Desde una perspectiva maximalista, el acuerdo anunciado el pasado 27 de junio entre Ankara y Tel Aviv para normalizar las relaciones rotas tras el asalto israelí al Mavi Marmara (31 de mayo de 2010; nueve ciudadanos turcos muertos) podría considerarse decepcionante, dado que Israel seguirá manteniendo el bloqueo vigente en Gaza desde 2007. Sin embargo, la percepción puede ser muy distinta si se analiza como un nuevo ejemplo de realpolitik, ajustado a las capacidades e intereses en juego por parte de ambos países.
Turquía está en una situación cada vez más incómoda, muy alejada de aquella ensoñación de “cero problemas con los vecinos” propugnada en 2002 por el hoy defenestrado Ahmet Davutoglu. A los graves problemas internos se le suma la amenaza yihadista, la contaminación del conflicto sirio, la tensión con Moscú, la desconfianza sobre las garantías de seguridad de la OTAN, la emergencia iraní como potencial líder regional, los efectos del conflicto en Nagorno-Karabaj y un creciente grado de inseguridad regional. Demasiados problemas para una potencia media con aspiraciones de liderazgo, que se va diluyendo en la medida en que su presidente ha entrado (¿irreversiblemente?) en una senda autoritaria y militarista que no solo no sirve para solucionar ninguno de ellos sino que termina por crear otros nuevos.
Israel, por su parte, ha conseguido bloquear cualquier posibilidad de que los asaltantes del buque turco puedan ser enjuiciados en modo alguno, complicar la vida a los dirigentes de Hamas que han encontrado últimamente refugio en suelo turco y reabrir la puerta a la utilización del espacio aéreo turco para la instrucción de su fuerza aérea. En paralelo, aspira a recuperar un buen cliente en materia armamentística y un posible socio para dar salida a sus reservas submarinas de gas (Leviatan) hacia Europa.
Es en ese contexto en el que hay que entender el citado acuerdo. Visto así, Ankara se contenta con que Tel Aviv haya pedido oficialmente disculpas por el asalto naval y haya comprometido 20 millones de dólares para compensar a los familiares de los fallecidos. En el mismo paquete entra el envío a Gaza de 10.000 toneladas de ayuda humanitaria y la construcción de un hospital de 200 camas, de una nueva estación generadora de electricidad y de una desalinizadora. Pero, por contra, ni se le permitirá poner en marcha una línea de tráfico marítimo directa a/desde la Franja, ni ésta dejará de ser la mayor prisión del planeta.
Turquía ha llegado hasta dónde realmente podía. Sin minusvalorar otras áreas, es en el terreno de la seguridad y defensa dónde se adivinan las más importantes razones para estampar su firma. De hecho, y hasta 2010, ambos mostraron una clara voluntad por cooperar en el ámbito de la inteligencia –intercambiando datos sobre las actividades de los grupos kurdos, por un lado, y sobre Irán, por otro–, de la industria de defensa –modernización de los carros de combate M60 y de los aviones F-4E turcos, compra de drones israelíes Heron y hasta proyectos de cooperación armamentística– y de la instrucción de sus ejércitos –especialmente relevantes entre sus fuerzas aéreas y en el uso de campos de maniobras turcos. Y es ahí donde más claramente se habrá hecho notar la presión de los altos mandos militares turcos para convencer a sus propios gobernantes de la necesidad de volver a recuperar ese nivel de entendimiento con Israel.
A eso se unen también consideraciones políticas, calculando que Israel puede ser un mediador/facilitador para recobrar la confianza de Washington y para suavizar las tensiones con Moscú. Todo ello sin perder de vista que, en el contexto caucásico, Israel también ha sabido aprovechar el ensimismamiento turco para ganar posiciones, por ejemplo, en Azerbaiyán, convirtiéndose en su principal suministrador de armas.
Pero la firma del acuerdo no significa, por sí sola, que a corto plazo sea posible recuperar el nivel de antaño. De momento, Israel tiene que gestionar internamente la resistencia de quienes, como Naftali Bennett y Gideon Saar, interpretan lo sucedido como un grave error ético y estratégico, al aceptar la compensación económica por la muerte de quienes en su momento fueron calificados de terroristas. Lo mismo cabe decir, aunque desde un enfoque distinto, de los palestinos que ven como Tel Aviv aplica una doble vara de medida, al rechazar de plano cualquier apelación al sistema judicial israelí a los que demandan compensaciones por la muerte de simples civiles palestinos en las operaciones de castigo que realizan sus fuerzas.
Por el lado contrario, queda por ver también cómo reaccionará la opinión pública turca que sigue considerando a Israel como una de sus principales amenazas (aunque un reciente informe de la Kadir Has Üniversitesi da a entender que ya sólo un 26% de los encuestados así lo consideran frente a un 42,6% en 2015). Y, por último, habrá que estar atentos igualmente a la reacción de los gazatíes, que se pueden sentir nuevamente frustrados al agotarse una de las muy escasas opciones que tenían de verse liberados del interminable bloqueo. Y lo mismo cabe decir de Hamas, cuyo líder, Jaled Meshal fue recibido por Recep Tayyip Erdoğan tres días antes de hacer público el acuerdo, cabe suponer que con la intención de amortiguar su inquietud.