Resulta difícil hacerse una idea de lo que está ocurriendo en Turquía en medio de la confusión de las primeras noticias. En esas circunstancias, los cerebros reaccionan tratando de encajar las piezas de información en algún patrón reconocible para la memoria en un proceso lógico que no tiene por qué coincidir con la realidad. No es que el proceso cognitivo falle sino que trata de compatibilizar la realidad con su representación previa en nuestra conciencia.
“Considerar lo ocurrido como un golpe de estado militar parte de la asunción de que lo “militar” es un ente único, cohesionado y homogéneo, pero las fuerzas armadas turcas ya no son monolíticas.”
Mientras se pasa de un canal de noticias a otro para conseguir información, se observa que las opiniones dependen más de los patrones de reconocimiento previos que de la información disponible. Así, y dentro de la comunidad mediática como la española donde se guardan en la memoria histórica una larga serie de golpes, levantamientos y pronunciamientos militares, la interpretación natural de esos patrones conducía a considerar lo que estaba ocurriendo en Turquía como un golpe de estado militar para derribar al Gobierno turco. Es una conclusión coherente con la información y con los patrones de reconocimiento disponibles y ayuda a comprender la situación de lo que está pasando, pero que puede desorientar sobre lo que puede pasar a partir de ese presente que es lo que va a ser importante tras el fracaso de la acción militar.
Considerar lo ocurrido como un golpe de estado militar parte de la asunción de que lo “militar” es un ente único, cohesionado y homogéneo, pero las fuerzas armadas turcas ya no son monolíticas. Lo fueron hace tiempo cuando disponían de una situación de privilegio derivada de su papel de guardianes de la revolución laica y pro-occidental de Kemal Atatürk, y de estar en la primera línea de defensa de Occidente contra la amenaza soviética. Un estatus que reconocían a las fuerzas armadas el Gobierno turco, la sociedad y sus aliados internacionales. Sin embargo, la uniformidad institucional se ha ido erosionando desde el fin de la Guerra Fría y lo ocurrido ayer –a la espera de mejor información– parece editar un capítulo más de su deterioro.
El primer distanciamiento con el poder civil surgió cuando Turquía quiso adaptar la estructura y la doctrina de sus fuerzas armadas a un contexto estratégico distinto del de la Guerra Fría. Pensadas para contener a las fuerzas soviéticas sobre las fronteras, se vieron ahora obligadas a proyectar sus fuerzas fuera de ellas para intervenir en los múltiples focos de inestabilidad regional que la Guerra Fría había contenido. Los militares se dividieron entre los que continuaron abogando por su asociación estratégica exclusiva con Occidente y los que comenzaron a mirar también hacia su pasado otomano. La nueva visión del papel de Turquía vino de la doctrina islamista de la “profundidad estratégica” (Stratejik Derinlink) de Ahmet Davutoglu que pretendía devolver a Turquía el esplendor y la autonomía de tiempos pasados. La nueva visión se recogió en el Libro Blanco de la Defensa de 1998, y avaló la apuesta por un cambio de postura militar y amplió las funciones tradicionales de disuasión y defensa colectiva a las nuevas de gestión de crisis y defensa adelantada.
El distanciamiento entre las visiones militar y diplomática también tenía una lectura interna en la medida que conducía a la progresiva subordinación de las fuerzas armadas al poder civil, una percepción que llevó a las fuerzas armadas a apoyar el golpe de estado de 1997. Además, algunos sectores militares se quejaron de que las fuerzas armadas no contaban con las capacidades militares necesarias para responder a una política exterior tan expansiva. Lo anterior mantuvo la tensión entre liderazgo civil y autonomía militar y su nuevo signo visible fue la dimisión del jefe del Estado Mayor turco Necip Torumtay en diciembre de 1990 por sus diferencias con el entonces presidente Turgut Özal, a propósito de las facilidades que se dieron para que la coalición internacional usara las instalaciones militares turcas en la Guerra del Golfo. Desde entonces, se han venido acentuando las diferencias entre los sectores autonomistas y gubernamentalistas de las fuerzas armadas que difieren en la concepción de su empleo y en su subordinación o supremacía sobre la acción exterior turca.
Para cerrar el desfase entre capacidades y ambiciones, los gobiernos turcos han reforzado el presupuesto militar e industrial para modernizar las fuerzas armadas. El esfuerzo económico, apoyado en la mejora de la economía turca de los últimos años, ha sido importante pero las cifras revelan que las fuerzas armadas han ido perdiendo cuota en el reparto de la riqueza nacional. Según datos del SIPRI de Estocolmo, el porcentaje del gasto militar sobre el producto interior bruto se ha ido reduciendo progresivamente pasando del 3,7% en 2000 al 2,1% en 2015. A esto le acompaña la reducción del gasto de 20.008 millones de dólares en 2000 a 15.275 (si lo medimos a precios constantes del dólar para 2014). Para algún sector de las fuerzas armadas, lo anterior evidencia que no son ellas los principales beneficiarios de la prosperidad a pesar del rol fundamental que creen desarrollar.
Por otro lado, la sociedad turca también ha cambiado desde la Guerra Fría y se ha ido distanciando de los postulados kemalistas y fragmentando entre diferentes identidades laicas, religiosas, étnicas y nacionalistas. Unas identidades que han traído unas nuevas élites que han ido desplazando a los militares de posiciones de influencia. Esa fragmentación se ha reflejado también dentro de las fuerzas armadas, tanto en los cuadros de mando, que han asistido a un relevo generacional de mayor efecto estructural que las purgas que hayan podido realizar los gobiernos turcos, como sobre los mandos inferiores y los soldados de reemplazo que ya no encajan en la construcción elitista de las fuerzas armadas como garante de las esencias kemalistas y occidentales.
“Las fuerzas armadas se encuentran en una situación difícil porque no dan la impresión de poder contener a la insurgencia kurda, controlar sus fronteras o proteger a sus ciudadanos.”
Todo lo anterior muestra la dificultad de integrar a todas las fuerzas armadas detrás de una acción militar porque aquellas replican las fracturas sociales y estas se han intensificado tras perder la mayoría del Partido Justicia y Desarrollo (AKP, en sus siglas en turco) en las elecciones de junio de 2015. Las fuerzas armadas se encuentran en una situación difícil porque no dan la impresión de poder contener a la insurgencia kurda, controlar sus fronteras o proteger a sus ciudadanos. Las vacilaciones de la política exterior no le ayudan porque la posición del Gobierno es impredecible y ha pasado de una política de “cero problemas” con sus vecinos a enfrentarse con casi todos ellos. Un Gobierno que pasa de exigir el control del espacio aéreo a pedir perdón por derribar un avión ruso, de apoyar a las milicias yihadistas a cortarles el paso por la frontera, y de luchar contra el Estado Islámico a ver cómo son las milicias kurdas de Turquía las que cruzan la frontera con Siria para liberar Kobani con apoyo aéreo de los Estados Unidos.
En estas circunstancias se explica el levantamiento de alguno de los sectores de las fuerzas armadas para defender alguna de las banderías que las dividen, aunque todavía es pronto para saber a qué orientación obedecen. Cuando acabo de escribir estas líneas el levantamiento armado de un sector de las fuerzas armadas ha fracasado. En el patrón de conocimiento que tenían en su cerebro creían que su acción se desarrollaría de forma similar a lo ocurrido en febrero de 1997 cuando bastó publicar un bando contra el gobierno islamista de Necmettin Erbakan para derribarlo. Creían que desplegando unas pocas fuerzas en escenarios estratégicos reeditarían su “golpe posmoderno” de entonces. No ha sido así porque ni la sociedad ni las fuerzas armadas turcas son las mismas de entonces y porque tras el intento de ayer esas fuerzas serán menos capaces para garantizar la estabilidad interna, regional e internacional.