Tras complejas negociaciones la UE completó prácticamente el 30 de agosto el elenco de los que dirigirán el destino de sus instituciones en el próximo quinquenio. Y al hacerlo, ha logrado algunos nuevos equilibrios. A la cabeza del Consejo Europeo, en sustitución del belga Herman Van Rompuy, los mandatarios de los 28 han elegido al primer ministro conservador de Polonia, Donald Tusk, uno de los dirigentes más partidarios de una línea dura hacia Putin. Es sobre todo significativo que se trate de un político de uno de los “nuevos Estados miembros” (aunque una década después de la ampliación ya no quepa llamarlos así), que además no es –aunque Varsovia aspira a serlo– miembro del euro. A pesar de ello, Tusk presidirá las cumbres del Eurogrupo, lo que asegura una mejor coordinación y confianza entre los ins y los outs, aunque se seguirá avanzando hacia una Unión de varias velocidades pues la Eurozona está llamada a más. Y quizá algunos outs a menos, pues entre ellos hay un socio, el británico, que quiere replantear su relación con la Unión, aunque esté satisfecho por el nombramiento de Tusk, partidario de reformar la UE aunque, como polaco, no de recortar la libertad de circulación de trabajadores como pretende David Cameron.
La elección de la ministra socialista italiana de Asuntos Exteriores Federica Mogherini como nueva alta representante de Asuntos Exteriores y de Política de Seguridad y vicepresidenta de la Comisión Europea marca un triunfo para Matteo Renzi y para el Sur, de cuya periferia vienen vectores de riesgos y amenazas, y sin duda aportará esta sensibilidad a la UE. Si en un principio despertó recelos fue por tener una actitud blanda frente a la Rusia de Putin, cuando la crisis de Ucrania se está convirtiendo en uno de los grandes retos para la UE y para la OTAN. Pero desde que presentó esta candidatura el Gobierno italiano se había vuelto más duro con Moscú. Aporta una corta experiencia ministerial, pero un buen conocimiento de las claves y los códigos de la política internacional. Tendrá que dirigir y dar forma a un aparato diplomático –el Servicio Europeo de Acción Exterior, con tres millares de colaboradores– que aún ha de demostrar su capacidad y saber coordinarse con las diplomacias nacionales de los 28. Javier Solana logró más que la saliente Catherine Ashton con mucho menos a su disposición. En todo caso, Mogherini tendrá que trabajar con rapidez y dureza para hacerle sombra a los jefes de Estado y de Gobierno que parecen más dispuestos a actuar en orden disperso que cerrado y que, con el pleno apoyo de Ashton, han bloqueado el avance de una Europa militar.
Con Van Rompuy y Ashton, la UE ha vivido una época de bajo perfil en política exterior en los primeros años de aplicación de un Tratado de Lisboa que no se ha agotado ni mucho menos, aunque esté necesitado de reformas. Puede recuperar presencia con el nuevo tándem Tusk-Mogherini que asumirá sus funciones el próximo 1 de diciembre, o mejor dicho, en trío con el presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, para lo que debe lograr un buen reparto de tareas y evitar disensiones entre ellos. Aunque tampoco hay que llamarse a engaño: su éxito colectivo e individual dependerá del margen de maniobra que le permitan los Estados miembros, y entre estos los grandes. La elección de Mogherini marca el regreso de Italia, de una Italia europea, con un Renzi que supo moverse con rapidez para lanzar la candidatura de su ministra tras su marcada (40%) victoria en las elecciones europeas. Y, sobre todo, está el cambio de Alemania. Sus dirigentes tienen otro tono, y su decisión de enviar armamento a los kurdos de Irak que resisten el empuje del Estado Islámico indica un cambio de magnitud. Es, además, Berlín quién lleva la voz cantante de la UE en la cuestión ucraniana, y su visión no siempre coincide con la polaca. En lo inmediato, las crisis de Ucrania y de Irak, más un posible acuerdo con Irán sobre la cuestión nuclear, han de marcar las prioridades de una UE que aún ha de demostrar una nueva ambición en el terreno exterior. Para lo que, en estos tiempos de mudanza, necesita de liderazgo: de las instituciones y de los Estados miembros.
La ambición no surge automáticamente de los equilibrios izquierda-derecha, hombres-mujeres, norte-sur-este que se han buscado en estos nombramientos, entre los que no cabe olvidar, al menos para la mitad de la legislatura, al socialdemócrata alemán Martin Schulz al frente del Parlamento Europeo, una institución que cada vez tiene más que decir en casi todo, incluido lo exterior. Sólo queda el Eurogrupo, que está a la espera de que su actual presidente, el holandés Jeroen Dijsselbloem, acabe su mandato en 2015 para renovar este cargo al que aspira el ministro español de Economía Luis de Guindos. Hay equipo. A partir del 1 de diciembre, y cuando Juncker haya completado los equilibrios internos en el seno de la Comisión Europea, se verá cómo juega.