamente de referirse al respeto a la integridad territorial de Ucrania.
El fin del estatus de neutralidad de Ucrania es una respuesta a la intervención rusa. Kiev amaga de este modo con una adhesión a la OTAN que por sí misma enerva a Moscú. Sin embargo, el presidente Petro Poroshenko ha matizado que sería necesario un referéndum a finales de esta década para solicitar formalmente la adhesión. Hasta entonces, sería el tiempo de las reformas políticas y económicas para lograr la ansiada estabilidad. Pero es poco creíble que los 28 miembros de la Alianza envíen una señal positiva para la admisión de Ucrania en el programa MAP (Member Alliance Partnership), aunque la próxima Cumbre de la OTAN se celebre en 2016 en un país tan atlantista como Polonia. ¿Cuándo habría de producirse el eventual referéndum? ¿Antes o después de la admisión en el MAP? Y si la invitación al programa depende de la estabilidad en todo el territorio ucraniano, hay que suponer que ésta no llegará porque la situación en el este del país está tomando las características de un conflicto congelado, no muy distinto a los existentes en otras repúblicas de la antigua URSS, donde los Estados titulares de la soberanía territorial no pueden imponerse a los enclaves secesionistas. Pero hay otro factor negativo para la candidatura de Ucrania: algunos países aliados creen, o quieren creer, que las sanciones contra Rusia están teniendo éxito y, por tanto, convendrá no agudizar las tensiones con Moscú. Con todo, habría que preguntarles si uno de los objetivos de las sanciones era la recuperación de la integridad territorial ucraniana. Con sanciones o sin ellas, hoy por hoy es imposible. Las sanciones son solo una vistosa alternativa a la dudosa efectividad de las acciones militares.
¿Creen, por otra parte, las autoridades ucranianas que la OTAN les brindaría, de ser necesario, las garantías de defensa colectiva contempladas en el art. 5 del tratado? Este es el principal obstáculo para que en una reunión de la OTAN se produzca una invitación formal a Ucrania por unanimidad de los 28. La Alianza de las últimas décadas ha sido, ante todo, un destacado instrumento de seguridad cooperativa, y no de defensa colectiva, porque Occidente estaba persuadido, en medio de la euforia de la posguerra fría, que determinadas situaciones nunca volverían a repetirse en Europa. Pertenecer a la OTAN, al igual que a la UE, era un símbolo de estar anclado en Occidente. Ucrania no ha pretendido otra cosa para salir del viejo concepto de “Estado tapón”, que hasta ahora también solía denominarse como “zona gris”. Pero si el objetivo de Ucrania es formar parte de Occidente y desmentir a aquellos que piensan que nunca ha sido un país, tendrá que hacerlo conviviendo con sus limitaciones territoriales. Por poner un ejemplo de un tradicional aliado de Rusia: Serbia no renunciará a la integración en la UE, pese a la pérdida de Kosovo.
Puede que la entrada de Ucrania en la OTAN nunca llegue a producirse a causa de las reticencias aliadas, pero esto no es incompatible con la marcha continuada de Kiev hacia Europa.