Túnez es el único país del llamado “despertar árabe” en el que se consolida una democracia. Eso genera enemigos en una región marcada por las autocracias y las ideologías extremistas contrarias al pluralismo político y a la diversidad social. La ausencia de malas noticias desde la caída de Ben Ali hizo que ese país magrebí desapareciera de los titulares de los medios de comunicación mundiales. Por desgracia para los tunecinos, ayer se rompió esa calma informativa por culpa de una nueva monstruosidad terrorista.
El objetivo de la matanza en el Museo del Bardo es triple: tratar de descarrilar la prometedora transición democrática, hundir la economía golpeando al vital sector turístico y arrastrar a Túnez hacia escenarios de yihadismo generador de caos. La transición tunecina aún es frágil y se enfrenta a retos serios y acuciantes en el ámbito socioeconómico (generar riqueza y distribuirla de forma justa) y en el ámbito de la seguridad (luchar contra los grupos terroristas que, hasta hace poco, centraban sus ataques contra el ejército y las fuerzas de seguridad).
Un fracaso de los actuales dirigentes a la hora de dar soluciones a esos retos podría provocar una creciente frustración social e inestabilidad política. Ese clima podría ser aprovechado por los sectores más duros (incluidos los del viejo régimen) para tratar de volver a un sistema autoritario. La promesa de imponer la ley y el orden sería un reclamo que emplearían para avanzar sus posiciones. De permitirse llegar a ese punto, se romperían los consensos que tanto ha costado construir en Túnez y que hacen de ese país un caso único en el actual panorama político árabe.
Durante los últimos cuatro años, la población de Túnez ha dado ejemplo en varias ocasiones: primero echando a un autócrata por vías pacíficas, luego votando libremente a diversas opciones políticas y, no menos difícil, construyendo consensos para fijar las reglas del juego y dotarse de la constitución más democrática de la historia de los árabes. Las primeras reacciones al atentado, con miles de personas manifestándose contra el terrorismo por las calles de la capital, son alentadoras y demuestran que hay una sociedad tunecina con un alto grado de madurez cívica.
Nadie dijo que las transiciones políticas tras largos períodos de autoritarismo fueran fáciles, y en el caso tunecino resulta evidente que no lo es. Algunas claves explican el éxito de la transición tunecina hasta el momento. Por un lado, ningún actor ha podido imponerse a los demás por una u otra vía. Ni el antiguo régimen de Ben Ali, ni los islamistas de Ennahda, ni las Fuerzas Armadas han contado con los medios, el apoyo o la percepción de que podían marginar a las demás fuerzas políticas y sociales y alzarse en solitario con el poder.
A diferencia de otros países de la región como Egipto, Libia y Siria donde se intenta imponer –con distintos niveles de violencia y brutalidad– la lógica del “juego de suma cero”, en Túnez el ganador no se lo lleva todo. Por otro lado, la sociedad civil tunecina ha estado pendiente y movilizada para evitar que se repitieran errores cometidos en países vecinos. También reaccionó de forma rápida cuando el asesinato de dos líderes opositores en 2013 trató de descarrilar la transición.
A pesar del brutal atentado, Túnez no se ha enfrentado a un contexto de inseguridad extendida ni violencia a gran escala desde la caída del dictador. Está siendo, más bien, una transición pacífica en términos comparativos, tanto a nivel regional como mundial. Sin embargo, la presencia de un número reducido de radicales violentos supone un desafío al Estado y, lo que es más alarmante, pueden provocar enormes daños económicos y de imagen mediante acciones que no requieren de grandes recursos. La inestabilidad y la violencia en el vecino Libia es una causa añadida de inquietud ante las amenazas que pueden llegar de ese país.
Si la transición en Túnez fracasa y si la UE no es capaz de apoyar y proteger con todos los medios a su alcance a la única democracia en su vecindario meridional inmediato, eso significará que Europa reconoce y asume su irrelevancia como actor global. A muchos les interesa abortar la experiencia democrática en Túnez, empezando por quienes no quieren que esa “enfermedad” llegue a sus países. En éste, como en otros casos, la mejor arma contra el terror es más y mejor democracia.