Si al iniciar el paréntesis vacacional habíamos dejado a Recep Tayyip Erdoğan concentrado en una macrooperación de limpieza de cualquier elemento social, político, económico o militar que pueda hacerle sombra, nos lo encontramos a la vuelta abriendo una nueva etapa en la esfera exterior, con Siria como escenario principal. Ninguna de estas dinámicas garantiza a su impulsor principal el éxito, pero hay que reconocerle su sentido de la oportunidad y su capacidad táctica para aprovechar los vientos favorables.
Así, en los asuntos caseros cuenta con un triple respaldo. Por un lado, en el escenario sociopolítico interno el impacto de la intentona golpista le ha permitido no solo aumentar nuevamente su popularidad sino también agrupar (aunque solo sea momentáneamente) a los principales partidos políticos, convencidos todos ellos de que es preferible un mal gobierno civil a una nueva experiencia militarista. Juega a su favor, asimismo, el generalizado resentimiento con los gülenistas, convertidos ahora en la pieza principal de una cacería que comenzó hace ya al menos dos años. La ocupación de buena parte de las palancas de poder judicial, funcionarial, educativo, periodístico, empresarial y hasta militar por parte de los simpatizantes del movimiento Hizmet, liderado por Fetullah Gülen, presentados ahora como la encarnación de todos los males, ha generado un mayoritario sentimiento de rechazo social que le facilita a Erdogan desprenderse de un antiguo compañero de viaje en su ascenso al poder.
Pero es que, además, esta forzada senda hacia un presidencialismo ejecutivo sin freno viene facilitada por el temor que atenaza a la Unión Europea de ver arrojado a la papelera el acuerdo de marzo pasado, por el que Turquía se comprometía a cerrar la puerta de salida de los más de 2,7 millones de refugiados que hay en su territorio. Erdogan sabe que los Veintiocho no irán más allá de las formales protestas que han hecho en los días posteriores al inicio de la purga, lo que le concede un precioso tiempo para rematar la faena que tiene entre manos.
En el terreno exterior, y tras haber logrado normalizar las relaciones con Israel y Rusia, el lanzamiento de la operación Escudo Éufrates cabe entenderla como el inicio de una nueva etapa. El empleo de unidades acorazadas, apoyadas desde el aire por aviones turcos y estadounidenses, para retomar la localidad fronteriza de Jarabulus de manos de Daesh adquiere un carácter estratégico con varios objetivos en mente. De una sola tacada Turquía pretende, por una parte, blindar una frontera demasiado porosa a las infiltraciones yihadistas de estos últimos años (pensando equivocadamente que podría vivir al margen del fuego que estaba alimentando, hasta que han visto que Daesh ya tiene capacidad y voluntad para golpear también en Ankara y Estambul).
Por otra, tras comprobar que las milicias kurdas sirias activas en el este -especialmente las Unidades de Protección Popular (YPG, en kurdo)- estaban dispuestas a avanzar hacia el oeste más allá del río Éufrates, desoyendo sus advertencias y las indicaciones de Washington (su principal valedor), Ankara ha decidido no solo interponerse en su avance sino también atacarlas directamente. Aspira de ese modo a evitar que esas milicias -las más activas y eficaces de las Fuerzas Democráticas Sirias- sumen fuerzas con otras milicias kurdas sirias que se mueven en la zona de Alepo, lo que les llevaría a controlar una zona propia a lo largo de unos 400 km de la frontera común turco-siria (una posibilidad inaceptable para una Turquía que percibe a las YPG como la rama local del PKK turco; ambos calificados como terroristas).
Dado que Washington había optado en primera instancia por estos grupos como instrumentos locales para intentar desmantelar la amenaza de Daesh, a falta de voluntad propia para implicarse en fuerza en un nuevo conflicto en Oriente Medio (aunque tenga efectivos de operaciones especiales embebidos en acciones de combate en diferentes escenarios sirios), lo que Turquía quiere demostrar por añadidura es que puede ser un aliado mucho más potente y eficaz para luchar contra un enemigo que comparten. Es Daesh (y no la caída del régimen sirio) la amenaza que finalmente han llegado a identificar tanto Washington y Ankara como Moscú y Teherán. Llegados a ese punto, el ejército turco (segundo en volumen de los 28 miembros de la OTAN) parece el más capacitado (frente a unas milicias kurdas sirias que en no pocas ocasiones han terminado enfrentándose entre sí) para soportar el peso principal en la fase de combate terrestre que (en paralelo a lo que se está concretando también en Irak) se avecina para desmantelar el pseudocalifato instaurado en junio de 2014.
Si todo esto se confirma en los próximos días, quedará claro que la tímida protesta estadounidense contra los recientes ataques turcos en Siria tan solo es una exigencia más de un guion que, a partir de un básico entendimiento entre Moscú y Washington, solo cabe entender como una nueva pantomima que se tratará de presentar como una solución al conflicto sirio.